El conurbano está solo y espera
Comencé a militar políticamente con dieciséis años, en el peronismo de Florencio Varela. Viví como todos los argentinos y argentinas la convertibilidad, el estallido de 2001 y la recuperación de la esperanza que puso en marcha Néstor Kirchner. Luego viví el declive silencioso pero ostensible que produjo la irrupción cambiemita. Ahora transito (transitamos) este presente cargado de interrogantes e inquietudes.
I
Podría detenerme en cada uno de esos momentos y desarrollar mis percepciones, vivencias y lecturas. Sin embargo, voy a saltear esos hitos para mirar el conjunto. Prefiero hacer un balance general, sin beneficio de inventario y sin distinguir entre quienes gobernaron en un momento u otro. Me interesa lograr una perspectiva de un aliento un poco más largo.
En el pasado había un imaginario de un conurbano integrado. Se trataba de localidades en las que el trabajador industrial llegado desde el interior podía asentarse y acceder a un pedazo de tierra para levantar su vivienda familiar. En Villa Celina o en El Campito, Juan Diego Incardona nos brinda descripciones cargadas de emotividad y añoranza por esos años en los que la barriada nos permitía forjar sueños y pensar en un mañana distinto. A pesar de las dificultades, el conurbano era un territorio de frontera que encerraba en sus entrañas una oportunidad de realización y de desarrollo. Era la Argentina industrial, los sectores populares tenían trabajo y se encuadraban sindicalmente porque el peronismo hizo del movimiento obrero su columna vertebral.
"EN EL PASADO HABÍA UN IMAGINARIO
DE UN CONURBANO INTEGRADO. SE
TRATABA DE LOCALIDADES EN LAS QUE
EL TRABAJADOR INDUSTRIAL LLEGADO
DESDE EL INTERIOR PODÍA ASENTARSE
Y ACCEDER A UN PEDAZO DE TIERRA
PARA LEVANTAR SU VIVIENDA FAMILIAR"
Ese país desapareció. El cierre de fábricas dejó su huella: grandes edificios abandonados con ventanales rotos son mudos testimonios de algo que dejó de ser. El desempleo, imperceptiblemente, se tornó estructural. Cambiaron las costumbres, los roles familiares y las demandas ciudadanas hacia la política. Si en la Argentina industrial los conflictos se centraban en el cuestionamiento a la explotación del trabajo por el capital, a partir de los ‘90 derivaron hacia un reclamo de integración de quienes están excluidos. Ya no explotados, sino literalmente excluidos. Cambió la estructura social y cambió la política. Ese deterioro, que se manifiesta en la vida cotidiana del conurbano, se cristalizó de modo inapelable con la pandemia del COVID-19. Lamentablemente, estamos ante una constante histórica.
A fines de los ‘90 me fui a vivir a Ingeniero Allan, por aquel entonces una zona semi rural de Varela. En los últimos veinticinco años se convirtió en una abigarrada localidad. Creció sin planificación, con viviendas y construcciones que carecen de título legítimo, con un déficit en materia de oferta educativa, con líneas de colectivos que no pueden cumplir su recorrido porque no lo permiten las calles detonadas.
Los años pasan y los problemas se acumulan y multiplican. Hay fallas en la resolución de reclamos vecinales que se enmarcan en un contexto de desempleo creciente, caída del consumo y un repliegue notorio del Estado. Todo eso se manifiesta en zonas liberadas: allí se enseñorean pequeños enclaves dedicados al narcomenudeo. Los jóvenes ni-ni se hacen adultos y siguen siendo ni-ni. El círculo perverso del deterioro parece no tener fin…
¿Y la política? ¿Qué pasa por ahí? Parece haberse instalado la idea de que el Gran Buenos Aires es un problema estructural e inmanejable. Por esa razón, se concibe a las intervenciones apenas como una malla de contención, que cada año se corren un poco más hacia atrás. Como si fuese un burdo remedo de lo inmodificable: la falta de vivienda, los déficits educativo y sanitario, el problema de La Bonaerense, los cortes de luz y la enorme franja de jóvenes que viven como pueden, que ya no esperan nada y viven un presente circular. Como si el futuro estuviera cancelado. Esa es la postal de un día cualquiera en nuestro conurbano.
Hay que ser claros: esto es lo que construimos en estos años. Pablo Touzon y Martin Rodríguez marcaron en La Grieta Desnuda que el Coeficiente de Gini (NdeE: medida de la desigualdad en los ingresos ideada por el estadístico italiano Corrado Gini) y la democracia tienen una relación inversamente proporcional. Esa es la llaga que duele. Pese a las vueltas retóricas, no lo podemos obviar. Ese es un modo elegante de escupir una verdad lacerante. Si la pobreza aumenta y la desigualdad se agiganta, ¿cuál es el sentido de la práctica política? ¿Hay acaso un fatalismo frente al que no cabe más que la resignación?
Creo que la resignación fue la opción elegida por quienes aceptaron el supuesto de que no se puede cambiar un problema estructural. El conurbano tiene el rostro que supimos darle, luego de subordinar la autonomía de la política a las fuerzas pretendidamente ingobernables de la economía. La falta de planificación urbana, la inseguridad, los servicios públicos deficitarios, entre otros, son la consecuencia de la retirada de la política, de su resignación, de su rendición ante otros poderes y otras lógicas que ordenan la convivencia y la dinámica social.
"CREO QUE LA RESIGNACIÓN FUE LA
OPCIÓN ELEGIDA POR QUIENES ACEPTARON
EL SUPUESTO DE QUE NO SE PUEDE
CAMBIAR UN PROBLEMA ESTRUCTURAL.
EL CONURBANO TIENE EL ROSTRO QUE
SUPIMOS DARLE, LUEGO DE SUBORDINAR
LA AUTONOMÍA DE LA POLÍTICA A LAS
FUERZAS PRETENDIDAMENTE
INGOBERNABLES DE LA ECONOMÍA"
El vacío que duele es el de la política misma. El triunfo de Alberto Fernández dio pábulo a las mejores esperanzas, pero en el medio apareció la pandemia y el descalabro por todos conocidos. La política necesita reorganizarse, reconstruir mecanismos de transmisión de información entre la base y lo más alto de la pirámide organizacional. El peronismo precisa recuperar la militancia territorial de base, nutrirse de las ansias transformadoras que constituyen el motor de cambio de cualquier proyecto que se precie de tal condición.
II
El hacinamiento define la convivencia conurbanera: cada vez más familias viven en un mismo espacio, con hijos que alargan el momento de la partida o la aplazan definitivamente para asentarse en el fondo del terreno, pero ahora con pareja e hijo. La vivienda propia nunca llega porque no hay crédito que la haga posible. Si aparece la posibilidad de acceder a algún terreno es sin título, mediante boletos de compraventa sin firma certificada, fecha cierta o antecedente alguno. Es lo que hay porque acceder a un terreno con todas las de la ley se hace muy caro y decididamente inalcanzable.
Los debates sobre esta cuestión se vuelven groseros y evidencian un supino desconocimiento de la cuestión. Existen herramientas jurídicas concretas que permiten el diseño de una política de acceso a lotes con servicios. La Ley Pierri, la compra de macizos para su urbanización, la aplicación de la plusvalía urbana o la usucapión administrativa son instrumentos vigentes, existen pero se aplican de modo discontinuado. ¿Por qué? Por una cuestión de voluntad política. Lo instrumental nunca puede suplir lo sustantivo. No se trata de propiciar mesas interdisciplinarias interjurisdiccionales: se trata de desplegar una vocación de transformación en el territorio.
Mientras concluyo esta nota, el presidente restituyó a la provincia un punto de la coparticipación. Esa medida condensa el espíritu de lo que necesitamos: respuestas concretas a partir de la voluntad de desatar los nudos de un unitarismo exasperante. Un unitarismo que aún existe y se manifiesta en una desigualdad inadmisible entre el PBI per cápita de CABA (o del presupuesto) y el resto del país. El presidente no necesitó crear ningún organismo interjurisdiccional ni llamar a ninguna mesa de diagnóstico: tomó una medida concreta, precisa, con un impacto directo en las cuentas provinciales. ¿Alcanza? Claro que no, pero va en la dirección correcta y tiene una enorme fuerza ejemplificadora. Cuando hay decisión en lo más alto de la pirámide política, ese ejemplo derrama con fuerza hacia otros estamentos, otras jurisdicciones y otros ámbitos. No creo tanto en la necesidad de ofrecer una ristra de soluciones enlatadas: creo más en la necesidad de revitalizar la política y sacarla de un estado de aletargamiento que se manifiesta en la lentitud, y muchas veces desidia, de quienes están al frente de distintas áreas con responsabilidades concretas de gestión.
"LA LEY PIERRI, LA COMPRA DE MACIZOS
PARA SU URBANIZACIÓN, LA APLICACIÓN
DE LA PLUSVALÍA URBANA O LA USUCAPIÓN
ADMINISTRATIVA SON INSTRUMENTOS
VIGENTES, EXISTEN PERO SE APLICAN DE
MODO DISCONTINUADO. ¿POR QUÉ? POR
UNA CUESTIÓN DE VOLUNTAD POLÍTICA"
Los grandes problemas del conurbano necesitan mucho más que refinados diagnósticos: un poco más o un poco menos, todos sabemos que sucede allí. Lo que falta es decisión, aquella que sí existió en ese breve interregno en el que conseguimos universidades públicas, hospitales de excelencia y un impulso al consumo que se patentizó en la vida diaria: las motos compradas a crédito arrancaban temprano para llevar al trabajo a quien era contratado por el taller que abría sus persianas en un país que recuperaba mercado interno e iniciaba un progresivo camino en la sustitución de importaciones. El contexto explicaba la fuerza y el dinamismo de una cotidianeidad distinta, esa que queremos recuperar.
El conurbano encierra una potencia adormecida, capaz de poner en marcha a todo el país. La vitalidad que anida en esa enorme mancha demográfica late subrepticiamente, acecha expectante en un escenario en el que parece que nada pasa pero que desarrolla en su interior un fuerte anhelo de cambio y transformación. Eso debe ser encauzado en una dirección correcta. El conurbano de hoy es como aquel Hombre que está solo y espera que Raúl Scalabrini Ortiz percibió en los años ‘30. Anidan sueños que esperan ser convocados a una nueva gesta de reconstrucción.
Que así sea, o que el Pueblo y la Historia nos lo demanden.
Revista Panamá - 12 de septiembre de 2020