¿Quo vadis Cavallo? - Más caída económica o búsqueda de una salida
Después de tres años de una extendida recesión, de depresión económica y depresión anímica colectiva, tras idas y vueltas en las decisiones del gobierno, es bueno preguntarse hacia dónde va el país.
O mejor dicho hacia dónde lo están mandando. Las encuestas determinan que la gente no cree que el corto plazo la redima de esta caída acelerada.
Ese olfato no es negador. La realidad está en la calle, en la rotura de la cadena de pagos, en las ventas retraídas a niveles alarmantes y en la desocupación estructural que no encuentra alivio. Algunos, por efecto de una persistente propaganda oficial (en el sentido de que todo está fenómeno), pueden seguir creyendo en Domingo Cavallo como "el salvador" pero a la hora de consumir no sacan un peso de sus bolsillos.
O se encuentra una salida reactivadora y se piensa en alternativas creadoras o el destino en corto y mediano plazos resultará inviable. Nunca hay un piso definitivo para el descenso.
Puede haber muchos pisos hacia abajo. No hay modo de preverlo. A esta altura de su gestión Domingo Cavallo ha pegado tantas volteretas que se ha quedado sin rama de dónde colgarse. Al comienzo quiso que lo "dibujaran" como un neokeynesiano, pero al poco tiempo retornó a la ortodoxia, a su tronco original, a su pensamiento íntimo e irreprimible.
Con la protesta popular y estudiantil masiva Ricardo López Murphy y todo su equipo de FIEL (subvencionado por el Consejo Empresario y el establishment) fueron eyectados del Ministerio de Economía. De nada le valió al economista con voz autoritaria y bigotes militarizados el respaldo de aquellos 500 empresarios seleccionados entre los "pura sangre" ni de los banqueros internacionales.
El gobierno respondió a la presión lanzando a la palestra a un personaje con nombre y apellido de ciertas "resonancias mágicas" para algunos argentinos que siguen creyendo que Cavallo es un salvador por naturaleza y decisión. Se han tragado el verso ese que insiste en pintar a Cavallo como el estabilizador, el ministro que frenó la hiperinflación y arrojó un cierto respiro a los ciudadanos en la primera mitad de la década de los noventa.
Siguen viendo un costado de los hechos. Porque habría que decir que si hubo crecimiento económico en aquellos años fue para ciertos sectores transnacionalizados, y que toda la política del "mago" sólo motorizó alta concentración económica, regresión en la distribución del ingreso, masiva desocupación y exclusión social.
En su tercera aparición pública Cavallo pidió poderes especiales y se los concedieron. Dijo que la reactivación era su meta más preciosa pero el mutismo de sus actos fue apabullante. Prometió el oro y el moro y hasta se envalentonó con sus amigos de la banca y le quiso mojar la oreja al Fondo Monetario Internacional. ¿Un traje distinto? ¿Otro Cavallo? El "Mandrake" de la Alianza sólo pergeñó algunas actitudes que pretendían socorrer a cierta producción, pero impuso un impuesto -a los débitos y créditos bancarios- deliberadamente recesivo y regresivo que cayó sobre "los de siempre" y potencializó la quietud del mercado. Ínterin se enfrentó con Pedro Pou, quien estaba pegado a la silla de titular del Banco Central. Ortodoxo de la escuela del CEMA (que es lo mismo que decir Chicago y que está amparada ideológicamente por Roque Fernández, Carlos Rodríguez y Fernando de Santibañes), Pou bregaba junto con el menemismo por la dolarización, no estaba de acuerdo con cierta "liviandad" en los encajes que proponía Cavallo y le daba la espalda al ministro en su idea de introducir el euro.
Cavallo aprovechó la tarea de la Comisión Bilateral parlamentaria que venía investigando a Pou y lo acusaba de negligente, de obstaculizar el funcionamiento de la Justicia e incluso de racista. Se subió entonces a esa calesita y presionó para que el presidente De la Rúa superara algunos formulismos legales y lo echara. Pou recibió a su sucesor, el hombre del riñón banquero Roque Maccarone, con un casco nazi sobre su escritorio. "Por las dudas", comentó risueñamente.
Algo raro circunda a Pou. O habla desde una soberbia ínsita -o bien premeditada- sumada a una hipoacusia que no le permite escuchar los ruidos de la realidad, o bien se quiere pintar de "raro", de "pintoresco". Aunque no tienen nada de pintoresco su casco de combate, su trayectoria y sus relaciones con gobiernos militares. A Cavallo le molestaba la impertinencia de Pou, que ponía en duda su poder.
Pero a Pou lo terminaron echando por distintas razones. Para sintetizar. No se preocupó del lavado de dinero del narcotráfico. Introdujo la noción de que el Banco Central es, en algunas áreas, prescindente. Mantuvo la tolerancia hacia el funcionamiento de la banca "off shore" con sede en paraísos fiscales, una banca bastante vinculada con bancos supuestamente regulados y controlados por el Banco Central, una banca que custodia gran parte de los 100.000 y pico millones de dólares que algunos argentinos giraron (sin cumplir con las normas) al exterior saltando las obligaciones impositivas.
Se lo sentenció a Pou, también, porque se mostró demasiado tolerante y comprensivo hacia el Banco República, de Raúl Moneta (a pesar de que conocía desde hace años el vínculo entre el República y el Federal Bank de Nueva York). Y porque cerró los ojos ante la información que el Citibank debió elevar al BCRA, pero sin llevarlo a cabo. Pou también quedó involucrado por imputaciones racistas al referirse a bancos cuyos accionistas eran judíos (el Patricios y el Mayo, aunque sus titulares, en realidad, dejaron de obrar como correspondía a la ley).
Después Cavallo fue azotado por las informaciones diarias del riesgo-país. Los acreedores desconfían de la capacidad de pago de la Argentina. Las crisis internacionales vienen explotando desde los '90 cada dos años. Y le toca al 2001 arrojar el nombre de las nuevas víctimas.
Los dos países más nombrados en el terreno de la fragilidad en los pasillos decisorios del mundo del Norte son Turquía y la Argentina. El "mago", pleno de omnipotencia, se enfrentó con que la realidad no lo favorecía como a comienzos de los '90.
La tasa de interés hoy está mucho más elevada que la que le tocó en su segunda gestión y en estos días no sobran inversores ni inversiones. Ya no tiene los activos del estado que lo favorezcan con 30.000 millones de dólares. Y el mundo está mucho más patas para arriba que hace diez años. Hay retraimiento productivo y recesión persistente en muchas regiones.
Cavallo fue a pedir la bendición del Fondo Monetario. Se la dieron, con cuentagotas y exigiendo que se lanzara a un ajuste del déficit fiscal de grandes dimensiones. Todo lo cual obligó a Cavallo a mostrar su verdadero rostro, el del ortodoxo. Cabe recordar que en los tiempos (no tan remotos) de José Luis Machinea en el Palacio de Hacienda se reconocía un rojo fiscal de 890 millones de dólares.
Lo sucedió Ricardo López Murphy, el que moduló su voz, como ya dijimos, con cadencia militar, y todos indicaron, como si nada pasara, que el país soportaba un déficit de 2.000 millones de dólares. Tras ser echado López Murphy por la muralla popular que no digirió sus medidas, arribó Cavallo con un déficit proclamado de 3.000 millones de dólares. Pocas semanas después, pasillos de Washington mediante, asumía un bache fiscal de 4.000 millones de dólares.
Estamos hablando de un mismo tema a lo largo de un mes contradictorio y polémico. Cavallo ha fracasado en el terreno fiscal. El déficit fiscal surge a partir de la aguda, grandiosa, recesión interna y de lo que hay que pagar por intereses de la deuda externa. Ha caído el Producto Interno Bruto un 2 por ciento en el último trimestre de 2000. También mermó la producción de bienes un 4 por ciento y la inversión descendió un 9 por ciento.
Este es un cuadro de depresión económica pronunciada. Es imposible en este cuadro que Cavallo plantee un baja de impuestos, como prometió tantas veces. Por lo contrario, los aumentó y amplió. Planteó voracidad y presión sobre los bolsillos pero nunca entró en la necesidad de darle vértigo a una demanda que está paralizada.
En términos absolutos creció el gasto público consolidado (nación, más provincias, más municipios), que saltó de casi 60.000 millones en 1991 a casi 85.000 millones el año pasado (un alza del 42 por ciento, levemente por debajo de lo que creció el Producto Interno Bruto). Pero si se agregan los pagos de intereses, el gasto público se ensanchó a lo largo de toda la década en la que intervino, en su segunda gestión, Domingo Cavallo.
De abonar en 1990 intereses de la deuda por 3.206 millones de dólares, se precipitó en el 2000 a 11.000 millones de dólares y en el 2001 bordeará los 14.000 millones de dólares. Como en la seguda gestión Cavallo engordó el IVA del 15,6 al 21 por ciento, esa gabela pasó a ejercer el papel de principal recurso del estado.
La recaudación se relacionó con una dependencia fuerte del consumo y de los ingresos de los empleados asalariados, los bien fichados por la Dirección General Impositiva. Desde el primer golpe recesivo, en 1998, la recaudación tributaria viene achicándose. Por eso el gobierno extendió el IVA a servicios y bienes anteriormente exentos, multiplicó el aporte de los monotributistas y elevó las alícuotas de los impuestos internos. Como si fuera poco, a esta catarata se le debe sumar el impuesto a las cuentas corrientes.
El arma de Cavallo para serenar a Washington y al partido de los mercados fue incrementar los impuestos al consumo y recortar gastos que alcanzan a la seguridad social. Pero el perro se está mordiendo su propia cola. La multiplicación de las cargas impositivas se traducirá en una inexorable reducción del consumo en las capas medias de la población, que vienen siendo víctimas de un ajuste perpetuo. Para los representantes del mundo periodístico, la imposición del IVA a los diarios tendrá consecuencias no sólo sobre los bolsillos de los lectores y de las empresas editoriales sino también sobre el sistema institucional, como se ha catalogado, "sobre la libertad de expresión".
Los impuestazos no han mejorado en las historia de los últimos años el rojo del déficit. Con el apretón de Machinea, a comienzos del año 2000 la recaudación disminuyó de 55.520 millones (1999) a 53.544 millones de pesos (una disminución del 3,4 por ciento). En los tres primeros meses de 2001 la recaudación se contrajo de 13.700 millones a 13.395 millones (es una baja del 2,2 por ciento en un trimestre). En abril, pese al imperio del impuesto a los débitos y créditos bancarios, la recaudación se achicaría entre 5 y 6 por ciento.
La crisis desnudó, otra vez más, esa herida abierta que es la deuda externa nacional. El último jueves de abril el gobierno anunció un intercambio de títulos de la deuda externa por el 45 por ciento del Producto Interno Bruto del país. Se patea la pelota para más adelante. No se enfrenta la cuestión. Se pagarán tasas usurarias. Los intereses de la deuda externa absorberán en 2001 el 22 por ciento de toda la recaudación impositiva. En 1993 los intereses de la deuda equivalían al 7 por ciento de la recaudación total. Al cumplir con estos compromisos se gira al exterior una masa formidable de recursos que podrían estar destinados al consumo y a la inversión interna. De todas maneras el cuadro no se cierra. En opinión del economista Héctor Valle, la situación se agrava por el giro al exterior de dividendos y regalías de las empresas transnacionales a sus casas matrices.
Ese giro se ha duplicado desde 1992 y hoy representa puntos (que resultan imprescindibles) del Producto Interno Bruto. El ingreso disponible es inferior al de 1994, advierte Valle. A comienzos de mayo se advierte que Cavallo parece abrazarse a la ortodoxia, a un ajuste más severo, más agudo de lo conocido en los últimos tiempos. Es como si López Murphy no se hubiera ido. Porque Cavallo amenaza con darnos un palo por la cabeza.
Solamente nos pueden salvar de ese horizonte algunas pocas cosas. O que suceda algo milagroso -cosa de la que hay que dudar ya en el siglo XXI- o un shock externo que venga en socorro del ministro de Economía. En definitiva Cavallo sigue anulando y poniendo en un rincón a la demanda, el único elemento que podría movilizar la economía. Coincidentemente, ha cortado los puentes con el Mercosur y el comercio con América del Sur (que es significativo en nuestra balanza) y guarda en total mutismo las bondades del mercado interno. Con todos estos elementos, Cavallo podría estar firmando, más allá de sus apetencias políticas, una sentencia de fracaso seguro.
El verdadero rostro de la política de Cavallo versión tres es más ajuste, más recesión. Es lamentable.
30 de abril 2001