Venezuela: siete elementos fundamentales para una lectura crítica de la situación
Para comprender esta etapa de disputa por el control del Estado hay que ver la película completa: similitudes y diferencias con las crisis anteriores, qué se repite y qué hay de novedoso –y potencialmente disruptivo– en la coyuntura actual.
Venezuela: Cuando el Apocalipsis nos alcance
El chavista es un pueblo que se acostumbró a vivir en la víspera del Apocalipsis. En los últimos 20 años, se nos ha asomado en el horizonte un “día final”, un “mañana sí”, en el que llegarán los siete ángeles con sus trompetas castigadoras.
Petróleo, religiosidad y política
Nunca es fácil describir la desazón o la pérdida de una expectativa. En estos momentos, el PSUV –el partido de Chávez en Venezuela– se halla sumido en una ardua discusión. ¿Qué pasó con los miles de votos antes chavistas que movieron su aguja hacia los caudales de Capriles? ¿Las razones son una súbita percepción ocurrida en numerosos sectores populares de que Chávez era irremplazable? ¿Maduro no representó acabadamente el “legado”? ¿O, al contrario, lo sobrerrepresentó? ¿Hay motivos económicos que corroyeron silenciosamente la vida doméstica popular como efecto de las devaluaciones, algo que apenas fue mencionado (ciertamente, mucho más por Capriles)? Hoy, pensar respuestas adecuadas para lo que no fue una derrota material, pero sí un severo desacople con la realidad que se esperaba, corresponde a un ejercicio de la imaginación política que recorre –debe recorrer– todos los procesos populares de la región.
Maduro se presenta como Hijo de Chávez, y éste es el “supremo eterno”, esto es, el Padre, que se situó en la publicidad del gobierno como un oráculo que se plasmaba en venerables imágenes de episodios del pasado. Sobre todo del golpe que en el mismo mes de abril de hace varios años habían intentado muchos de los ahora felices poseedores de casi la mitad del padrón electoral venezolano, entre ellos, Capriles. Al regresar Chávez de su prisión en un célebre helicóptero, los locutores de la televisión pública, que por cierto no están desposeídos de entusiastas chispas discursivas, rebautizaron este hecho como “la resurrección del comandante”. No ya el reintegro ni el rescate. Agréguese a esto que Maduro se refirió a aquella antigua gesta como un modo de comportamiento popular (miles y miles de personas actuaron en pos de un objeto, sin ninguna clase de coordinación), posible de definirse en términos de un “misterio popular”. “El pueblo es misterioso”, dijo. Más allá del interés intrínseco que tienen estas frases para una historia de la discursividad litúrgica en los movimientos sociales, se configuraba un triángulo de pensamiento místico basado en las figuras del Padre, del Hijo y del Misterio Popular (o Espíritu Santo), que establecía ciertas diferencias con las religiosidades populares del más diverso tipo, para estacionar la apelación política en una estructura que semejaba inconscientemente al cuerpo de Cristo, donde la sociedad entera se reflejaba.
La televisión pública ayudó a la creación de estas aureolas mítico–políticas ancladas en iconos ya fijados de un estrato de tiempo anterior, de características, en verdad, casi sacras. El efecto reiterativo de ciertos arquetipos icónicos de la televisión ayuda mucho a asimilar el presente complejo a un exorcismo o a un rezo. No es que estas teologías políticas sean desdeñables, pues son la sal y el cimiento palabreril de los movimientos sociales de todas las épocas. Aun más en esta Venezuela cuyo subsuelo cristiano tiene ensambles de todo tipo, tanto evangélicos como credos de remotos sustratos africanos u orientales, reciclados en la era de los medios de comunicación, que aportan sus propios fetichismos. Maduro se movió en esas dimensiones auráticas suponiendo, con razón, que siendo el heredero no podía dejar de superponer estrictamente su palabra a la Palabra, su voz a la Voz. No hacerlo era un riesgo para la enorme añoranza que no cesa respecto de una ausencia crucial, pero el ausente sin embargo está expuesto en la iconografía de sus ciudades como un demiurgo omnipresente. En las múltiples fachadas de las viviendas sociales construidas en todos los rincones de Caracas, sus ojos siguen contemplando la ciudad presente como una mirada paternal, suavizando las palabras de orden con la fantástica imagen postrera de su cuerpo bailando bajo la lluvia. La ausencia del hombre que marca con su nombre a los demás, se rebela frente a la muerte y no quiere saber de su impotencia. Por eso siempre se postula que esa falla, origina frente a lo ineluctable la frase más comprensible de todas. “Chávez está vivo”, “Está en nosotros”, “Somos Chávez”. Sólo quien no supiera emocionarse con estas manifestaciones de la angustia frente a la desaparición de las grandes figuras históricas –aun cuando sea el Estado el que organiza el culto–, podría arriesgarse a críticas insustanciales.
Aquí queremos decir otra cosa. El sincretismo chavista había agregado la noción de socialismo del siglo XXI y otros elementos de la teoría política contemporánea, como democracia participativa y autogestión comunitaria, dándoles muchas veces alcances que remitían no tanto a la crucifixión sino a una bibliografía que al propio Chávez le gustaba exhibir en actos públicos. No sólo mostrar el libro de la Constitución, acto con cierta reminiscencia maoísta, pero para recordar el Popol Vuh de la cultura maya, sino también exhibir en público la gran novela de Uslar Petri, Lanzas coloradas, para ejemplificar con las dificultades de los espíritus más aventurados lanzados al azar de la batalla.
Maduro se vio conminado a ejercer una efectiva mímesis. Algunas inflexiones de su discurso son las de Chávez, y además se compromete por medio de juramentos reiterados ante el jefe muerto, lo que produce un efecto de plegaria y ritual sollozante, que no lo desmerece –estremece verlo–, pero que es necesario revisar en este momento profundamente delicado de la nación venezolana. Escúchense los discursos posteriores al comicio de Capriles y de Maduro. El primero es terminante, amenazador, da la impresión de un teniente primero dando órdenes en alguna escena castrense clase B. En cambio Maduro, que sí visita cuarteles –sobre todo el de la Montaña, que tiene valor de sagrario mayor, pues allí está el cuerpo de Chávez–, y que participa de reuniones de la milicia popular donde escucha las inflexiones de la cultura disciplinaria militar, es un hombre que parece abrumado y frágil. Su responsabilidad será mucho mayor a partir de ahora. Quizá deba cambiar algunas citas (los libros de Coelho que exhibió hasta este momento tal vez reclamen un cambio por otras visiones menos trivializadas del amor individual y colectivo) y, por encima de todo, promover una nueva izquierda social que debe ser nuevamente activada, en materia de concepciones sociales que tengan gran heterogeneidad, aunque con un eje dominante democrático permanentemente autocrítico. Deberá asimismo escapar de los binarismos políticos fáciles y darle un alcance mayor a la consigna más relevante del período chavista: una nación es una gran paideia, un gran aparato pedagógico y de lenguaje. Allí descansan también sus fuerzas productivas materiales.
Uno puede apreciarlo cuando camina por la Caracas profunda un día de elección. En cada centro de votación hay ciudadanos informados, con un cierto toque de sabiduría jacobina, y los que remugan por el “poder chavista”, incluso, se saben definir bien como ciudadanos de derecha, balancean como peritos las posibilidades del golpe, la elección y la conspiración. Un recorrido le exige al visitante tomar el nuevo funicular. Los carros colgantes tienen nombre. Nos toca viajar en uno que dice “Patria socialista”. Desde el aire se ven las viviendas que aun esperan dar su salto a una mejor calidad habitacional, humana y social. Toda ciudad es un gran montículo de inscripciones. Caracas las tiene de todas sus edades históricas y son escrituras de esperanza. El petróleo mismo es pensado políticamente como una forma inmediata de renta social comunitaria. Es necesario afinar estos pensamientos.
Maduro, en su discurso de la noche, cuando los cómputos esperados habían fracasado, insinuó revisar cuestiones, buscar caminos alternativos, pensar con mayores destrezas las coyunturas enormemente difíciles que se verán de ahora en adelante. Deberá salir de su estado de gobierno acosado, aunque portador de una gran herencia, para pensar esa herencia, y pensarse él mismo de un modo que, sin abandonar lo que presupone la dificultad de ser guardador designado y electo del carisma de otro, sepa explorar lo que da la excepcionalidad de la historia, tan importante como la economía del petróleo, pero con un sentido de emancipación. Explorar también lo que da la posesión del Estado, pero para apartar las rutinas más oscuras que todo Estado defiende como si fueran su secreto más precioso; lo que da dirigir un poderoso movimiento social latinoamericano, pero recreando su excepcional mediación de un legado. Ante una derecha que habla desde un reñidero repleto de votos, deberá hallar las necesarias enunciaciones novedosas que exige la ya develada carga democrática de las urnas. El destino de las sociedades bipolarizadas exige una nueva discusión por parte de los que somos la parte de la dicotomía que se proclama más cercana a la felicidad pública, al reparto equitativo del producto social y a una eticidad política subjetivamente emancipada. Tenemos que demostrarlo con renovadas reflexiones sobre las espesuras, el espíritu popular, los grandes legados humanistas y la constante predisposición crítica.
Todo lo parecido al 2002 no es ninguna coincidencia
La prensa hegemónica mundial y latinoamericana insiste en un (imposible) fraude electoral y un clima de guerra civil en Venezuela tras el ajustadísimo triunfo del candidato chavista Nicolás Maduro, alentando una violenta etapa de desestabilización lanzada por sectores opositores que parecen un revival del golpe de 2002.
Pero el contexto regional ha cambiado: los observadores internacionales hablan de transparencia y limpieza electoral y todas las naciones de la región felicitan al candidato triunfador. Los estallidos de violencia parecen ser mucho más mediáticos (o mediatizados) que preocupantes, aunque los cacerolazos suelen retumbar en los valles de las grandes ciudades venezolanas.
Las escasas dos semanas de campaña electoral transcurrieron en un clima tenso, pleno de alertas ante posibles sabotajes, intentos de desconocimiento del triunfo de Maduro por parte de la oposición, y un plan desestabilizador donde participaban mercenarios salvadoreños, paramilitares colombianos y funcionarios estadounidenses.
Si en 2002 se denunció el golpe de Estado venezolano como el primer “golpe mediático”, experiencia que se intentaría repetir sin éxito en Bolivia y Ecuador, pero sí en Honduras y Paraguay. Esta vez se puede hablar de un intento de golpe mediático y cibernético, con hackeo de cuentas e instigación a la violencia y la desestabilización a través de las llamadas redes sociales, metodología que seguramente intentarán “exportar” a otros países latinoamericanos…
Ya durante las últimas semanas se habían registrado una serie de la acciones violentas llevadas a cabo por grupos de “estudiantes” opositores, las que según fuentes de inteligencia, son pagadas directamente por funcionarios de la embajada estadounidense al coordinador de esas actividades, Gabriel “Gaby” Arellano, empleado de la estatal Universidad de Los Andes.
Las investigaciones apuntan a la funcionaria estadounidense Sharon Vanderbeele, oficial de la estación de la central norteamericana de Inteligencia CIA en Caracas -bajo la fachada de la oficina de Asuntos Regionales (ORA), cargo que ejerce desde 2011. Vanderbeele sustituyó a Michel Roberts en la tarea de asesoramiento y financiamiento a la oposición venezolana por parte de la CIA, que no es la única entidad estadounidense que apoya económica y logísticamente al antichavismo.
Once años atrás, el analista Aram Aharonian escribía: “Un periodista español decía la semana pasada, tras el frustrado golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Hugo Chávez: “¡Qué olor a hamburguesa, jabugo (jamón serrano) y petróleo!” Obviamente, el hombre sabía de qué hablaba: de la participación de funcionarios estadounidenses, españoles y salvadoreños en la asonada encabezada por el líder empresarial Pedro Carmona”.
Once años después, el libreto quiere ser repetido, aunque el contexto latinoamericano-caribeño y mundial es diferente. Pero, no es casual que los de los dos países que reconocieron como presidente al golpista Carmona en abril de 2002, el español de Aznar (hoy de su delfín, Mariano Rajoy) y el de Estados Unidos de la doctrina Monroe (es lo mismo que el administrador de turno sea George Bush o Barack Obama), hoy duden de los resultados electorales en Venezuela.
El canciller español dijo que no reconocería los resultados, en un tono por demás injerencista. El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney agregó que su país considera un paso "necesario" una auditoría de la elección presidencial del domingo en Venezuela, y estimó que debía hacerse antes de que fuera proclamado el candidato oficialista Nicolás Maduro. (Éste es presidente proclamado oficialmente desde el lunes 15 y asume ante la Asamblea Nacional el viernes 19).
A este coro se sumó –sorpresiva aunque no sorprendentemente- el secretario general de la OEA, el chileno Insulza. Sorpresivamente, porque la misión de la OEA encabezada por el gobernador del estado estadounidense Bill Richardson, avaló la transparencia de los comicios. Otra perla para Insulza, quien no consultó a los representantes de los países, que ya habían reconocido el triunfo de Nicolás Maduro.
Hace once años, los embajadores de Estados Unidos y España, Charles Shapiro (quien antes manejó el escritorio Cuba en el Departamento de Estado), y Manuel Viturro, se reunieron con el presidente de facto Pedro Carmona, después de que éste disolviera la Asamblea y las principales instituciones. Esta vez funcionarios de la embajada estadounidense (recordar que los embajadores fueron retirados) y de la “cooperación” española estuvieron detrás del asesoramiento y financiamiento del candidato opositor y de la desestabilización del país.
Una de las consecuencias del golpe de 2002 era la desnacionalización del petróleo: privatización de Petróleos de Venezuela S.A (PDVSA) y la venta CITGO, de la filial de ésta en EEUU, en la cual están interesados tanto las trasnacionales estadounidenses como la Repsol española, para poner fin de la reserva del Estado venezolano sobre el subsuelo y la decisión soberana del Estado sobre los recursos naturales del país.
En el 2002 se contó con la activa participación en el golpe y en el financiamiento del mismo, del empresario Isaac Pérez Recao, del cual Carmona era empleado en la petrolera Venoco.
Una alta fuente militar amplió a la agencia France Press que Pérez Recao ordenaba a un pequeño grupo “extremista de derecha, que estaba fuertemente armado, incluso con fusiles lanzagranadas, [...] bajo la conducción operacional del contralmirante Carlos Molina Tamayo”, uno de los oficiales que ya se había rebelado públicamente contra Chávez en febrero pasado, y que ya estaba a cargo de la Casa Militar de Carmona, que “pertenecía a una empresa de seguridad, propiedad de ex agentes del Mossad”.
En 2013, el gobierno venezolano expulsó a dos agregados aeronáuticos de la embajada de EEUU (David del Mónaco y Debling Costal), acusados de presionar a oficiales en actividad para satisfacer las pretensiones de la estrategia opositora. De todas formas, el candidato opositor Henrique Capriles Radonski admitió públicamente que algunos militares en actividad que lo respaldaban estaban presos, acusados de delitos electorales.
Similar a lo ocurrido en 2002, la estrategia de la oposición en 2013, apunta a ir creando un imaginario de que las filas chavistas se iban desintegrando, con la deserción –por goteo- de algunos oficiales en actividad (cada uno cargaría una mochila de denuncias que los medios difundirían nacional y mundialmente) y, por qué no, de algunos funcionarios chavistas.
Para recordar: en 2002 James Rodger, adscrito a la agregaduría militar de la embajada en Caracas, secundó con su presencia la sublevación, instalado en el quinto piso de la Comandancia del Ejército, desde donde asesoró a los generales sublevados.
En abril de 2002 llamó la atención el caso de dos salvadoreños detenidos, que formarían parte de un escuadrón de la muerte entrenado para realizar atentados en diversos países latinoamericanos (antes en Cuba y Panamá, luego en Venezuela).
Nuevamente en 2013 el ministro del Interior, Néstor Reverol, denunció el ingreso al país de dos grupos de mercenarios salvadoreños, que intentarían asesinar dirigentes chavistas.
El primero, liderado por un excoronel de la Fuerza Armada de El Salvador, David Koch Arana, quien actúa como jefe operativo bajo la dirección del diputado ultraderechista Roberto D’Aubuisson, y el segundo dirigido por Guillermo Cader Acuña -quien ya había enviado en 2010 a Venezuela al terrorista Francisco Chávez Abarca, detenido en 2010-, y el excontralmirante Marco Antonio Palacios Luna. Posteriormente se dictó orden de captura contra otro supuesto mercenario salvadoreño, Julio Alberto Cornejo Quintanilla.
Reverol también dio a conocer dos audios sobre conversaciones entre Koch Arana y D'aubuisson suministrados a los órganos de inteligencia del Estado, grabados el 23 y 25 de marzo, en los que hablan sobre las operaciones diseñadas para desestabilizar el país.
En aquellos días de abril de 2002, 11 años atrás, el pueblo recató a su presidente constitucional y lo repuso en el poder, terminando con las 47 horas de dictadura de Carmona “el breve”.Hoy Venezuela ha avanzando con su revolución bolivariana, cuenta con soberanía comunicacional y con la solidaridad de los pueblos (y gobiernos) de la región.
Cacerolas, de Caracas a Buenos Aires
Telesur reveló, en estos días agitados, diversas filmaciones sobre hechos ocurridos durante el golpe de Estado de abril de 2002 en Venezuela, finalmente abortado por la enorme movilización popular que repuso a Hugo Rafael Chávez Frías en el Palacio de Miraflores.
Uno de los acontecimientos más impactantes de aquellos días fue el ataque a la Embajada de Cuba ocurrido el 12 de abril de 2002, cuando fue rodeada por rabiosos manifestantes que cortaron la luz y el agua, al tiempo que una patota literalmente asaltó el predio. Quien en aquellas circunstancias encabezó esa verdadera invasión a un territorio que es oficialmente parte de la Isla, fue nada menos que Henrique Capriles Radonski. Dadas las evidencias plasmadas en imágenes, en ocasión de la campaña de octubre de 2012, la joven promesa derechista venezolana dijo que aquello fue, en todo caso, un pecado de juventud.
Aquel golpe brevísimo demostró la verdadera ideología de la derecha venezolana: disolvió los poderes representativos del Estado, informó que la República Bolivariana de Venezuela no sería ya Bolivariana, conformó grupos violentos que produjeron crímenes contra la vida, la libertad y la integridad física de funcionarios y militantes chavistas y decretó la muerte de la Constitución plebiscitada por el voto popular. Ironías de la realidad, esa misma derecha negadora del legado bolivariano le puso al comando de campaña de la elección de abril de 2013 nada menos que "Simón Bolívar", con el fin de mimetizarse para contactar con los núcleos sociales del pueblo que simpatiantizan con el chavismo.
En ocasión de la reciente y reiterada derrota de esta derecha profundamente antidemocrática –esta vez por escaso margen– su principal candidato se negó a aceptar el pronunciamiento.popular, y convocó irresponsablemente a acciones callejeras violentas que provocaron muertes, así como el incendio de locales del Partido Socialista Unido Venezolano (PSUV) y de otras organizaciones sociales.
Si nos acercamos a nuestro país, también observamos que en una reciente asamblea de productores en Santa Fe estalló la mecha del odio. La Mesa de Enlace, organización de intereses agrarios ligados predominantemente a la exportación cuya hegemonía ideológica y táctica ejerce la Sociedad Rural, promueve encuentros enmarcados en un clima político a partir del cual uno de los asistentes dijo: "Esto no lo vamos a cambiar negociando. En nuestra zona (norte de Santa Fe), los productores están dispuestos a que esta porquería que está en el gobierno se vaya a patadas... Hay muchos métodos psicológicos y de acción que se pueden implementar para destituir y hacer desaparecer a toda esta gente, porque no es una institución el problema, el problema es la gente que está dentro del gobierno". Semejantes expresiones inadmisibles resultan el corolario lógico de una labor articulada y persistente de deslegitimación, por parte del discurso hegemónico, contra el proyecto político kirchnerista, que fue refrendado por amplísimas mayorías populares en las últimas elecciones hace sólo un año y medio. Con argumentos conservadores, en el mismo encuentro se justificó la resistencia a cualquier cambio de signo democratizador: "El gobierno va por más y va a ir por mucho más. ¿Saben qué? Lo más peligroso que tenemos ahora es este tema judicial. Y cuando se cambie el espíritu de la Constitución, va a entrar parte del chavismo, del marxismo y ese maldito progresismo que todavía no sabemos qué es." Y hubo más todavía: "Hagamos un frente común para frenar esto, porque estos son peores que Chávez. Por lo menos, Chávez está muerto, pero esta gente está viva", completó un productor.
El mérito de estos exponentes de la negación más brutal de la convivencia y la democracia, es que dicen crudamente lo que los grandes bonetes de la derecha mundial, que se reunieron recientemente en Rosario y en Buenos Aires, no se atreven a manifestar. Ellos lo dicen con eufemismos y giros más literarios, tratando de velar su ideología ultra conservadora, que tiene por meta que en América se restaure el mundo de Thatcher, Reagan y Menem, que llevó a nuestras naciones y pueblos a la pérdida de la soberanía y a grandes penurias por la pobreza, la desocupación y la destrucción del tejido social. Sin embargo, esta internacional del odio protagonizada por José María Aznar, Mario Vargas Llosa y, por supuesto, por Mauricio Macri, pasó sin pena ni gloria a pesar del gran apoyo de los medios monopólicos de comunicación.
En su plan de acoso y desestabilización para frenar el avance de nuestros gobiernos populares, intentan ganar las calles con cacerolas, campañas de miedo, desabastecimiento, aumentos desmesurados de precios, operaciones mediáticas escandalosas y otras formas, para generar desconcierto en la población. Todo este combo forma parte de una estrategia que también es la de siempre. Se trata de acosar a las democracias americanas que ya no aceptan el orden político y social que dictan el Imperio y las burguesías locales, intentando lograr consenso social para derrotarlo. Si esa táctica no tiene éxito, se activa la conspirativa, ahora con métodos más sofisticados que tienen como ariete principal a los grandes medios de comunicación, mutados a medios de dominación política y cultural.
El escenario abierto por la partida del presidente Hugo Chávez Frías ha generado, además del duelo profundo en millones y millones de personas honestas en todo el mundo, el portentoso desafío de consolidar el proceso de unidad de pueblos y gobiernos de América. Ser fiel a su proyecto –que es nuestro– es sin dudas el mejor modo de honrar su memoria y hacer efectivo su legado.
Maduro: una victoria necesaria
Era fundamental que ganase Nicolás Maduro, y ganó. Pero ganó a duras penas, lo cual exige desentrañar las causas del bajón sufrido por el chavismo y el notable aumento experimentado por la derecha. Fue una victoria que puso en evidencia la endeblez metodológica de las encuestas que de uno y otro lado pronosticaban una holgada victoria del candidato chavista. Sobre el veredicto de las urnas lo primero que hay que decir es que su desconocimiento por parte de Henrique Capriles no es en modo alguno sorprendente. Es lo que señala para casos como este el manual de procedimientos de la CIA y el Departamento de Estado cuando se trata de deslegitimar a un proceso electoral en un país cuyo gobierno no se somete a los dictados del imperio.
Venezuela: Un triunfo esperado, gratificante, alentador
Latinoamérica sigue respirando sin sobresaltos: en las inmaculadas elecciones presidenciales venezolanas, el presidente Hugo Chávez fue reelecto para un tercer mandato, impidiendo la restauración neoliberal alentada desde Estados Unidos y varios países europeos y avivando, una vez más, el proceso integrador de la región.
El triunfo bolivariano es un aliento para aquellos que en Latinoamérica y el mundo buscan salida a la crisis del neoliberalismo: sí se puede luchar contra el capitalismo. “Venezuela ha cambiado. La lucha de clases (ocultada por la historia tradicional) que se inició desde el mismo siglo XVI, hoy día está culminando: la antigua hegemonía de la cultura burguesa está siendo suplantada por una contrahegemonía de la clase popular”, dice el historiador y antropólogo Mario Sanoja Obediente.
Elecciones en Venezuela: declaración de Carta Abierta
7 de Octubre: el triunfo de Hugo Chávez será un triunfo de la causa latinoamericana
El próximo siete de octubre se realizarán elecciones a los principales cargos nacionales en la hermana República Bolivariana de Venezuela. No es una elección intrascendente: en gran medida se juega en ella la posibilidad de continuar con éxito el proceso de integración latinoamericano, en un marco de soberanía nacional y participación popular. Hugo Chávez Frías pone en juego su liderazgo, confiando en que el pueblo con su voto consolide el proceso de transformación social y político mas importante de ese gran país.
Socialismo bolivariano del siglo XXI
El camino que emprendió Venezuela con Hugo Chávez está plagado de barreras, burocracias y riesgos de clientelismo, pero el país ha comenzado un cambio copernicano que les otorgó a millones de venezolanos derechos sociales básicos que las elites les negaron por décadas.