"Piquete y cacerola, la lucha es una sola":emergencia discursiva o nueva subjetividad?
El movimiento piquetero fue el primero en despertar del letargo. Conformado desde los inicios de la década de 1990 dado el deterioro creciente de las condiciones de vida, laborales, el incremento de la desocupación y las marcas que dejo el proceso de privatización sobre todo en aquellos lugares en que la industria fue el centro de la vida comunitaria (Cutral Có - Plaza Huincul, Neuquén y Tartagal y General Mosconi, Salta) y el referente de la identidad de los trabajadores, plasmada en los tiempos del estado de bienestar. Identidad laboral impartida por la condición de trabajador e identidad partidaria ligada al peronismo sustentaban el lazo social ahora fuertemente desintegrado.
De trabajador ocupado a "trabajador desocupado", este proceso, que a primera vista aparece como paradojal, implica la historización de un proyecto político: el desplazamiento de las posiciones de los sujetos (Laclau y Mouffe, 1987) de las identidades sociales que corresponden a las categorías de pertenencia de los individuos (trabajador, desocupado) a la identidad política de "piquetero", emergente del conflicto/antagonismo que tiene como desenlace una operación subjetiva: la politización de la subjetividad, esto es, la aparición del antagonismo y la definición de un adversario, la demarcación identitaria y la construcción de una identidad precaria. Nace un nuevo actor con potencialidad política, que se atreve a desconocer el poder local y a construir un poder paralelo durante el tiempo que duro la pueblada en el sur a comienzos del año 1997.
Asimismo, dicho proceso de desplazamiento abarca a los cuestionados sectores medios los que, aletargados, comenzarán a vivir hacia el segundo período menemista y durante el gobierno de De la Rua, los coletazos de la primavera de los primeros tiempos de la convertibilidad.
Al incremento en los niveles de desocupación y el deterioro de las condiciones de vida que también los afectará, se sumará la creciente falta de credibilidad en los "representantes" elegidos por el pueblo, los altos niveles de corrupción de la clase política, la indiferencia y apatía, y un corolario que mostrará la crisis del capitalismo cuya ley "sagrada", el respeto por la propiedad privada, será rota por el mismo capital4. Este escenario es importante para estudiar el preludio de la movilización y la rebeldía de diciembre, el cuestionamiento del mismo sistema de representación político que se plasmará en la creación discursiva surgida el 19 y 20: "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo". De este modo, surgirá otro nuevo actor, el "cacerolero" que, replegado en su intimidad y oculto tras la condición de vecino, se descubrirá asimismo interviniendo intensamente en la esfera pública, salteando el muro de la privacidad construido en aquella primavera, y participando en las asambleas barriales e interbarriales en las que se exigirá de cada quien un "despojamiento" (Revista Tres Puntos, 2002).
Dado el estado de los acontecimientos que están, en este preciso momento, siendo historia, este trabajo está poblado más por interrogantes que por certezas. Los mismos llevan a interesarnos por el sujeto simbólico que se construye del acontecimiento: ¿Qué sujeto "parió" el 19 y 20 de diciembre? ¿Se trata de un único sujeto colectivo nuevo, emergente de la protesta social que caracteriza a la Argentina de fin de siglo o de un sujeto múltiple, diverso? ¿El acto impuso una neutralización de las identidades previas? ¿Implicó ello efectuar una operación de despojamiento? ¿Cómo pensar la diversidad y multiplicidad de los actores protagonistas, en tanto condición de posibilidad u obstrucción para la emergencia de este tipo de sujeto parido por la nueva situación? ¿Qué nuevas sociablidades desplegó el 19 y 20? ¿Qué relación se establece entre ese sujeto y las formas de participación política (asambleas, democracia directa, etc.) adoptadas por los sujetos?
Por otro lado, como expresamos anteriormente, los hechos del 19 y 20 de diciembre se plasmaron en una consigna (ins) (des)tituyente: el "que se vayan todos", produciendo así una escisión en el campo político. Es aquí donde nos preguntamos en qué medida el orden que esta frase connota, ya consiste en estrategias de "complementación" de ciudadanías laceradas, es decir, si es posible sostener la idea de una "revolución democrática". O, por el contrario: ¿estamos en presencia de un viraje en cuanto al modo de hacer y pensar la política, que nos obligue a pensarla más allá de la representación política?
La clase media se rebela: de ciudadanos consumidores a asambleístas
El vasto proceso de reformas implementadas desde la crisis de la matriz estado -céntrica en la Argentina introdujo profundos cambios económicos y sociales, impactando tanto sobre la estructura económica, el orden social como sobre el rol y las funciones del Estado. Si bien estas transformaciones revisten relevancia en los análisis políticos, es importante resaltar que estas transformaciones conllevan una transformación de la propia política. La diferenciación social y funcional5 por la que atraviesan las sociedades latinoamericanas, pareciera haber puesto en jaque la función integradora de la política, perdiendo ésta centralidad como instancia unificadora de la vida social (Lechner, 1996). De aquí que Lechner sostenga que dichos países se encaminan hacia una sociedad de mercado, es decir, una sociedad con normas, actitudes y expectativas conformes al mercado donde priman el cálculo racional -instrumental propias del intercambio mercantil. Este nuevo tipo de sociabilidad supone un retraimiento hacia "lo privado" como esfera privilegiada de la vida social así como la reestructuración de la relación entre esfera privada y pública.
En Argentina, la reelección de Menem en 1995 con índices superiores al 50% con un fuerte componente de lo que se denominó como "voto cuota", supuso la adhesión a una determinada representación del mundo social que hacía hincapié en las seducciones inmediatistas del consumo y que buscaban alejar del horizonte la posibilidad de una vuelta al proceso hiperinflacionario de la década del 80'. En otros términos, el "voto cuota" fue el ejemplo más cabal de que toda decisión política se encontraba sobredeterminada por su eventual impacto económico. Así, como sostiene Canclini (1991), el mercado desacreditaba a la política de una manera curiosa: no sólo luchando contra ella, exhibiéndose más eficaz para organizar las sociedades, sino también devorándola, sometiendo la política a las reglas del comercio y la publicidad, del espectáculo y la corrupción. En este sentido, a partir del crecimiento de las tecnologías audiovisuales de comunicación se establecieron otros modos de informarse, de entender las comunidades a las que se pertenece, de concebir y ejercer los derechos. Frente a la inacción de las burocracias estatales, partidarias y sindicales, los ciudadanos acudían a la radio y la televisión para lograr lo que las instituciones ciudadanas no proporcionan: servicios, justicia, reparaciones o simple atención (Canclini, 1991).
Sin embargo, las consecuencias del modelo neoliberal implementado a partir del Plan de Convertibilidad se pusieron de manifiesto a partir de la segunda mitad de la década del 90', provocando el aumento de las nuevas y viejas formas de pobreza, de la precariedad laboral, y de altas tasas de desempleo hasta entonces nunca alcanzadas. Situaciones que también comprendieron a los sectores medios dividiéndolos entre sectores "ganadores" y "perdedores". De esta manera, se echaba por tierra la representación de una clase media fuerte y homogénea así como también las representaciones de progreso y toda pretensión de unidad cultural y social de estos sectores (Svampa y González Bombal, 2001). Frente a esta situación de exclusión, los sectores "perdedores" (empleados y profesionales del sector público, empleados antes "protegidos", entre otros) desarrollaron una serie de estrategias para salir del "aislamiento" que la caída en la "nueva pobreza" les provocó. En este sentido, el Club del Trueque apareció como la experiencia más interesante. Como sostienen las autoras el trueque se presentaba como "la alternativa de "reinventar el mercado" y lograr espacios de interacción mutua en la que las transacciones económicas reconozcan límites en valores como la "solidaridad", la "confianza", la revalorización de las capacidades que las personas tienen pero que el actual sistema económico desconoce" (Svampa y González Bombal, 2001: 27).
Si bien para estos sectores la caída ya no podía ser percibida como un hecho individual sino que las causas de la crisis que padecían eran globales, generabilizables y casi inevitables, la salida de esta exclusión se presentaba como puramente individual. Paradoja que se sostiene a partir de la persistencia de la idea de un progreso posible pero donde "escapar" de dicha situación dependía únicamente de las capacidades personales. En este sentido, la alternativa del trueque se presentaba con claros tintes individualistas -egoísta, imposibilitando las creencias en acciones colectivas o de demandas al sistema político y muchas veces estigmatizando a los sujetos que emprendían este tipo de acciones (como por ejemplo, los piqueteros).
Es en este contexto, donde la opinión pública aparecía como la figura positiva de la colectividad, como una forma de democracia que nadie limitaba o encuadraba. Frente a la crisis de representación, a la rigidez de las instituciones estatales, ésta pondría en marcha una suerte de representación continua o de democracia permanente (Rosanvallon, 1998). A través de ella, el pueblo se tornaría principio activo del ejercicio de su soberanía. De este modo, frente a la diferenciación social (Lechner, 1996) a través de los sondeos de opinión, la sociedad intentaba darse consistencia, legibilidad y unidad. Sin embargo, al decir de Rosanvallon (1998) "en la celebración del pueblo -opinión, se afirma así de un modo de resubstancialización negativa de lo social. Si bien la opinión pública es una forma política indispensable para la vida de la democracia, por el contrario, pone en riesgo a esta última cuando se afirma como una forma social. Con ella, en efecto, renace de manera ambigua la tentación de una democracia esencialista" (pág. 6, en la traducción).
A partir de esta construcción subjetiva marcada por la fragmentación y el individualismo, es que el 19 y 20 de diciembre se presenta como un acontecimiento, ya que su sentido no permite ser aprehendido a partir del conjunto de discursos que constituyeron las situaciones preexistentes6. La desobediencia civil al estado de sitio, los cacerolazos del 19 a la noche que confluyeron en Plaza de Mayo, dieron paso al (re)nacimiento de lo político. Aparece en este escenario un nuevo sujeto: el cacerolero y con él, una forma de la protesta que irrumpe con su "novedad" en el repertorio de acciones colectivas: el cacerolazo.
Si bien existió una gran heterogeneidad en cuanto a los sujetos que confluyeron a Plaza de Mayo esa noche, podemos sostener como hipótesis que los individuos que representaban la llamada clase media estuvieron presentes no como meros espectadores de una conflictualidad que durante la década se exhibía en los principales medios de comunicación, sino como un actor instituido bajo la consigna "que se vayan todos". Movilizados, si bien por motivos heterogéneos, las demandas se articularon en la necesidad de una ruptura con un Estado vaciado de contenido, con el modelo económico vigente y de la clase política que lo sustenta. A los pocos días, las asambleas barriales instituyen el acontecimiento.
Coincidimos con Cheresky (2002) que designar a los caceroleros y asambleístas como "clase media" no resulta ajeno a una problemática que hace hincapié en la necesidad de delimitar, aún cuando esta distinción está atravesada por la propia precariedad y significación que los sujetos que la compondrían supone, una condición social a fin de explicar las características de la movilización social. Como sostiene el autor, "parece más fundado considerar que los caceroleros y los participantes de las asambleas barriales exteriorizan una nueva movilización social constituida en torno de identificaciones colectivas que comportan ideales, y que aunque no son ajenas a intereses dependen más que nunca de una producción pública de sentido; de manera que no expresan ninguna condición social preexistente a la movilización".
Según una investigación del Centro de Estudios Nueva Mayoría, en marzo 2002 existían en todo el país 272 asambleas. De ellas 112 están en la Capital Federal, distrito que con sólo el 10 por ciento de la población cuenta con el 41 por ciento de las asambleas. Belgrano (10) es el barrio porteño que más tiene, seguido de Almagro y Palermo (siete cada uno), Flores (seis) y Balvanera, Caballito, Centro y San Telmo con cinco. Esos barrios, típicos de la clase media capitalina, están sobrerrepresentados en el total. Por el contrario, los barrios más pobres de la capital, como Villa Soldati, Villa 31, Villa Mitre y Villa Luro, cuentan con sólo una asamblea cada uno. En el Gran Buenos Aires hay 105 asambleas, el 39 por ciento del total. La delantera aquí la llevan Vicente López, con nueve, Avellaneda, con ocho, La Matanza y La Plata, con siete, y Bahía Blanca, Lanús, San Isidro y Tres de Febrero con seis cada uno. En el resto de las provincias no han prendido con la misma fuerza, a excepción de Santa Fe, donde funcionan 37, y Córdoba, donde hay 11. Además, hay asambleas en Entre Ríos, Río Negro, La Pampa, Neuquén y San Juan.
Si bien las asambleas no puede ser tomadas como un "fenómeno" unitario, ya que ellas se diferencian entre sí tanto por la composición de "clase" como por las demandas que sostienen cada una de ellas, podemos sostener, como rasgo común, la constitución de la figura del "vecino", en tanto agente, que actúa y habla por sí mismo. En este contexto, la condición meramente territorial y causal de la vecindad, se convertía en condición de posibilidad para la conformación tanto de una identidad política y como de éstos en tanto ciudadanos. Como sostiene una asambleísta: "...tener una acción directa, una autoconvocatoria, un registro del lugar de poder no delegativo que se tiene como ciudadano o como asambleísta para seguir haciendo y construyendo desde lo micro del barrio, es importante. El barrio es una instancia entre lo público y lo privado" (Entrevista a Mabel Belucci, 2002). Esta situación puede ser considerada un ejemplo de lo que Lechner (1996) denominó la "informalización de la política", es decir, la multiplicación de encuentros informales donde la deliberación política se encuentra por fuera del parlamento, de los partidos políticos, y basada en la existencia de liderazgos espontáneos y revocables y asambleas con instancias deliberativas horizontales.
El surgimiento de las asambleas cambió radicalmente la distribución simbólica de los cuerpos: por un lado, los políticos, antes sumamente mediáticos y hegemonizando los espacios públicos, son confinados, ahora, -a través de los escraches- a sus espacios privados, por el otro, los vecinos abandonaron el espacio anónimo y reservado de la cotidianeidad para expresar su voz en el espacio público. Como sostiene un asambleísta "Me sucede que escucho en las asambleas, y leo en las listas de emails, palabras y textos tan abundantes como riquísimos; voces y discursos cincelados con precisión y belleza, con arte y sabiduría, en boca de vecinas y vecinos de mi cuadra, de enfrente o de la vuelta de casa; expresiones de mis prójimos que tornan redundantes mis palabras. Prefiero escuchar. Me pregunto entonces, ¿dónde estaban esas palabras, esos saberes, esos vecinos y ciudadanos; dónde estábamos todas y todos? Estábamos en el subsuelo, arrinconados en la leñera, y el sonido de las cacerolas nos ha puesto de pié, nos juntó, nos devolvió la palabra" (Entrevista a Pablo Bergel, Revista 3 Puntos).
Los asambleístas revelan la existencia de un litigio político que como sostiene Rancière (1996) "pasa por la constitución de sujetos específicos que toman a su cargo la distorsión, le dan figura, inventan sus nuevas formas y sus nuevos nombres y llevan adelante su tratamiento en un montaje específico de demostraciones" (pág. 57). Esta sujetivación política "deshace y recompone las relaciones entre los modos de hacer, los modos del ser y los modos del decir que definen la organización sensible de la comunidad" (Rancière, 1996: 58). De aquí que ante la ausencia de representantes del sistema político legítimos, operaría una fusión de sujetos, huérfanos de representantes, que buscan representarse a sí mismos, en base a prácticas de la cultura política adormecidas (asambleas). A su vez, rompen con otras prácticas al rechazar explícitamente toda forma de mediación: los medios de comunicación, impugnando aquella figura del pueblo -opinión7 pero, por sobre todo a la concepción de la política basada en la representación, donde la relación sociedad -poderes institucionales estaba mediada por los dirigentes políticos.
En este sentido, las asambleas en tanto modo de hacer, la emergencia de un ciudadano de nuevo tipo, en tanto modo de ser y de recuperación de "la palabra", en tanto modo de decir, dejan en claro también, en un plano práctico, la necesidad de un cambio en torno a las relaciones sociales a través de la participación, ya que como sostiene Balibar (1994) toda forma de dominación o de sujeción es incompatible con la ciudadanía. Pero, al mismo tiempo, rescata la importancia de la participación en la medida en que nadie puede ser liberado o emancipado por otros, aunque nadie pueda hacerlo sin los otros. Como sostiene una entrevistada, la asamblea "implanta la idea del derecho a la resistencia, a la desobediencia, a la insubordinación contra el poder central, contra la facultad de mando de los poderosos. Impone la no transferencia de derechos al Estado. No es prioridad la conquista del poder centralizado sino salvaguardar las formas de vida y las relaciones comunitarias" (Entrevista a Mabel Belluci, Página/12, 2002).
Piqueteros: nuevas formas del poder
Hablar de los piqueteros implica retrotraernos en tiempo y espacio a mediados del año 1996 al sur de nuestro país, más precisamente a Cutral-Có/Plaza Huincul, en la provincia de Neuquén. La pueblada surgida en esa inhóspita y ultrajada región, vejada por la aplicación de las medidas de la política de ajuste estructural que incluyó la privatización de YPF y la desocupación masiva de los trabajadores, inventó un nuevo modo de protesta que torció el rumbo de los acontecimientos inaugurado por el santiagueñazo de diciembre de 1993.
La rebelión popular de la que participó todo un pueblo (se habla de 20.000 personas) parió un nuevo sujeto de la protesta: el fogonero (quien pasará la noche junto a los fogones del piquete) y el piquetero, términos con los que se designarán a partir de ese momento a los sujetos que con los piquetes impidan la circulación de tránsito y mercancías sobre las vais de circulación provincial, nacional o internacional o en la ciudad a través del corte de calles y/o avenidas, puentes, etc..
La creatividad no se consumó en esta "aparición" (Arendt, 1998); mostró acabadamente el poder del movimiento al instalar un "poder paralelo" basado en la conducción de delegados o representantes revocables electos en asambleas populares. El mismo, durante seis días consecutivos, desconocerá el mandato de las autoridades provinciales obligándoles a reconocer este poder y a negociar con él (Laufer y Spiguel, 1999).
Este hito abrirá una crisis política a nivel nacional (destitución del Ministro de Economía Cavallo) y provincial, desenmascarará la lógica perversa del modelo neoliberal y será la primera de una serie de puebladas que se repetirán allí en 1997 (cuya absurda muerte -la de Teresa Rodríguez- iniciará la segunda pueblada) y se expandirán hacia el norte del país, a las localidades de Tartagal/Gral. Mosconi (Salta) también de emplazamiento petrolero, y Libertador Gral San Martín (Jujuy).
En Salta, mostró también la legitimidad de la asamblea popular como único órgano reconocido. Es mas, allí se resolverá que las negociaciones con los funcionarios se llevarán a cabo sobre la ruta, nuevo espacio de apropiación material y simbólico, escenario del conflicto pero también de la reproducción de la vida, de la recuperación de la dignidad, de la celebración y de la muerte. Síntesis de lo antitético.
Todas estas puebladas reconocen orígenes similares, actores diversos (desocupados, vecinos, docentes, trabajadores, municipales, pequeños comerciantes, aborígenes, etc.) que construyen el "nosotros" y, a modo de reflejos especulares, refractan y ponen en acto la crisis de representación política consumada en el 19 y 20, pues desconocen y cuestionan el poder provincial y sus instituciones (policía) y logran imponer un poder paralelo así como las condiciones de la negociación y la práctica de una democracia directa cuyo máximo órgano de deliberación y decisión es la asamblea, de la que participaban miles de pobladores convocadas varias veces en el ida. La percepción popular en aquel entonces era "no tenemos instituciones, las tenemos que crear" (citado por Laufer y Spiguel, 1999).
El movimiento piquetero, que nace con la experiencia de Cutral-Có, luego con los acontecimientos de Tartagal y General Mosconi, se propaga del interior del país a su epicentro económico y político, a la provincia de Buenos Aires y más específicamente al conurbano, espacio marcado indeleblemente por las políticas de ajuste8. Las puebladas de Tartagal y General Mosconi tuvieron un fuerte impacto para las organizaciones de desocupados del Gran Buenos Aires. Es en estas poblaciones donde surge el primer movimiento de trabajadores desocupados (MTD), cuya forma organizativa será reproducida por los piqueteros bonaerenses. Incluso, como veremos más adelante, la coordinadora de los MTD asumirá el nombre de un piquetero muerto en Tartagal/ General Mosconi: Aníbal Verón.
Sin embargo, para comprender este proceso no basta con hablar del desempleo estructural o la pobreza, sino también de otra práctica: el clientelismo, es decir, la utilización política de los subsidios de desempleo que desarrolló el aparato justicialista y el gobierno de De la Rúa. Si bien los planes Trabajar, subsidios de seis meses de duración otorgados a los desempleados, fueron creados en 1997 en el momento de la rebelión de Cutral-Có, su expansión como el crecimiento del movimiento piquetero ocurren durante el gobierno de la Alianza: el Ministerio de Desarrollo Social, a cargo de Fernández Meijide, modificó la estructura clientelística en la provincia de Buenos Aires. 9
Dichos planes fueron resignificados por algunos grupos de desocupados (principalmente los "MTD") quienes comenzaron a crear emprendimientos productivos para fortalecer su organización y crear los principios de autonomía y cambio social.
El Movimiento Piquetero está integrado por 4 grandes bloques de piqueteros asentados en organizaciones de base que confluyen en coordinadoras regionales o nacionales.
- Federación por la Tierra y la Vivienda (FTV): Parte de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y está liderada por Luis D'Elía. Se concentra en el partido de La Matanza (Provincia de Buenos Aires).
- Corriente Clasista y Combativa (CCC): Comenzó siendo el brazo sindical y piquetero del Partido Comunista Revolucionario (maoísta) pero en los últimos tiempos se autonomizó relativamente del partido madre. Trabaja en conjunto con la FTV, con la que tiene una sólida alianza.
- Bloque Nacional Piquetero: Integrado por el Polo Obrero (dependiente del trotskista Partido Obrero), el Movimiento Territorial de Liberación, pequeño agrupamiento vinculado al Partido Comunista, el Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionistas y el Movimiento Teresa Rodríguez.
- Coordinadora Aníbal Verón: Denominada así en memoria del piquetero muerto en la provincia de Salta hacia fines del año 2001. Escindida del Movimiento Teresa Rodríguez, en algunas zonas surgió a partir del trabajo de las comunidades eclesiales de base. Trabaja en torno a la educación popular y proclama su autonomía del Estado y de los partidos. Es el único sector del movimiento piquetero que realiza un trabajo sistemático de talleres productivos para llegar a no depender de los planes Trabajar. Se afinca sobre todo en el Gran Buenos Aires. Dentro de ella se incluyen los MTD (Movimientos de Trabajadores Desocupados) y algunas CTD (Coordinadoras de Trabajadores Desocupados). 10
Hablar de movimiento piquetero no implica pensar un actor único u homogéneo, sino que se trata de un movimiento que integra otros movimientos y actores diversos y heterogéneos en su práctica y discurso que a menudo se enfrentan y toman posiciones diferentes con relación al poder, la representación y la radicalidad de la lucha. Estas desavenencias quedaron plasmadas en los Congresos Piqueteros Nacionales llevados a cabo en el 2001 y distanciaron a algunas de las organizaciones presentes.
Para comprender las formas organizativas de estos nuevos actores, una de las prácticas más interesantes que los movimientos de desocupados adoptaron fue la democracia directa y el principio de horizontalidad que se consuma en las asambleas. Para ellos las asambleas son "nuestro máximo dirigente" (...)"Todo se decide en asamblea y nada fuera de la asamblea. Cuando hablamos de horizontalidad queremos decir que nadie está por encima de nadie. No reconocemos dirigencias. Y la práctica nos ha demostrado que se puede construir sin dirigencias. Otra característica de nuestra metodología es la falta de temario en las asambleas. Entre nosotros ninguna asamblea abre un temario previo. La asamblea abre y allí se decide el temario. "Compañeros, ¿de qué quieren hablar hoy?" Ahí empiezan los informes según las áreas. Salud, seguridad, prensa. Y luego se decide qué hacemos con la información obtenida. Todos los delegados son removibles. Lo que llamamos la mesa general, que está formada por los delegados de barrio, no es resolutoria, es ejecutora. Ejecuta el mandato de la asamblea. En cuanto a los delegados barriales, son rotativos" (Entrevista al MTD Solano. Página/12web, 14/10/02).
Prólogo de los días posteriores a diciembre, las asambleas se transformarán en importantes escenarios barriales y políticos.
De desocupados a piqueteros...
"Los primeros quince o veinte minutos del corte, se siente una profunda libertad"
Piquetero del MTD Solano
(del film "El rostro de la dignidad", MTD-S/Grupo Alavio 2002)
En general, los escritos sobre los desocupados descansan sobre la concepción de la "carencia", "padecimiento" o ausencia de trabajo, fundada en la idea del trabajo como factor de integración de la sociedad capitalista, y por el otro lado, como síntoma de la fragmentación del mercado laboral y allí suele aparecer la construcción discursiva vinculada a la ideología de la pobreza.
En uno u otro caso, los sujetos "desocupados" son estigmatizados, tratados como "víctimas" del ajuste, "excluidos", "sin trabajo" o desafiliados (Castel, 1997). Así, algunos estudiosos afirman que la misma categoría de "exclusión" conduce a la despolitización, dado que sustituye en términos de "carencia" lo que aparecía como conflicto o antagonismo.
Pero ¿qué sucede cuando un grupo de trabajadores desocupados (como es el caso del MTD Solano) expresa "no queremos inclusión" o volver a ser un trabajador explotado? ¿Qué operación teórica permite interpretar esta particular visión del mundo?
Este interrogante nos lleva a plantear desde otro lugar que tipo de sujeto y de subjetividad se intenta crear. Ello implica una operación de deconstruccion de la aparente contradicción que subyace en la autodenominación "trabajador desocupado".
Dicha operación teórica requiere entonces una mirada que conciba al desocupado como un nuevo sujeto del cambio, un sujeto político. Pero vayamos al 19 y 20.
Respecto de la revelación del agente en el acontecimiento del 19 y 20 podemos afirmar, entre otras ideas, que este careció de un autor único. Como plantea Hannah Arendt (1998): "La historia real en la que estamos metidos mientras vivimos carece de autor visible o invisible porque no está hecha (...) Las historias, resultados de la acción y el discurso, revelan un agente, pero este agente no es autor o productor. Alguien la comenzó y es su protagonista, en el doble sentido de actor y paciente, pero nadie es su autor." (págs. 208-9)
No obstante, abrió un proceso subjetivo del orden de la Decisión política: como sostiene el pensamiento postestructuralista el sujeto se constituye en el acto mismo de la Decisión; es el nombre de la distancia entre la estructura indecidible y la decisión. La decisión política es presentada como un momento de ruptura que no es producto de la deliberación, es pues, instituyente (De Ipola, 2001: 77): el momento de la Decisión es el de la subjetividad.
Al respecto, Jacques Rancière (1996) expresa que la política es asunto de modos de subjetivación, entendiendo que "toda subjetivación política proviene de la fórmula: nos sommus, nos existimus" (pág. 52).
Dicha subjetivación produce según el autor una multiplicidad que no estaba dada: el Pueblo, primera inscripción de un sujeto. Crea sujetos al transformar las identidades sociales en políticas al momento del litigio. De este modo, Rancière va a afirmar que toda subjetivación es una desidentificación. Ello significa que, por ejemplo, ser trabajador desocupado no implica necesariamente ser piquetero. Los piqueteros no sólo son trabajadores ni se definen por un conjunto de propiedades específicas: son, en términos de Ranciere, la clase de los "incontados" -los que no son contados- que existen por la enunciación de la parte de los que no tienen parte. Esta operación corresponde a un proceso de subjetivación, es decir, el proceso de exposición de una distorsión. Subjetivación para Rancière se asemeja a lo que Arendt define como "aparición" de un sujeto nuevo que adviene por el acontecimiento: los incontados.
La subjetivación piquetera, parafraseando a Rancière, define un sujeto de la distorción que revierte el lugar que le estaba asignado por su posición estructural. Allí aparece la política. El advenimiento de la política es del desacuerdo discursivo.
Para el filósofo, además, una subjetivación política es "producto de líneas de fractura por las cuales individuos y redes de individuos subjetivan la distancia entre su condición de animales dotados de voz y el encuentro violento de la igualdad del logos" (pag. 54). "Los desocupados dejamos de estar callados por eso cortamos las rutas..." (MTD Solano). La voz indica y la palabra manifiesta dice Rancière, lo justo y lo injusto, juego de contrarios que es el corazón del pensamiento político.
¿"Piquete y cacerola: la lucha es una sola"?
Como intentamos demostrar en los apartados anteriores, la identidad de piquetero no se deduce de identidades ya constituidas (sean laborales, partidarias, etc.), así como la connotación de "cacerolero" no es deducible de la de "vecino". Hay una construcción política que fue necesaria deconstruir y para ello hablamos de los nuevos espacios de subjetivación que se plasmaron en las asambleas -escenarios de revitalización de la sociedad civil-, instituidas como nuevas prácticas de deliberación y socialización cristalizadas a partir de la experiencia que marcó el 19 y 20. Esta significó, como ya sostuvimos, un acontecimiento en la historia argentina y creemos que abrió la posibilidad de llevar la democracia hasta sus límites. 11
Debemos tener presente que los actores que confluyeron hacia Plaza de Mayo el 19 a la noche y aquellos que se disputaban la plaza con la policía durante la violenta jornada del 20, no fueron los mismos. Mientras que la plaza del 19 estaba colmada por los caceroleros (representantes de la clase media tradicional) -en algún modo iniciadores de la acción-, que se identificaban únicamente con banderas argentinas, el 20 hicieron su aparición en la plaza los partidos de izquierda, algunas organizaciones sindicales, de trabajadores desocupados y algunas de derechos humanos como por ejemplo las Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, creemos que esta multiplicidad de sujetos con posiciones estructurales diversas se unificó bajo la consigna de creación colectiva: el "que se vayan todos".
Pero detengámonos a analizar el siguiente fragmento del relato de un piquetero: "Cuando ya caminábamos hacia la parada del colectivo, O. se empeña en relatar la jornada del 20 de diciembre. Se le encienden los ojos. Sesenta piqueteros del barrio alquilaron un ómnibus que los dejó a pocas cuadras de Plaza de Mayo. "Por primera vez la misma gente del barrio que nos miraba raro nos alentaba, nos decía que nos cuidáramos y algunos querían venir." Después relata las cargas de la gendarmería, los vecinos de los edificios que les abrían las puertas, los de los balcones que les tiraban agua fresca, limones y agua caliente a los milicos (policía y/o militares), las balas que pasaban cerca. En cierto momento, se encontró avanzando y retrocediendo junto a dos oficinistas de traje y corbata. "¿Y las diferencias sociales, de clase?", preguntaba un poco estúpidamente el periodista. "No había diferencias, éramos todos personas, pueblo. Cuando estos (sic) tiran no preguntan de qué clase sos" (Entrevista a MTD Solano, en Separata argentina).
Nuestra primera interpretación que se desprende del discurso de los propios actores, protagonistas de los sucesos, es que el sentido del estar ahí, como "pueblo -acontecimiento", reactivó a su vez, la noción de "pueblo -nación" borrando las diferencias ancladas en la pertenencia en la clase social, que construyeron el imaginario argentino y construyendo la exclusión, la posibilidad de definir un enemigo, en términos de Schmitt.
Como explicamos con anterioridad, durante de década del 90' los sujetos -tanto los pobres estructurales como los sectores medios pauperizados- experimentaron situaciones y procesos desconocidos, debiendo "dotar de significación a una situación para la que no encuentran respuestas ni en las 'reservas de experiencias comunes' de la sociedad ni de las familias" (Kessler, 2000).
De ahí que pensamos que las movilizaciones del 19 y 20 permitieron sentar las condiciones de posibilidad para soldar aquellas identidades fragmentarias y heterogéneas en una identidad totalizante, la del pueblo- nación, que permitiría, a través de "nosotros", la constitución de nuevas reglas de vida en común. Esos días, las personas que confluyeron en Plaza de Mayo, que golpeaban las cacerolas en las esquinas de su barrio, que realizaban piquetes en calles y avenidas, sentían estar representando -encarnarnado al pueblo, que había dicho "basta".
La idea de "pueblo" propone de este modo, volver a dar a todos aquellos huérfanos de identidad, sentido a sus vidas. Como sostiene otro integrante del MTD de Solano "... Teníamos la sensación de sentirnos ´´uno´´ . Cuando llegamos a la Plaza nos dio temor (...) pero sabíamos que estábamos participando de algo histórico. Y se notaba mucho la solidaridad, ahí no éramos piqueteros, no éramos clase media: todos sentíamos la sensación de ser ´´uno´´ (...) Era el fin de algo y por eso renace la esperanza de algo nuevo" (El 19 y 20 por el MTD de Solano, en Colectivo Situaciones, 2002: 115).
De ahí que esa búsqueda de una identidad totalizante se celebre en la idea de pueblo-Uno o pueblo -Nación. La misma, como expresa Rosanvallon (1998) "hace derivar la identidad de un doble movimiento de ocultamiento de las divisiones internas de la sociedad y de exacerbación de las diferencias con aquello que es exterior o extranjero" (pág. 7, en la traducción). De este modo podemos explicar el surgimiento del "grupo-fusión" (Sartre)12 . La identidad se sostiene entonces en quienes la amenazan internamente (políticos) y externamente (empresas multinacionales -de servicios, bancos-, organismos internacionales de crédito).
En este sentido, las frases "que se vayan todos" (¿quedamos nosotros?) y "piquete y cacerola: la lucha es una sola", que se oyen en las movilizaciones: ¿en cuánto se asemeja a la institución de una democracia consensual y, por lo tanto, a la desaparición de la política misma en torno a la figura del "pueblo -Uno"? Como sostiene Rancière (1996), la democracia consensual "es el régimen que se presupone que las partes ya están dadas, su comunidad constituida y la cuenta de su palabra es idéntica a su ejecución lingüística. De modo que lo que presupone el consenso es la desaparición de toda diferencia entre la parte de un litigio y parte de la sociedad. Es la desaparición del dispositivo de la apariencia, de la cuenta errónea y del litigio abiertos por el nombre del pueblo y el vacío de su libertad" (pág. 130).
En otras palabras, si la democracia no es un régimen ni un modo de vida social sino que "es la institución de la política misma, el sistema de las formas de subjetivación por las cuales resulta cuestionado, devuelto a su contingencia, todo orden de la distribución de los cuerpos en funciones correspondientes a su "naturaleza" y en lugares correspondientes a sus funciones" (Rancière; 1996: 128), ¿en qué medida la idea "del que se vayan todos" no presupone la presentificación del pueblo -Uno, haciendo desaparecer la apariencia siempre perturbada y perturbadora del pueblo que pone en juego la lógica policial de la distribución de los lugares y la lógica política del trato igualitario?
Creemos no equivocarnos al decir que si algo cristalizó la experiencia contingente del 19 y 20 fue dar indicios de una búsqueda de identidad que carga -implícita o explícitamente- una búsqueda de ciudadanía, entendida no como status legal, sino como una forma de identificación, un tipo de identidad política: "algo a construir, no dado empíricamente" (Mouffe, 1999).
Según sostiene Lefort, en la sociedad democrática moderna el poder se convirtió en un lugar vacío y separado de la ley y el conocimiento. Como explica Mouffe (1999), la ausencia de un bien común sustancial, que caracteriza a estas sociedades y la separación entre el dominio de la moral y la política, implica una ventaja en la libertad individual por sobre la política, en términos de la devaluación de la acción cívica, la pérdida de cohesión social, etc. así como una disolución de las señales de certeza.
La expresión acuñada aquel día "Piquete y cacerola, la lucha es una sola", no hace mas que remarcar ese rumbo incierto por el que transita la vida democrática argentina, aunque, quizás, marcar la inmediatez o el peligro de haber hallado un nuevo sujeto que sintetiza intereses y demandas tan disímiles.
Como sostienen Laclau y Mouffe (1987: 187) "esta multiformidad [de la protesta] no es necesariamente un momento negativo de fragmentación, o el reflejo de una escisión artificial resultante de la lógica capitalista, sino el terreno mismo que hace posible una profundización de la revolución democrática" (las cursivas corresponden al original), en tanto que dichos actores compartan los principios ético -políticos democráticos de libertad e igualdad. En este caso, lo que mantiene unidos a ambos sujetos es el reconocimiento común de dichos principios a partir de la vivencia de una crisis en los valores éticos que va asociada a la desdeñable corrupción de los representantes del pueblo. Al decir de Arditi (1995), "los enfrentamientos políticos ponen sobre el tapete las distintas configuraciones de relaciones de poder, pero también buscan instituir nuevas configuraciones del status civilis" (pág. 347).
En este sentido, Balibar (1994) sostiene la idea de una dialéctica histórica y, por lo
tanto, siempre inconclusa- entre un polo igualitario y un polo estatutario de la ciudadanía. Bajo el primero de estos polos se entiende que la noción de ciudadano expresa una capacidad política colectiva de "constituir el Estado" o el espacio público, a partir de una referencia originaria de la insurrección (como en el caso francés) o al derecho de resistencia (como en el caso norteamericano), en resumen, al "poder constituyente" (pág. 29). En contraposición, en la noción estaturia de la ciudadanía, las instituciones especifican las condiciones más o menos restrictivas de un pleno ejercicio de los derechos. Es por este motivo que podemos considerar a los derechos ciudadanos como en un proceso de constante (re)definición. Esta dialéctica entre sedimentación y de-sedimentación se halla en el fundamento mismo de la democracia moderna.
Sin embargo, teniendo presente la heterogeneidad de los actores y de sus reclamos que construyeron el 19 y 20 como acontecimiento, ¿en qué medida la idea de pueblo -Uno no vendría a clausurar la constitución de un espacio político común, que permita a las diferentes posiciones de sujeto enfrentarse entre sí sin que ninguno de ellos aparezca en el "lugar del gran juez"? (Lefort, 1987)
En este sentido, si bien la identidad es una construcción siempre provisoria, las formas de dar sentido al "nosotros", a un sentido de pertenencia que ayude a difuminar mínimamente la incertidumbre, son muchas y variadas y surgen en el orden discursivo. La democracia correría riesgos en la medida que la constitución del "pueblo" no de cuenta de un proceso de conocimiento y de exploración de problemas y situaciones de estas diferencias. En este contexto, ¿en qué medida la idea de pueblo -Uno no vendría a resucitar también "viejos fantasmas"?
A modo de epilogo "El 19 y 20 de diciembre de 2002"
A un año del acontecimiento, nuevamente el coro cantó: "Piquete y cacerola: la lucha es una sola". Sin embargo, el tiempo transcurrió y modificó la puesta en escena. La consigna "que se vayan todos" fue apropiada por los propios políticos contra quienes fue creada.
Lo nuevo que plasmaba el acontecimiento (asambleas, fábricas y comercios tomados por la/os obrera/os/empleada/os bajo la forma de cooperativas, etc.), dejaba lugar a la vieja política montada sobre las organizaciones corporativas. Así, muchas personas que sintieron que lo viejo resucitaba y se repetía, se retiró ese día de la Plaza.
Por Internet, días después de las jornadas, la gente reflexionaba de este modo: "Los mismos dicursos, los mismos argumentos y suponiendo que lo importante es cuanta gente hay, y no que es lo que esa gente está produciendo, haciendo con su presencia. Por eso los "slogans vanguardistas", las frases hechas y la sarta de "diferencias irreconciliables" de los típicos tradicionalistas, que pretenden apropiarse de la plaza, de la gente, porque les apasiona "representar" el poder popular. Se puede estar de muchas maneras en un lugar, y cada vez queda más clara la diferencia entre un espacio habitado, vivo. Y un espacio muerto-representado-cuantificado" (Asambleísta).
"Sentí que nos estaban (sic), usando para una interna de aparatos, donde quienes esta vez dominaban el poder del micrófono , se dedicaban a basurear a otros sectores (sin olvidar que en otras oportunidades ha sido al revés). No me interesa eso; creo que no tiene nada que ver con las asambleas ni con el significado del 19 y 20, sino justamente lo contrario. Que se vayan los sectarios, los atropelladores, los "representantes" de la patria, del pueblo, de la clase obrera, y de... QSVTODOSSSS!!!!" (Asambleísta).
"El viernes pasado por segunda vez en mi vida me retiré de la Plaza de Mayo, en el medio de una concentración masiva. La primera vez fue el 01/05/74. Cuando Perón sucumbió a las presiones de los enemigos del campo popular de entonces (...) Mientras tanto por el parlante se encargaban quienes se consideran los dueños de la Plaza de difamar a nuestra columna, diciendo que no habíamos estado el año anterior, cuando la gran mayoría concurrimos con todos nuestros vecinos, por ello me dije: "Claro, no nos vieron porque no portábamos grandes carteles que nos identificaran y no pretendimos adueñarnos de la gesta protagonizada con espontánea movilización popular". Así que espontáneamente, al igual que al año 1974, decidimos retirarnos. La tristeza venía, por entender que nuevamente el campo popular perdía, por quienes les son funcionales a nuestros enemigos. (...) Espero y sueño que sea la última vez que me retire de la Plaza, salvo que lo hagamos junto con todos los sectores populares." (Asambleísta).
La pura irrupción de cuerpos e identidades parió nuevos sentidos y prácticas aquel 19 y 20. Una vez que el acontecimiento culminó, comenzó la gran batalla simbólica que dio lugar a la inscripción de discursos antagónicos enfrentados por el poder de la nominación mostrando la precariedad de las identidades pero abriendo la posibilidad de articular discursos diferentes.
La acción, luego de ser dotada de sentido, deja de ser puro acontecimiento para constituirse como legado.13 La historia se encargara de develar pues, "que habremos hecho con aquello que hicimos" (Colectivo Situaciones, 2001).
Bibliografía
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Balibar, Etienne (1992) Les frontières de la dèmocratie, La Découverte, París.
Balibar, Etienne (1994), "Subjection and Subjectivation", en Joan Copjec (ed.), Supposing the Subject, Verso, Londres.
Colectivo Situaciones (2002) 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social, Buenos Aires, Ed. De Mano en Mano.
Cheresky, Isidoro (2002) "Autoridad política debilitada y presencia ciudadana de rumbo incierto". Preparado para su publicación en la revista Nueva Sociedad, Abril.
De Ipola, Emilio (2001) Metáforas de la política, Rosario, Ed. Homo Sapiens.
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Nardacchione, Grabriel (s/f), "Acción y sentido: política y espacio público", copia fotostática.
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Rosanvallon, Pierre (1998) "El pueblo inhallable", Paris, Gallimard. Traducción: Gabriel Vommaro.
Svampa, Maristella y González Bombal, Inés (2001) "Movilididad social ascendente y descendente en las clases medias argentinas: un estudio comparativo", en Serie de Documentos de Trabajo Nº3, SIEMPRO, Buenos Aires.
Otras fuentes
Revista Tres Puntos, 2002.
Diario Página/12, 2002.
Film "El rostro de la dignidad", MTD olano/Grupo Alavio, 2002.