Talleres ilegales; camas calientes
Clandestinidad, explotación, esclavitud. Palabras que resumen pero no explican esa realidad subterránea que componen los talleres textiles escondidos en lugares insospechados de la Ciudad. Bajo los adoquines no está la playa, persiste una vida miserable en común que fabrica una comunidad forzosa, a punto de incendiarse. Ese lazo inexplicable de anónimos se anuda por un salario inexistente y una cama que nunca se enfría porque quienes caen semimuertos a dormir se turnan para descansar. Igual que en los tiempos de la Revolución Industrial. Pero sin siquiera un futuro dudoso del otro lado de las ventanas. La condena que han recibido por creer en el sueño latinoamericano es seguir produciendo en un estado de excepción permanente.
Excepción para el explotador que quiere hacer una diferencia importante en poco tiempo en el mercado de la ropa legal o trucha: el producto es el mismo, sólo cambia el precio. Excepción para el trabajador que cree estar en la antesala de algo mejor. Error. Recorren una cinta sinfín.
El fenómeno tiene un lado visible, paradójico y cruel. Tanto el mundo de la alta costura como el de los vestuarios que se enciman en los percheros de todas las clases sociales esconden esa mano esclava.