El poder del petróleo en el siglo XXI
El constante aumento de la demanda y la baja de la oferta previsible a mediano plazo inquietan a Estados Unidos, que es el primer consumidor mundial. Economistas de todas las tendencias reclaman una regulación del acceso mundial a la energía, sin la cual aumentarán las guerras de rapiña, como la invasión de Irak.
El precio del petróleo ha aumentado constantemente desde el 11 de septiembre de 2001, fecha de partida del nuevo régimen estadounidense. Aumento a más del doble en dos años y medio. Este aumento se debe a movimientos especulativos en los mercados que tienen en cuenta el «factor riesgo» a muy corto plazo ignorando, sin embargo, limitaciones geológicas y necesidades energéticas crecientes cuyos efectos se sentirán solamente a mediano o largo plazo.
Desde abril 2004, el alza se acelerado tanto que el precio del barril ha alcanzado rápidamente la increíble suma de casi 50 $. Los especuladores anticipan una reacción militar inminente de la administración Bush: ya sean atentados atribuidos a impalpables islamistas seguidos de un golpe contra la monarquía en Arabia Saudita o un ataque convencional contra Siria.
A mediano plazo, la demanda creciente de energía a nivel mundial, imputable sobre todo a la organización de la economía estadounidense y al desarrollo industrial veloz de la India y China, chocará en unos años con la caída de la oferta mundial de petróleo. Se producirá también un alza considerable de los precios a medida que haya que recurrir a yacimientos cuya explotación será cada vez más difícil y costosa.
Sin embargo, según todas las proyecciones disponibles, los principales yacimientos capaces de exportar en el momento de la crisis se encontrarán en el Medio Oriente. Para la junta petrolera Bush-Cheney, es por tanto conveniente tomar el control de esa región estratégica haciéndola pasar por un periodo de inestabilidad, incluso de caos.
El 31 de marzo de 2004, Yves Cochet alertaba a la clase dirigente francesa sobre el declive de la producción de «petróleo convencional» en una tribuna libre que se publicó en el diario francés Le Monde. Este diputado ecologista se basaba en los trabajos de los geólogos independientes de la ASPO.
En un editorial del diario New York Times publicado 7 de mayo, Paul Krugman recordaba por su lado que uno de los principales objetivos de la invasión contra Irak era aumentar rápidamente la producción petrolera iraquí para alimentar el crecimiento.
El magnate de los medios de comunicación masivos y uno de los más entusiastas en apoyar la guerra contra Irak, Ruppert Murdoch, hacía entonces la apología de las guerras de recursos en estos términos: «Lo mejor que podría salir de ella para la economía global, si uno puede expresarse así, sería un barril a 20 $ dólares».
Krugman observa con inquietud que ese objetivo no ha sido alcanzado. El derrocamiento de Saddam Hussein y el fin del embargo no han bastado para reanimar la producción iraquí en las proporciones que se esperaba. El alza de los precios mundiales continúa, los precios de las gasolineras aumentan diariamente.
Krugman refleja el temor de sus lectores y de los estadounidenses en general: está llegando el momento en que esa alza pondrá en peligro el modelo económico del país y su modo de vida. Krugman descarta las soluciones tecnológicas ilusorias a las dificultades geológicas (perforar más pozos no permitirá detener el declive) y concluye, con desasosiego: «Lo que tenemos que hacer es adaptarnos».
Al terminar su tribuna con tan artística imprecisión, deja a sus lectores en la alternativa entre aceptar el decrecimiento (cosa que ningún pueblo admitiría sin que se le obligue a ello) y la solución militar. En cuanto a esta última, ya que la estrategia de Bush no ha hecho más que enriquecer a algunas compañías amigas como Halliburton (con un 80% de crecimiento en sus dividendos durante los últimos tres meses) sin resolver el problema, no queda más solución que la estrategia de Kerry.
El término de réservas debe ser considerado con precaución. Explico, cuando un país alcanza su pico de producción petrolera, es decir la mitatd de las reservas posibles de explotables, su producción comienza a declinar progresivamente la cual se convierte poco a poco más costosa. Así por ejemplo, los EEUU que alcanzaron su pico de producción en 1970, importan hoy en día más del 60% del petroleo que consumen. Los costos de producción del petróleo en los EEUU son por lo menos tres veces más costoso al petróleo producido en un país como Arabia Saudita que no ha alcanzado todavía su pico de produción. Los países señalados con una flecha verde son los únicos capaces de aumentar su producción ante la tendencia a la baja o declive de los yacimientos en el resto del mundo. Los trabajos de la asociación ASPO muestran que de aquí a pocos años, esta aumentación potencial no bastará y la producción global disminuirá, hproduciendo un choque en mercado mundial, el cual se basará en la oferta y no en la demanda.
Incluso en el seno de la industria del petróleo o alrededor de ella, un número creciente de personalidades, que no ven con buenos ojos esta perspectiva de guerra de recursos generalizada, se pronuncia por un replanteamiento minucioso, y transparente, del aprovisionamiento energético a nivel mundial.
Muchas voces reclaman, en definitiva, el control de la repartición energética mundial por una instancia que sea lo más independiente posible. Así lo hacen tanto el ecologista Yves Cochet, ya mencionado, como el liberal Matthew Simmons. Ambos piden, como muchos otros, un plan mundial de emergencia para detener la inminente crisis energética.
En situación de penuria, la cuestión del libre mercado deja de existir y los más fuertes se convierten en depredadores para mantener su propio nivel de vida. Esa es la perspectiva que anticipa el tándem Bush-Cheney al abrir las vías de comunicación en Afganistán y Georgia, al tratar de derrocar el gobierno de Venezuela y con la invasión de Irak.
Fuente: Voltairenet.org