La cultura se descarga
Me voy a despejar un poco», piensa el tipo, que viene de nueve horas de oficina, respondiendo emails de proveedores y atendiendo llamados. Pero pasa que dice eso en medio del subte, bastante lejos del control remoto, del Fútbol para Todos y del porroncito de cerveza que se reserva para ciertas noches. El hombre, que ronda los 35 años, que no gana mal, saca uno de esos celulares modernos a los que llaman smartphones (teléfono inteligente), que parece que sirvieran para todo (a veces, también para hablar por teléfono). Entonces se debate entre escuchar música, leer la última novelita de Dan Brown, ver el último capítulo de una serie, jugar el juego de naves que se bajó hace unos días o revisar los emails y las cuentas de las dos o tres redes sociales en las que «está». No importa mucho qué elija, porque antes de llegar a la combinación va a tener que interrumpirse dos veces porque le llegó un sms de uno de sus compinches sabatinos o recordó un correo de trabajo que quedó sin enviar. Delicias de la nueva digitalidad omnipresente que se vuelca a los consumos culturales.