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Prefacio a la edición en castellano
Cuando apareció este texto (fruto de un curso que había impartido en París École National Supérieure de la rue de I'Ulm en 1978), constituía el único comentario a ese libro misterioso y vital que son los Grundrisse de Karl Marx. Ciertamente otros lo habían estudiado, pero en sentido filológico, con el fin de entrar en el «laboratorio marxiano», más que -una vez adoptado ese punto de vista con el fin de desarrollar su potencia. Después de veinte años, este libro es todavía único en el panorama de los estudios marxistas. He considerado útil, por esta razón, consentir esta edición en castellano, para permitir también a los no especialistas (en el vastísimo y crepitante mundo de lengua española) penetrar en el laboratorio de Marx y hacer posible la reapropiación original de su espíritu revolucionario. Por otro lado, no podemos olvidar que en este siglo posmoderno, Marx, por extrañas vías, comienza de nuevo a estar de moda entre sombras polémicas y presencias espectrales. La asombrosa riqueza de su pensamiento filosófico penetra de hecho la discusión contemporánea.
Si ésta fuese la única razón, no habría aceptado, sin embargo, publicar de nuevo este texto y proponerlo a la atención de nuevos lectores, tan diferentes de aquellos que, a finales de la década de 1970, lo leyeron como una de las contribuciones decisivas al debate desarrollado en aquel intenso y hermoso período de subversión.
En realidad, pienso que este texto debe retornar a la circulación por la actualidad teórico-política que presenta. En los Grundrisse, de hecho, Marx no se limita a elaborar un cierto número de categorías de crítica de la economía política que utilizará después en El Capital; ni se contenta con definir el método de la crítica de la historia y de la economía capitalista, ese método que es matriz y dispositivo de su materialismo constitutivo; ni, en fin, se muestra satisfecho con la traducción en términos políticos de la propuesta comunista que efectúa aquí, retomando y transformando la inspiración de sus obras juveniles. En los Grundrisse se trata de algo muy distinto. Se trata, en particular, de una extraordinaria anticipación teórica de la sociedad capitalista madura.
¿Qué nos cuenta Marx, pues, además de elaborar el método y las categorías de la crítica de la economía política? Nos dice que el desarrollo capitalista conduce a una sociedad en la cual el trabajo obrero industrial (en cuanto trabajo inmediato) es a partir de cierto momento únicamente un elemento secundario en la organización del capitalismo; es decir, que cuando el capital subsume a la sociedad organizándola a su imagen y semejanza, el trabajo productivo deviene trabajo intelectual cooperativo, inmaterial. Añade que únicamente en estas condiciones la crisis del capitalismo se hace definitiva, y, por consiguiente, se plantea con urgencia la cuestión del comunismo corno destrucción del capital por parte de tina comunidad de individuos libres y ricos. Se desprende de ello que la liberación del trabajo intelectual, como mise en forme de los procesos de producción subjetiva (fuente y matriz de valor y de riqueza), deviene en los Grundrisse la clave interpretativa del proyecto comunista.
En la actualidad, vivimos en una sociedad cada vez más caracterizada por la hegemonía del trabajo inmaterial (intelectual, científico, tecnológico etc.). Los nexos establecidos entre la producción de mercancías (ella misma informatizada) y su distribución o sea, las relaciones sociales que se extienden entre la producción y la distribución de mercancías son inmateriales. Esto significa que, en la constitución de la producción y la distribución, el trabajo inmediato es proporcionalmente cada vez más secundario, y que éstas últimas son, por el contrario, efectivamente organizadas por la cooperación tecnológica y comunicativa. La proyección marxiana del análisis del desarrollo capitalista del «sistema de máquinas» nos conduce, por lo tanto, al corazón de la realidad actual. Es evidente que en los tiempos de Marx, esa proyección potente no podía dejar de considerarse utópica. Sin embargo, la fuerza del método marxiano así como el formidable impulso dado al desarrollo capitalista por la lucha de clases (de ésta el método marxiano interpreta el alma) han producido la realidad de esa utopía.
Así, pues, esa utopía no era utopía. ¿Era una previsión científica que se ha realizado? Sin duda, pero era también algo más. Era una previsión política que ha sido obligada a realizarse. En un escrito que Gilles Deleuze había elaborado y que la muerte prematura le ha impedido publicar, La grandeur de Marx, se estudia y se identifica precisamente este hacerse real de la teoría marxiana como dispositivo ontológico. El comunismo dice Deleuze, es un concepto que la fuerza de la multitud hace que se convierta en «nombre común», un nombre que corresponde al modo de ser de la resistencia subjetiva, o sea, que deviniendo, dota de realidad a la utopía. El planteamiento epistemológico, cuando es crítico, siempre es utópico: su verdad, sin embargo consiste en hacer que viva en el movimiento histórico de las multitudes, en el cerebro de los hombres, entre acontecimiento y acontecimiento, el devenir real del nombre común: en este caso, del comunismo.
Si hoy, veinte años después desde que escribí este texto, lo reescribiera de nuevo, creo que haría vivir en su interior ampliamente la exigencia indicada por Deleuze. Creo también que concedería mucho más espacio al análisis del «trabajo inmaterial» (intelectual, cooperativo), insistiendo sobre todo en las dimensiones vitales del trabajo productivo, en la densidad del contexto biopolítico en el cual el devenir del trabajo industrial se ha hecho «producción de subjetividad». De este modo, podría confrontarme (y confrontar al Marx de los Grundrisse con aquellas corrientes del pensamiento posmoderno que, excavando en los resultados actuales del desarrollo capitalista, renuevan espontáneamente el método marxiano de la «tendencia» y de su crítica revolucionaria; que captan, pues, dentro de la producción posmoderna de la subjetividad productiva, la nueva insurrección del trabajo vivo. Hay páginas de los Grundrisse, sobre en los capítulos sobre el dinero y la circulación, que -insuficientemente tratadas en mi libro- podrían profundizarse tremendamente a la luz de la situación en la que hoy nos encontrarnos. Siguiendo siempre ese dispositivo ontológico que transforma la crítica de lo existente en constitución común del «nombre común».
Existen, por otro lado, muchos estudios que ya desde la década de 1980 han desarrollado estas temáticas sirviéndose de este método. En particular, deben recordarse dos filones de análisis que han enriquecido enormemente el debate. El filón italiano, concentrándose sobre el concepto de «General Intellect», ha sentado las bases de una lectura de la posmodernidad absolutamente original, detectando el esquema estructural de una nueva subjetividad adecuada a la fase de la subsunción capitalista de lo social y a su crítica -crítica que puede extenderse, como han demostrado estudiosos europeos y estadounidenses, al contexto del nuevo poder de mando imperial-. Paolo Virno, Christian Marrazzi, Michael Hardt y yo mismo hemos contribuido a confornar este marco analítico. En segundo lugar, el debate se ha visto enriquecido por los estudios que, sobre todo en Francia y en particular en torno a la revista Futur Antérieur, se han desarrollado desde abajo, a partir, por así decir, del microanálisis de los procesos de trabajo y de una nueva definición del trabajo inmaterial y de sus redes: Maurizio Lazzarato ha representado un punto de referencia en esta pista analítica que se entrecruza con los análisis sobre el posfordismo de la «escuela regulacionista», deudora de este Marx más allá de Marx en la fase misma de su formación. Hoy son muchos quienes trabajan en torno a estas proposiciones científicas y a estos objetivos políticos: la temática de los Grundrisse, interpretada de manera creativa, constituye un punto de tránsito fundamental para quien quiera analizar el posfordismo y la posmodernidad.
Para concluir, permítaseme recordar la alegría con la cual las ideas expresadas en este libro nacieron del movimiento revolucionario de la década de 1970. Esa alegría teórica no hay pasión triste que pueda hacérnosla olvidar, y todavía nos empuja a seguir hacia delante con la convicción en el intelecto general, o sea, como decían Deleuze y Guattari, en el triunfo del cerebro.