Mario Pantaleo Abalos: convicciones profundas
Hace 40 años mi vida cambió, tenía 7 años y me desperté a la madrugada porque escuché que mi mamá contaba que a mi papá se lo habían llevado unos milicos de la puerta de mi casa, por suerte a ella no. Yo no entendía nada.
Durante años imaginé que regresaba, de hecho me tomó mucho tiempo decir que mi papá había muerto y muchos más decir que había desaparecido.
Mi tío Gregorio
No sé si contento es la palabra. Pero sí sé que mi tío Gregorio hubiera dicho: “Bueno...” con la n larga y la o casi imperceptible. Después de la muerte de Jorge Videla en la cárcel, ese “bueno...” hubiera sonado a ciclo cumplido, a tarea bien hecha, y al mismo tiempo a pena sin remedio y a cierta reparación. La reparación no borra la amargura. No enmienda ni corrige un daño. Pero socialmente implica un leve desagravio. A mi tío eso le importaba, incluso más allá de sí mismo.