Olor a huevo
La garantía de precios que permitan el acceso a alimentos para frenar la inflación puesta en un pacto entre caballeros, como describió el ministro Nicolás Dujovne, no es creíble y ni siquiera accesible. Apenas una ilusión extemporánea que tiene como telón de fondo a la cada vez más profunda feminización de la pobreza.
Los caballeros de antes no usaban ajuste. Pero ahora que la caballerosidad en su visión original del machismo protector ya es un dinosaurio en extinción y el machismo redobla la apuesta con más crueldad y menos gentilezas, códigos y cuidados el uso de la idea medieval de masculinidad como sinónimo de nobleza es pura fanfarria machista y de tan machista tan pinochetista en su acepción de Pinocha o mentirosa.
“El acuerdo que alcanzamos es de precios cuidados y se va a cumplir”, aseguro el Ministro de Hacienda Nicolás Dujovne el 17 de abril, en un intento de frenar la inflación o la leche diluida igual que las expectativas económicas de un segundo semestre que nunca llegó. El funcionario quiso rubricar la confianza país (en un país que siempre trato a los Ministros de Economía, que ya ni el cargo tienen, de Super Ministros como si se tratara de un superhéroe que podía salvar a la patria y al consumo de electrodomésticos) con una frase contundente y selló que los precios esenciales se iban a cumplir porque se trata de “un acuerdo entre caballeros”.
En realidad, se atajó de las críticas por derecha que tildaban a las medidas del congelamiento de precios que usaron Salvador Allende o Raúl Alfonsín para garantizar el consumo de manteca y o los Precios Cuidados de Cristina Kirchner para garantizar el acceso a productos básicos. “No es un congelamiento”, se atajó. “Acá no hay un decreto que congela y las empresas que no quieren estar en Precios Cuidados pueden no estar, ¿no?”, explicó. Pero no solo refrendo la liberación económica en un mercado en donde la pulseada ya ganó. También explico que ese mercado –en el que gana el más fuerte– es con una mesa de varones y pensada para una mesa de varones aunque, en la mayoría de los casos, las que estiran los guisos, recorren cuadras para seguir comprando milanesas, ponen la mesa y se amargan por lo que sacan o falta son mujeres.
En la Argentina los pactos de caballeros no se cumplen en un sentido clásico de la idea de caballerosidad como hidalguía, ética de compromiso, interés de proteger a la comunidad o los y las más débiles. Ese sentido ya está extinguido por la historia en donde las mujeres no son el sexo débil (¿hay que decirlo cuando ya está superada hasta la idea de sexo?) y la debilidad no es más una asignación a quienes hoy son protagonistas de la gran revuelta feminista y diversa. Pero además, aun cuando fuese en un sentido histórico -nostálgico, los grandes grupos económicos no respetan pactos de palabra, no liquidan la soja para que no suba el dólar, no dejan de fumigar con gilfosato ni cerca de las escuelas, no mantienen los precios para que la inflación no ahorque el consumo de carne, tomate o yogurth y no hay distribución que les parezca lógica sin que lo único que importe sea la ganancia hiper concentrada de la riqueza.
En los pocos días que los precios esenciales llevan de ruedo las góndolas no muestran los productos, ni se garantizan que no hayan sido previamente subidos, ni que sean accesibles al consumo. El fracaso del pacto de caballeros es tan seguro como el final del machismo como forma de ejecución del capitalismo de amigos que confía en que los empresarios van a perder sin mediación del Estado y porque prefieren uno de los suyos a una archi enemiga que es –no azarosamente– mujer y maldecida como yegua. Más allá de las preferencias políticas y económicas el fantasma de la ex Presidenta Cristina Kirchner como una maldición que humilla per se a los varones muestra, hasta qué punto la misoginia intenta mantener el poder simbólico del bastón de mando-sinceramente- en la Argentina.
Incluso, llama la atención que un gobierno que busco al Fondo Monetario Internacional (FMI), volvió a endeudar al país (y a perder, por ende, la autonomía económica en manos de la palabra de organismos internacionales sobre las decisiones internas de aumentar o congelar salarios, inversión, obra pública, jubilación o asignaciones sociales) y que obedece las ordenes de ajuste del Fondo solo se subleve en cuestiones de género.
La conducción de Christine Lagarde, al frente del FMI, muestra que no basta con ser mujer para proponer políticas que beneficien a otras mujeres y que algunas se suben a políticas que benefician solo a algunos (y mucho más predominantemente a algunos en masculino porque las mayores ganancias son para los varones y las mayores consecuencias de la pobreza son para las mujeres y cuerpos feminizados). Pero si Lagarde representa el modo de pink washing (lavado rosa) del ajuste o del poder para una y no del poder feminista para todxs Dujovne ejemplifica la sumisión económica que solo mantiene la rebeldía o la autodeterminación -como una rabia inextinguible- para dejar a su machismo erguido y a la economía por el piso.
El 11 de mayo del año pasado, en la visita para ir a pedir fondos, del equipo económico a Estados Unidos, Christine Lagarde retó a Dujovene: “Estás corto de mujeres” porque el Ministro de Hacienda viajó a entrevistarse con ella, a Washington, con una comitiva exclusivamente formada por él y otros seis caballeros. Después del reto y, ante la necesidad de conseguir la chequera del FMI, Dujovne prometió: “Lo mejoraremos”. Es casi el único condicionamiento del Fondo que no cumplió. No solo la participación en el gabinete de mujeres, sino la concepción económica de que quienes deciden los precios y quienes pagan las consecuencias de los precios son varones.
De caballeros, ya no les queda ni la nostalgia.
El machismo, en las primeras dos décadas del Siglo XXI, es como el neo-neo liberalismo (de nuevo nada) y de conservador todo: es a todo o nada y mucho más recrudecido. Por eso, los pactos de caballeros no son creíbles y fracasan. La palabra de la masculinidad está empañada y ya no alcanza. Se necesita que el pacto se rompa y no que siga en la fábula de super héroes que solo arrasan con las ollas sostenidas con el fuego del trabajo invisible. Y se necesitan nuevas identidades de varones que logren romper con la cofradía y reconstruir familias, relaciones y economías -de verdad- más confiables y democráticas.
Suplemento LAS12 de Página/12 - 26 de abril de 2019