Políticos estadunidenses se deslindan y huyen de Abramoff como de la peste
Nueva York, 12 de enero. De pronto los políticos se han transformado en ángeles de la caridad que donan decenas de miles de dólares a una amplia gama de organizaciones dedicadas al bien social, mientras se lleva a cabo una desesperada búsqueda de fotos y documentos en la Casa Blanca, el Congreso y lujosas oficinas de cabildeo para deshacerse de cualquier imagen o referencia que pudiera dañar la reputación de algunas de las personalidades más "distinguidas" y poderosas de la capital estadunidense.
Es como si alguien hubiera declarado un estado de emergencia, como si hubiera aparecido una plaga que contamina a cualquier persona o cosa que ha tocado. Por ahora, el azote se llama Jack Abramoff, pero algunos dicen que él es sólo un síntoma de una enfermedad mucho más grande: la corrupción política.
Cuando Abramoff, hasta hace poco uno de los cabilderos más poderosos y reconocidos, particularmente entre la cúpula republicana, aceptó declararse culpable de cargos criminales federales de corrupción -que incluyó engañar a sus clientes (logrando defraudar a tribus indígenas más de 20 millones de dólares), evasión de impuestos y soborno a legisladores- se volvió material radiactivo en esta capital. Esto, porque como parte de su negociación con el Departamento de Justicia, a cambio de una condena reducida, aceptó ser el testigo estrella en lo que podría ser el escándalo de corrupción más grande que se ha visto en Washington en décadas.
Una amistad que sale cara
Algunos de los contagiados por Abramoff ya han pagado el precio. Tom DeLay, quien consideraba a Abramoff su "íntimo amigo", ya cedió su puesto como líder de la mayoría de la Cámara baja, en parte por este escándalo. Un alto funcionario de la oficina de presupuesto y administración de la Casa Blanca fue arrestado el año pasado por sus vínculos con el cabildero. Fuentes cercanas a la investigación han informado que por lo menos 12 legisladores federales están bajo investigación, al igual que otra docena de asesores y cabilderos, y esto apenas empieza. Una de las empresas de cabildeo más importantes de Washington, Alexander Strategy Group, anunció que cerraría el negocio (dos de sus socios, ex asesores de DeLay, están bajo investigación por sus relaciones con Abramoff).
La revista Time reportó que oficiales de la Casa Blanca están buscando desesperadamente fotos de las visitas de Abramoff a la sede presidencial, ya que se sabe que acudió en varias ocasiones, incluyendo algunas cenas, y que se entrevistó con funcionarios en las oficinas del vicepresidente Dick Cheney. El temor, obviamente, es que aparezca una imagen de él con el presidente George W. Bush o Cheney.
Desde que Abramoff se declaró culpable la semana pasada, gran número de legisladores que habían recibido contribuciones de él o sus clientes anunciaron que se estaban deshaciendo de los fondos para repartirlos a organizaciones caritativas. La Casa Blanca anunció la donación de 6 mil dólares, contribuidos por Abramoff a la campaña electoral del presidente, a la Asociación Americana del Corazón, dedicada a combatir males cardiacos.
DeLay enviará unos 15 mil dólares a caridades locales en su estado de Texas. Otros representantes y senadores, entre ellos demócratas como el senador Byron Dorgan, han anunciado que donarán los fondos recibidos de Abramoff o sus clientes y socios. Por supuesto, cada uno afirmó que no hubo nada ilegal al aceptar el dinero, pero que por la publicidad del caso habían tomado esta decisión.
Otros analistas señalan que no se trata de Abramoff, sino de un sistema político-electoral que, en el fondo, es corrupto. El New York Times informó que Abramoff ha comentado a algunos de los pocos amigos que le quedan, que a pesar de su mea culpa pública él insiste en que sus prácticas fueron de lo más normal en Washington.
Y tiene razón, opinan críticos de un sistema electoral donde las campañas legislativas dependen de la recaudación de millones de dólares, y que ese dinero se consigue, ante todo, con cabilderos que representan a todo un universo de intereses.
El ex senador Gary Hart, entrevistado por la revista dominical del New York Times, dice que nunca regresará al Congreso, ya que "uno tiene que recaudar millones y millones de dólares para mantenerse en el puesto y lo puede conseguir de los cabilderos, y lo que uno da a cambio es acceso. Es un sistema corrupto. Es masivamente corrupto".
Esto no es noticia para la mayoría de la ciudadanía. La encuesta de CBS News registró esta semana que la tasa de aprobación del Congreso se ha desplomado a 27 por ciento, su nivel más bajo desde mediados de 1996, y revela que la mayoría de estadunidenses cree que republicanos y demócratas serán implicados en la investigación de corrupción en torno a Abramoff.
Ahora todos los líderes del Congreso de ambos partidos han renovado el debate sobre la necesidad de una "reforma" para limitar la influencia de los cabilderos y otros intereses, pero la credibilidad de estos políticos está por los suelos. No ayuda que alguien como Tom DeLay declare, como lo hizo la semana pasada al renunciar a su puesto de líder camaral: "siempre he actuado de manera ética, dentro de las reglas de nuestro organismo y la ley de la nación". Como señaló la gran periodista Molly Ivins: "no puede ser, este hombre fue sancionado tres veces por el Comité de ética de la cámara sólo el año pasado".
O de repente hay noticias como el anuncio de acusaciones formales esta semana contra un representante federal por Luisiana, William Jefferson, por exigir sobornos a cambio de promover oportunidades de negocio en Nigeria y Ghana.
Y hay más.
Abramoff, para varios observadores, es sólo la "punta del iceberg". Hay por lo menos 30 mil cabilderos en Washington dedicados al negocio de influir en el proceso legislativo. Es una industria sin igual en el mundo que genera unos 2 mil millones de dólares anuales, informó el Internacional Herald Tribune.
Las contribuciones a campañas electorales, boletos para actos deportivos, cenas de lujo, viajes, y a veces sobornos explícitos, son la moneda de este comercio, con la cual se compra el "acceso" a los encargados del proceso legislativo. También es un club de cuates, con varios ex funcionarios y legisladores dedicándose al cabildeo después de dejar sus puestos.
Es este sistema que está una vez más al descubierto, y los "representantes del pueblo" buscan distanciarse y esconderse como puedan de este desastre. La plaga puede contagiar a gran número de ellos y, por lo tanto, están intentando desinfectar todo lo tocado por Abramoff. Pero para muchos fuera de este circuito, es demasiado tarde. Washington está ya muy enfermo, aun si el paciente no lo desea saber.