La semilla del imperio
Tras la desintegración del Bloque Socialista y el colapso del comunismo, el Grupo de los Siete (G-7), no compuesto por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial sino por los vencedores de la Guerra Fría, las grandes potencias industriales de Occidente, se convirtió en el consejo de gobernadores, responsable por la seguridad del sistema global capitalista. Y los Estados Unidos, que hasta entonces, con pocas excepciones, habían preferido ejercer el dominio indirecto y mantener un imperio informal, desnudaron la esencia imperialista y agresiva de su política internacional. Sin las restricciones que imponía el conflicto con la Unión Soviética y el Bloque Socialista, en el contexto de la Guerra Fría, los neo-conservatives , los académicos de la Heritage Foundation, el American Enterprise Institute y otros think tanks, The Wall Street Journal, The Washington Times y otros diarios pasaron a defender la full spectrum dominance, o sea, la imposición de la Pax Americano, si fuese necesario, por la fuerza de sus armas. Ese propósito fue el que prevaleció y se expresó, sin pudor, en la administración de George W. Bush.
Los Estados Unidos configuran una sociedad extraordinariamente compleja, dinámica y rica en contradicciones internas. A la par del elevadísimo desarrollo científico y tecnológico y del alto nivel de sus universidades, una enorme franja de la población -la Norteamérica profunda- ignora lo que ocurre en el resto del mundo, imagina que las leyes de los Estados Unidos son universales, y las universidades requieren apenas un año de aprendizaje de idioma extranjero para la graduación y ninguno para quienes estudian administración y negocios. Menos del 10% de los millares de alumnos de los colegios aprende algún idioma extranjero y solamente cerca del 5% alcanza algún nivel de competencia y fluidez. Sin embargo, no se puede desconocer la contribución de la revolución en Norteamérica -la guerra de independencia de las trece colonias (1776-1783)- a la cultura democrática, que acabó por influir también sobre la Revolución Francesa de 1789-1793, y que hay en los Estados Unidos una pléyade de brillantes académicos, intelectuales y periodistas que no se cansan de denunciar y criticar las llagas de la sociedad y de la política interna y externa de los Estados Unidos. Ellos han escrito y publicado obras de gran lucidez, criticando la política doméstica y la política exterior de los Estados Unidos, particularmente desde el golpe de Estado en Irán (1953), la invasión de Guatemala (1954) y de Bahía de Cochinos (Cuba, 1961), hasta los golpes militares en Brasil (1964) y en Chile (1973), la guerra en Vietnam, etc. No obstante, los gobiernos, ya sean demócratas o republicanos, siguen ejecutando los mismos abusos y cometiendo los mismos errores. En realidad, como observó Hegel, aunque se recomiende "a los gobernantes, estadistas, pueblos preferiblemente, la enseñanza a través de la experiencia de la historia, lo que la experiencia y la historia enseñan es que los pueblos y los gobiernos nunca aprendieron cosa alguna de la historia ni se comportan de acuerdo con sus lecciones".
Thomas Paine (1737-1809) proclamó, en Common Sense , pequeño folleto del cual se agotaron 120.000 ejemplares entre marzo y junio de 1776 en un país con menos de 3 millones de habitantes, que " the cause of America is in a great measure the cause of the mankind " ("la causa de Estados Unidos es en gran medida la causa de la humanidad"). Libertario e internacionalista, nacido en Norfolk (Inglaterra), Paine defendió la democracia política y combatió no sólo por la independencia de las trece colonias de Inglaterra, sino también por la Revolución Francesa. Fue uno de los founding fathers de los Estados Unidos. La tendencia al mesianismo nacional, que marcó la formación e impregnó la cultura del pueblo norteamericano, renovó, entre tanto, una tradición judaica, rescatada por el fundamentalismo bíblico de los puritanos que emigraron hacia América, imaginada como la tierra prometida. El pueblo norteamericano, del mismo modo que los israelitas, pasó a considerarse como el mediador, el vínculo entre Dios y los hombres en la Tierra. Esa alianza bíblica entre Dios y los israelitas fue lo que inspiró el contrato firmado entre sí por los peregrinos a bordo del Mayflower, el 21 de noviembre de 1620, para crear un organismo civil, que haría "leyes justas e igualitarias". Esos peregrinos se veían a sí mismos como excepciones de lo que consideraban la traición de los europeos al cristianismo y eran los protagonistas de un ejercicio de "excepcionalidad", dispuestos a fundar un tipo diferente de comunidad, y creían que sus ventajas y cualidades peculiares les conferían un papel que otros pueblos no podrían desempeñar. El sentimiento de grandeza y superioridad constituyó desde el principio parte de la identidad nacional de los Estados Unidos.
La predestinación constituyó la sustancia real del protestantismo, de quienes creían que estaban en comunión directa con Dios y habían alcanzado el estado de gracia. Y las sectas evangélicas, que emigraron a América o que allá se formaron, desarrollaron un protestantismo peculiar, fundamentalista, que se diferenciaba y al mismo tiempo se identificaba con la forma del judaísmo, al buscar inspiración en la Biblia, para atribuirle al pueblo norteamericano el manifest destiny de expandir sus fronteras y la misión de guiar a la humanidad, como si fuese el pueblo elegido de Dios. [...]
Al observar que el pueblo norteamericano, formado con la afluencia de tantos pueblos, se consideraba diferente de todos y superior a ellos, el embajador de Brasil en Washington Domício da Gama comentó en 1912 que "el duro egoísmo individual se amplificó a las proporciones de lo que se podría denominar egoísmo nacional". Y así los Estados Unidos siempre tendieron y tienden a no aceptar normas o limitaciones jurídicas internacionales, el Derecho Internacional, no obstante el trabajo de Woodrow Wilson para formar la Liga de Naciones y de Franklin D. Roosevelt para constituir la ONU. [...]
Ese desprecio de los Estados Unidos por la soberanía de los otros pueblos, el unilateralismo de su política internacional, el militarismo, la prepotencia y la arrogancia, la pretensión de reformar el mundo a su imagen y semejanza, el pretexto de promover la democracia como rationale para la deflagración o participación en guerras, no afloraron como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001. No surgieron repentinamente. Son tendencias que no se remontan sólo a medio siglo, como alegó Robert Kagan, senior asociado del Carnegie Endowment for International Peace y uno de le los ideólogos de la extrema derecha norteamericana, sino a los orígenes de la fundación de los Estados Unidos. Entre tanto, esas tendencias se exacerbaron en el transcurso de las décadas de 1980 y 1990, y se expresaron, paranoicamente, cuando George W. Bush fue instaurado en la presidencia por el complejo industrial-militar-petrolífero y pasó a comportarse como un Rex sacrorum , con el dominium mundi . El desprecio por la soberanía de otros Estados, el unilateralismo y el militarismo, que estaban latentes y se manifestaban a veces, se convirtieron en normas oficiales de su política internacional. La prepotencia, la arrogancia y la mentira pasaron a ser la característica de su administración.
A fin de comprender y explicar ese proceso de perversión de la democracia, que destrozó la vida civilizada y estableció un estado de guerra permanente y de constante terror, incrementado por la administración de George W. Bush, fue que me propuse escribir sobre la formación del Imperio Norteamericano, como epílogo de la globalización del sistema capitalista, iniciada con los viajes de circunnavegación, durante los siglos XV y XVI. La historia de los Estados Unidos se confundió con la historia de la propia economía de mercado, con el desarrollo del sistema capitalista, que es un todo mundial y no una suma de economías nacionales, pues fue la única formación económica con suficiente capacidad de expansión para abarcar todas las regiones del planeta. Y no se puede conocer el carácter de un Estado sin conocer su historia, del mismo modo que no se puede conocer a un individuo sin saber sobre su pasado, sus antecedentes, su currículum vitae o ficha policial. El conocimiento concreto es siempre el conocimiento histórico. Y, como alegó Benedetto Croce, conocer (juzgar) un hecho equivale a pensarlo en su esencia y, por lo tanto, en su génesis y desarrollo, entre las condiciones que a su vez varían y evolucionan. Fue lo que intenté, al escribir La formación del Imperio Americano . [...]
Fuente: La Nación / Argentina - 04.02.07