La cuarta guerra mundial comenzó en Venezuela. El legado del Caracazo
Engancha y cambia
Carlos Andrés Pérez fue investido como presidente el 2 de febrero de 1989 en su segundo (pero no consecutivo) período como presidente, después de una campaña notablemente anti-neoliberal durante la cual había satanizado al FMI como una “bomba que sólo mata a la gente.” En lo que luego se convirtió en un ejemplo tristemente célebre de reforma de “engancha y cambia”, Pérez procedió a implementar al pie de la letra el recientemente formulado Consenso de Washington. La naturaleza precipitada de su cambio radical de postura se evidencia en el hecho de que el “paquete” económico neoliberal de Pérez (el “paquetazo” como lo llaman) fue anunciado apenas dos semanas después del discurso inaugural en el que había atacado a las instituciones prestamistas internacionales y predicado la solidaridad de las naciones deudoras. El país debe prepararse, advirtió Pérez en este discurso posterior del 16 de febrero, para un “Gran Viraje.”
Aunque las elites venezolanas habían estado coqueteando con el neoliberalismo durante varios años, y el presidente Jaime Lusinchi incluso había promulgado un paquete neoliberal heterodoxo en 1984, el paquete de Pérez se destacaba por su ortodoxia. En una Carta de Intención firmada con el FMI el 28 de febrero, mientras la mayoría de las grandes ciudades venezolanas estaban sumidas en disturbios y saqueos generalizados, las premisas básicas del plan de Pérez fueron descritas como sigue: restricción de los gastos fiscales y de los salarios, desregulación de las tasas de cambio y de interés (eliminando con ello lo que eran esencialmente subsidios de las tasas de interés para los agricultores), relajación de los controles de precios, reducción de los subsidios, introducción del impuesto a las ventas, liberalización de los precios de los bienes y servicios estatales (incluyendo el petróleo), eliminación de los aranceles y liberalización de las importaciones y, en general, simplificación de las transacciones extranjeras en Venezuela.
En breve, este plan significaba un potente cóctel de estancación de los ingresos ante un aumento acelerado de los precios y la devaluación monetaria. Como era de esperar, la pobreza llegó al clímax en 1989, afectando a un 44% de los hogares (una cifra que se había duplicado en términos absolutos en cinco años), con un 20% de la población en la pobreza extrema. Aunque el aumento de los precios había sido una fuente de ansiedad por lo menos desde la devaluación del bolívar en 1983, recordada hasta la fecha como el “Viernes Negro,” lo que avivó las llamas de la revuelta temprano por la mañana del 27 de febrero fue la percepción común (e irrefutablemente correcta) de que los venezolanos tienen un derecho común a lo que yace bajo su suelo
27-F 1989
El 27 de febrero de 1989 fue un día lunes, y durante el fin de semana había tenido efecto la liberalización de los precios del petróleo de Pérez, cuya primera etapa fue un aumento inmediato de un 100% en el precio al consumo de la gasolina. Aunque el gobierno había tratado de obligar a los pequeños transportistas a absorber la mayor parte del aumento, convenciendo a la Federación Nacional del Transporte a pasar sólo un 30% del aumento a los pasajeros, muchas federaciones más pequeñas e individuos se negaron a respetar este acuerdo. Como sus costes de la gasolina se habían duplicado de un día al otro, cuesta culparlos.
Las protestas estallaron durante la partida al trabajo hacia Caracas de trabajadores informales. Al descubrir que las tarifas habían sido duplicadas, muchos se negaron a pagar. Resistencia, disturbios, y la quema de autobuses ocurrieron en una serie de suburbios y en ciudades en todo el país mucho antes de las 6 de la mañana. Manifestaciones en el suburbio oriental de Guarenas (donde ya se informó de saqueos a las 7.30 de la mañana), provocaron una resistencia más amplia en la región. A las 6 de la mañana, estudiantes habían ocupado la estación Nuevo Circo en Caracas, al otro extremo de la línea Guarenas-Caracas, y denunciaban públicamente a los conductores.
Junto con los trabajadores informales, la multitud en Nuevo Circo se movilizó hacia el norte a la Avenida Bolívar, construyendo barricadas para bloquear el tráfico en esa importante arteria. A mediodía, los bloqueos se habían extendido hacia el este a la Plaza Venezuela y la Universidad Central, hacia el sur a la autopista Francisco Fajardo, y hacia el oeste a la Avenida Fuerzas Armadas. El fermento revolucionario unió a estudiantes, trabajadores informales, y revolucionarios aguerridos, y la cólera inicial por el aumento de los precios del transporte (una cólera dirigida predominantemente contra conductores individuales) se generalizó exitosamente para incluir a todo el paquete económico neoliberal (dirigiendo así la cólera directamente contra el presidente).
La estructura de la economía informal suministró más que los constituyentes de la rebelión: también suministró los medios de coordinación y comunicación, con taxis en motocicleta que iban y venían por la ciudad, convirtiendo la rebelión espontánea en un cuadro más amplio y coordinado más parecido a lo que consideraríamos una situación revolucionaria.
Mientras tanto, un modelo similar aparecía espontáneamente en todas las principales ciudades venezolanas: protestas emergieron temprano por la mañana en San Cristóbal, Barquisimeto, Maracay, Barcelona, y Puerto la Cruz, y Mérida, y más adelante en la tarde en otras importantes ciudades como Maracaibo y Valencia. Hay quien ha argumentado, y con razón, que el mote común “Caracazo” es engañoso, ya que oculta la naturaleza generalizada y nacional de la rebelión.
En la tarde del 27 ya informaban sobre muertes en Caracas, al abrir el fuego la policía contra estudiantes cerca del Parque Central. Al caer la noche, se generalizaron los saqueos y el pillaje (a menudo con la ayuda de la policía), afectando incluso a sectores generalmente intocables del acaudalado este de Caracas, y más de 1.000 negocios fueron quemados sólo en Caracas. Aunque muchos saqueaban artículos de primera necesidad (la mayor parte de la evidencia grabada en vídeo muestra a gente acarreando productos para el hogar y alimentos, especialmente grandes trozos de carne de vacuno) tampoco se libraron los productos de lujo, y como resultado muchos barrios gozaron de un sabor de vida que les es normalmente denegado, celebrando con alimentos selectos y whisky y champaña importados.
“Normalidad total”
Por la mañana del 28 de febrero se vio un cuatro mixto: en algunas áreas la policía disparó indiscriminadamente con armas automáticas, mientras en otras como en el distrito Antimano del sudoeste de Caracas, la policía aceptó un saqueo controlado. El primer intento del gobierno de controlar la rebelión fue un fracaso espectacular: el ministro del interior se presentó en vivo en la televisión pidiendo calma, sólo para desmayarse, obligando así a suspender la transmisión.
A las 6 de la tarde, Pérez apareció en persona en la televisión, para anunciar la fatídica decisión de suspender las garantías constitucionales y establecer el estado de sitio. La afirmación simultánea de que el país vivía una situación de “normalidad total” pareció poco verosímil ante esa decisión. Ésta dio la luz verde para la represión gubernamental y el comienzo del fin de la rebelión. Se impuso el toque de queda, y los que lo violaban fueron tratados implacablemente.
La represión fue peor en los barrios más grandes de Caracas: Catia en el oeste y Petare en el este. La policía dirigió su atención al primero, y especialmente al vecindario 23 de enero, como el cerebro organizativo de la rebelión. Organizadores conocidos fueron arrancados de sus hogares y ejecutados o “desaparecidos,” y cuando las fuerzas de seguridad se vieron ante la resistencia de francotiradores, abrieron fuego contra edificios de apartamentos (los agujeros de las balas se ven todavía en la actualidad). En Petare, el barrio de chabolas más grande y más violento de Caracas, hasta veinte fueron muertos en un solo incidente, cuando el 1 de marzo el ejército abrió fuego contra las escaleras de Mesuca.
Gran parte del país fue “pacificado” dentro de tres días, mientras Caracas vivió disturbios durante más de cinco días. El coste en vidas humanas de la rebelión nunca ha quedado enteramente en claro, especialmente porque el gobierno Pérez obstruyó por completo todos los esfuerzos por investigar los eventos. Subsiguientes investigaciones gubernamentales establecieron el número de muertos en cerca de 300, mientras el imaginario popular habla de unos 3.000. Rumores de asesinatos masivos llevaron a una excavación en 1990 de una fosa común en un sector del cementerio público llamada, tal vez no por casualidad, "La Peste." 68 cuerpos en bolsas de plástico fueron desenterrados en el lugar, y nadie sabe cuántas muertes más fueron ocultadas por las fuerzas del gobierno.
Nacimiento del MBR-200
Internacionalmente, la fachada democrática que había ocultado la realidad venezolana durante décadas fue demolida de un solo golpe. Entre otros dirigentes, George Bush padre, y el español Felipe González, llamaron directamente a Pérez para expresar su sobrecogimiento y su consternación ante el hecho de que un Estado cliente tan cumplidor se hubiera desintegrado de un día al otro. En un intento desesperado de mantener la imagen de excepcionalidad democrática, los dirigentes incluso trataron de culpar por la rebelión de masas a una pequeña cantidad de extremistas e incluso extranjeros (léase: colombianos).
Políticamente, el Caracazo representó el toque de difuntos del antiguo régimen. El ex vicepresidente chavista, José Vicente Rangel, lo dijo claramente: “La historia venezolana está dividida en dos.” Juan Contreras, jefe de la revolucionaria Coordinadora Simón Bolívar, argumenta que fue el Caracazo en 1989 más que el par de intentos de golpe en 1992 (el primero dirigido por Chávez) lo que destruyó definitivamente la corrupta “partidocracia.” Y la prueba es que esos golpes fueron resultados directos de la rebelión de 1989 o, como dice Contreras: “Chávez no creó los movimientos, nosotros lo creamos a él.”
Un movimiento revolucionario clandestino fue formado años antes dentro de las fuerzas armadas, dirigido por Hugo Chávez, Jesús Urdaneta, Raúl Isaías Baduel, y el difunto Felipe Antonio Acosta. En 1982 para ser exactos, en el 200 aniversario del nacimiento del libertador, y de ahí el nombre de Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, MBR-200. Durante los años siguientes, los conspiradores trabajaron para reclutar para su causa a oficiales de niveles inferiores, pero los planes del MBR de apoyar un golpe aún estaban siendo preparados cuando el Caracazo los tomó por sorpresa.
El efecto polarizador de la rebelión y de la masacre subsiguiente fue tan poderoso dentro de las filas de los militares como en la población en general. Jóvenes soldados, procedentes en su mayor parte de las clases menos favorecidas, fueron enviados a los barrios a masacrar a su propia gente, y muchos se negaron a abrir el fuego. La importancia del Caracazo para los intentos de golpe que lo siguieron es descrita por el propio Chávez como sigue: “Sin el Caracazo nosotros no hubiésemos podido impulsar lo que impulsamos, ese fue el sello de muerte de Pérez, fue una estocada, y con la participación que tuvo la Fuerza Armada Nacional en esos acontecimientos, fue un elemento que motorizó la conciencia de nuestro movimiento.” El Caracazo reactivó un MBR-200 languideciente y le aseguró nuevos reclutas.
Recuerdo del Caracazo
Aunque la historia del Caracazo podrá ser desatendida fuera de Venezuela, los esfuerzos por olvidar la rebelión popular de masas han fracasado, y sigue grabada en la memoria tanto de sus protagonistas como de las elites para las que el Caracazo reforzó el temor a los pobres y a las masas marginadas. Con la elección exitosa del gobierno chavista en 1998, el recuerdo encontró su base institucional, y mientras los gobiernos anteriores habían intentado borrar el Caracazo o negar su importancia, la Revolución Bolivariana ha convertido esa rebelión en su propio momento de gestación.
El aniversario del Caracazo fue celebrado recientemente en una sesión pública de la Asamblea Nacional realizada en El Valle, uno de los grandes barrios de Caracas que sufrieron parte de las medidas represivas más duras. Hablando en el evento, el vicepresidente Jorge Rodríguez, cuyo propio padre murió a manos de los torturadores policiales en 1976, argumentó que “Todavía tenemos que cuestionar la impunidad, señalando a los responsables por la masacre que ocurrió en febrero y marzo de 1989. El recuerdo [del Caracazo] no puede morir, y los venezolanos no pueden permitir que las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron durante todo el período de la república sean olvidadas.” Con este fin, el “defensor del pueblo” del gobierno, Germán Mundaraín, subrayó la importancia de construir un monumento masivo en Caracas para honrar a los asesinados durante el Caracazo.
Mundaraín ha abierto además autos judiciales para solicitar la extradición de Carlos Andrés Pérez de Miami (¿en qué otro sitio podría estar?) para que se enfrente a acusaciones por la participación del ejecutivo en la masacre. Aunque será difícil castigar a los que participaron en la masacre que terminó con el Caracazo, y será casi imposible extraditar a Pérez de USA, esto debería sugerir que el legado del Caracazo no ha sido olvidado.
Como ha dicho desde hace tiempo Luis Britto García, poeta radical y escritor político (nombrado recientemente para el comité presidencial para la reforma constitucional):
“Siempre digo que el 27 de febrero de 1989 empezó en Venezuela la cuarta guerra mundial, la tercera había sido la guerra fría, y la cuarta es la guerra contra el neoliberalismo, que comenzó en Caracas ese día... Los Estados Mayores intentan librar toda nueva guerra con las reglas de la anterior, y la pierden cuando el adversario les impone sus nuevas leyes. En la Cuarta Guerra Mundial hay todavía un bando organizado en estados hegemónicos, que defiende objetivos territoriales precisos mediante ejércitos y armas convencionales. Pero sus antagonistas ya no son los estados postsoberanos, sino clases, castas, etnias, marginalidades, excluidos, deudores, credos, movimientos de liberación nacional, ecologistas: lo que otros llamarían Organizaciones no Gubernamentales, sociedad civil, o simplemente Humanidad. El armamento tampoco es convencional: las armas se inventan, se improvisan o se expropian al enemigo. El campo de batalla no queda segregado en fronteras ni en áreas estratégicas: ocupa toda la extensión del globo. En la misma medida en que el poder financiero se extiende por el planeta, es penetrado por el adversario. En vano postula escudos nucleares contra agresores extracontinentales o extraterrestres. El enemigo está en sus entrañas: en sus propias entrañas.
La Cuarta Guerra Mundial, como la Segunda, también se trae entre manos una solución final: esta vez la del Problema de la Humanidad. Cuando la concentración de capitales y la automatización acumulen toda la propiedad del planeta en pocas docenas de propietarios, todos los demás seres humanos serán desechables. Adivine usted en cuál grupo quedará comprendido, y sabrá qué bando le corresponde en la última Guerra Mundial.”
Como la andanada inicial de la guerra contra el neoliberalismo, el legado del Caracazo sigue vivo mientras la lucha continúa.
Nota:
Un vídeo en cinco secuencias sobre el Caracazo se encuentra en Youtube: http://www.youtube.com/watch?v=vg7mvx3IYRw.
Galería de fotos de la rebelión: http://abn.info.ve/galeria/
*George Ciccariello-Maher es doctorando en teoría política en la Universidad de Calfornia, Berkeley. Vive en Caracas.
Para contactos, escriba a: gjcm@berkeley.edu
Fuente: Rebelión – 09.03.07