Sostenibilidad y hegemonía
Es difícil afirmar que parte de los politólogos y economistas lograron empaparse del mandato marxista de la conocida Tesis 11 sobre Feuerbach, aquella que recriminaba que “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
A más de 170 años de haber sido escrita pueden decirse dos cosas sobre la tesis, que “los filósofos” de entonces profundizaron la segmentación y especialización de sus campos de estudio y que en la práctica profesional dos ramas que deberían ser inseparables, la economía y la política, trabajan separadas. Sin embargo se mantiene una continuidad, politólogos y economistas siguen ansiosos por interpretar el mundo. Ubicándose rápidamente en tiempo y espacio ello significa, aquí y ahora, dar cuenta del shock del regreso a un régimen neoliberal tras el impasse populista.
En el nuevo escenario desde la ciencia política se interpreta que la Alianza Cambiemos se encuentra en plena etapa de construcción de hegemonía o, con más precisión, de pre-hegemonía. Se explica que las elites decidieron hacerse cargo del Estado sin la intermediación de la vieja clase política y que el nuevo gobierno, a diferencia de su antecesor en la etapa final, también supo interpretar mejor los deseos reales y aspiracionales de amplios sectores sociales que, con realismo sociológico o no, se sienten de clase media. Aunque esta interpretación se sostiene en el análisis de la “heterogeinización” de los sectores medios en las últimas dos décadas en consonancia con los cambios en el capitalismo global, el planteo de fondo es bastante simple, Cambiamos sería el nuevo partido de la clase media, real o aspiracional, del siglo XXI.
Desde la economía, como podría suponerse a priori, se creen que a este análisis político le falta materialidad, que no se advierte la insustentabilidad real del programa económico neoliberal en dos dimensiones principales, la social y la financiera externa. La social, porque dados los sectores tácitamente elegidos, el actual modelo tiene serios problemas para generar empleo, factor que no solamente resulta determinante para la inclusión social, sino también para el sostenimiento y la retroalimentación de la demanda agregada, todo ello en una estructura económica en la que el consumo sigue representando dos tercios de dicha demanda. Y la financiera externa, porque el modelo es altamente dependiente del endeudamiento en divisas.
Pero el debate no termina aquí. Los politólogos que no rechazan esta crítica, es decir, que no rechazan la insustentabilidad de mediano plazo del modelo, afirman que el punto crítico está en otra parte, en la pregunta por el “hasta cuándo” de la sostenibilidad. En el debate ponen el ejemplo cercano del menemismo, que al igual que el actual modelo no creaba empleo y era dependiente del ingreso de capitales, pero cuya hegemonía se extendió durante una década, sin contar su herencia de valores en el presente. En paralelo, también suman argumentos los economistas. Concretamente, sobre el peso de la pesada herencia “recibida”, que no es la misma que la “relatada”, a saber, que a comienzos de la actual administración el desempleo y el endeudamiento en moneda extranjera se encontraban, en mínimos casi históricos, lo que precisamente otorgó mucho margen para el “hasta cuándo”, es decir para tomar deuda y aumentar el desempleo. Sobre el menemismo debe agregarse, no obstante, que parte del flujo de divisas para su sostenimiento se basó en las privatizaciones de empresas públicas y que el contexto internacional, en pleno auge global del Consenso de Washington, era mucho más favorable. Podría decirse preliminarmente que los tiempos de sostenibilidad son hoy más cortos que en los ‘90. Pero si fuesen, por ejemplo, de entre dos y cuatro años se podrían predecir dos períodos presidenciales de Cambiemos, aunque con un segundo mandato altamente inestable. No es una perspectiva halagüeña, pero sí posible.
Hasta aquí se describió la tendencia a construir hegemonía, pero nada se dijo de las contratendencias más evidentes. Si la Alianza Cambiemos es, efectivamente, el nuevo partido de las clases medias y pretende conservar mayorías, debe dar respuesta a las demandas de la totalidad de esta clase, incluida la porción que aspira a serlo y que fue el plus que le permitió vencer en el balotaje. El oficialismo cree que haberse expandido territorialmente en base al control del aparato de Estado y haber conservado íntegro el voto de la primera vuelta de 2015 supone, luego del fuerte ajuste de 2016, una continuidad estable en el apoyo a sus políticas. Lo que quizá no advierta es que el voto de su núcleo duro no significa conservar un apoyo mayoritario. Su principal fortaleza sigue siendo su habilidad de construcción de mayorías legislativas en un contexto de funcional dispersión opositora. El voto de clase media aspiracional que lo sigue acompañando es el que todavía cree que el ajuste fue consecuencia de la “pesada herencia relatada”, pero que cree también que a partir de ahora su situación mejorará. El gobierno lo sabe y por eso, a la continuidad de la criminalización del adversario, sumó la idea de la recuperación económica.
La estabilización post ajuste y los números levemente positivos en las variables comparadas contra 2016, aunque no contra 2015, no fueron una sorpresa. Además, a pesar de su discurso ofertista, el gobierno impulsó esta año la demanda mediante la obra pública, un sector con fuerte efecto multiplicador sobre el nivel de actividad. Sin embargo, cuando se compara contra 2015 y se proyecta hacia 2018, no hay elementos que permitan prever una expansión de los componentes de la demanda en el tiempo. A pesar de las promesas, la inversión como porcentaje del PIB sigue siendo muy baja para cualquier proyecto de crecimiento, y ni hablar del mítico reemplazo del consumo por la inversión. Al mismo tiempo los salarios, y por extensión el consumo, siguen ajustando por debajo de la inflación. La previsión en base a la teoría es que la economía seguirá con bajos o casi nulos niveles de crecimiento en 2018, cuando ya no pesará el rebote estadístico, y en consecuencia se mantendrán intactos los problemas de creación de empleo, todo ello en un marco de profundización del déficit de la cuenta corriente y de mayor peso de la carga de la deuda. Si en este contexto estructural adverso el gobierno intenta sobreponer, como dice, la baja del gasto para reducir la carga tributaria sólo conseguirá agravar la situación macroeconómica y, en consecuencia, su construcción de hegemonía. Pero es difícil que lo haga, la torpeza política no fue hasta ahora su sello.
Tras la interpretación y regresando a la Tesis 11, a economistas y politólogos les sigue quedando pendiente eso de transformar el mundo, formular aquí y ahora cómo construir contra-hegemonía.
Suplemento CASH de Página/12 - 3 de septiembre de 2017