Nuevo régimen económico y equidad
¿Las condiciones macroeconómicas vigentes desde 2002alcanzan para aseverar que este es un modelo de crecimiento intensivo en generación de empleo? Y además, ¿la "buena"macroeconomía es condición necesaria y suficiente para garantizar la reversión de la "catástrofe distributiva" argentina? Estas preguntas, que actúan como disparadoras de la presente edición de Laboratorio, son sin lugar a dudas fundamentales porque remiten inmediatamente otras dos, mucho menos "retóricas": ¿es suficiente con "esperar" que el crecimiento mejore las condiciones sociales? ¿O serán necesarias políticas públicas específicas si se pretende mejorar el bienestar de amplios grupos de la población?
En efecto, una primera cuestión, ampliamente debatida, tiene que ver con las dudas sobre el sostenimiento de la elevada elasticidad-empleo producto, la que se mantuvo a niveles muy elevados al comienzo de la recuperación -a partir de fines de2002- y ha decrecido paulatinamente desde el III trimestre de 2004 para ubicarse hacia mediados de 2005 a niveles comparables con la experiencia argentina previa1.
Justamente este descenso, y el hecho de que la intensidad de la respuesta del empleo haya sido generalizada entre sectores, sugieren que los valores de elasticidad empleo-producto cercanos a la unidad experimentados han tenido más que ver con razones de corto plazo, tales como el alto grado de sub utilización de la capacidad instalada al inicio de la recuperación, que con rasgos más"estructurales" del modelo vigente. Una segunda cuestión, que nos interesa aquí desarrollar, apuntaría a dilucidar si el actual régimen de funcionamiento macroeconómico de "tipo de cambio real elevado" es compatible con el mejoramiento sustancial de las condiciones sociales, en particular de los importantes niveles de pobreza aún hoy vigentes, y los mecanismos a través de los cuales esto ocurriría. Este trabajo aborda temática esta segunda cuestión en las dos secciones que siguen.
En la primera, se abordan distintos argumentos sobre la relación entre el funcionamiento macroeconómico y la equidad y se los evalúa a la luz de la experiencia actual. En la segunda sección, por su parte, se presentan ejercicios de micro simulación en los que se proyecta la evolución de la pobreza bajo diferentes escenarios macroeconómicos. Los ejercicios realizados sugieren que, tras haber experimentado condiciones sociales tan adversas y de manera tan sostenida, el proceso de convergencia hacia una sociedad más justa se vuelve muy complicado. Ello se debe a que la dinámica de las variables sociales presenta un grado importante de "perdurabilidad",lo que sugiere que llevar a niveles razonables el bienestar y la equidad requerirá de un importante esfuerzo y tiempo, especialmente porque se parte de valores extremadamente elevados en los indicadores de pobreza y desigualdad.
1. Funcionamiento macroeconómico y equidad
El funcionamiento económico de la década pasada contribuyó a incrementar la desigualdad de ingresos y las diferencias de bienestar entre ricos y pobres en la Argentina. La distancia de ingresos familiares per cápita entre el 20% más rico de la población y el 20% más pobre pasó de 10 veces en 1991 a 20veces a fines de 2001, en tanto el coeficiente Gini de estos ingresos se incrementó un 7% (pasó de 0,478 a 0,512). La pobreza, que afectaba en 1991 al 29% de la población, llegó al 33% en 2001, a la vez que la indigencia se duplicó en ese mismo período2.A lo largo de los años de la convertibilidad, el empeoramiento distributivo de los ingresos familiares estuvo ligado principalmente al deficiente funcionamiento del mercado de trabajo.
El crecimiento del desempleo que irrumpió al principio de la década de los '90 explicó el mantenimiento de la concentración de los ingresos familiares hasta mediados de la misma, aún cuando se verificó una leve disminución del grado de desigualdad de la distribución de los ingresos de los perceptores que fue acompañada de una mejora de las remuneraciones reales -las que crecieron 28% entre 1991 y 1994-.Entre 1995 y 1998, las remuneraciones reales se estancaron y la distribución de los ingresos familiares se hizo más desigual, debido a la ampliación de la brecha entre perceptores de diferentes calificaciones. A partir de allí y hasta 2001, la recesión profundizó la caída de las remuneraciones (que se deterioraron en términos reales un 14% desde esa fecha hasta el final de la convertibilidad), en tanto la desigualdad de los ingresos de la ocupación principal medida a través del coeficiente de Gini pasó de 0,41 a 0,47 entre 1994 y 2001.
Hacia el final de la convertibilidad, y en el marco de niveles récord de desocupación abierta, la desigualdad de los ingresos de los activos (que incluyen a aquellos que, aún cuando insertos en el mercado de trabajo, no generan ingresos por estar desocupados), llegó a0,565 en octubre de 2001 medida por el coeficiente de Gini, valor que era 0,462 diez años antes. Una línea de análisis difundida sobre este fracaso distributivo en los años noventa en la Argentina3 aísla el funcionamiento del mercado de trabajo del régimen macroeconómico de esos años para ubicar el origen de estos desarrollos en las condiciones de la oferta de trabajo y en los desajustes entre ésta y una demanda de trabajo sesgada hacia mayores calificaciones.
La mayor dispersión de las remuneraciones observada en la década pasada -el aumento de los premios a la educación y alas calificaciones-, se atribuye a la apertura comercial y/o al sesgo de la reestructuración productiva hacia cambio tecnológico demandante de mano de obra calificada. Desde esta perspectiva, la desigualdad de las remuneraciones se habría producido debido a un incremento en la demanda de trabajos esgada hacia mayores niveles de educación, por encima del crecimiento de la oferta de calificaciones, generando aumentos en los retornos a la educación y/o en los niveles de desempleo de los que poseen menor capital humano.
Una interpretación alternativa enfatiza, por el contrario, la centralidad de la configuración macroeconómica en la determinación del nivel y distribución de los salarios, y por lo tanto, en el grado de equidad4. En la primera etapa de la convertibilidad, la apertura y la apreciación cambiaria generaron un proceso de reconversión productiva caracterizado por el desplazamiento de producción local y la reducción de los requerimientos medios de mano de obra, que derivó en una deficiente generación neta de empleo y niveles persistentemente elevados de desempleo5, los que se profundizarían aún más durante las sucesivas crisis externas. Dado que la "curva de salarios"6 no es la misma para todos los grupos de ocupados, el desempleo trajo aparejado una mayor desigualdad entre los ocupados y entre los hogares7. Debido a que el incremento en los retornos a la educación en la década del noventa se dio en un contexto de desempleo y caída generalizada de los ingresos reales y nominales que se extendió aún a los más calificados, puede sostenerse que la mayor desigualdad de los ingresos laborales encontrada se explica por una mayor erosión de los menos calificados y no por mayores salarios de los más educados. A esto habría contribuido también la desarticulación de ciertas instituciones del mercado de trabajo que tienden a proteger particularmente los salarios más bajos (salarios mínimos, cobertura de los sindicatos), lo que seguramente tendió a ampliar la brecha salarial aún más8.
Esta segunda interpretación ilustra nuestra visión sobre el modo de abordar la relación entre régimen macroeconómico y equidad. El ejemplo de la década pasada sirve no sólo para comprender las condiciones iniciales del período actual -un punto al que volveremos más adelante-, sino también para presentar el marco analítico dentro del cual puede pensarse de qué modos podría configurarse el patrón distributivo asociado al régimen de funcionamiento macroeconómico"post-convertibilidad".
De acuerdo a este marco, el nivel de desempleo "de equilibrio"asociado a la consolidación del nuevo modelo se vuelve crucial tanto en términos del funcionamiento del mercado de trabajo y la distribución del ingreso como en relación a la gestión delas políticas monetarias y de ingresos. En efecto, si bien el régimen de tipo de cambio real elevado favorecería la generación de nuevos puestos de trabajo a través del abaratamiento relativo del factor trabajo (debido a los bajos salarios en dólares)9, este efecto de creación neta de empleo no necesariamente perdura una vez que la estructura productiva se adecuó a los nuevos precios relativos, en particular porque en dicha situación son esperables ganancias de productividad10. Más bien, la generación de puestos de trabajo "a régimen" estará determinada por la composición de esa estructura productiva, seguramente más sesgada hacia sectores transables, como las actividades primarias y a la industria.
En nuestra economía, sin embargo, estas actividades que no se caracterizan por ser trabajo intensivas. En esa situación "de equilibrio" de mediano plazo probablemente sean definitorios los requerimientos medios de trabajo de las nuevas inversiones vis a vis los cambios en la composición sectorial del producto, más presentes en la etapa de transición11.
Dados el nivel de demanda y el nivel el empleo asociado a ella, la estructura de la ocupación en términos de calificaciones y categoría ocupacional (en particular, la proporción de trabajadores no registrados) contribuirá a definir las "curvas de salario" de distintos grupos de trabajadores -el grado en el que la desocupación afecta la determinación salarial para dichos grupos. Problemas de matching y cuellos de botella sectoriales podrían, en efecto, llevar a incrementar la dispersión de las remuneraciones -luego de un período de transición en el que se han homogeneizado relativamente- debido a problemas en la oferta de trabajo.
Creemos, sin embargo, que el nivel de desempleo agregado "de llegada" moldeará el modo en que se canalicen las negociaciones salariales12, y con ellas, las posibilidades de recomposición promedio de los ingresos del trabajo(su eventual crecimiento por encima de la productividad) y el nivel de desigualdad salarial asociado a la nueva configuración productiva. En efecto, la consolidación de una estructura ocupacional con un peso importante de asalariados no registrados pone un límite no sólo a la eventual conflictividad gremial a niveles todavía altos de desempleo, sino también a la posibilidad de que estos trabajadores se apropien de manera por lo menos proporcional de los frutos del crecimiento.
Un punto no menor en este sentido es la lectura que se haga de la transmisión de la recomposición de los salarios a la inflación, durante la transición y "a régimen". Si, como ha ocurrido, la aceleración de la inflación se considera como una"señal" de que los salarios están creciendo por encima de la productividad, las políticas monetarias y de ingresos anti inflacionarias pueden tener componentes contractivos que desaceleren la recomposición de los ingresos del trabajo y exacerben la desigualdad de los mismos, al hacer más permeable la distribución de los salarios a las distintas dinámicas sectoriales13.
Por último, y en cierta medida relacionado con el punto anterior, la relación causal entre equidad y funcionamiento macroeconómico también puede ser pensada de manera inversa, analizando el modo en que las condiciones distributivas moldean e inciden en la implementación de las políticas macroeconómicas14. Esto ha sido particularmente notorio en la gestión de la crisis de salida de la convertibilidad. Si bien los impactos distributivos y en los niveles de bienestar que trajo consigo la crisis no pueden explicarse sin tomar en cuenta el grado de deterioro de las condiciones de vida previas a la devaluación, estas condiciones -muy particularmente el nivel de desempleo de partida- fueron centrales para que la devaluación de enero de 2002 (y el consecuente incremento de precios) no estuviera acompañada de mecanismos de indización salarial15. El control de las variables financieras y monetarias en el segundo semestre de ese año fue entendido como el resultado de haber privilegiado el ajuste "a través del mercado" -la fenomenal contracción de la absorción doméstica que disciplinó precios y salarios- por encima de consideraciones distributivas. Los resultados inusitados en términos de desempleo y licuación de ingresos del trabajo, y sus consecuencias sobre la pobreza, fueron vistos como el mal menor16.
2. Los escenarios futuros
La evolución de los escenarios futuros reviste suma importancia al momento de evaluar las posibilidades de reversión delos actuales niveles de pobreza bajo diferentes configuraciones macroeconómicas y del mercado de trabajo. En este marco, un escenario favorable se define como aquél en que continúen evidenciándose mejoras en la distribución, con tasas de inflación bajas y recomposición de los ingresos del trabajo, tanto en términos del empleo como (especialmente) en términos de las remuneraciones.
Escenarios de este tipo se presentan en tres ejercicios de micro simulación, en los que se plantearon trayectorias alternativas del nivel de actividad económica, empleo, salarios reales y desigualdad, con el objetivo de estimar los niveles de pobreza que se registrarían en un horizonte de cinco años partiendo de la situación vigente en el primer semestre de 2005 .
Tal como se observa en el cuadro siguiente, las diferencias entre las tres alternativas están dadas por las tasas de crecimiento del PIB -del 4% y 5%- y por la elasticidad empleo producto -0,4; 0,5; 0,6-. Las hipótesis de crecimiento anual del nivel de actividad utilizadas permiten respetar los equilibrios macroeconómicos más importantes bajo el período considerado. En cuanto a las alternativas de intensidad de empleo utilizadas, el punto de partida es el valor de "largo plazo" registrado durante el período 1980-2002 (de 0,42), lo que justifica el uso del valor de 0,4 en las proyecciones.
Si bien a la salida de la convertibilidad el empleo ha venido registrando un comportamiento muy dinámico (que implicó una elasticidad promedio del orden del 0,6/0,7), este valor es reflejo, en buena medida del importante nivel de capacidad ociosa existente al momento del cambio de régimen, por lo que no necesariamente se mantendrá durante el periodo considerado17.
De todas maneras, se han realizado estimaciones con el valor de la elasticidad de 0,5 y de 0,6 de modo de evaluar la sensibilidad de los resultados de las estimaciones a los cambios en este parámetro. Por su parte, la dinámica de los salarios reales proyectada implica recuperar en 2010 los valores de 2001, previos a la salida de la convertibilidad. Por último, la reducción del índice de desigualdad de Gini de los ocupados permite volver a los niveles de principios de los noventa
De esta manera, estos niveles se transformarían en un nuevo piso, cercano a los valores registrados en el período 1991-1998y claramente más elevado que el promedio del primer quinquenio de los años noventa (en donde se registraron los niveles mínimos de la década) continuando con la tendencia al deterioro en las condiciones de vida de la población. Debe recordarse que estos resultados se encuentran determinados por escenarios que pueden considerarse optimistas tanto en términos de las tasas de crecimiento del PIB esperadas como de la elasticidad empleo-producto utilizada para determinar el dinamismo del empleo, especialmente en los escenarios II y III. En efecto, no sólo las elasticidades empleo-producto consideradas son superiores a la experimentada en la recuperación que se dio entre el tercer trimestre de 1995 y el segundo trimestre de 1998 (0,43) por lo que deben considerarse elevadas, sino que, aún cuando las mismas se sostuvieran efectivamente en el tiempo, subsisten cuestiones que tienen que ver con el sostenimiento de los niveles de demanda proyectados, en particular relacionadas con la especialización externa de la economía y el dinamismo de los sectores domésticos.
Como en el pasado, es igualmente posible una configuración macroeconómica en la que los sectores exportadores con base en recursos naturales generen los flujos de divisas necesarios para sostener una situación de equilibrio externo (incluso evitando el endeudamiento neto), en tanto vuelva a consolidarse una pauta de consumo doméstico acorde con la distribución desigual del ingreso. En efecto, en esta configuración puede ser esperable que los ingresos salariales tiendan a presentar mayores niveles de desigualdad (por educación y/o categoría ocupacional, de acuerdo al comportamiento sectorial),y que los incentivos a la mayor utilización del factor trabajo consoliden la actual configuración de elevada presencia de trabajadores pobres ("working poor").
Es evidente entonces que la curva de salarios implícita en la pauta de crecimiento de los salarios reales incluida en las micro simulaciones, así como la continuidad en la reducción del Gini de las remuneraciones del 10% (que llegaría a 0,40)son en esta instancia hipótesis de trabajo -sin duda optimistas-,ya que tanto la posibilidad de recomposición continua delos salarios reales como el sostenimiento de la tendencia a la mejora distributiva evidenciada en los últimos dos años son endógenas al patrón de crecimiento que termine por de linearse y a las políticas económicas que se lleven adelante. En cualquier escenario, los niveles de pobreza de mediano plazo requerirán de la continuidad de políticas de transferencia de ingresos y sociales, las que sin embargo se verán probablemente limitadas por el volumen de recursos que serán girados al exterior en virtud de la negociación exitosa de la deuda pública. Las previsiones de holgura en la balanza comercial, y la política de tipo de cambio real elevado, probablemente refuercen las políticas de contención fiscal destinadas a comprar con recursos genuinos parte de dicho superávit y redunden en una insuficiencia de recursos destinados a revertirla compleja situación social actual y a desactivar o atenuar los mecanismos de transmisión intergeneracional de la desigualdad.
3. Algunas reflexiones finales
Sabemos que la nueva configuración de precios relativos que emergió luego de la devaluación de la moneda en enero de2002 ha contribuido a cierta reversión de las tendencias en los indicadores del mercado de trabajo: el empleo ha venido recuperándose muy aceleradamente desde fines de 2002 y la pobreza se ha reducido sustancialmente. Sin embargo, los salarios reales han mostrado un bajo dinamismo, como consecuencia de que las remuneraciones nominales no han logrado alcanzar el crecimiento de los precios. Los aún bajos salarios reales (que se encuentran todavía un20% por debajo de su nivel previo a la devaluación) y la persistencia de niveles altos de desempleo, se traducen en muy elevados índices de desigualdad, pobreza e indigencia.
La permanencia durante períodos previos de condiciones de marginación y vulnerabilidad social, y los niveles extremos por los que se atravesó en 2002, hacen que la configuración macroeconómica actual, más favorable a la generación de empleo, haya tenido un impacto positivo pero insuficiente para revertir completamente el panorama de privación social que aún afecta a un conjunto importante de la población. Las proyecciones presentadas no permitirían un optimismo extremo sobre las posibilidades de recuperar niveles aceptables de calidad de vida de la población en el corto plazo.
No sólo el mantenimiento del rimo de generación de empleo futuro puede, en sí mismo, ser puesto en cuestión, sino que un rasgo del funcionamiento futuro del régimen macro emergente parecería ser el mantenimiento de bajos salarios en dólares, compatibles con un tipo de cambio elevado. Esto impondría en el futuro un límite a la recuperación de los salarios reales por encima de la productividad, cuando el modelo opere a régimen, y, la por lo tanto, a la recomposición de las condiciones de vida de una proporción elevada de la población. La tensión entre el modelo de funcionamiento macroeconómico -en términos de estabilidad y crecimiento- y las posibilidades de mejoras sustanciales en los indicadores de pobreza y desigualdad es más que una cuestión técnica. La gestión macroeconómica, incluso la "buena" gestión, participa implícita o explícitamente, por acción y por defecto, en la construcción de un proyecto de sociedad.
El "contrato social",por el cual una sociedad define los límites en los que pretende promover la igualdad, y al mismo tiempo legitima las diferencias que acepta, se encuentra en el centro del debatemacroeconómico18.En efecto, la desigualdad en las remuneraciones y en los ingresos de los hogares, así como la naturalización de la existencia de niveles importantes y sostenidos de población que acumula desventajas, es, a la vez que generado por el funcionamiento macroeconómico, sostenido por una legitimación intelectual de la desigualdad y una menor valoración de la cohesión social. La desigualdad y la pobreza parecen haberse "interiorizado" como rasgo estructural, al menos por aquellos otros "no pobres" capaces de producir discursos legitimadores.
Notas:
1 Beccaria, Esquivel y Maurizio (2005).
2 Datos para el Gran Buenos Aires (GBA).
3 Gasparini (2003), Sanguinetti y Galiani (2003), De Ferranti et al (2004) con coeficientes de Gini ajustados para incorporar economías de escala por adulto equivalente.
4 Altimir y Beccaria (1999); Altimir, Beccaria y González Rozada (2002); Beccaria, Esquivel y Maurizio (2002); Damill, Frenkel y Maurizio (2002); Beccaria y Maurizio (2005).
5 La temprana aparición de esta configuración del mercado de trabajo, aún en momentos de expansión de la actividad económica, fue uno de los rasgos característicos de la década.
6 La curva de salarios relaciona la evolución de los ingresos reales con la dinámica del desempleo. Distintos grupos de trabajadores enfrentan distintas "curvas de salarios" de acuerdo a cuán sometidos estén a la competencia por sus puestos de trabajo(Damill, Frenkel y Maurizio, 2002).
7 En efecto, el aumento en el desempleo afecta con mayor intensidad a los menos educados, tanto por la mayor incidencia relativa de este fenómeno como por el mayor impacto negativo sobre sus salarios. Más aún, los contextos de elevado excedente de mano de obra favorecen la aceptación de condiciones más flexibles de trabajo por parte de los trabajadores y generan una"competencia por puestos de trabajo" que se traduce en credencialismo, en donde los más educados terminan desplazando de sus puestos a los de menor calificación. Ello, a su vez, genera un proceso de devaluación educativa que, sin embargo, no es incompatible con el aumento en los retornos a la educación. Sobre este último punto, ver Maurizio (2005)
.8 Nótese entonces que una diferencia crucial entre ambas posturas es la conceptualización sobre el origen y el impacto distributivo del desempleo. Mientras que para la primera perspectiva, el desempleo no incide en la distribución de los ingresos laborales de los ocupados -aunque sí, obviamente, en las familias, debido a que los activos no ocupados no generan ingresos-, en la segunda el desempleo generalizado (es decir, en todos los niveles de calificaciones) estaría señalando insuficiencias en la demanda agregada de trabajo más allá del eventual cambio de composición de la misma.
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