El nuevo TLCAN: el punto de vista mexicano
La prensa ha anunciado la firma de un nuevo Tratado de Libre Comercio de América del Norte con los mismos miembros signatarios del original de 1994, Canadá, EEUU y México.
Las conductas de los tres gobiernos deberían ser objeto de estudio de la ciencia de las Relaciones Internacionales. Un Canadá renuente a renovar un Tratado trilateral, unos EEUU jugando el papel de país poderoso y desinteresado en la continuación de aquel y México, dispuesto a firmar lo que sus socios propusieran. No obstante, la renovación, parece que ninguno de los tres signatarios, está satisfecho con los resultados del TLCAN original. En particular, Canadá ha señalado que no aceptan los bajos salarios pagados en México en actividades similares en los tres países, EEUU argumenta que pierde con el Tratado y el gobierno mexicano no reconoce la existencia de estudios que demuestran las desventajas de éste.
Una de las cláusulas incluido en este nuevo acuerdo es el compromiso de los firmantes de no comerciar con países donde el Estado tenga una participación activa en la economía ¿Cuba, Venezuela, Bolivia y China? Sin duda son los EEUU quien ha insistido en esta condición y usa el TLCAN con fines que sus socios no necesariamente comparten ni les benefician. Sin embargo, la élite mexicana apoya esas posturas. La pregunta es qué gana apoyando una guerra comercial con China. Esta pregunta en realidad puede extenderse hasta la firma del Tratado en su totalidad, ya que la evidencia muestra que la economía nacional ha ganado poco, si algo en los veinte años que ha estado vigente el TLCAN original. Como se sabe, la tasa de crecimiento de la economía por habitante es agónica desde hace dos décadas y media y los salarios están, en efecto, entre los menores del mundo.
Entonces, las ganancias yacen en otro orden, no en lo económico; por ejemplo, las elites económicas mexicanas se sienten respaldadas por el gobierno de los EEUU o bien, quizás éstas creen que su posición en “el Mundo” mejora si mantienen relaciones cercanas con este país; tal vez, en el imaginario, se colocan por encima de otras élites americanas. Me parece que éste debería ser un tema fundamental de investigación científica que tiene pendiente la sociología empírica. Lo más interesante es la profundidad de la subordinación a la que está sometida tal élite. El Canciller del gobierno que termina, Luis Vidergaray encarna esta posición, pero sin duda la comparte el Gabinete en pleno y algunos miembros del Gabinete del nuevo gobierno opinan de manera similar, como la próxima Secretaria de Economía, Graciela Márquez Colín, quien saluda la medida discriminatoria contra los países mencionados, sin ofrecer explicaciones de su júbilo. Es curioso que algunos de estos funcionarios afirmen que este acuerdo evitará los perjuicios de los “proteccionismos” contra la economía nacional, ignorando que se mantienen los aranceles sobre el acero y el aluminio exportados por México o que las relaciones con EEUU dan garantía a las inversiones. Por último, los acuerdos regionales de libre comercio son proteccionistas, al darle un trato distinto a los socios frente al resto del mundo.
Habrá que reconocer -sin embargo- que en general la élite económica mexicana ha apoyado siempre a los Estados Unidos, a pesar de los discursos de corte nacionalista (a veces incendiario) y en vano ha esperado lo mismo de sus contrapartes estadounidenses. El Presidente Benito Juárez se apoyó en ese país contra la invasión francesa en la década de 1860, a pesar de que menos de dos décadas atrás México había perdido una guerra y la mitad de su territorio en favor de los vecinos del norte. Desde luego, no es el único caso de agresión armada (la más reciente invasión a Veracruz fue en 1914) o de agresiones de otra naturaleza. Aun así, cuando estalló la crisis de la deuda externa en la década de 1980, México rompió los acuerdos de países deudores para acordar con los EEUU en condiciones poco ventajosas para el país. Alrededor de esa época los plutócratas nacionales decidieron integrarse con la economía estadounidense aduciendo la necesidad de libertad de comercio. La lista de casos similares continúa y es larga.
En este momento, no es evidente qué gana México o su élite económica en una alianza contra China, parece otra vez una decisión movida por la ideología que incluye la creencia de que México no puede existir sin el apoyo de su agresor. Más todavía, quizás también haya otras élites mexicanas que apoyan la subordinación a los EEUU, pienso en la élite académica (no necesariamente intelectual), aquella que ha estudiado en las universidades de ese país, discute en inglés, piensa a México desde el extranjero y no lee nada publicado al sur de río Bravo. No todos ellos son hijos de los más ricos, sino que los sistemas de becas (concedidas por organismos de carácter público) han financiado la formación de estos grupos en esas universidades. Probablemente el resto de la población debería reconsiderar la relación bilateral y sus consecuencias para México. Por el momento tenemos un acuerdo que nos aísla de la relación con China, la economía más grande y dinámica del mundo y que impedirá algún acuerdo con Cuba eventualmente, un socio histórico del país y que podría ser un mercado “interesante” para los empresarios mexicanos.
- Fidel Aroche Reyes, Universidad Nacional Autónoma de México
América latina en movimiento (ALAI) - 3 de octubre de 2018