Los nuevos proletarios del mundo en el cambio de siglo*

(al 12 de septiembre 2795 lecturas)
[b]Realidad Económica 177[/b] [b]Ricardo Antunes[/b]** * Ponencia expuesta en el VI Encuentro de Revistas Marxistas. Montevideo, R.O.U. 2000. Versión final y subtítulos elaborados por RE. ** Docente en Sociología del Trabajo, Universidad de Campinas (Unicamp). Ha sido Visiting Research Fellow en la School of European Studies de la Universidad de Sussex (1997-1998). Escribió los libros ¿Adiós al trabajo? (Buenos Ares, Editorial Antídoto 1999) y Los sentidos del trabajo: ensayo sobre la afirmación y la negación del trabajo (San Pablo, Bontempo 1999), entre otros. Es editor participante de la revista Latin American Perspectives (YOA), miembro de la Editora de Crítica Marxista (Brasil) y del consejo editorial de la revista Otubro (Brasil).

Resulta muy curioso que en una época de continua ampliación, en escala mundial, del conjunto de seres sociales que viven de la venta de su fuerza de trabajo, tantos autores hayan dado el adiós al proletariado, defendiendo ideas que postulan la pérdida de centralidad de la categoría "trabajo" y el fin de una emancipación humana fundada sobre ella. El objetivo de este artículo es postular una vía de reflexión en sentido contrario al de estas tendencias, tan actuales como erróneas..

Si los trabajadores de hoy no son idénticos a los de mediados del siglo pasado, tampoco están en vías de desaparición, como sostienen Gorz, Offe, Habermas y, más recientemente, Dominique Méda y Jeremy Rifkin, entre tantos otros. Por lo tanto, el siguiente análisis está elaborado sobre supuestos radicalmente distintos de los de estos autores.

Se trata aquí de comprender quiénes son los proletarios del mundo hoy o, como los llamé en ¿Adiós al Trabajo?, la "clase-que-vive-del-trabajo", es decir, la clase de los que viven de la venta de su fuerza de trabajo. Por supuesto, esta expresión no es una tentativa de establecer un concepto nuevo, sino tan sólo de caracterizar la ampliación de "proletariado" en relación con el actual mundo del trabajo, como primer paso para entender las nuevas significaciones que puede asumir hoy este concepto.

Sabemos que Marx concluyó El capital precisamente cuando iniciaba su formulación conceptual sobre las clases. Escribió una página y media de un texto donde seguramente pudo habernos ofrecido un tratamiento más sistemático y articulado sobre su concepción de las clases sociales y, en particular, de la clase trabajadora. Tanto Marx como Engels definieron en varios escritos los conceptos de "clase trabajadora" y "proletariado", tomando estos términos, en general, como sinónimos. El libro de Engels La formación de la clase trabajadora en Inglaterra también podría titularse La formación del proletariado en Inglaterra. Asimismo, "Proletarios de todo el mundo, uníos", la célebre consigna de El manifiesto, ha sido muchas veces traducida como "Asalariados de todo el mundo, uníos". O, por ejemplo, "La emancipación del proletariado es obra del proletariado", como "la emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores".

Tal vez podamos decir, entonces, que en la Europa de mediados del siglo XIX los trabajadores asalariados eran, fundamentalmente, proletarios. Partiendo de allí, nuestro primer desafío es procurar entender en qué consisten la clase trabajadora y el proletariado hoy en el sentido más amplio de estos términos, sin identificar a los trabajadores o a "los proletarios del mundo" exclusivamente con un proletariado industrial.

Para iniciar un esbozo de esta problemática, diría que el proletariado, la clase trabajadora o "la clase-que-vive-del-trabajo" comprende hoy a la totalidad de los asalariados: hombres y mujeres que viven de la venta de su fuerza de trabajo, desposeídos de los medios de producción. Esta definición en términos marxistas me parece enteramente pertinente para pensar la situación actual de la clase trabajadora, así como el conjunto esencial de la formulación de Marx al respecto.
En este sentido, la clase trabajadora tendría hoy como núcleo central el conjunto de lo que Marx llamó "trabajadores productivos", para recordar la idea de trabajo productivo que se formula en varios pasajes de El capital, especialmente en el "Capítulo inédito" (VI). De acuerdo con esta premisa, la clase trabajadora abarcaría, además de los trabajadores manuales directos, la totalidad del trabajo social, es decir, el conjunto de los individuos que venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Esta clase está compuesta, actualmente sobre todo, por los trabajadores productivos: aquellos que, recordando de nuevo a Marx, producen directamente plusvalía y que participan también directamente del proceso de valorización del capital. Es la clase que asume el papel central en el proceso de producción de plusvalía -el proceso de producción de mercaderías- desde las fábricas más avanzadas, donde es mayor el nivel de interacción entre trabajo vivo y trabajo muerto, entre trabajo humano y maquinaria científico-tecnológica. Éste es el núcleo central del proletariado moderno. Los productos de Toyota, de Nissan, de General Motors, de IBM, de Microsoft etc., son resultados de la interacción entre trabajo vivo y trabajo muerto, por más que muchos autores -de nuevo Habermas al frente- sostengan que el trabajo abstracto ha perdido su fuerza estructurante en la sociedad actual. A modo de polémica: si el trabajo abstracto (gasto de energía física e intelectual, conforme escribió Marx en El capital) perdió su fuerza estructurante, no se explica cómo se producen los automóviles de Toyota, Nissan o General Motors, ni quién crea las computadoras de IBM o los programas de Microsoft, para citar sólo algunos ejemplos de grandes empresas transnacionales. Pero la clase trabajadora hoy engloba también al conjunto de los "trabajadores improductivos", nuevamente en términos de Marx. Son aquellos cuyas formas de trabajo se utilizan como servicios, sea para uso público, como los servicios públicos tradicionales, sea para uso del capital privado.

El trabajo improductivo es el que no participa como elemento vivo en el proceso directo de valorización del capital y de creación de plusvalía. Por eso Marx lo diferencia del trabajo productivo, que participa directamente de ese proceso. Improductivos, para este autor, son aquellos trabajadores cuyo trabajo es consumido como valor de uso y no como creador de valor de cambio. De modo que en el cambio de siglo la clase trabajadora incluye también el amplio abanico de asalariados del sector de servicios, que no crean directamente valor. El del trabajo improductivo es un campo en expansión dentro del capitalismo contemporáneo, aunque algunas de sus parcelas se encuentren en retracción. Por ejemplo, en el mundo fabril hay una tendencia notable de reducción -e incluso, en algunos casos, de eliminación- del trabajo improductivo, que pasa a ser realizado por el operario productivo. En esta fase del capitalismo "mundializado", entonces, se intensifica la explotación de la fuerza de trabajo productiva mientras muchas actividades improductivas tienden a desaparecer. Pero sólo las que el capital puede eliminar, porque depende de ellas para que sus actividades productivas se efectúen. Por otra parte, muchas de las actividades improductivas eliminadas han sido transferidas al universo del trabajo productivo. De este modo, los trabajadores improductivos, generadores de un antivalor en el proceso de trabajo capitalista, viven situaciones similares a las que afrontan quienes realizan actividades de trabajo productivo. Aquellos pertenecen a lo que Marx llamó "falsos costos", que en realidad son absolutamente vitales para la supervivencia del sistema capitalista. Como primera conclusión podemos decir, entonces, que el mundo del trabajo hoy se compone, como pensaba Marx, del trabajo productivo y también del improductivo. Lo que hay de nuevo en el presente análisis es la necesidad de entender la naturaleza actual tanto de la actividad productiva como de la que permanece como improductiva dentro del conjunto de la producción capitalista.

Neoliberalismo y subproletariado
Veamos ahora un segundo bloque de problemas. Dado que todo el trabajo productivo es asalariado, pero no todo trabajador asalariado es productivo, podría afirmarse, respecto de la conformación contemporánea de la clase trabajadora, que en el cambio de siglo la expresión "proletarios del mundo" debe incorporar a la totalidad de los trabajadores asalariados. En efecto, clase trabajadora hoy es más amplia que el proletariado industrial del siglo pasado, sin olvidar que el proletariado industrial moderno se constituye en núcleo fundamental de la franja de los asalariados dentro del mundo del trabajo sólo en tanto pertenece a la esfera del trabajo productivo. Un tipo de trabajo al que corresponden actividades materiales o inmateriales; que incluye la actividad manual directa en los polos más avanzados de las fábricas modernas o actividades más "intelectualizadas" (por cierto, en número mucho más reducido) en el caso de los trabajadores que Marx caracterizó como "supervisores y vigías del proceso de producción" (Grundrise). Pero si bien lo que hemos llamado "trabajo productivo" aún cumple un papel central dentro del capitalismo -en tanto trabajo social y colectivo que crea valores de cambio y genera plusvalía-, formular una concepción ampliada de la clase trabajadora hoy es algo decisivo para dar cuenta de las características y del significado esencial de esta clase. Una formulación realizada a partir de datos evidentes, necesaria para intentar una crítica de la crítica respecto de quienes sostienen la idea del fin del trabajo y de la clase trabajadora. Offe, por ejemplo, en un ensayo que se suele tomarse como referencia (El trabajo como categoría sociológica clave), argumenta que el trabajo ha perdido su papel central, entre otras causas, porque el trabajo obrero ya no está dotado de una ética. Pero podríamos preguntarnos: ¿en algún momento Marx consideró central el trabajo porque estuviera dotado de una ética? Este argumento tendría sentido si nos remitiéramos a Weber, no a Marx, para quien la clase trabajadora es ontológicamente decisiva por el papel fundamental que ejerce en el proceso de creación de valores.

Es en la materialidad misma del sistema -y por la potencialidad subjetiva que eso significa- que su papel se torna central. Por lo tanto, la crítica de Offe respecto de la pérdida de centralidad del trabajo (en verdad, una crítica weberiana a una tesis de Weber, la de preeminencia de la ética positiva del trabajo) resulta irrelevante si nuestra reflexión se basa sobre supuestos marxistas, ya que Marx ha sostenido una visión profundamente negativa y crítica del trabajo asalariado "fetichizado".
En los Manuscritos de 1844, anota Marx: "Si pudiese, el trabajador huiría del trabajo como si huyera de una peste". Pensar entonces en los proletarios o en los trabajadores del mundo hoy implica tener en cuenta a quienes venden su fuerza de trabajo a cambio de salario, incorporando también en este conjunto el proletariado rural que vende su fuerza de trabajo al capital, (los llamados bóias-frias de las regiones agroindustriales), un proletariado que también es parte constitutiva del trabajo hoy, de la actual clase-que-vive-del-trabajo. Pero hay una característica del trabajo actual que tal vez sea decisiva para recusar la tesis de la pérdida de la importancia del mundo del trabajo. Sobre el final del siglo XX se llevó a cabo un proceso mundial -del Japón al Brasil, de Estados Unidos a Corea, de Gran Bretaña a México y la Argentina-que redujo a gran parte del proletariado a condiciones de precariedad. Esta porción del mundo del trabajo debe ser incorporada en si se trata de caracterizar la clase trabajadora hoy. Es el proletariado que en ¿Adiós al Trabajo? describí como "el subproletariado moderno, fabril y de servicios"; un proletariado part time, cuyo rasgo esencial es el trabajo temporario y precarizado, como en los casos de los trabajadores de la cadena McDonald's y de fast foods en general, o de los sectores de servicios. Recientemente, el sociólogo británico del trabajo Huw Beyon designó a estos trabajadores (en el mismo orden conceptual en que caractericé a "la clase-que-vive-del-trabajo") "operarios parcializados": operarios que realizan su trabajo de modo parcial, precario, que cumplen un trabajo-por-tiempo, por horas. Un bello filme inglés exhibido en el Brasil el año pasado, Full monty, muestra irónicamente los rasgos del trabajador inglés hoy, en la fase de las industrias decadentes. Esta película, que en el Brasil y en la Argentina se tituló Todo o nada, es una bella y graciosa fotografía (porque el filme es una comedia, pero plena de sensibilidad) de todo aquello que constituye la rudeza de las condiciones de vida de los asalariados-desempleados británicos, de los trabajadores en situación precaria, que encuentran empleo en los supermercados, por ejemplo, ganando 3 ó 4 libras por hora; que hoy tienen trabajo, mañana no, y pasado mañana tal vez; y en todo caso, sin que los asista derecho laboral alguno.
Este proletariado de tiempo parcial es el que llamé "subproletariado", ya que se caracteriza por la precariedad de sus condiciones de trabajo y la carencia de los derechos laborales mínimos. Se trata de la versión "moderna" del proletariado del siglo XIX. Si bien en algunos sectores (minoritarios, por cierto) podemos encontrar un proletariado más "calificado" e "intelectualizado" (en el sentido de las funciones asignadas por el capital), lo predominante es la expansión, en todo el mundo, de un tipo de operario en condiciones de precariedad, como las empleadas de Nike en Indonesia, que trabajan cerca de 60 horas por semana a cambio de 38 dólares mensuales. Mujeres-trabajadoras que están ocupadas 240 horas por mes produciendo millares de zapatillas para obtener un salario que no les permite adquirir siquiera un par (los 38 dólares que reciben a fin de mes no alcanzan, obviamente, para comprar un par de Nike).

Según datos de la OIT, hay más de mil millones de hombres y mujeres trabajadores en condiciones de precariedad, subempleados -trabajadores "descartables" para el capital- o directamente desempleados. Hoy la fuerza humana de trabajo es descartada con la misma tranquilidad con que se descarta una jeringa y, de este modo se forja el capital. En consecuencia, hay una masa enorme de trabajadores y trabajadoras que ya son parte del desempleo estructural y constituyen, por lo tanto, un gran ejército industrial de reserva en continua expansión. Una tendencia que se acentúa por la vigencia del carácter destructivo de la lógica del capital, que se ha vuelto mucho más visible en estos últimos 20 ó 30 años Este fenómeno se debe, por una parte, a la expansión nefasta del ideario y de la pragmática "neoliberal" que se produjo en ese lapso. Por otra parte, a las características del piso social conformado por la nueva configuración del capitalismo -denominada "fase de la reestructuración productiva del capital"-, en la que el "toyotismo" y otros experimentos de desregulación, flexibilización laboral etc, son rasgos preponderantes, con más intensidad después de la crisis estructural iniciada en los años '70. Evidentemente, dentro de esta clase-que-vive-del-trabajo, la clase trabajadora hoy, el proletariado del final del siglo XX, no debe contarse a quienes João Bernardo llamó "los gestores del capital", es decir, quienes desempeñan un papel central en el control y gestión del capital y, por lo tanto son parte constitutiva de la clase dominante. Son altos funcionarios que controlan el proceso de valorización y reproducción del capital en el interior de las empresas, retribuidos con salarios altísimos, fuera de toda relación proporcional con los de otros sectores. Al ser parte del sistema jerárquico y de mando, estos funcionarios se constituyen en piezas fundamentales para el metabolismo social del capital (recordemos la formulación de Meszaros en cuanto a la existencia de un sistema de metabolismo social que subordina jerárquicamente el trabajo al mando del capital).
Esta función de "gestores del capital" los distingue de aquellos que son sólo "asalariados" y evidentemente, entonces, no podemos contarlos como pertenecientes a la clase trabajadora. Nuestra caracterización de la clase trabajadora excluye, por supuesto, a los pequeños empresarios, quienes son propietarios (aunque en pequeña escala) de una parte de los medios de producción. También excluye, naturalmente, a los sectores que viven de rentas y de la especulación. Entonces, comprender según una formulación amplia a la clase trabajadora hoy implica entender a quienes la constituyen: ese conjunto de seres sociales que viven de la venta de su fuerza de trabajo, son asalariados y no poseen los medios de producción. Con esta síntesis he caracterizado a la clase trabajadora hoy en ¿Adiós al Trabajo?; una clase trabajadora más heterogénea, más compleja y más fragmentada1 que la de anteriores fases del capitalismo moderno.

Más trabajo, mayor explotación. La fábrica de la desesperación
Hecho este recorte analítico, voy a esbozar ahora, en términos empíricos, las características principales de la clase trabajadora hoy Una primera tendencia que puede verificarse en el mundo del trabajo actual es la reducción del proletariado manual, fabril, estable, típico de la fase taylorista y fordista. Este proletariado se ha reducido en todo el mundo, aunque obviamente de distinto modo según las particularidades de cada país y su inserción en la división internacional del trabajo. El proletariado industrial brasileño, por ejemplo, tuvo un crecimiento enorme entre los años '60 y fines de los '70. Lo mismosucedió en Corea, para dar otro ejemplo. Pero me refiero aquí a los últimos 20 años en los países centrales y, particularmente a la última década en los países de industrialización subordinada, como el Brasil. El ABC paulista tenía cerca de 240 mil obreros metalúrgicos en los '80. Hoy cuenta con poco más de 110 ó 120 mil. En el mismo período, Campinas tenía 70 mil obreros metalúrgicos en condiciones estables y hoy sólo 37 mil. Recordemos que, en otras épocas, una fábrica como la Volkswagen, se refería a su importancia en tanto empleaba a más de 40 mil obreros.

Hoy cuenta con menos de 20 mil, en tanto produce mucho más. Lo cual significa que una fábrica que produce mucho con cada vez menos obreros es para el capital sinónimo de "logro y vitalidad ". De lo expuesto el lector podría deducir que en realidad tenía razón André Gorz al vaticinar el fin del proletariado. En su línea de argumentación, se diría que si algo disminuye tiende a desaparecer. Pero sucede que hay una segunda tendencia, que resulta decisiva para este análisis (tendencia que el propio Gorz percibió, porque es un inteligente científico social, sólo que falla en el aspecto analítico).

Esa segunda tendencia, que contradice a la primera, es la señalada por el enorme aumento, en todo el mundo, de los sectores asalariados y del proletariado en condiciones de precariedad laboral. Durante las últimas décadas, paralelamente a la reducción del número de empleos estables, aumentó explosivamente el de trabajadores hombres y mujeres bajo régimen de tiempo parcial, es decir, en trabajos asalariados temporarios. Un fenómeno que evidencia a ese nuevo segmento integrante de la clase trabajadora hoy y expresa claramente los rasgos principales de este nuevo proletariado. Tercera tendencia: se da un aumento notable del trabajo femenino, tanto en la industria como -y especialmente- en el sector de servicios. La clase trabajadora siempre fue tanto masculina como femenina; sólo que la proporción se está alterando mucho. En Gran Bretaña, por ejemplo, hoy es mayor el número de mujeres que trabajan respecto del número de hombres en la misma condición. En varios países europeos, entre el 40% y el 50%, o más, de la fuerza de trabajo es femenina. Incluso, una de las causas es que cuanto más se amplía la disposición de empleos part time, la fuerza de trabajo femenina crece proporcionalmente.

Esta última tendencia tiene derivaciones decisivas. No puedo exponer aquí todos los detalles que la temática implica, pero las cuestiones complejas que surgen de los fenómenos señalados son enormes. Primero, la incorporación de la mujer al mercado laboral es, por cierto, un momento importante de la emancipación parcial de las mujeres, pues anteriormente el acceso al trabajo estaba mucho más condicionado por la presencia masculina. Pero, y esto me parece central, el capital ha realizado este proceso a su manera, configurando una nueva división sexual del trabajo. En las áreas donde es mayor la presencia de capital intensivo, de maquinaria más avanzada, predominan los hombres. En las áreas de mayor trabajo intensivo, donde aún es importante la explotación del trabajo manual, trabaja un mayor número de mujeres. Eso es lo que han mostrado las investigaciones, por ejemplo, de la británica Anna Pollert. Cuando no son las mujeres quienes realizan este tipo de trabajos, son los negros; y cuando no son los negros, son los inmigrantes; y cuando no son los inmigrantes, son los niños, o son todos ellos a la vez. Por otra parte, si la clase trabajadora es tanto masculina como femenina, el socialismo no podrá ser una construcción sólo de la clase trabajadora masculina, así como los sindicatos clasistas tampoco podrán ser sindicatos sólo de hombres-trabajadores. Las formas de opresión del capital -que como sabemos son centrales, decisivas- contra las que debe enfrentarse cualquier intento de emancipación del género humano están mezcladas con otras formas de opresión. Además de las formas de opresión de clase, dispuestas por el sistema mismo del capital, existe la opresión de género, cuya existencia es precapitalista, que permanece bajo el capitalismo y que tendrá vida poscapitalismo si es que esta otra forma de opresión llega a ser radicalmente eliminada de las relaciones entre los seres sociales, entre los hombres y las mujeres. La emancipación frente al capital, así como la emancipación del género, son momentos constitutivos del proceso de emancipación del género humano frente a todas las formas de opresión y dominación. Del mismo modo que la rebeldía de los negros contra el racismo de los blancos, la lucha de los trabajadores inmigrantes contra el nacionalismo xenófobo, de los homosexuales contra la discriminación sexual, para nombrar sólo algunas de las instancias de opresión para el ser social hoy.

Todos estos elementos son indispensables para pensar la cuestión de la emancipación humana y de la lucha central contra el capital, porque las luchas emancipadoras son múltiples.

La clase trabajadora siempre fue también femenina; en el pasado predominaron las mujeres sólo en algunos sectores productivos, como en el sector textil. Hoy, en cambio, predominan en muchas áreas y en diversos sectores, especialmente en el trabajo part time, modalidad que -hemos visto- creció en proporciones notables durante los últimos años. La participación femenina en el mercado laboral se ha incrementado, incluso, en cuanto el capital percibió que la mujer ejerce actividades polivalentes, desempeñadas en el trabajo doméstico y en el trabajo fuera de casa. El capital ha utilizado y explotado intensamente la polivalencia del trabajo femenino. Ya explotaba el trabajo de la mujer en el espacio doméstico, en la esfera de la reproducción, y ahora ha ampliado la explotación de género al espacio fabril y de servicios. Por eso articular las acciones emancipadoras de clase con las de género es una tarea que hoy se torna aún más decisiva. Cuarta tendencia: se esta produciendo una expansión del número de asalariados medios en sectores como el bancario, el del turismo, el de supermercados; en los llamados "sectores de servicio" en general. Son los nuevos proletarios, en términos de lo que significan su condición actual de asalariados y la degradación intensificada del trabajo según nuestro análisis previo. Quinta tendencia: el mercado de trabajo excluye notoriamente a los jóvenes y los "viejos" (utilizo este término en el sentido que le confiere el capital destructivo). Los jóvenes son aquellos que al finalizar sus estudios medios o superiores no encuentran espacios en el mercado de trabajo. Una falta de garantías que afecta tanto a los jóvenes europeos o a los jóvenes norteamericanos como a los jóvenes brasileños. En Europa, lo único garantizado es la certeza del desempleo, algo que ya caracteriza también a nuestro mercado de trabajo. En tanto, los trabajadores de 40 años o más, considerados "viejos" por el capital, una vez desempleados ya no pueden reingresar en el mercado de trabajo y se ven reducidos a trabajos informales, parciales, etc. Para ilustrar estos casos basta representarnos las profesiones que han desaparecido en los últimos años: la de inspector de calidad, por ejemplo, un individuo que ya no se ve en las fábricas. Quien era inspector de calidad hace 25 años, una vez desempleado, ¿tendrá que ir a otra fábrica con una nueva profesión o la fábrica contratará a un trabajador joven, formado en los moldes de la polivalencia y la multifuncionalidad, pagándole mucho menos de lo que ganaba a su antecesor? La respuesta es evidente. El inspector de calidad, trágicamente, pasará a ser un nuevo integrante del multitudinario ejército industrial de reserva. Por lo tanto, en contra de lo que sostienen las tesis referidas al "fin del trabajo", parece evidente que el capital ha conseguido ampliar mundialmente las esferas del trabajo asalariado y de la explotación del trabajo según las diversas modalidades de precarización, subempleo, trabajo part time, etc. Lo esencial del toyotismo, según Satoshi Kamata en su libro Japan in the passing lane -un reportaje clásico sobre Toyota- es lo que él mismo caracterizó como "la fábrica de la desesperación". ¿Qué significa esto? El principal objetivo del toyotismo fue reducir el "desperdicio". De modo hiperbólico: si el trabajador respiraba, y en cuanto respiraba durante algunos momentos no producía, lo urgente entonces era encontrar el modo de que pudiera producir respirando y respirar produciendo, pero nunca respirar sin producir.

Es decir, si el trabajador pudiese producir sin respirar, el capital lo permitiría; pero respirar sin producir, no. Basándose sobre este modo de razonar, Toyota consiguió reducir en un 33% el "tiempo ocioso" o el "desperdicio" en sus procesos de fabricación. Por este motivo, la industria automovilística japonesa, que en 1955 producía un volumen de automóviles irrisorio frente a la producción estadounidense (solamente 69 mil unidades frente a las 9,2 millones de los EUA), llegó a superarla 20 años después. La industria japonesa había hallado el modo de llevar la productividad hasta la cima. Entonces los capitalistas japoneses llamaban a los capitalistas norteamericanos y les decían: "ustedes tienen obreros lentos, su sistema de producción es lento, y tienen que reaprender de nosotros". E incluso: "nosotros aprendimos con ustedes, el toyotismo no es una creación original japonesa: se inspiró en el modelo de los supermercados, la industria textil. etcétera". De modo que actualmente no se ve el fin del trabajo; lo que se ve es el retorno a niveles alarmantes de explotación del trabajo, de intensificación del tiempo y del ritmo de trabajo. La jornada puede incluso reducirse mientras el ritmo se intensifica. Y es exactamente eso lo que viene ocurriendo en todas partes: una mayor intensidad del ritmo de trabajo; un mayor grado de explotación de la fuerza humana que trabaja. En el otro extremo del proceso de trabajo, en las unidades productivas de punta -que son evidentemente minoritarias respecto de la totalidad del trabajo- se dan, por cierto, formas de trabajo más "intelectualizadas" (otra vez, en el sentido dado por el capital a este término); formas inmateriales de trabajo. Pero este escenario sigue siendo muy diferente del que correspondería a la tesis del fin del trabajo. Es muy visible hoy la vigencia de lo que Marx llamó "trabajo social combinado". Escribió Marx: "no importa si es un obrero más intelectualizado, si es un obrero manual directo, si está en el centro, en el núcleo del proceso o si está más en una franja de él, lo importante es que participa del proceso de la creación de valores, de la valorización del capital y esta creación resulta de un trabajo colectivo, de un trabajo social combinado". La frase se halla en el "Capítulo VI" (Inédito), que aquí cito de memoria. Trabajo productivo es, entonces, aquel subsumido realmente al capital, que participa directamente del proceso de valorización de este mismo capital. Todo lo cual significa que la clase trabajadora actual, esa que integran los "trabajadores del mundo en el cambio de siglo", está cada vez más explotada y más fragmentada y resulta más heterogénea y diversificada también en lo que se refiere a su actividad productiva, como cuando un obrero o una obrera trabajan con cuatro, cinco o más máquinas. Se trata de trabajadores que carecen de derechos y que realizan un trabajo despojado de todo sentido, en conformidad con el carácter destructivo del capital, según el cual las relaciones metabólicas bajo su control degradan no sólo la naturaleza, llevando el mundo al borde de la catástrofe ambiental, sino que además reducen a condiciones de extrema precariedad a la fuerza humana de trabajo, desempleándola, subempleándola, o intensificando sus niveles de explotación.

Toyotismo y supervivencia del trabajo humano
No podemos concordar, por lo tanto, con la tesis del fin del trabajo, y mucho menos con la del fin de la revolución del trabajo. La emancipación en nuestros días significa, sobre todo, una revolución en el trabajo, del trabajo y por el trabajo. Pero es un emprendimiento social más difícil que en otras épocas, ya que no resulta fácil rescatar hoy el sentido de pertenencia de clase, algo que el capital y sus formas de dominación (incluyendo la decisiva esfera de la cultura) procuran enmascarar y nublar.

Durante la vigencia del taylorismo-fordismo, en el siglo XX, la composición de la clase trabajadora no era, por cierto, homogénea; siempre hubo hombres-trabajadores, mujeres-trabajadoras, jóvenes-trabajadores, calificados y no calificados, nacionales e inmigrantes, etc. Esto es, siempre la clase trabajadora ha sido integrada por múltiples componentes. Es evidente también que, en el pasado, ya había tercerización (en general, los restaurantes, la limpieza, el transporte colectivo, etc, eran servicios tercerizados). Pero se ha dado, con el tiempo, una enorme intensificación de este proceso: se produjo una alteración de su cualidad en cuanto a un aumento en proporciones e intensidad de los elementos enunciados.
Al contrario de lo que ocurre en los casos del taylorismo y del fordismo (que, es bueno recordar, aún está vigente en varias partes del mundo, aunque de forma muchas veces híbrida o mezclada), en el toyotismo -su versión japonesa- el trabajador se torna, como escribí en ¿Adiós al trabajo?, un déspota de sí mismo. Es instigado a recriminarse y a castigarse en tanto su producción no alcance la llamada "calidad total" (esa falacia mistificadora del capital). Se trabaja con fuerte sentido colectivo, en equipos o células de producción, y si un trabajador o una trabajadora no comparece al trabajo, por ejemplo, serán los mismos compañeros de equipo quienes se encarguen de su castigo. Este modo de actuar es parte del ideario del toyotismo. Según su particular lógica, las resistencias, las rebeldías, cualquier tipo de rechazo hacia la autoridad son considerados actitudes contrarias "al buen desempeño de la empresa". Lo cual llevó a que un conocido estudioso, Coriat, afirmase que el toyotismo pone en práctica un "compromiso incitado". Para mí es algo muy distinto: se trata de un compromiso manipulado. Un momento efectivo del extrañamiento del trabajo o, si se prefiere, de la alienación del trabajo llevada al límite, interiorizada en el "alma del trabajador", quien en este contexto sólo debe pensar en la productividad, en la competitividad y, en suma, en cómo mejorar la producción de la empresa, su "otra familia".

Un ejemplo elemental de las preguntas que debe interiorizar el trabajador en tales procesos podría ser: "¿Cuántos pasos he conseguido reducir para hacer mi trabajo?" Los pasos reducidos durante una hora significan tantos pasos menos en un día; tantos pasos reducidos durante un día, tantos pasos menos en un mes; tantos pasos reducidos durante un mes, tantos pasos menos en un año. Y tantos pasos de menos logrados durante un año significan la producción proporcional de un mayor número de piezas, con lo que se crea el círculo infernal de la pérdida de finalidad y la deshumanización del trabajo: el trabajador piensa para el capital. Así lo requieren el toyotismo y sus variantes. Y hay aún una cuestión muy importante.

El taylorismo y el fordismo tenían una concepción muy lineal del proceso de trabajo: la gerencia científica elaboraba y el trabajador manual ejecutaba. El toyotismo percibió, por su parte, que el componente intelectual del trabajo es mucho más importante de lo que el fordismo y el taylorismo imaginaban; por lo tanto, era preciso dejar que el saber floreciese y estuviese disponible para su apropiación por parte del capital.

Jean Marie Vincent, entre otros, denominó esta concepción como la fase de "vigencia del trabajo intelectual abstracto". Es, en nuestra formulación, aquel momento en que el gasto de energía -para recordar a Marx- se torna gasto de energía intelectual.

El capital toyotizado incentiva esta instancia a fin de apropiarse de la fuerza de trabajo en una dimensión mucho más profunda que el taylorismo y el fordismo.
Sólo con este propósito es que el capital deja, durante cierto período cada semana (en general una o dos horas), que los trabajadores permanezcan aparentemente "sin trabajar", discutiendo en los "círculos de control de la calidad". Porque es durante estos momentos cuando florecen las ideas de quienes llevan a cabo la producción -incluso superando las expectativas de los patrones proyectados por la "gerencia científica"-; el capital toyotizado sabe apropiarse activamente de esta dimensión intelectual del trabajo que emerge en el piso de la fábrica y que el taylorismo-fordismo ha despreciado. Evidentemente, en tanto estos fenómenos se intensifican y se hacen más complejos en los sectores de punta del proceso productivo (aunque hoy tal hecho no pueda generalizarse en hipótesis alguna), de ellos resultan máquinas más inteligentes, que a su vez precisan de trabajadores más "calificados", más aptos para operar mecanismos informatizados. Pero de aquí resultan nuevas máquinas, más inteligentes aún, capaces de realizar actividades antes exclusivas de los hombres, desencadenándose así un proceso de interacción entre trabajo vivo altamente diferenciado y trabajo muerto cada vez más informatizado.

A propósito de esta nueva característica de la producción capitalista Habermas dijo -y desde mi punto de vista es un error- que la ciencia se ha transformado en la principal fuerza productiva, sustituyendo -y por lo tanto eliminando- la relevancia de la teoría del valor-trabajo. Por lo contrario, pienso que hay una nueva forma de interacción del trabajo vivo con el trabajo muerto; un proceso de tecnologización de la ciencia que, si no puede eliminar al trabajo vivo, ha llegado por lo menos a reducirlo, alterarlo, fragmentarlo. Precisamente, la tragedia del capital es que no puede suprimir el trabajo vivo, y por lo tanto, tampoco puede eliminar a la clase trabajadora. Entender algo acerca de la conformación de la clase trabajadora en la actualidad ha sido el propósito de esta disertación.

Notas
1 De un modo similar, Alain Bihr, en su libro De la gran noche a la alternativa (El movimiento obrero europeo en crisis), esboza de modo sugerente los trazos más característicos de lo que es el movimiento obrero europeo hoy.

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