Bolivia: la importancia de la política menor

Bruno Fornillo


El golpe desbarrancó la ilusión de Evo Morales de iniciar un cuarto mandato. La anterior solidez ético-ideológica del MAS se desgastó a causa de los sucesivos intentos de habilitar la reelección y de su vínculo relativo con las organizaciones sociales. Sin embargo, son estos movimientos (campesinos, indígenas, obreros, vecinales) quienes hoy tienen la llave para activar la resistencia.

Lo que existe hoy en Bolivia es un golpe de Estado articulado por el núcleo conservador de la élite regional, soportado por un tipo específico de movilización social urbana y respaldado y ultimado por la fuerza policial-militar. La eficacia y la rapidez con la que se ha consumado el traspaso de poder habilita conjeturar sobre planificación local y aval exterior, pero eso es siempre así. Allí donde el peso mediático-judicial no logra torsionar el juego democrático retorna la militarización de la política, y marca el tono de hasta dónde están dispuestos a avanzar para zanjar la balanza de una renovada guerra civil subcontinental, en la que Brasil vuelve a ser el gendarme privilegiado. Se trata, a su vez, del lugar que ocupará la región, en un muy complejo tablero de estrategias propias y subordinaciones exógenas, ante un escenario de más escala atravesado por la tensión entre el Asia en ascenso y el mundo atlántico declinante.

Hay, también, un desmoronamiento propio. Sergio Almaraz Paz, uno de los más destacados intelectuales bolivianos del siglo pasado, escribió que el golpe del '64 en Bolivia se realizó sobre lo que quedaba de la revolución del '52. Ella había encumbrado al Movimiento Nacionalista Revolucionario gracias a que los mineros derrotaron militarmente al ejército oficial, se nacionalizaron entonces las minas y se aplicó la reforma agraria, pero con el paso del tiempo fue menguando el empuje inicial. La concesión de intereses a una burguesía tremendamente débil, el rearme del ejército y Estados Unidos volviendo a ocupar un lugar destacado -que, como dato no menor, era casi el único comprador de estaño, casi único producto del país- terminaron por socavar la movilización de masas. Transcurridos 12 años ya no hubo fuerza social dispuesta a resistir el avance de la asonada militar. Una diferencia de peso con aquel momento histórico es la performance económica que puede presentar el evismo, que indudablemente posee guarismos intachables en casi todos los rubros (lo cual, también y sobre todo, llama a tomar nota una vez más de los límites de la asociación entre crecimiento económico, bienestar material y participación política). Si el tiempo del nacionalismo-popular se agotó en el '64, el tiempo de un modo de concebir lo nacional-popular parece haberse agotado ahora, pero no por la vía de la economía.

Es indiscutible que en 2008 la rebelión de la "media luna" contra Evo Morales tuvo un calibre tan amplio como la actual protesta de la reacción, con tómas y control completo de las regiones del "oriente boliviano" e intentos decididos de propiciar el caos y la guerra civil; y además la injerencia norteamericana era explícita (habían enviado al antiguo embajador de la balcánica zona de Kosovo). Sin embargo, ese mismo embajador -Philip Goldberg- fue expulsado del país y la CONALCAM -dirección conjunta de las organizaciones sociales-, tuvo una capacidad de respuesta inigualable: sitió Santa Cruz, derrotó a la élite tarijeña, se militarizó Pando, y el triunfo fue rotundo. Tras ello, la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia vio luz y el MAS hizo casi todo bien a la hora de reproducir su dominio: tuvo un peso mayor en el poder judicial, mas injerencia mediática, e incluyó de manera subordinada a las élites departamentales díscolas, en una suerte de hegemonía consumada. Hizo lo que otros gobiernos de la región, por la causa que fuera, no hicieron. Su contracara fue convertir a la gestión estatal en un bastión y limar los proyectos más radicales -por caso, menguar fuerte el avance de la reforma agraria sobre las tierra cruceñas-, ciertamente disruptivos, que formaban parte de la genética del movimiento societal.

Es cierto que todas las hegemonías envejecen. El masismo, amarrado a una cultura originaria y a la visión de la política como servicio al pueblo, había visto como nadie el caudal de capital político y simbólico que representaba sostener y ejercer una línea ética sostenida en la gestión de gobierno (paradójicamente, había percibido que no se trataba solo de economía, y que la mayoría de la población gusta reconocer valores más nobles, como el esfuerzo y la honradez de quien comanda). La fisura que generó no atender lo suficiente a la pérdida de un referéndum que preguntaba por la posibilidad de una nueva reelección del binomio presidencial, y la esperable indicación de irregularidades en el conteo electoral último, dieron paso a una caudalosa protesta que no haría más que crecer, azuzada por las élites relegadas y por las clase medias urbanas que habían perdido sus signos de distinción, necesarios al carecer de otros. Detonó entonces una avanzada revanchista que tuvo a Camacho como figura refulgente de una extraña mezcla de machismo, cristianismo, regionalismo, anticomunismo, y halló un terreno limpio para avanzar escoltado por blindados. Que la derecha sea repudiable e impresentable, como es usual, no nos quita señalar que el evismo trastabilló al interior de su fuente madre de poder y concepto horizonte clave de la política local, porque la importancia de la democracia representativa es una línea decisiva que subtiende el hoy con la rebelión campesina de 1979 cuando ella "se incorporó al acervo político o a la acumulación hegemónica de las masas".

Sin embargo, fue el predominio del MAS en la gestión estatal y la desconexión parcial con organizaciones sociales de peso, navegando entre la dispersión, la tutela y el accionar de cúpula, lo que nos puede hacer comprender por qué la Confederación Campesina, los indígenas del Oriente Boliviano, la CONAMAQ aymara, y la Central Obrera Boliviana no tuvieron los reflejos como para dimensionar lo que estaba en juego en tan solo un par de días, casi horas. En los hechos, si bien lo que venía era y es incierto, más bien nefasto, lo anterior no despertó poner el cuerpo para defenderlo, básicamente porque ya no se concebía automáticamente como propio. Este punto es central. La respuesta, ciertamente heroica, de la ciudad de el Alto y de los ponchos rojos aymaras de las comunidades paceñas, que descendieron al grito de "ahora sí, guerra civil" son el atisbo de resistencia de última hora. Desde Tupak Katari que en la hoyada paceña se espera que los aymaras desciendan desde el norte y eso seguirá siendo así, porque ya no es posible quemar la bandera aymara. Se intuía una masacre, y la policía no tardó en pedir auxilio a los mandos militares, y eso porque Bolivia -y también Ecuador-, son países donde es posible pulsear con el ejército palmo a palmo si hay un bloque popular sólido. Esta vez no se amalgamó, pero tiene vida propia.

Ciertamente, además de las miradas que hoy con razón pero con no menos insistencia enfocan en la figura de Evo Morales, no debemos olvidar que ella misma es fruto de un ciclo político que cumplió cerca de 20 años: despunta en el año 2000 con la "guerra del agua", alumbró la exigencia de nacionalización del gas y asamblea constituyente en la "guerra del gas" y fue la causa directa de que Evo estuviera en el Palacio Quemado. Significó, también, un cambio en la composición de poder elitario de Bolivia y, fundamentalmente, una transformación radical de la cultura política acerca de quienes tienen derecho a participar y dirigir los destinos del país. Una ruptura que muy difícilmente tenga vuelta atrás. Son perspectivas que acercan confianza, porque no hay dudas que los movimientos sociales campesinos, indígenas, obreros y vecinales poseen una capacidad de organización y de veto político que hoy por hoy permanece latente, y que si bien pueden verse llamados por los beneficios que pueda ofrendar el gobierno de turno, ya no van a rendirse a uno que no sea ideológica y políticamente afín, y menos si no respeta sus intereses. No es una consigna acerca de la esperanza que debemos depositar en la vida política popular, es simplemente la evidencia de que la historia de Bolivia está signada por la protesta de una sociedad civil densa y organizada, la cual no se desestructuró en los últimos años sino que experimentó lo que significa mandar en el país.

El golpe fue duro, y es verdad que sus consecuencias parecen perdurables, pese a que persista un vacío de poder que no será fácil de llenar con un porcentaje altísimo de la población que votó al evismo, y todo indica que quien venga va a tratar de hacer pie en el mar. La importancia de las calles, del subsuelo político, aunque parezca menor, es la novedad protagonista de las movilizaciones que actualmente sostienen la sinuosa guerra civil sudamericana. Más allá de la figura del golpe, de la traición, del águila del norte, de los errores estratégicos, parecería necesario pensar el vínculo entre las organizaciones de base y el gobierno, la apuesta por la democracia intensa, la importancia de la sociedad civil movilizada: ella fue el impulso del cambio, sigue firme en Bolivia y también será quien se anteponga a la dictadura cruenta que asoma del otro lado.

- Bruno Fornillo, es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en Geopolítica por la Universidad de París 8. Es investigador del Consejo Nacional de Investigacio­nes Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina. Integra el Instituto de Estudios sobre América Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y la cátedra de Historia de Amé­rica Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad.

 

Cenital - 14 de noviembre de 2019

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