Un pionero del arte rioplatense que no para de trabajar: Raúl Lozza
Casi un siglo de Raúl Lozza, el artista que pelea contra la tiranía del tiempo. Tiene 95 años y se levanta todos los días a las cinco de la mañana para seguir pintando. Su historia es una novela de aprendizaje llena de bruscos cambios de fortuna.
Mi pintura nunca fue directamente social, yo quería traducir todo a la pintura, hacer la revolución en el arte y presentar un hecho nuevo capaz de conmover a todos los públicos", dice Raúl Lozza. Con 95 años a la espalda, este pintor vanguardista que discutió tantas noches con Berni o Castagnino -"cuando me acusaban de formalista yo les decía que eran neorrománticos"- en los bares del centro porteño, ahora vive y recuerda desde su casa de La Paternal. Bajo la mirada de su esposa Antonia y su hija Elida, Lozza se despierta diariamente antes de las cinco, toma unos mates y empieza a trabajar. Es una rutina que mantiene desde que llegó a Buenos Aires en 1929.
Este artista que desde la década de 1940 marcó las búsquedas de la "pintura concreta" rioplatense -opuesta a toda forma de "ilusionismo" pictórico- y cuyas obras hoy se exponen en museos europeos y estadounidenses, nació y se crió en un hogar de inmigrantes. Su padre era escenógrafo y decorador del teatro de la sociedad italiana de Alberti, un pueblo bonaerense a orillas del río Salado. La vida de Lozza parece una novela de aprendizaje, llena de bruscos cambios de fortuna.
Aunque dibujaba y pintaba desde chico, Lozza perdió muy joven a sus padres. "Tenía 17 años cuando expuse óleos con mis hermanos en una escuela de Alberti, la gente se entusiasmó y nos pagó el viaje a Buenos Aires, era 1929, llevábamos una carta para el presidente Yrigoyen y otra para el pintor Collivadino, pedíamos una beca para perfeccionarnos en Italia pero no pudo ser porque llegó el golpe de Uriburu", recuerda. El primer viaje a Europa llegaría recién en 1974. Lo cierto es que en la década de 1930 desempeñó mil oficios: fue empapelador, pintor de brocha gorda, diseñador de ajuares para novias, dibujante publicitario. De esos años data su militancia política en el Partido Comunista, la leyenda dice que fue Lozza el primero en denunciar el uso de la "picana eléctrica" y dibujar -en el diario Socorro Rojo- el plano del edificio de la temida "Sección Especial", la policía política de la dictadura de Uriburu.
De pronto, vuelve al presente. "Tengo que pensar un mural para la gente del Centro Cultural de la Cooperación que me homenajeó con una muestra y una sala que llevará mi nombre", dice. Se mueve entre tarros de pintura, todavía corta a serrucho las maderas de sus obras, elige un color para sus pinceles, hace cálculos, recuerda. Este es otro "momento" Lozza, abundan los reconocimientos cotidianos. Hace poco expuso en el Centro Cultural Borges y próximamente lo hará en la filial Neuquén del Museo Nacional de Bellas Artes. En las paredes de su casa de La Paternal hay cartas y diplomas enmarcados con los muchos premios que ganó. Sobresale una carta del presidente uruguayo Sanguinetti, el poster de una exposición en Alemania, diplomas de premios -Palanza, Fortabat, Konex- cerca de una pintura figurativa, Los músicos, un Lozza de 1942.
Aquel año fue clave en su vida: Lozza junto a León Benarós, Héctor Lafleur, Sigfrido Radaelli y Roger Pla -entre otros- impulsaron el diario artístico Contrapunto, que desde 1944 publicaría notas del músico Juan Carlos Paz, fragmentos del Ulises de Joyce traducido por Salas Subirat, ensayos de Barletta, Romero Brest, Evar Méndez, Ulises Petit de Murat y Samuel Eichelbaum. Ilustraban Contrapunto Leónidas Gambartes, Luis Centurión y Guillermo Policastro.
Para esa época, Lozza vivía en un piso de la calle Cangallo que frecuentaban los escritores Enrique Molina, Olga Orozco, Lisandro Galtier y Bernardo Verbitsky. Contrapunto cerró luego de seis números, en octubre de 1945, con una primera plana que reproducía el discurso de Chaplin en la película El gran dictador-traducido por Lozza- y la presentación del Movimiento Arte Concreto Invención nacido en 1944 alrededor de la revista Arturo. En aquel mes de octubre de 1945 en la casa del psicoanalista Enrique Pichon Riviere expusieron sus obras Kosice, Rothfuss y Arden Quin, entre otros.
Hubo otra exposición en diciembre de 1945, en la casa de la fotógrafa Grete Stern. "Discutíamos mucho, la gente que luego armó el Grupo Madí venía del arte gótico y el expresionismo alemán, ellos se quedaron con el marco irregular para los cuadros y poco más. Yo venía del cubismo, sentía que era necesario cambiar todo, terminar con el sistema tradicional de colores, aceptar la bidimensionalidad de la pintura, renunciar a toda forma de ilusionismo". En marzo de 1946 Lozza participó en la mítica muestra del Salón Peuser. "Me sentía cerca de Tomás Maldonado sobre todo -también estaban Enio Iommi, Alfredo Hlito, el poeta Edgar Bayley- hasta que finalmente él admitió que no podía resolver el problema del espacio en la pintura -la cuestión de la bidimensionalidad- y yo ví que debía seguir mi camino, me separé del grupo a fines de 1946 y traté de fundamentar mi sistema leyendo, entre otros libros, la Dialéctica de la naturaleza de Engels".
Para el año 1948 el filósofo Abraham Haber publica un libro que definirá el "Perceptismo" -así se llamará luego la revista que editará Lozza hasta 1953- donde la búsqueda estética de Lozza queda clara. "Frente a la pintura el hombre no debe reconocer objetos del mundo que lo rodea ni de su propio interior, sino que debe conocer un hecho nuevo". Este arte concreto debía llegar a ser el arte popular del futuro -Lozza soñaba con pintar muros- pero ¿cómo era la relación entre esta vanguardia y el gobierno peronista?. "Era compleja, mientras el ministro Ivanissevich decía que el arte abstracto era "arte degenerado", en 1952 me invitan a la muestra "50 años de arte argentino" en el Museo Nacional de Bellas Artes y en 1953 participo del envío argentino a la Bienal de San Pablo", cuenta el artista.
"Recuerdo a Berni en la época que él pintaba Los Primeros pasos, discutíamos pero nos respetábamos, lo mismo me pasaba con Pettorutti, a todos nos unía la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos que yo llegué a presidir", dice. Y admite que "de joven pensaba que no iba a existir más que la pintura y que todo iba a ser arte concreto y edificios modernos. Me equivoqué. El ser humano tiende al sentimiento. La pintura es como la palabra y se expresa en un paisaje, en un lugar donde se vivió, hay que dejar que eso también exista".
Fuente: Clarín