¿Va China a la bancarrota?
La primera semana de marzo fue testigo de la caída más grande de la bolsa de Nueva York desde el 11 de septiembre de 2001, y similares caídas se vieron en las bolsas de distintas partes del mundo. Todo ello después de un derrumbe de casi el 10 por ciento del mercado de valores de Shangai.
No está claro lo que provocó la caída de Shangai. Pero las repercusiones revelaron un miedo profundamente arraigado de que el boom chino pueda mutarse en quiebra.
Hace 30 años China no representaba ni el 1 por ciento del comercio mundial. Hoy es la tercera nación del mundo en volumen comercial.
La economía china ha crecido más de un 10 por ciento anual durante los últimos 15 años, convirtiéndose en la economía que más está creciendo de todo el planeta.
Este crecimiento explosivo se debe más a las relativamente pequeñas fábricas que producen bienes de consumo baratos para exportar al Occidente.
La mayor parte de estas fábricas son completa o parcialmente de propiedad extranjera, haciendo del éxito chino aún más dependiente de las economías occidentales.
Para los EEUU, como mayor mercado de exportación chino, el éxito es un arma de doble filo.
Las baratas importaciones chinas han ayudado a la recuperación superficial de la economía de EEUU durante los últimos 10 años.
Y China consiguió enormes reservas de moneda extranjeras, mayoritariamente en dólares, cosa que ha ayudado a financiar el aún creciente déficit comercial de EEUU.
Pero cuanto mayor es el crecimiento chino, más en conflicto entra con los intereses estratégicos de EEUU en cualquier parte del mundo.
La mitad de la inversión exterior china ahora va a América Latina, que EEUU ha considerado tradicionalmente su patio trasero. Y ahora China y EEUU son ahora competidores directos por el petróleo y otras materias primas en África.
China está convirtiéndose también en un rival militar de las ambiciones de EEUU en Asia.
Pero si EEUU teme el continuo crecimiento de China, también teme que su crecimiento pueda no ser sostenido.
Como Will Hutton asegura en su nuevo libro The Writing On The Wall (“Los días están contados”) “el modelo económico chino es seguro que empezará a cambiar dentro de 5 o 10 años. El resto del mundo no puede reabsorber las exportaciones chinas en la proporción actual.”
Y no es ni mucho menos seguro que la economía china pueda cambiar de dirección. El éxito chino en la producción barata de determinados productos no puede funcionar para todos los productos de consumo, para qué hablar de la industria pesada.
China está abrazando cada vez más la alta tecnología, pero no hay signos aún de que pueda competir en las industrias pesadas del automóvil, el espacio aéreo, el acero o la construcción naval.
El boom económico ha comportado pocos beneficios para los trabajadores chinos.
El crecimiento industrial no ha sido regulado en lo más mínimo, conllevando tremendos niveles de contaminación del aire y el agua. 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo están en China.
Decenas de millones de trabajadores que trabajaban en las viejas industrias propiedad del estado han perdido sus empleos. En amplias zonas del campo, las rentas de los campesinos están estancadas o incluso son decrecientes.
Las cosas van poco mejor para las legiones de trabajadores inmigrantes que emplea la industria de exportación.
Un reciente informe de Amnistía Internacional denunciaba las atroces condiciones de vida y de trabajo a las que deben hacer frente estos trabajadores. Muchos trabajan de 12 a 14 horas diarias, siete días a la semana, con solamente un día de descanso al mes. A menudo se les paga con meses de atraso o simplemente no se les paga nada.
A lo largo de los dos últimos años, los gobiernos locales han sido forzados a aumentar los salarios mínimos, ya que el número de trabajadores inmigrantes provenientes del interior de China ha bajado.
Pero ha habido numerosas huelgas ilegales, e intentos de organizar sindicatos de trabajadores inmigrantes.
Trabajadores inmigrantes han formado parte de algunas revueltas rurales que han irrumpido en los últimos años.
Exacerbados por el robo de tierras, la contaminación o la corrupción oficial, algunas de estas revueltas han sido levantadas por decenas de miles de trabajadores y campesinos contra la policía armada, y vencieron.
El coste humano del boom económico ha significado que en los últimos 15 años se han visto más protestas abiertas que nunca desde la década de 1920.
El boom de China es vulnerable tanto por estas protestas de masas como por cualquier ralentización de las economías occidentales.
Con una recesión en los EEUU ahora ampliamente pronosticada, China parece presta a convertirse más inestable aún.
China y Occidente son como dos borrachos sosteniéndose mutuamente, los cuales pueden asombrosamente aguantarse durante un tiempo, pero cuando uno caiga, el otro lo acompañará.
El pánico de la última semana ha evidenciado el extendido miedo de que la caída vendrá más pronto que tarde.
*Charlie Hore es un colaborador habitual de la revista de izquierda Socialist Worker (www.socialistworker.co.uk)
Fuente: [color=336600]Socialist Worker / Revista Sin Permiso - 01.04.2007[/color]
Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Raventós