¿Otra receta mágica para África?
Bill Gates pretende resucitar la marchita Revolución Verde de la Fundación Rockefeller. “Ahora es el turno de África. Este es sólo el comienzo de la Revolución Verde en el continente. La meta final es que al cabo de 20 años los agricultores hayan doblado o incluso triplicado el rendimiento de sus cosechas y que vendan los excedentes en el mercado. Esta es la visión de un África nueva en la que los agricultores no estén condenados a vivir en la pobreza y el hambre, donde la gente pueda mirar hacia el futuro con esperanzas”.
Artículos relacionados:
.La caridad de los ricos de EE.UU.
. Nubarrones sobre las buenas obras de la Fundación Gates
Con gran despliegue publicitario, Bill & Melinda Gates y las Fundaciones Rockefeller anunciaron el 12 de septiembre que han decidido aunar fuerzas en una nueva ‘Alianza por una Revolución Verde en África’. Un día después, lo que probablemente haya sido una movida concertada, el director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) Jacques Diouf llamó a apoyar una segunda Revolución Verde para alimentar a la población del mundo cada vez más numerosa. El jefe de la ONU Kofi Annan también salió en apoyo de la iniciativa.
El núcleo central de esta iniciativa Gates/Rockefeller consiste en el mejoramiento de nuevas semillas y lograr que los pequeños agricultores del África las utilicen. Gates pondrá US$ 100 millones, y Rockefeller aportará otros US$ 50 millones más su larga experiencia en ese campo. La Fundación Gates, que desde sus inicios centró siempre sus esfuerzos en la atención de salud, recién hace muy poco puso la mira en la agricultura como un área en la cual invertir. En la conferencia de prensa de lanzamiento de la iniciativa, Bill Gates subrayó que esta es sólo una de las primeras inversiones de las muchas que él seguramente hará en el campo agrícola desde su fundación caritativa, que hoy en día es la más adinerada del planeta con más de US$ 60.000 millones en sus arcas.
Aunque el jefe del imperio Microsoft es quien pone la mayor parte del dinero, quien realmente está detrás de esta iniciativa (de la que es su principal beneficiario) es la Fundación Rockefeller. Ese dinero fresco le dará gran impulso a su programa y su estrategia en África. Rockefeller fue la agencia que comandó la ofensiva de la Revolución Verde desde sus inicios en la década de 1950. Puesta en marcha en el punto más álgido de la Guerra Fría para contrarrestar la amenaza de la revolución comunista roja que recorría las zonas rurales en gran parte de Asia y América Latina, la Revolución Verde es a menudo descrita como un proyecto de desarrollo agrícola fundado en el mejoramiento de nuevas variedades vegetales que responden mejor a los fertilizantes, los agroquímicos y el riego. Su impacto en la agricultura y la producción de alimentos ha provocado durísimas polémicas: sus impulsores sostienen que ha salvado millones de vidas humanas al haber multiplicado la productividad de los cultivos, en tanto que sus críticos señalan el efecto devastador que ha tenido para la población campesina, los pequeños agricultores y el medioambiente. Nadie niega que sí generó un inmenso mercado mundial para las grandes empresas semilleras, de plaguicidas y de fertilizantes.
Hace ya décadas que se habla de darle al África su propia Revolución Verde. Todos, partidarios y detractores por igual, concuerdan que la primera Revolución Verde no fue muy exitosa en África. ¿Qué pasó? ¿Por qué no funcionó en África la Revolución Verde? Más importante aún, ¿habrán aprendido acaso las lecciones del pasado quienes hoy promueven las nuevas tecnologías agropecuarias?
¿Aprender del pasado?
La gente de la Fundación Rockefeller, que son los verdaderos cerebros detrás de esta “nueva” iniciativa, sostiene que las complejidades de la agricultura en el África y su falta de infraestructura explican porqué la Revolución Verde en buena medida ‘pasó de largo’ en ese continente. Pero la verdad es que Revolución Verde no ‘pasó de largo’ en África –simplemente fracasó. Fue impopular e ineficaz. El uso de fertilizantes, por ejemplo, creció sustancialmente en África sub-Sahariana desde la década de 1970 en adelante, mientras que la producción agrícola per cápita cayó en el mismo período. En Malawi, a pesar de la liberación generalizada de variedades híbridas de maíz, el rendimiento medio de ese cultivo sigue siendo más o menos el mismo que en 1961. Los incrementos de rendimiento también fueron bajos o nulos para otros cultivos importantes en África como la mandioca (o yuca), las batatas (ñame o camote), el arroz, el trigo, el sorgo y el millo. Hasta la Fundación Rockefeller misma admite que la experiencia del África plantea serias interrogantes sobre el enfoque de la Revolución Verde: “Los bajos rendimientos persistentes entre los productores africanos de cultivos como el de arroz y maíz, cuyos índices de adopción de semillas mejoradas fueron apreciables, ponen en cuestión el valor que tiene el germoplasma mejorado en general para los agricultores locales”.
Con estas pruebas a la vista y los cuestionamientos de los propios funcionarios de alto rango de la Rockefeller respecto del acento sobredimensionado de la Revolución Verde en las semillas mejoradas, lo menos que uno debería esperar de la nueva iniciativa Gates/Rockefeller sería que adoptase otro enfoque distinto. Pero no es así. Por el contrario, nos ofrecen más de lo mismo. En el documento de antecedentes que redactaron para explicar la iniciativa, la gente de Rockefeller concluye que: “Una de las razones principales de la ineficiencia [de la agricultura africana] es que los cultivos que crecen en la mayoría de las pequeñas explotaciones no son variedades de alto rendimiento como las que se usan comúnmente en los otros continentes”. Subrayan la necesidad de usar más fertilizantes, más riego, mejor infraestructura y más científicos entrenados.
A partir de este análisis más bien simplista (que básicamente afirma que el problema es África, no la tecnología), se nos ofrece entonces un plan de acción sencillo que repite los viejos enfoques de Rockefeller:
* Mejorar nuevas variedades vegetales: por lo menos 200 variedades nuevas para el África que deberán salir al mercado en los próximos cinco años.
* Entrenar a científicos africanos para que trabajen con ellas, liderando la nueva revolución.
* Conseguir que las nuevas semillas lleguen a manos de los agricultores a través de las empresas semilleras y proporcionando asimismo entrenamiento, capital y crédito para el establecimiento de redes de pequeños gestores agrarios “que oficien como canales de distribución de semillas, fertilizantes, agroquímicos y conocimientos a los agricultores de pequeña escala”.
Además de hacerle llegar las nuevas semillas a los agricultores, también se recalca que un aspecto importante de la nueva Revolución Verde en África es proveerles más fertilizantes químicos. Y se señala en tal sentido que los cuellos de botella principales son las deficiencias de transporte y los precios excesivos a raíz de los impuestos gubernamentales y otros aranceles. De modo que esencialmente, y a pesar de reconocer –de palabra—algunas de las fallas de las iniciativas previas, esta iniciativa repite con exactitud el enfoque de su infortunada antecesora: el problema principal es que los agricultores no tienen acceso a la nueva tecnología, así que vamos a crearla y garantizar que les llegue a sus manos.
Una visión más amplia del problema
Es increíble que aún se siga trillando este surco de pensamiento simplista tras tantos años de debate en torno a la Revolución Verde. Se hace completo caso omiso y se deja de lado por entero la cuestión del tremendo daño ambiental que acarrea el modelo de desarrollo agrario de la Revolución Verde, dependiente del derroche de agua y el empleo abundante de fertilizantes y plaguicidas. La erosión y degradación del suelo provocada por el uso de fertilizantes sintéticos y plaguicidas y la consiguiente destrucción de la productividad agrícola en África ni siquiera se mencionan. En cambio se recita y repite hasta el cansancio la vieja receta de nuevas semillas y más fertilizantes. Aun cuando su publicidad evita astutamente la explosiva cuestión de los cultivos transgénicos, eso no quiere decir que esté ausente –de hecho, tanto la Fundación Gates como la Rockefeller se cuentan entre quienes apoyan más activamente la ingeniería genética en África.
También se pasa enteramente por alto el papel central de las comunidades locales, sus sistemas tradicionales de semillas y su rico saber indígena asociado, a pesar de la importancia crucial que crecientemente se les reconoce en todo el mundo. En lugar de construir sobre esas bases y el inmenso tesoro de diversidad biológica disponible en las aldeas, Rockefeller ha decidido reemplazarlo todo con “variedades mejoradas”.
Pero la omisión más chocante quizás sea que el proyecto evita considerar las consecuencias socioeconómicas de su modelo tecno-centrado. La idea subyacente es que las variedades mejoradas dan más producción, lo que genera a su vez mayores ingresos. Pero, tal y como le manifestaron más de 600 ONG en una carta abierta al Director General de la FAO en 2004, “si hay algo que hemos aprendido de los fracasos de la Revolución Verde es que los ‘avances’ tecnológicos en la genética de los cultivos con semillas que responden a insumos externos vienen aparejados de una polarización socioeconómica creciente, empobrecimiento rural y urbano y mayor inseguridad alimentaria. La tragedia de la Revolución Verde radica precisamente en su estrecho enfoque tecnológico que hizo caso omiso de las mucho más importantes causales sociales y estructurales del hambre”. Es verdaderamente difícil creer que esta realidad no le haya entrado todavía en la cabeza a los planificadores estadounidenses del ”desarrollo”, tales como éstos de la Fundación Rockefeller.
Esa realidad se ha tornado cada vez más dramática. Presionados por instrumentos de comercio internacionales y bilaterales, especialmente la Organización Mundial del Comercio y los inminentes Acuerdos de Asociación Económica con la Unión Europea, los gobiernos africanos están abriendo sus economías para que sus agricultores “compitan” con los alimentos altamente subsidiados y otros productos agropecuarios que vuelcan en sus mercados tanto Estados Unidos como la Unión Europea, a precios por debajo del costo de producción. Hace un tiempo, los programas de ajuste estructural impuestos por los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional obligaron a los gobiernos africanos a desmantelar sus servicios públicos de investigación y extensión agropecuaria, y a abandonar cualquier tipo de mecanismos de protección o incentivos existentes para sus pequeños agricultores. Como quien refriega sal en una herida abierta, esos mismos gobiernos africanos se ven ahora forzados por esas mismas agencias a destinar sus tierras más fértiles a cultivos comerciales de exportación para los mercados del Norte, expulsando en consecuencia de sus tierras a los pequeños agricultores y asimismo desterrando a la producción de alimentos fuera de las economías rurales.
La amarga ironía es que muchas de esas medidas que hoy están destruyendo la agricultura del África cuentan con el apoyo, cuando no son directamente instigadas, por las mismísimas empresas cuyas fundaciones caritativas están desembarcando en África para “salvarla” con sus paquetes tecnológicos.
Las semillas de la privatización
Si hay algo de novedoso en la ofensiva Gates/Rockefeller por una Revolución Verde en África, seguro es su confianza en la empresa privada como vehículo principal de ejecución y producción de resultados y control del proceso. Una porción importante de la financiación está reservada para las empresas semilleras y los ‘gestores agrarios’ que se encargarán de que las semillas y los agroquímicos lleguen a manos de los agricultores. Ese enfoque calza perfectamente con los programas agrícolas de Rockefeller en África, uno de cuyos componentes principales es el desarrollo de empresas privadas semilleras. No debe sorprender entonces que la visión de Bill Gates para el África corra por los mismos carriles. Tras discurrir sobre los problemas del África, él sentencia: “Pero Melinda y yo también vemos motivos de esperanza –científicos africanos en mejoramiento vegetal desarrollando cultivos de más alto rendimiento, empresarios africanos creando empresas semilleras para que éstas lleguen a manos de los pequeños agricultores, y gestores agrarios que proveen mejores insumos y prácticas mejoradas de manejo agrícola y gestión”. En su visión, los agricultores son en definitiva la población meta a alcanzar, no el punto de partida desde donde empezar.
También es nueva la tendencia creciente de las fundaciones empresariales de relevar y asumir el papel de los programas públicos de desarrollo. Mientras la cooperación oficial para el desarrollo está disminuyendo, las fortunas privadas florecen así como su necesidad de donar dinero a través de instituciones filantrópicas empresariales. Ésta es sólo una de las más recientes de una serie de iniciativas de grandes fundaciones privadas que están poniendo la mira –y su dinero—en los agricultores del África. La misma semana que Gates y Rockefeller anunciaron su iniciativa, la fundación encabezada por George Soros prometió US$ 50 millones para el proyecto ‘Aldeas del Milenio’ (Millenium Villages Project) centrado en ayudar a que las aldeas rurales del África salgan de la pobreza. Unos meses antes, la fundación de Bill Clinton prometió apoyar a los agricultores de Rwanda con fertilizantes y sistemas de riego. Muchos antes, otro ex Presidente de EEUU, Jimmy Carter, se asoció con un magnate japonés y lanzaron conjuntamente el proyecto ‘Sasakawa 2000’ para llevar semillas y fertilizantes al África. Las fundaciones caritativas de empresas tales como la Dupont, Syngenta y Monsanto hace ya tiempo que se vienen infiltrando de ese modo en el sistema internacional de investigación agropecuaria –y están decididas a seguir haciéndolo cada vez más en el futuro. En la mentalidad de ese tipo de fundaciones empresariales, el progreso está guiado por la visión y los intereses de las empresas transnacionales, no por la sabiduría colectiva de las comunidades rurales.
El problema no es que la Revolución Verde haya “pasado de largo” en África, sino que varias décadas de experiencia, enseñanzas y nuevas reflexiones le pasaron de largo a los patrocinadores de la Revolución Verde –ahora respaldados por fundaciones empresariales—que insisten en un modelo tecnológico obsoleto que beneficia a las grandes empresas, no a los agricultores.
Fuente: Grain.org