La vida después del Katrina: noches silenciosas en la Costa del Golfo

John Grisham

A 4 meses del huracán la ayuda oficial no llega a la Costa del Golfo, en EE.UU. Ricos y pobres pasan sus días en precarias carpas y casas rodantes.

Fuente: Clarín
John Grisham. THE NEW YORK TIMES. ESPECIAL

En los días que siguieron al huracán Katrina en la Costa del Golfo, los sobrevivientes neurotizados y sin techo levantaron carpas y tendieron lonas en todos los lugares donde encontraban un refugio en pie, cualquier cosa para ocultarse del sol. Ahora, cuatro meses después, muchas carpas todavía siguen estando: en los jardines de casas que en su tiempo fueron bellas y ahora están despanzurradas e inhabitables, en pequeños claros entre montañas de escombros, junto a casas rodantes demasiado atestadas para familias enteras, sobre planchas de cemento barridas por la creciente de la tormenta. El problema ya no es el sol: las más desesperadas de las víctimas del huracán han montado en cambio carpas de cualquier factura y modelo imaginables con mantas y colchones del Ejército de Salvación para tratar de mantenerse secos y al abrigo del frío.

Flota la sensación deprimente de que algunas de estas carpas tal vez no sean tan temporarias. Una ciudad de carpas construidas por el Ejército, apodada "la Aldea", está ubicada en el centro de la pequeña localidad de Pass Christian, unos 50 kilómetros al oeste de Biloxi.

La Aldea es una lúgubre retícula de 70 carpas, 10 hileras numeradas de siete carpas cada una, que alberga a unas 150 personas, viejos, jóvenes, negros, blancos, pobres, de clase media, algunos tan enfermos que en sus carpas se lee "Oxígeno en funcionamiento". Después de cuatro meses, parte del impacto de la pérdida ha desaparecido y la gente enfrenta los problemas cotidianos de asegurarse calor, una ducha privada, lavar las prendas que pueden haberles quedado y esperar que sus hijos no se enfermen.

Están agradecidos por la cama seca y la comida gratis: todos conocen a alguien que está peor, o muerto. Considerando a los miles de habitantes de Mississippi que fueron evacuados, los residentes de la Aldea por lo menos tienen a sus hijos consigo y están cerca de su casa.

El año pasado, estaban colgando luces y envolviendo regalos. Este año, el gran deseo de Navidad en la Aldea fue poder conseguir una casa rodante de la FEMA, la agencia responsable de los desastres. Más vale no preguntar por qué lleva tanto tiempo conseguir una casa rodante. Se entregaron más de 24.000 unidades de vivienda temporaria, pero hacen falta 10.000 más. Una mujer de Necaise fue a la oficina de la FEMA el 30 de agosto, al día siguiente de la tormenta, y solicitó una casa rodante. Ella es epiléptica; la hija es diabética; el marido tiene que operarse de la columna; su situación es apremiante. Pasaron cuatro meses y sigue esperando.

Una casa rodante de la FEMA mide 2,40 m de ancho, 9 m de largo y 2,10 de alto. Tiene un dormitorio, un sector de cocina/living y un baño. Está equipada con heladera, cocina, estufa, inodoro y ducha. Tiene, teóricamente, capacidad para 8 personas, pero las 8 tienen que ser muy menudas y quererse mucho.

A una hora muy tardía una noche en Biloxi, vi en una calle desolada a dos cuadras de la playa una casa rodante con un pequeño árbol de Navidad al lado. Me detuve para saludar al hombre que estaba en el interior. Hicimos un breve tour por su nuevo domicilio, hogar de su esposa, su perro y él. Afuera me mostró las ruinas de la casa que habían tenido durante 32 años.

No se están construyendo casas. Muchas de las que resultaron dañadas continuarán intactas mientras se desarrolla en la justicia el gran debate con las compañías de seguros sobre daños producidos por el viento versus daños producidos por el agua. A diferencia de Nueva Orleans, donde las inundaciones fueron más duras en los vecindarios más pobres, la Costa del Golfo sufrió estragos que cruzaron las líneas sociales y económicas. Katrina aquí no discriminó. Gente rica vive ahora en casas rodantes que son exactamente del mismo tamaño que los entregados a quienes vivían en departamentos subsidiados.

Cuando hace calor, los que viven en la casa rodante pasan todo el tiempo que pueden afuera. Siguen sentándose en la galería, un estilo de vida. Se reúnen en sillas de jardín plegables y hablan hasta muy tarde sobre sus vidas antes de la tormenta. El futuro es abordado con cautela.

El gobernador de Mississippi dijo que su estado necesita U$S 34.000 millones para reconstruirse. El presupuesto anual del estado es una décima parte de esa cifra. Las promesas temerarias de después de la tormenta han resultado patéticamente vacías. El Congreso autorizó casi U$S 100.000 millones para ayuda de emergencia y limpieza, pero solo un tercio llegó al lugar. La pregunta que se oye con frecuencia es, "¿Por qué gastamos miles de millones en reconstruir Irak y ni un centavo acá?"

Uno de los miedos que tienen es que el gobierno los olvide. Washington está preocupado por una guerra y muy pronto la atención se volcará a las elecciones de mitad de mandato. También tienen miedo de ser olvidados por la prensa. Las camionetas con antenas y cámaras se fueron ya hace rato. Si los medios olvidan, lo mismo harán los que tienen la plata en Washington.

El miedo de ser olvidados se ve mitigado en parte por las inagotables oleadas de gente de la iglesia, estudiantes, jubilados y trabajadores solidarios que cavaron e hicieron el trabajo sucio. Removieron escombros, cortaron árboles y repararon techos. Pero no pueden construir puentes, puertos y rutas.

Los estadounidenses olvidan enseguida. La vida avanza tan rápido y una catástrofe desplaza a la anterior. Las horribles imágenes de Nueva Orleans y la Costa del Golfo van desdibujándose. Hace un año, observamos incrédulos el tsunami que azotó el sudeste de Asia y mató a más de 150.000 personas. Enviamos cheques y alimentos y a los dos meses casi lo habíamos olvidado.

La tragedia del Katrina empeorará si olvidamos la Costa del Golfo. La gente no puede sobrevivir en carpas. Y las casas rodantes de la FEMA no fueron pensadas para ser viviendas permanentes. Si hay un deseo común de estas fiestas desde esta tierra desgarrada, es simplemente éste: Por favor, no se olviden de nosotros.

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