Katrina y M. Foucault, entre el mito y la realidad
Todo indica que Katrina, el terrible ciclón activado por la mano del hombre, no escogió a sus víctimas al azar. Las fuerzas ciegas de la naturaleza aprovechan los intersticios y fisuras que en el territorio dejan la marca de la desidia, la imprevisión y el mal gobierno de los hombres.
Fue "el hundimiento total y completo de una sociedad organizada", afirmó The New York Times. Le Monde, por su parte, se preguntó: "¿Es razonable gastar millones de dólares para guerrear en Irak si se es incapaz de proteger a sus propios ciudadanos?".
El ciclón golpeó arrebatando vidas y generando caos entre los más pobres y desvalidos del sur de Estados Unidos, en el patio de atrás, en el territorio mismo de la superpotencia indiscutible del planeta. ¿Cuántos muertos?, ¿mil, tres mil, diez mil?, aún no se sabe.
Flagrantes son las contradicciones del Imperio que maneja férreamente -no sin ciertos conatos de "insumisión" de China, Rusia, Irán y Venezuela- el "orden y la seguridad global". Pero generando a su vez, doquiera penetra su poderosa y letal maquinaria de guerra, un caos parecido pero peor aún que el de Katrina, un caos de muerte y dolor, como en Irak, varias veces convertido en un Guernica e Hiroshima contemporáneos.
Pero Katrina no es el equivalente de lo que fue la lava del Vesubio sobre Pompeya para el Imperio Romano. Los hijos de Rómulo y Remo no tenían los medios para prevenir lo que nunca anunciaron los astros. Tampoco es un Tsunami, resultado del movimiento aún difícil de detectar de placas tectónicas.
La tentación es grande de antropomorfizar el ciclón y tratarlo de "killer" (asesino, como lo hizo CNN) o de caer en el misticismo sobrenatural y hablar de devastación "bíblica", como en un artículo del New York Times, el domingo recién pasado.
El recalentamiento actual del planeta, generador y amplificador de Katrina así como de otros ciclones que sin duda alguna vendrán, ha sido analizado y previsto en un sinnúmero de informes sobre los peligros del impacto del sistema capital-productivista en la biosfera. Si se los lee, son francamente alarmistas. Y con razón.
Los EE.UU. son responsables del 30% de los gases destructores de la capa de ozono. Pero los intereses petroleros, que gobiernan en Washington, hacen caso omiso a sabiendas de la gravedad del problema ambiental y se niegan a firmar el Protocolo de Kyoto, que los obligaría a reducir las emanaciones de gases tóxicos responsables del efecto invernadero. Este tema tampoco interesa al complejo automotriz (parte a su vez del Complejo Militar-Industrial), que en contubernio con las petroleras (EXXON, Mobil, Texaco, Chevron), incitaron a los consumidores, contra toda racionalidad social, a comprar esos energívoros vehículos: 4x4, SUV o utilitarios.
Además, las consecuencias concretas en el plano económico de este nuevo "choc petrolero", acentuado por Katrina, y las imprevisibles consecuencias económicas, echan abajo las teorías irrealistas de que estaríamos en la sociedad post-industrial (A.Touraine) o en la "sociedad de la información" (Los Töfler). No olvidemos que Internet y la red satelital colapsaron.
El capitalismo de nuestros días en su forma actual productivo-industrial-depredadora, es absolutamente dependiente de una energía agotable y contaminante como el petróleo, así como de infraestructuras y redes de distribución y de factores capitalistas industriales; de mano de obra calificada y de la explotación intensiva del trabajo humano.
La economía mundial se estremece y las señales de los mercados se traducen fácilmente: alza del combustible = alza de precios. Los monetaristas clamarán: baja de impuestos para relanzar la demanda y el crecimiento (sus ganancias). Consecuencia: menos gasto social y congelamiento de salarios. La gente trabajadora paga. A este pensamiento pobre y circular se reduce la teoría económica de los discípulos del FMI. Era el tema de discusión de los poderes instalados en Washington cuando apareció Katrina en el horizonte.
"El más frío de los monstruos" y el Biopoder
¿Y la compasión Sr. Presidente? George W. Bush estuvo más preocupado por su baja de popularidad en las encuestas y el envío de 13.000 soldados a Irak que por la vida de sus conciudadanos. Fueron necesarios cinco días de tragedia humana para que se dignara aparecer en las zonas desvastadas y reconociera cándidamente: "es peor que lo que imaginaba".
No le quedó otra después de tanta crítica de la prensa nacional y mundial. Entre ellas la carta del cineasta Michael Moore, que dio la vuelta al planeta, denunciando la actitud inhumana del gobierno y reclamando el retorno de tropas de Irak para ayudar.
Durísimas fueron las declaraciones solidarias de la cantante montrealesa Céline Dion, denunciando en llanto, ante millones de telespectadores norteamericanos, en el programa de Larry King en CNN, los disparos asesinos que desde helicópteros policiales se hacían contra gente que irrumpía en los supermercados y tiendas llevándose lo que podían, "porque nunca han tenido nada", agregó la cantante. Céline, melómana, reconocía así su deuda con quienes son los descendientes de los creadores del jazz abandonados a la muerte y a la desolación.
Bush sólo bajó a visitar al pueblo sufriente cuando la legitimidad del poder fue cuestionada en nombre de la raza. Después que congresistas de la bancada negra (Black Caucus) y autoridades locales dijeran "Shame... tenemos vergüenza de ser norteamericanos, de ver afroamericanos pobres, viejos, niños y mujeres morir así. Que cesen de morir".
"¿No es acaso la función primera de un Estado el "hacer vivir", es decir, proteger la vida? ¿Cómo puede este nuevo Poder Soberano cuyo objetivo es hacer vivir, "dejar morir?", fueron las preguntas que se hizo el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) acerca de la evolución del Estado, en un curso famoso dictado por él en el Collège de France en 1976, que tenía por título "Hay que defender la sociedad".
Es el final -Michel Foucault murió de sida- de una fecunda reflexión que comenzó analizando las técnicas, los efectos y los modos de ejercicio del poder sobre los individuos (individuación) y poblaciones enteras. Después de escribir una historia de la sexualidad y de analizar el encierro en prisiones y asilos (Vigilar y Castigar) de los considerados "anormales" y la exclusión de quienes son diferentes.
Michel Foucault va al quid cuando responde: "Es aquí que interviene el racismo". "No hay Estado moderno que en cierto momento, con ciertos límites y en ciertas condiciones no pase por el racismo". ¿Y qué es el racismo?, se pregunta Foucault. Es antes que nada el medio de introducir, en este dominio de la vida que el poder ha tomado a su cargo, un corte; entre lo que debe vivir y lo que debe morir". Es la noción de Biopoder que inaugura una reflexión sobre la Biopolítica.
La respuesta de Foucault nos lleva a considerar un segundo elemento. La desidia del Estado imperial en estos días se explica en gran parte por la marca a fuego que le dejó una historia de discriminación, racismo y expansionismo, cuya cultura organizacional es bélica; no tiene por misión salvar vidas, sino matar y destruir. Cuando las mentalidades están condicionadas, es muy difícil reorientar un poderoso aparato bélico-burocrático hacia una misión humanitaria para que sus compatriotas "cesen de morir". Fueron necesarios 5 días para remecer la jaula en Washington.
(*) Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collège de Limoilou, Québec, Canadá.