Para intentar superar el espejismo del litio
Debido a la recurrente escasez de dólares, cada tantos años surgen en el país pregoneros de diversos tipos de salvaciones basadas en la prodigalidad del vasto y diverso territorio con la exportación de algún producto estrella: carnes, cereales, soja, gas, hidrógeno… y litio.
El litio es uno de los insumos claves para las baterías de artículos electrónicos y de vehículos a propulsión eléctrica –híbridos y eléctricos puros. Como consecuencia, las expectativas respecto de la explotación de este metal son elevadísimas, especialmente en un contexto de necesidad global de reducir emisiones de gases de efecto invernadero y de dependencia en el uso de combustibles fósiles. Los países que poseen este metal ven el aumento del interés de empresas multinacionales en su explotación, creciendo la presencia y la inversión de capital extranjero en la región, especialmente en los países que conforman el ‘triángulo del litio’ en el cono sur americano: Argentina, Bolivia y Chile, donde se halla un 52% del total de reservas mundiales. La mayoría de las veces, aquellos pregoneros ocultan sus intereses personales atados a la respectiva propuesta salvadora, así como ni siquiera consideran –y pretenden que la sociedad ignore– las consecuencias negativas para el pueblo –los nadies de Galeano– de implementarse la correspondiente iniciativa redentora, que llenaría de dólares al Banco Central… posibilitando a los grupos económicos hacer uso discrecional de divisas mediante diferentes maniobras y operatorias que terminan resultando en la fuga de la mayor parte del valor exportado.
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Quienes tuvimos la suerte de conocer en Jujuy las Salinas Grandes pudimos apreciar los extraños fenómenos ópticos que se producen en esa chata inmensidad de sal húmeda, cual mar de nieve encharcada sobre el que el azul del cielo y las nubes se reflejan, generando imágenes surrealistas. Últimamente, por ser las baterías elementos fundamentales para la transición energética, la presencia del principal metal demandado para esas baterías en extensas salinas del noroeste argentino ha despertado el interés de empresas mineras por extraerlo de la manera más barata posible, sin evaluar sus consecuencias sociales y ambientales. Las grandes mineras del mundo compiten por extraer las salmueras que contienen el litio a la superficie donde se evaporan al sol, concentrando de esa manera el carbonato de litio que contienen. Por cada tonelada de carbonato de litio obtenida mediante esa primitiva tecnología se disipan al aire unos dos millones de litros de agua, vitales en la región de la Puna. A su vez, la extracción provoca la depresión de la capa freática. Debido a que el agua dulce se encuentra por encima del agua salada, esto podría llegar a secar lagos, humedales y ríos de la región que se forman cuando el agua subterránea alcanza la superficie. La hidrología de las cuencas donde se encuentran los salares no está acabadamente establecida, mientras los impactos de ese tipo de extracción suceden de forma lenta, son difíciles de percibir aún por parte de expertos y podrían resultar irreversibles. Las 33 comunidades originarias de la región de Salinas Grandes proclaman: “El precio del litio es la muerte de nuestro territorio y de nuestro Pueblo”; “no nos parece justo este sacrificio que ahora nos imponen, porque nosotros cuidamos nuestra Madre Tierra. ¿Por qué ahora debemos morir para que fabriquen autos?”.
Por otro lado, debido a las consecuencias que la cadena productiva basada en litio tiene y puede seguir teniendo para el país y para las poblaciones involucradas ante el previsto incremento de la demanda, profesionales del sector científico tecnológico de la Argentina crearon en 2019 el Foro Interuniversitario de Especialistas en Litio que en diciembre 2021 manifestaba que “la forma en la que se lleva a cabo la explotación y exportación de litio producido de nuestro país, no sólo no apalanca el crecimiento local en las cadenas de valor, sino que, además, genera grandes perjuicios ambientales y sociales. A causa de ello, desde el Foro se sostiene la necesidad de modificar el marco jurídico, político y económico que rige la extracción de este metal, así como de desarrollar un plan estratégico de agregado de valor; ambas premisas bajo la condición de priorizar la soberanía nacional sobre el recurso”.
En la sociedad global del siglo XXI el litio significa un recurso estratégico, y por ello algunos países así lo han declarado y considerado, construyendo el andamiaje de regulación y control por parte del Estado. En Chile y Bolivia los recursos de litio han sido declarados estratégicos y son administrados por el Estado Nacional. México recientemente ha hecho lo mismo. En Argentina, los yacimientos de litio son administrados por las provincias y el Estado Nacional tiene poca o nula injerencia sobre ellos, al punto que Y-Tec Litio –empresa de reciente formación dedicada a la cadena de valor del litio– tendría que importar el metal para empezar a hacer investigación y desarrollo. Los estudios hidrológicos y de impacto ambiental presentados por las empresas para extraer litio son incompletos y de escaso rigor científico. Y la consulta previa a las comunidades requerida por la legislación la hacen apenas para cumplir con la instancia formal –cuando la realizan– habitualmente presentando información escasamente relevante.
Existen tecnologías alternativas para extraer litio de las salmueras que son menos destructivas que la utilizada actualmente. Al respecto, Y-Tec –la empresa de tecnología de YPF junto al Conicet– podría erigirse en modelo de desarrollo virtuoso para el litio nacional –por un litio argentino: sustentable desde la cuna hasta la tumba– que valorice al metal en baterías de litio producidas en el país con el aporte del conocimiento y la mano de obra argentinos, al tiempo que respete a los pueblos aborígenes y cuide el agua dulce, tan escasa en esos parajes; y que sea ejemplo de cómo extraer el litio sin avasallar culturas y territorios; empleando la tecnología –que sea necesariamente– compatible con ello. Al fin y al cabo, si una emblemática empresa nacional se ha asociado con el Conicet no debería ser para maximizar beneficios financieros, sino para bien del desarrollo de un país inclusivo, respetuoso de la historia de los pueblos, su cultura y tradiciones; respetuoso también de la trayectoria pionera y centenaria de YPF por un desarrollo soberano del país. Un desarrollo económico y social con base en el litio que sea puntal de soberanía; capaz de activar tanto talento argentino que no encuentra cauces virtuosos donde desplegarse; y de aportar orgullosamente a la construcción de una Nación que, a su vez, contribuya a la integración suramericana basada en los territorios puneños del triángulo del litio –conjuntamente con Chile y Bolivia. ¿Cómo no ser solidarios y estar agradecidos con las comunidades puneñas que sostienen la soberanía argentina en esos desolados parajes en altura? Por si fuera poco, esas comunidades originarias están protegidas –con el Derecho al Consentimiento, Libre, Previo e Informado– por convenciones internacionales, la Constitución Nacional y las de las provincias, por lo cual el Estado Nacional no puede desentenderse de los compromisos asumidos.
En esa dirección, el momento actual de sintonía política entre los tres países del triángulo del litio se presenta como inmejorable para estrechar lazos de cooperación e integración económica en torno a la economía política del litio. El reciente convenio marco de colaboración científico-tecnológica para la producción de celdas y baterías de ion litio con tecnología autónoma entre Bolivia –que hace más de una década viene construyendo, con sus vaivenes, una estrategia para el litio nacional– y Argentina es el puntapié inicial de una alianza estratégica. “La cooperación regional nos permitirá generar avances tecnológicos locales, y generar el conocimiento conjunto necesario para empezar a desarrollar toda la cadena de valor del litio, incluida la producción de celdas y baterías”.
Probablemente profundizando las iniciativas de integración regional, el espejismo del litio se desvanezca a medida que la cooperación entre los países del triángulo del litio reconozca la centenaria identidad cultural de los pueblos –Kolla y Atacama– con los territorios y todos sus elementos –notablemente, la extracción y producción de sal es parte constitutiva de la cultura e identidad de las comunidades que habitan la zona, habiendo sido su método ancestral y primordial de vida: la sal no constituye un recurso, sino que es un ser vivo que posee un ciclo de crianza, al igual que las chacras y las fases agrarias de la Quebrada, la Puna y los Andes– más allá de las fronteras nacionales.
De alcanzarse el desarrollo del litio respetando a los pueblos donde se lo encuentra, no sólo podrá alcanzarse un verdadero desarrollo económico con sostenibilidad social y ambiental. Las comunidades locales podrían dar indicaciones de certeras guías para evitar sobrepasar las condiciones ambientales para la sustentabilidad –que son las mismas para que los pobladores puedan continuar viviendo como lo hicieron por siglos. Se alcanzaría de esa manera un deseable estadio de coevolución entre la sociedad occidental contemporánea y las comunidades originarias, así como también con la naturaleza. Y millones de personas habremos tenido la oportunidad de aprender que nuestro planeta con todos sus elementos no es materia inerte, sino un ser vivo –en la medida que lo dejemos vivir. Por último, cabe señalar que habrá que ver hasta qué punto este deseable modelo de desarrollo económico social y ambientalmente sustentable es viable en el actual mundo hipercompetitivo. Sea como sea, es una tarea que el actual gobierno nacional y popular no puede dejar de encarar para ser fiel a sus principios y promesas.
Revista Movimiento Nº 42 - noviembre de 2022