Venezuela: siete elementos fundamentales para una lectura crítica de la situación

Pablo Solana

Para comprender esta etapa de disputa por el control del Estado hay que ver la película completa: similitudes y diferencias con las crisis anteriores, qué se repite y qué hay de novedoso –y potencialmente disruptivo– en la coyuntura actual.

1. A diferencia de la mayoría de las elecciones anteriores en las que los resultados presentados por los sucesivos gobiernos de Chávez y Maduro lograron el reconocimiento de veedores internacionales y países de peso (avalaron resultados pasados –salvo los de 2018– aún cuando la oposición los desconocía, desde el Centro Carter de los EEUU hasta la mayoría de países de la región), en esta ocasión la falta de transparencia en la presentación de los porcentajes finales es un punto débil que puede convertirse en el Talón de Aquiles del gobierno de Maduro. Pasadas 72 horas, ese sigue siendo el dato central en la esfera geopolítica. El argumento oficial de un hackeo al sistema informático hasta ahora no logró demostrarse verosímil. A la vez, la plataforma paralela de datos que montó la oposición resulta de dudosa verificación, pero aún así son los opositores quienes parecen llevar la iniciativa a la hora de sustentar con actas electorales su posición.

2. Al igual que en elecciones anteriores, la oposición de derecha no tiene ningún interés en la formalidad legal. Gritó fraude ante cada elección pasada, las más de las veces sin ningún sustento. Alentó golpes de Estado, exigió la invasión extranjera del país y prometió alinear a Venezuela con los EEUU y con la alianza de ultraderecha que no se caracteriza precisamente por el respeto a la voluntad popular, pero que aún así crece como mancha venenosa en la región. Más allá de la astucia política que puedan mostrar en la actualidad, son los mismos golpistas de cada intento golpista durante los últimos 20 años, van a proceder con igual sentido de cipayismo y sin ahorrar crueldad. Sin embargo, esta vez el punto 1, les mejora la posición.

3. A diferencia de elecciones anteriores, el “chavismo salvaje” parece estar inactivo, o menos activo que en otras coyunturas decisivas. En las bases de apoyo al gobierno hay un “silencio inédito”, según palabras de una militante de la izquierda venezolana. La expresión chavismo salvaje dio título a un libro del exministro de Comunas, Reinaldo Iturriza López, quien se refirió de ese modo a las masas plebeyas que  protagonizaron la revolución chavista en sus orígenes. Pasadas más de 48 horas de los comicios, Iturriza analiza: “es momento de cerrar filas en un frente común contra el odio y el revanchismo, apelando al más genuino espíritu bolivariano”; a la vez, se permite una mirada crítica con el manejo oficialista de la situación: “Demorar la publicación del detalle de los resultados electorales, por la razón que fuere, sin ofrecer explicación suficiente, constituye una grave omisión que en nada contribuye al clima de paz social (…). Las instituciones del Estado tienen la obligación de actuar al ritmo de las demandas populares, no es el pueblo venezolano el que debe acompasarse, resignadamente, al ritmo de aquellas”. Entre las organizaciones de masas, la Unión Comunera, que reúne a sectores campesinos y movimientos sociales de todo el país, se posicionó “en defensa de la victoria de la Revolución Bolivariana” y llamó a sus bases a “permanecer vigilantes y movilizados, evitar a toda costa caer en provocaciones pero sin dejar de custodiar y defender los territorios”, una consigna que puede entenderse como defensiva (¿insuficiente?) ante la gravedad de la situación. “En la gente hay miedo”, reconoce un militante de esa organización.

4. Al igual que en coyunturas anteriores de desestabilización, la oposición puede quedar limitada ante la falta de un Plan B; los antecedentes indican que, en la medida en que no se quiebre la lealtad de las Fuerzas Armadas al gobierno de Maduro, no será fácil voltear a un régimen que mantiene las lealtades estratégicas con puestos clave en empresas estatales desde la que se hacen negocios millonarios. Aun cuando la oposición de derecha parece estar haciendo las cosas con más prolijidad que en intentos desestabilizadores anteriores, hasta el momento no parece haber sectores militares que les respondan. Aunque, si como parece, la lealtad es cuestión de negocios, habrá que esperar a ver qué puede ofrecer la oposición a algún sector del poder militar.

5. A diferencia de elecciones anteriores, ahora el quiebre clasista no parece ser del todo nítido. Es cierto que la maquinaria del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) articula poblaciones de origen popular a lo largo de todo el país, y que la oposición sigue siendo portadora de un ADN forjado en la defensa de los intereses oligárquicos y antipopulares. Sin embargo, hay actas que no parecen alteradas que muestran una mayoría de votos a la oposición en barriadas populares, y militantes que reconocen que, en sus jurisdicciones, Maduro perdió; las movilizaciones y protestas contra el gobierno logran eco en periferias suburbanas y en poblaciones de la Venezuela profunda que otrora supieron depositar las expectativas en el desarrollo del poder comunal.

6. Al igual que en crisis anteriores y, a la vez, como rasgo distintivo de la coyuntura actual, hay que contemplar la compleja situación económica del país. Por un lado, permanece el bloqueo económico que priva al Estado venezolano de disponer libremente de los resortes estratégicos de la economía. Por otro, la reactivación que muestra la macroeconomía se condice con la imagen de las principales ciudades con abastecimiento de bienes y productos a la altura de cualquier metrópoli latinoamericana. Eso es resultado de una serie de concesiones al poder financiero transnacional y a grandes empresarios locales que incluyó la dolarización de hecho del país. La contracara menos vista es la expansión de una nueva fractura social: trabajadores que cobran poco y nada y vieron desmejorados sus derechos elementales, maestros y maestras que deben conseguirse dos o más trabajos y que, por lo tanto, van a dar clases solo unos pocos días a la semana (la educación básica primaria hace tiempo ya no está garantizada en Venezuela), y otra serie de secuelas del la profundización de la injusticia que permiten comprender la “neo-latinoamericanización” –de la mano de lógicas neoliberales– de la revolución bolivariana: conviven centros de gran consumo con el empobrecimiento de otros tantos sectores del pueblo. El punto anterior se articula y explica en función de esta realidad económica estructural.

7. Al igual que viene sucediendo desde que Hugo Chávez propuso a su pueblo llevar adelante una revolución, lo que pasa en Venezuela incide en la geopolítica latinoamericana y global con un peso que no se puede obviar. Durante los primeros años, el vigor de un chavismo como cabeza de lanza de un proceso de autonomía continental que desafíe a los EEUU en la región dispuso la reacción de las derechas globales con una virulencia que, aunque siempre injusta, podía comprenderse como respuesta a aquella “amenaza”. Ahora, con una Venezuela que arrastra años de crisis (más allá de la compleja y desigual recuperación actual) y con un proyecto “socialista” y “antiimperialista” limitado a discursos que contrastan con la más elemental mirada sobre la realidad política, económica y social, y con un continente signado por el fracaso o la moderación de los progresismos gobernantes y el crecimiento de las ultraderechas, no pareciera haber motivos para que el destino de Venezuela ocupe un lugar tan central. Sin embargo, aunque no hay “amenazas socialistas” en juego, el control de los países periféricos en el tablero global sigue siendo de interés para las principales potencias: en antagonismo a los EEEUU, China, Rusia e Irán están entre los pocos países que reconocen a Maduro al día de hoy. Pocos pero de peso, si se tiene en cuenta la posibilidad de un nuevo foco de confrontación armada, situación que, viendo para dónde van las principales tendencias mundiales, no habría que apresurarse a descartar.

* * *

El repaso que antecede no alcanza a trazar un panorama nítido. Sería para desconfiar si así fuera, porque demasiadas variables están aún abiertas. Es probable que esta nueva crisis no sea, como pretenden ciertas miradas superficiales, una mera reversión de las anteriores que, con mayor o menor dificultad, el oficialismo supo dejar atrás. “Es el inicio de algo que está recién empezando”, analiza Marco Teruggi, quien vivió muchos años en Venezuela y es en la actualidad uno de los analistas que mejor conoce el paño. “Unidad contra el fascismo, esa es la línea oficial”, explica un militante venezolano que, a esta altura, descree que el gobierno vaya a ocuparse de transparentar la confusa situación electoral.

Quienes miramos de afuera, buscamos canalizar nuestro entusiasmo –en mayor o menor medida, hacia un lado o hacia otro– con lo que pueda pasar en Venezuela en función del escenario global. Pero no hay que perder de vista que, una vez más, será el pueblo venezolano –más que el propio gobierno de Maduro– el que, indefectiblemente, deba dar las batallas decisivas.

 

Revista Zoom - 31.07.24

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