Operación Masacre
¿Qué queda de una tragedia después de 20 años?; ¿es posible borrar el dolor?; ¿qué es de los muertos y qué de los vivos?; ¿cómo es vivir contra un telón de muerte? Desde el martes pasado la Fotogalería del Teatro San Martín exhibe una muestra estremecedora. Treinta y ocho fotos de Pedro Linger Gasiglia, un argentino de 30 años (y una vida vertiginosa) que desde 2001 documentó el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense en la identificación de las víctimas de la Masacre de El Mozote, un pequeño pueblito salvadoreño diezmado en 1981 por su propio ejército. Las imágenes muestran una comunidad azotada por la tragedia. Pero también testimonian un alivio: veinte años después familiares y sobrevivientes pudieron recuperar, velar y reenterrar a sus muertos. Un ensayo sobre el poder del trabajo, los ecos del tiempo y una exigencia de redención impresa entre el horror y la esperanza.
Magdalena tiene 75 años. Una foto la muestra sosteniendo los retratos de sus tres hijos asesinados en 1981. Y otra, en su casa rodeada por su marido, hijas y nieta. Sobre la mesa hay tres ataúdes cubiertos de flores; es el velatorio veinte años postergado de sus hijos. Las fotografías de Pedro radiografían el proceso que salda ese vacío: el minucioso y único trabajo del Equipo de Antropología Forense en El Mozote. Pedro testimonió todo: los testimonios de familiares, la identificación de las fosas (a veces muy cercanas a los hogares), las excavaciones, el hallazgo de los huesos, hasta la entrega de los restos a las familias 20 años después. "Mi relato son las imágenes: ver cómo resuena el pasado en el presente. Veinte años son muchas capas de tiempo y significado. Cada nuevo encuentro es un hallazgo y las fotos son parte de ese proceso", dice.
Por momentos las imágenes son metonímicas, económicas, minuciosas: una fosa, otra más, mediciones, palas, miradas, huesos, la reconstrucción de un cráneo. El plano del convento donde se consumaron la mayoría de los asesinatos; la placa con el nombre de las víctimas. La limpieza de una espina dorsal o la exposición de la ropa encontrada, corroída por el tiempo, que no sirve como evidencia pero trasmite una verdad espeluznante. A veces las fotos también se abren un poco más allá: espían a un grupo de chicos contemplando imágenes de una matanza que no vivieron, se infiltran en el interior sombrío de una casa o participan de un reentierro colectivo en la plaza. Decenas de rostros ensombrecidos por una tragedia todavía viva.
En la muestra también se proyecta un video en sinfín realizado por Pedro. Reúne el testimonio aterrador de una sobreviviente y la necedad de las voces oficiales. Un extraño diálogo entre pasado y presente, mediado por recuerdos, sesgado por el horror.
No hay evidencias
Al noreste de El Salvador, en el montañoso departamento de Morzán, está El Mozote, una aldea rural de calles de tierra donde la luz eléctrica recién llegó en el '94, y hoy cuenta con los índices de desarrollo más bajos de todo el país. En 1981, el pueblo fue tomado por asalto por Atlacalt, el batallón de elite del ejército salvadoreño dirigido por el coronel Monterroso y eficazmente entrenado en Estados Unidos. Entre el 6 y el 16 de diciembre, el batallón perpetró una de las mayores masacres conocidas en la historia de El Salvador. ¿El argumento? Una ofensiva a gran escala contra la guerrilla para cortar todo vínculo con la población civil. ¿El resultado? Más de 800 civiles asesinados.
Menos de un mes después el Washington Post y el New York Times publicaban en tapa imágenes vívidas de la masacre. Cuatro reporteros, entre ellos Susan Meiselas, habían llegado al lugar y fotografiado lo que estaba ahí, delante de sus ojos. El gobierno salvadoreño se dio el lujo de negar todo. "No hay evidencias", fue la respuesta oficial del gobierno de EE.UU., invariable hasta 1992. Con el fin de la guerra, una Comisión de la Verdad dependiente de las Naciones Unidas invitó al Equipo Argentino de Antropología Forense a exhumar las presuntas fosas anónimas denunciadas por la organización salvadoreña Tutela Legal. Sólo en la primera excavación se encontraron 147 cuerpos, 131 de ellos de niños menores de 12 años. El impacto fue incuestionable: un día después de la presentación del informe el Congreso salvadoreño dictó una Ley de Amnistía y mantuvo el caso cerrado hasta 2001.
Ecos del pasado, sombras del presente
Pedro es argentino pero recién tomó contacto con el Equipo Argentino de Antropología Forense en Nueva York. Había llegado a los 19 años para estudiar Bellas Artes con especialización en Fotografía en la Universidad de Nueva York. "Fue una manera, tal vez algo extraña, de acercarme a Argentina", dice. Y sí: durante la dictadura argentina su familia se exilió en Brasil, luego pasó por Bolivia, Costa Rica y después por Nicaragua. Pedro tenía 26 años y corría el 2001 cuando logró que una revista lo financiara para viajar a El Salvador. Pero las Torres Gemelas fueron atacadas a veinte cuadras de su casa. "Me preparaba para testimoniar la exhumación de las fosas en El Salvador y empecé a ver gente por las calles de Nueva York con cepillos de dientes en la mano para hacer el análisis de ADN", cuenta. Tiempo después, ambas tragedias mostrarían una irónica cercanía: "El debate sobre la guerra en El Salvador es uno de los referentes en la actual guerra en Irak", dice el fotógrafo.
A fines de septiembre Pedro llegó a El Mozote, como fotógrafo independiente y sin fondos. Durante los tres primeros meses siguió el proceso forense, aprendió a conocer el nombre de las familias y entendió cómo, al principio, todo gira alrededor de las fosas. "La fosa funciona como una especie de magneto: todo se concentra allí. Parte de la historia de quiénes son ellos ahora está ahí adentro, en esa tierra que ellos trabajan tan cerca. Es curioso: hay una analogía entre los tiempos de la cosecha y los 20 años que pasaron hasta las nuevas sepulturas", dice.
Una vez que el Equipo de Antropología Forense recupera los restos, todo es devuelto a los familiares. "Ellos mismos explican a las familias qué se ha encontrado en cada caso y cada familia decide qué hacer. Esa cercanía es lo que hace único su trabajo", dice Pedro. El Equipo finalizó su tarea en 2003. Pero en 2004, Pedro regresó a El Mozote y comenzó a recorrer el interior del departamento de Morazán por su calle negra, la única asfaltada. "Volví para tratar de contar lo que queda, para entender cómo había impactado la masacre entre los que aún estaban vivos", dice.
Este martes, Pedro estará de nuevo en Nueva York, trabajando con la fotógrafa Susan Meiselas, la misma que documentó la masacre en 1982. Pero antes de fin de año regresará una vez más a El Mozote. A seguir preguntándose por esa extraña relación entre los vivos y lo que ocurrió hace más de 20 años.
El gobierno salvadoreño sigue sin reconocer su responsabilidad en la masacre. El caso está abierto en la Corte Interamericana de Derechos Humanos.