La lucha por el futuro de Nueva Orleáns

Por Mike Davis Fuente: Zmag.org

La catástrofe en la costa del Golfo fue el "desastre natural" más anticipado en la historia de los Estados Unidos, sin embargo, la respuesta del gobierno fue condenada, por consenso universal, como un fracaso. ¿Qué sucedió? El huracán Katrina ocurrió en el cuadragésimo aniversario de la Ley de los Derechos de Votación que significó la culminación del movimiento de los derechos civiles de los años cincuenta y sesenta.

Lo anterior es una suerte de medida trágica del grado en el que se ha debilitado la lucha por los derechos civiles. No sólo porque reveló el alcance de la negligencia criminal y el darvinismo social de la administración de Bush sino porque, si se revisa el suceso en detalle, también muestra las profundas contradicciones del poder y la desigualdad que imperan en las ciudades estadounidenses.

Primer punto: Desde hace varias generaciones, es de todos conocida la vulnerabilidad de Nueva Orleáns ante grandes huracanes, lo cual se evidenció aún más después de que estuviera a punto de ser golpeada en 1998 [por el huracán Georges, N. de la T.]. A partir de entonces, se han realizado diversos estudios y análisis por computadora que muestran en detalle que un golpe directo de un huracán de categoría cinco cobraría las vidas de 85,000 a 100,000 personas en Nueva Orleáns. Y no se trata de un estudio aislado sino de series completas que han corroborado estos resultados. Más aún, incluso si el impacto fuese moderado, devastaría zonas enteras de la ciudad.

El año pasado, el huracán Iván fue un preludio que provocó la evacuación de la ciudad. Por ende, la muerte de Nueva Orleáns se había pronosticado con un grado de detalle sin precedentes. No obstante saber que la ciudad era el escenario de desastres más importante y que debió ser la prioridad principal del llamado Departamento de Seguridad Nacional, los republicanos -con poca oposición de los demócratas- redujeron los recursos destinados a mejorar los diques de Nueva Orleáns, cuyo propósito es ayudar a proteger la ciudad de las tormentas.

Al mismo tiempo, como es fácil adivinar, se desviaron recursos para fortalecer la frontera con México. El resultado es la obscenidad de diques insuficientes y que se hunden en Nueva Orleáns, y una muralla gigantesca triple entre San Diego y Tijuana. No cabe duda que muchos habitantes de la ciudad sureña hubieran deseado tener un muro de las dimensiones del fronterizo.

En el momento preciso en el que las advertencias sobre el peligro de la situación fueron unánimes, se recortaron los recursos para paliarla.

Segundo punto: Alrededor de 75 por ciento del sistema de diques en Nueva Orleáns está diseñado para proteger la ciudad de los dos grandes lagos que la rodean. El único dique que cumple con las especificaciones requeridas es el construido a lo largo del río Misisipi.

Sin embargo, este sistema de diques, cuya extensión aproximada es de 25 millas, siempre ha mostrado desigualdades obvias. En la sección oriental, la parte olvidada de Nueva Orleáns -que incluye tanto la franja alta como la baja de llamado Ninth Ward, colindante con el Canal Industrial- los diques son más bajos y reciben peor mantenimiento que los encargados de proteger los sectores centrales de la ciudad, donde se concentran los principales atractivos turísticos.

Las desigualdades en las propias defensas de la ciudad son reflejo de la influencia política y económica de los distintos vecindarios. Sobra decir que el valor de los terrenos siempre se ha determinado conforme a su ubicación: los de mayor precio son los que se encuentran en las tierras protegidas por diques naturales; en contraste, la clase trabajadora, sobre todo la conformada por negros pobres, vive en los pantanos traseros de Nueva Orleáns.

El tercer punto -difundido por diversas fuentes periodísticas-, es que cada vez que se ha planteado la evacuación de los desamparados sin hogar, los ancianos y los pobres de Nueva Orleáns, se ha ignorado el problema y se cubre bajo un velo de silencio.

Existen dos niveles cruciales en la planeación de medidas frente a los desastres: uno manejado por el gobierno federal y el estatal, el otro por el gobierno de la ciudad. En ambos niveles se ignoró el asunto, no obstante que todos sabían con exactitud el alcance del problema.

Había un cálculo bastante preciso del número de personas que quedaría atrapado en la ciudad. Durante el huracán Iván, en septiembre de 2004, se evacuó la ciudad: sólo la población más pobre quedó atrás. El Times-Picayune, principal periódico de la ciudad, publicó un artículo muy amargo acerca de la ira inconmensurable imperante en los barrios que fueron abandonados a su suerte. Más aún, hubo mucha resistencia a abrir las puertas del Superdome porque, según algunas fuentes, el alcalde temía los daños que la gente pudiera causar en el estadio.

Por tanto, es posible decir que la gente fue criminalizada de antemano. Y no hay manera de ignorar el abandono perverso y cínico de las protecciones para la población que vivía en las zonas bajas, responsabilidad que recae lo mismo sobre Bush que sobre el alcalde Ray Nagin.

Lo anterior lleva al cuarto punto: ¿Por qué hubo tanta negligencia -al parecer racista- hacia los habitantes de una ciudad que, desde mediados de los setentas, ha estado gobernada por herederos del movimiento de derechos civiles?

Parte de la respuesta es la manera en que funciona el poder en Nueva Orleáns. Hay una clase política negra servil que gobierna en alianza con las empresas blancas más despiadadas del Sur y quizá del país. Desde el colapso económico causado por el petróleo durante los ochentas, su estrategia se basó en echar a los pobres de Nueva Orleáns, especialmente a los negros.

Ha dominado una suerte de política despótica sometida a jerarquías que se ilustra cabalmente en la demolición de dos de las principales unidades habitacionales públicas en la ciudad -el famoso conjunto Desire y el de St. Thomas en el Warehouse District (barrio de antiguas bodegas)- para abrir espacio a un Wal-Mart y al proceso de aburguesamiento de la zona, con la consecuente alza de los precios del terreno. Se reubicó sólo a una parte de la población -una minoría- y los demás residentes fueron arrojados, literalmente, a las calles, con la esperanza de que, a la postre, abandonaran la ciudad.

Hoy, la clase trabajadora negra de la ciudad -su alma misma y la autora de la cultura que hizo famosa a la urbe- es tenida como el principal obstáculo para la recuperación económica de Nueva Orleáns.

Parte de esta población es necesaria para dar servicio a casinos y hoteles, sin embargo, el plan principal es disminuir la población negra y ahuyentar a los pobres de la ciudad.

Lo anterior es condición absoluta, no sólo para el aburguesamiento del lugar, sino para alcanzar el ideal que comparten la elite política negra y la clase empresarial blanca de Audubon Place (calle cerrada y exclusiva): convertir Nueva Orleáns en un parque de diversiones con su historia como tema pero sin los creadores verdaderos de esa historia y esa cultura.

Es difícil creer que actitudes tan despiadadas hacia los pobres permanecieran al margen de la planeación del desastre de Nueva Orleáns. Sin mencionar que estas actitudes abonan el terreno para declaraciones como las del congresista republicano de Baton Rouge que dijo que por fin se habían limpiado las unidades habitacionales: "nosotros no pudimos lograrlo, pero Dios sí", puntualizó.

Hoy, abundan los argumentos extravagantes acerca de cómo la ciudad puede beneficiarse con la tragedia; de cómo Nueva Orleáns puede, incluso, convertirse en una ciudad republicana, debido a la bendición de que el Barrio Francés, el Centro de Convenciones, y las zonas residenciales del Garden District y las que ciñen a Audubon Park se encuentran en sitios más elevados, secos y, por ende, seguros.

Así la inundación se convierte en parte y arte del engranaje de la limpieza étnica, objetivo que las políticas de la ciudad han buscado durante los últimos veinte o veinticinco años.

Ahora las elites hablan de abandonar secciones enteras de la ciudad, las cuales quizá reciban un lustre ecológico.

La destrucción de viviendas es enorme. Las zonas pobres de Nueva Orleáns -donde la mayoría es arrendataria y los terratenientes arrendadores han dejado las viviendas en el más absoluto abandono durante generaciones- estuvieron infestadas de termitas tropicales durante los últimos años, causando profundos daños. Hoy, todas estas viviendas se desplomaron o son irreparables. Se perderán miles, lo cual será aceptado por las elites locales como un hecho irreversible que mantendrá a la gente fuera de la ciudad.

Hay quien da la impresión de que existe una política más amplia de dispersión de evacuados. Sea o no deliberada, sirve todavía más al propósito fundamental de desalentar el retorno de la gente a la ciudad.

En la historia estadounidense los desastres casi siempre han sido escenario de luchas de clase y raza. En esta ocasión es una lucha de clases a gran escala.

Mientras tanto, creo que esta es una gran oportunidad, pues los barrios de Nueva Orleáns tienen una profunda tradición de resistencia y liderazgo comunitario. No es factible que las personas acepten su evacuación forzada de la ciudad. Pelearán por regresar a su hogar, lo cual les ofrecerá la oportunidad de construir unidades muy amplias en torno al derecho de retorno a viviendas y empleos dignos, y sobre todo, les permitirá incidir sobre las maneras en el que el gobierno y las elites locales han manejado el asunto.

Cabe preguntarse si la política aplicada en Nueva Orleáns es una versión concentrada de la impuesta en muchas ciudades estadounidenses, en lo que atañe a su aburguesamiento y desarrollo.

Ya durante la gestión de Henry Cisneros, quien fuera Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano durante la presidencia de Bill Clinton, se observó esta política de vivienda; a saber, la demolición de grandes unidades habitacionales y la reubicación de la parte de la población que se ajustaba al perfil del ciudadano ordenado y obediente de las leyes. El resultado fue la reducción de unidades habitacionales públicas y el reordenamiento de proyectos, a medida que se libraban de las llamadas familias problemáticas, las cuales fueron, en esencia, echadas a la calle. Esto ocurrió en todo el país.

Pero esta política fue mucho más despiadada. Su intención es transparente; por ejemplo, la demolición de St. Thomas, fue eliminar el principal obstáculo para crear una sección completamente aburguesada a lo largo del río, entre el Garden District y el Barrio Francés; de ahí que St. Thomas se remplazara con un Wal-Mart y los terrenos restantes fueran a parar a manos de constructoras particulares.

La historia política de Nueva Orleáns durante los últimos treinta años ha sido y es muy intrincada, pero lo principal es que la elite política negra -o más bien, las elites, porque hay elementos en competencia- han trabajado de la mano de los blancos que forman la estructura de poder en la ciudad.

El pago está tomando la forma tanto de soborno como de patrocinio, aunado a mayores oportunidades comerciales para fortalecer una clase media negra que, hasta cierto punto, le ha dado la espalda a la ciudad. El alcalde actual es el ejemplo más aburguesado de lo anterior. En gran medida, fue elegido gracias al voto de los indecisos entre los sectores blancos y la elite. El alcalde es un demócrata que apoyó la reelección del presidente Bush.

El ayuntamiento no logró comprender la crisis del Katrina, como tampoco la comprendieron la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) o el Departamento de Seguridad Nacional. Cayó todo el sistema de comunicaciones de la ciudad, por falta de 15 galones de diesel para los generadores. En todos los niveles se mostró un enorme vacío de eficiencia.

Ahora sabemos que todo el Departamento de Seguridad Nacional ha gastado miles de millones de dólares, con una enorme miopía, y con el resultado neto de reducir de manera tajante la capacidad de organizaciones como FEMA para responder a los desastres.

En este contexto, ¿cómo colocar a la cabeza una política en defensa de la clase trabajadora?

Para empezar, debemos ser muy cautos. En Louisiana, los demócratas tienden a ser muy conservadores, mientras que la mayoría de los republicanos son demócratas conversos.

No obstante la ira inicial de la gobernadora y del alcalde hacia el gobierno de Bush, temo que seremos testigos de una convergencia en el plan de reconstrucción. Colin Powell, o alguien así, será nombrado zar de la reconstrucción, y esto le vendrá de perlas al Partido Demócrata que gobierna Nueva Orleáns de la mano de los blancos ricos y los republicanos.

Temo que, al menos en el nivel local, la reconstrucción tan solo acelerará la limpieza étnica de la ciudad.

Es evidente que esto deja un poder o margen de acción en cuanto a la demanda popular de reconstrucción de la ciudad. El aspecto fundamental tendrá que ser, desde el principio, el asegurar el derecho de todos a insistir en hacer valer su derecho a regresar a hogares y empleos dignos.

Louisiana y Nueva Orleáns tienen una historia muy radical en el movimiento por los derechos civiles, que abarca desde los Deacons of Defense (milicia afroamericana) en Bogalusa, hasta las Panteras Negras en la unidad habitacional Desire durante los setenta. Estos vecindarios que la prensa describiera como selvas sin ley, tenían complejas organizaciones sociales, incluyendo a los krewes (sociedades secretas de los desfiles) de Mardi Gras.

Hasta cierto punto, estos barrios estuvieron entre los más unidos del país. Por ende, creo que son enormes los recursos de autogestión con los que cuenta la clase trabajadora negra de Nueva Orleáns, y es posible que sean la base para que los sindicatos, los progresistas y la izquierda apoyen ampliamente los programas alternativos.

El peligro, lógicamente, radica en que la reconstrucción funcionará sobre las mismas bases que las políticas de vivienda pública. A cierto segmento de la población se le ofrecerán estímulos. Se permitirá el regreso de algunas personas y quizá recibirán compensaciones con hogares dignos, con el propósito de evitar que gran número de personas regrese.

Creo que para enfrentar lo anterior se requiere una estrategia que se adhiera enfáticamente al principio del derecho a regresar.

Sin embargo, a la larga, quizá sea una victoria pírrica para las elites. La amenaza sobre Nueva Orleáns es que corra la misma suerte de Galveston, ciudad que nunca se recuperó por completo y que se convirtió en una suerte de parque de diversiones.

Ya se han publicado artículos en periódicos acerca de cómo Houston se regocija ante la perspectiva de captar los restos de la industria petrolera de Nueva Orleáns, ciudad siempre maldita por el hecho de que, a diferencia del puerto de Houston, sólo es un puerto de paso para productos que no procesa ni manufactura. Es decir, no hay valor añadido. Ese ha sido uno de los factores que ha contribuido para el catastrófico índice de desempleo de Nueva Orleáns.

Muchos esfuerzos se desplegarán para dividir a la gente pero, por otro lado, creo que Nueva Orleáns tiene un gran capital -si es que el término puede aplicarse en este momento-: sus tradiciones de liderazgo comunitario y los profundos vínculos de su gente con las calles y los vecindarios.

No obstante, como ya se dijo, todo indica a que el proceso de reconstrucción intentará eliminar esas identidades, al por mayor, no sólo al negarse a reconstruir unidades habitaciones, sino al rehusarse a reconstruir vecindarios completos en la ciudad.

¿Puede la crisis detonar una debate acerca de todo el marco político en los Estados Unidos?

Sin duda. La gran pregunta para los afroamericanos es, ¿tenemos aliados confiables?

Parte de la devastación social de Nueva Orleáns se debió a la reacción racista en los años setenta y ochenta, y a la fuga de la población blanca, incluso la trabajadora, a la Parroquia de Jefferson y a otros suburbios. En uno de ellos, Metaire, David Duke fue elegido para la legislatura estatal en 1989, no obstante ser nazi declarado.

Uno de los aspectos surgidos a raíz de la crisis fue que las zonas de las clases trabajadoras blancas también fueron gravemente golpeadas. Esto lleva a varias preguntas interesantes respecto a que se recupere algo de la unidad de clase que ha existido de manera esporádica en la historia de Louisiana y Nueva Orleáns.

La pregunta que los negros deben plantearse es, ¿quiénes son nuestros aliados en este momento? Porque, hasta cierto punto, Nueva Orleáns, al igual que Detroit, está rodeado de ira y reacción blanca. En algunos aspectos, Nueva Orleáns es la versión sureña de Detroit; mucho más que ciudades como Atlanta.

Pero esto da nueva vida a cuestiones fundamentales que la izquierda ha debatido durante un siglo acerca de las posibilidades de liberación de los afroamericanos en un país capitalista, donde el racismo se ha convertido en el cimiento de la hegemonía republicana en el sur, tal y como lo fuera del Partido Demócrata en el pasado. Diversos estudios muestran que, en el sur de Louisiana, David Duke fue el organizador electoral más eficaz del Partido Republicano, durante varios años.

¿Cuáles serán los efectos del Katrina sobre la política nacional?

Es evidente que las propuestas de los republicanos, como abolir el impuesto estatal y reducir gastos están en riesgo de ser pospuestas. Pero lo que es necesario entender es que la política de derecha es moneda compartida en gran medida por ambos partidos, sobre todo en lo que atañe a los afroamericanos y latinos pobres y a los sectores más pobres de la población de las ciudades del interior y de las zonas rurales.

Ambos partidos muestran más afinidades que diferencias, y los demócratas comparten parte importante de la responsabilidad por la condición en que está Nueva Orleáns.

El peligro siempre radica en que se dé una restauración cosmética a los derechos civiles y se retomen temas del New Deal, pero despojados de toda sustancia. Por eso las exigencias que surjan deben mantenerse lejos de cualquier ambigüedad: no sólo hay que exigir viviendas, sino también que la gente que creó esta ciudad regrese a hogares y empleos dignos.

Aunque hay luchas subsidiarias sobre temas como la Ley Davis Bacon (ley que exige que los contratistas del gobierno paguen los salarios prevalecientes, anulada por Bush a raíz del desastre), el hecho es que el gobierno de Bush parece estar convirtiendo la costa del Golfo en un nuevo Irak, con Bechtel y Halliburton, e incluso Blackwater Security. Los saqueadores corporativos ya han entrado en escena y en gran número.

Hay todo tipo de causas que la gente tiene que pelear, pero se necesita un programa común construido sobre principios que, en esencia, sean innegociables.

La reconstrucción no puede servir para dividir aún más a la gente de Nueva Orleáns y para echar físicamente a la gente de la ciudad. Y eso es lo que de hecho está sucediendo. Los republicanos quieren utilizar la reconstrucción como un experimento masivo de ingeniería social conservadora. Quizá los demócratas se opongan a algunas partes del proyecto, pero sin duda aceptarán un perfil de la ciudad más reducido, más eficiente y con menos negros pobres.

Este panorama muestra, en trágico relieve, las políticas que han imperado en las ciudades del interior en los Estados Unidos, durante el último cuarto de siglo, bien sea bajo gobiernos republicanos o demócratas.

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