Suecia: ¿Por qué han perdido los socialdemócratas?
El 17 de septiembre, por un estrecho margen, en Suecia ganó una coalición de derechas de cuatro partidos, dominada por el Partido Conservador. ¿Esto significa que contrariamente a los acontecimientos internacionales Suecia ha girado aún más a la derecha? Sólo es posible llegar a esa conclusión si se miran las cosas superficialmente.
Para comprender lo que ha ocurrido debemos remontarnos a 2003. Ese fue el año de mayor número de huelgas en Suecia. Fue el año de manifestaciones contra la guerra de masas que obligaron al gobierno socialdemócrata a distanciarse de la administración norteamericana. También fue el año en que hubo más huelgas que nunca en el sector público. Y, finalmente, en el frente electoral, a pesar de todo el establishment, los empresarios, los medios de comunicación y las direcciones de todos los principales partidos y sindicatos, que estaban unánimemente a favor de la entrada en la Unión Monetaria Europea (UME), ésta fue rechazada en un referéndum.
Pero ¿hacia dónde va el movimiento? La guerra comenzó, las huelgas del sector público fueron traicionadas por la dirección y el movimiento contra la UME consistía en una mezcolanza de grupos que por varias razones, y a menudo enfrentadas, estaban en contra de la UME. Debido a la ausencia de una alternativa de izquierdas por parte del Partido Socialdemócrata (PSD) y los sindicatos, había pocas posibilidades de capturar toda la rabia y frustración que salió a la superficie en 2003 y darle una forma más estable a largo plazo. Inevitablemente, llegó un período de calma, hasta cierto punto un grado de desmoralización, y pasividad.
En esta situación, algunos de estos sectores de la clase obrera que tienen tradición de lucha colectiva comenzaron a buscar soluciones individuales a sus problemas. De este modo, el Partido Conservador aumentó significativamente sus votos entre los trabajadores de cuello blanco, jóvenes, parados e inmigrantes. Consiguió el 21,6 por ciento de los votos. Pero hay que dejar claro que no votaron a favor de las políticas neoliberales. La burguesía se ha comprometido a cambiar las leyes laborales y preservar el estado del bienestar.
El próximo primer ministro, Fredrik Reinfeldt, dijo que quería cooperar con los sindicatos y no enfrentarse a ellos. El Partido Conservador se ha rebautizado a sí mismo como “el nuevo partido de los trabajadores” y ha intentado frenéticamente limpiar su vieja imagen racista.
Sólo esta alianza de la burguesía ofreció en la campaña mejorar los salarios de los trabajadores peor pagados. Prometió además recortes de impuestos de 50 euros mensuales. Más para los trabajadores que tienen su propia vivienda (más del 60 por ciento).
La alianza de la burguesía sobre todo ha planteado constantemente como centro de su campaña electoral la cuestión del empleo. El paro lleva algún tiempo siendo una de las cosas que provocan más preocupación. También ha prometido crear empleos y ha insistido en que el gobierno socialdemócrata ha hecho poco para crear más empleo. Lo que es totalmente cierto. Göran Persson, el anterior primer ministro, llegó a decir en la campaña que no era necesario hacer nada sobre esta cuestión porque los empleos simplemente aparecerían. Esto sonó a burla ante una situación de desempleo masivo que dura ya quince años.
El PSD consiguió el 35.2 por ciento de los votos, sus peores resultados desde que se introdujo el sufragio universal. En Estocolmo, por ejemplo, (una ciudad con un estrato importante de clase media), el voto giró drásticamente hacia los conservadores. Sin embargo, amplias capas de la clase obrera permanecen leales al PSD. No se han dejado engañar por la retórica de la alianza burguesa. Saben esta alianza no tiene soluciones reales. En realidad, aunque los partidos burgueses encabezaban las encuestas antes de las elecciones en algunos lugares hubo movilizaciones. En la ciudad industrial más grande de Suecia, Gotemburgo, los socialdemócratas aumentaros sus votos casi un 4 por ciento. Lo mismo ocurrió en zonas del norte de Suecia.
En parte esto se debe a que algunos votantes, que no en vano protestaron votando al Partido de Izquierda (ex – comunistas) en las anteriores elecciones, volvieron a votar al PSD. Aún así, el PI consiguió un resultado mejor de los esperado, el 5,8 por ciento. Esto a pesar de haber desaparecido prácticamente de los medios de comunicación desde que el movimiento se agotó después de 2003 y su veterana dirigente, Gudrun Schyman, abandonó el partido para formar un partido feminista (consiguió el 0,7 por ciento de los votos).
Los Verdes han pagado su apoyo al gobierno socialdemócrata en el parlamento durante años. Consiguieron un 5,2 por ciento. Así, la base parlamentaria del gobierno se redujo del 52,9 por ciento al 46,2 por ciento en estas elecciones. La participación básicamente ha sido la misma que en las anteriores elecciones.
En el mismo discurso en que Göran Persson reconocía la derrota electoral, anunció su dimisión como líder del partido. Esto no tiene precedentes. Antes de la derrota actual el PSD había perdido unas elecciones parlamentarias sólo en tres ocasiones en los últimos 84 años, pero nadie sugería que estas derrotas implicasen la dimisión del líder. Ahora, esto se da por hecho. Desde entonces ha habido un aluvión de críticas a Göran Persson. Su dimisión no era por razones personales, aunque deseo de terminar de amueblar su nueva casa valorada en 2 millones de euros probablemente jugó un papel. La razón principal es la bancarrota de su política.
Cuando Göran Persson fue elegido líder del partido hace diez años esto representó un giro político dentro de la dirección del partido. Antes el ala derechista dura estaba dominada por Mona Shalin, vicepresidenta y muy querida por los medios de comunicación, era vista como la sucesora de Ingvar Carlsson. Estaba a favor de todo tipo de recortes y soluciones de mercado para el sector público como una manera de “renovarlo”. Decía que todos los pequeños empresarios eran “héroes”. Pero los militantes del partido no estaban de acuerdo con ella y se rebelaron, utilizando la excusa de un pequeño escándalo, tuvo que dimitir y desapareció el ala abiertamente pro-capitalista que ella representaba.
Y llegó Göran Persson. A favor de los recortes los aplicó a una escala que llevó a un estudio sobre cómo era posible que los socialdemócratas hicieran recortes tan grandes. Pero a diferencia de Mona Shalin, él no estaba a favor de su base principal. Simplemente señalaba el gigantesco déficit y decía que era aconsejable sino necesario el recorte. Y que una vez las finanzas del estado estuvieran en orden se podrían hacer reformas, como en el pasado. También estaba en contra de la desigualdad, pero en la práctica presidió una gigantesca redistribución de la riqueza de los pobres a los ricos. Durante los últimos diez años de gobierno socialdemócrata el PIB creció un 44 por ciento. El ingreso del diez por ciento más rico de la población creció un 49 por ciento (para el 5 por ciento más rico el crecimiento fue del 58 por ciento). Pero el ingreso del otro 10 por ciento de la población con menos ingresos sólo creció entre el 21 y el 30 por ciento.
Göran Persson, el representante de la burocracia contable y sin visión consiguió sus objetivos. Las finanzas del estado tuvieron superávit durante años. La deuda estatal pasó del 80 al 50 por ciento del PIB. Las finanzas de los gobiernos regionales y ayuntamientos también fueron positivas. Y todavía, a pesar de esto y de que Suecia tiene una de las tasas de crecimiento mayores de Europa, ha habido pocas reformas y ni siquiera promesas sustanciales. Göran Persson dejó claro en la campaña electoral que probablemente no habría ninguna en el futuro inmediato. La resignación de Persson significa que los burócratas “pragmáticos” han llegado al final del camino, para ellos. El camino ahora está abierto para ideas reformistas más de izquierdas que llenen el vacío dejado por Persson. Ahora es el momento en que la izquierda puede pasar a la ofensiva. Es el momento de la audacia.
La luna de miel del nuevo gobierno de la burguesía probablemente será corta. No es probable que el gobierno ataque inmediatamente al movimiento obrero. La clase obrera sueca es muy fuerte. El 80 por ciento de la población son trabajadores y más del 80 por ciento de todos los trabajadores militan en los sindicatos. En las pocas ocasiones durante las últimas décadas en que los capitalistas se han enfrentado abiertamente a la clase obrera, en lugar de basarse en la socialdemocracia para hacer el trabajo sucio, han recibido un duro revés. El nuevo gobierno sabe que no se puede andar con juegos. En lugar de eso, intentará socavar subrepticiamente el movimiento. Primero atacará el subsidio de paro y enfermedad, es decir, primero a los más débiles. Después privatizarán e intentarán encontrar todo tipo de maneras de debilitar la base del movimiento.
Pero las cosas no serán tan fáciles. Muchos convenios sindicales se renovarán en primavera. Las empresas suecas están consiguiendo beneficios récord, basados en unas exportaciones récord. Más de la mitad de lo producido en Suecia se exporta. Muchos sindicatos, ahora sin el freno de tener que adaptarse al gobierno socialdemócrata, tendrán más claro que deben conseguir una parte más grande del pastel. Los mineros ya han conseguido un aumento salarial del 4,7 por ciento, aunque el establishment “recomendaba” un aumento del 3,5 por ciento. El gobierno burgués se convertirá en un claro foco para que muchos expresen su furia cuando empiecen a desaparecer las ilusiones y el polvo levantado por las elecciones. Lejos de inaugurar un giro a la derecha en Suecia, la elección de un gobierno burgués profundizará la radicalización que se viene desarrollando desde hace un tiempo.