Los peligros de Bolsonaro
La escalada contra los que son considerados por el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro y su clan como enemigos experimentó una aceleración muy fuerte en los últimos días. A tal punto, que llegó a rozar los límites de los soportes básicos de la democracia.
Vale recordar que para el presidente y su trío de hijos, el senador Flavio, el diputado Eduardo y Carlos, concejal por Rio, no existen adversarios: lo que existe son enemigos a ser abatidos.
Cada vez que se sienten presionados por algo, refuerzan su furia contra instituciones ( empezando por el Supremo Tribunal Federal), partidos políticos, inclusive el suyo, organizaciones sociales, medios de comunicación, mandatarios extranjeros y el mundo en general.
¿Qué habrá despertado ahora en el clan la urgencia en avanzar contra enemigos dentro y fuera del país? ¿Cómo contener semejante explosión de furia?
¿No será que todo no es más que pura cortina de humo para desviar atenciones de algo que ocurrió pero todavía no ha emergido? ¿Será una anticipación de defensa frente a alguna novedad grave relacionada a la cercanía del clan, el presidente inclusive, a los asesinos de la concejala de Río Marielle Franco?
Hace rato está confirmado que tanto el Bolsonaro presidente como Flavio, Eduardo y Carlos desconocen límites.
Siempre, antes aún de la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones del año pasado, han sido groseros, al borde del desequilibrio emocional, mintiendo de manera compulsiva y disparando amenazas por doquier.
También son harto conocidas sus vinculaciones con las “milicias”, grupos paramilitares que disputan áreas controladas por narcotraficantes en Río de Janeiro.
No que las integren: las respaldan, y sobran pruebas de eso, empezando por pronunciamientos del entonces diputado Jair Bolsonaro.
La llegada del clan familiar al poder reforzó esas características y despejó sobre el país una marea de odio que supera la que emanó entre 1964 y 1985. En aquel periodo, al menos había una constatación indiscutible: el país vivía bajo una feroz dictadura militar.
Ahora, se supone que viva bajo democracia: el Congreso funciona y ningún magistrado de la Corte Suprema fue defenestrado, ningún parlamentario perdió su mandato o tuvo sus derechos civiles suspendidos.
Tampoco fueron rotas las relaciones diplomáticas con algún país, no hay censura oficial ni exilios forzosos o tropas ocupando las calles.
No hay presos políticos, la tortura, la desaparición forzada y el asesinato de adversarios políticos no fueron institucionalizados: el ambiente es muy distinto al que se vivía luego de que se decretara, en diciembre de 1968, el AI-5 (léase: “Acta Institucional número 5”, el golpe dentro del golpe ocurrido cuatro años antes, y que desató una ola irrefrenable de represión).
Pero para que las cosas sigan como están, habrá que pararle la mano al clan: en la tarde del jueves, Eduardo, que el padre presidente quería contemplar en la embajada en Washington, dijo que si ocurre en Brasil lo que ocurrió en Ecuador y ahora en Chile habrá que buscar respuestas. Y agregó: una de las posibilidades sería reeditar el AI-5.
La reacción vino de todas partes, empezando por los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado.
Hasta en el partido de los Bolsonaro las críticas fueron duras, y la oposición propuso abrir un proceso para suspender el mandato de diputado del hijo presidencial.
En una primera reacción, el Bolsonaro padre dijo que el Bolsonaro hijo había sido malinterpretado. No es cierto: pese a las muy duras reacciones iniciales, Eduardo reincidió en la amenaza por las redes sociales. Luego, presionado por el padre, se excusó por la expresión “infeliz”.
Hay que recordar la reacción del presidente frente a las manifestaciones populares chilenas: durante su viaje por Asia y Medio Oriente, dijo que había llamado a su ministro de Defensa instruyéndole para que se preparase para sacar tropas a las calles en caso de que surgiese algo parecido en Brasil.
Acorde al clan ultraderechista, estaría en marcha una conspiración de la izquierda para crear el caos en Sudamérica y abrir espacio para el retorno del comunismo en la región. Ecuador y Chile fueron solo el inicio.
Las amenazas todas pueden sonar a delirio de una pandilla de mentecatos, y lo son. Pero también son, y eso sí grave, una secuencia de presiones contra las reglas básicas más elementales de la democracia.
El gran peligro está en que esos brotes de furia de Bolsonaro escapen al control y el clan busque efectivamente una ruptura.
De momento, los militares que lo cercan están callados, con la excepción del jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, general retirado Augusto Heleno.
Los que realmente importan, los que están en actividad, aunque no se hayan pronunciado expresamente, dejaron claro su malestar.
Su gran preocupación es que la imagen de las Fuerzas Armadas se contamine de toda esa demencial escalada de autoritarismo.
Del resto, no queda otro camino que esperar para ver qué efectivamente motivó todo eso.
Y claro, esperar para ver quién parará la mano a toda esa locura, peligrosa locura.
Página/12 - 4 de noviembre de 2019