El FMI debería apretarle las clavijas a EE.UU
La reciente reunión del FMI, en la que se les otorgó a los funcionarios un nuevo mandato de "vigilancia" de los desequilibrios comerciales que contribuyen a la inestabilidad global, fue aclamada como un gran logro. La nueva misión es de vital importancia, tanto para la salud de la economía global como para la propia legitimidad del FMI. Pero, ¿el Fondo está en condiciones de realizar esta tarea?
Obviamente, un sistema financiero global en el que el país más rico del mundo, Estados Unidos, pide prestados más de 2.000 millones de dólares por día a países más pobres tiene algo de peculiar. De modo que la apuesta para el FMI es alta: si otros países llegaran a perder confianza en un país cada vez más endeudado como Estados Unidos, las potenciales conmociones en los mercados financieros del mundo serían masivas.
La tarea que enfrenta el FMI es monumental. Por supuesto, será importante que el Fondo se concentre en los desequilibrios globales, no en los desequilibrios bilaterales. En un sistema comercial multilateral, los grandes déficit comerciales bilaterales muchas veces se ven compensados por excedentes bilaterales con otros países. China puede querer petróleo de Oriente Medio, pero en Oriente Medio -con tanta riqueza concentrada en tan pocas manos- pueden estar más interesados en carteras Gucci que en las mercancías de producción masiva de China. De manera que China puede tener un déficit comercial con Oriente Medio y un excedente comercial con Estados Unidos, pero estos equilibrios bilaterales no revelan nada sobre el aporte general de China a los desequilibrios globales.
Estados Unidos está alborozado por haber logrado con éxito expandir el rol del FMI, porque pensó que al hacerlo aumentaría la presión sobre China.
Pero el regocijo de Estados Unidos es estrecho de miras. Si uno analiza los desequilibrios comerciales multilaterales, Estados Unidos se destaca ampliamente sobre todos los demás. En 2005, el déficit comercial de Estados Unidos era de 805.000 millones de dólares, mientras que la suma de los excedentes de Europa, Japón y China era apenas 325.000 millones. Por ende, cualquier énfasis en los desequilibrios comerciales debería centrarse en el mayor desequilibrio global: el de Estados Unidos.
La tarea de evaluar los desequilibrios comerciales -a quién culpar y qué debería hacerse- afecta tanto a la economía como a la política. Los desequilibrios comerciales son el resultado, por ejemplo, de las decisiones hogareñas sobre cuánto ahorrar y cuánto y qué consumir. También son el resultado de decisiones gubernamentales: cuánto gravar y gastar (lo cual determina la cantidad de ahorros o déficit gubernamentales), regulaciones de inversión, políticas de tipo de cambio y demás. Todas estas decisiones son interdependientes.
Por ejemplo, los gigantescos subsidios agrícolas de Estados Unidos contribuyen a su déficit fiscal, lo que se traduce en un mayor déficit comercial. Pero los subsidios agrícolas tienen consecuencias para China y otros países en desarrollo. Si China revalorizara su moneda, sus agricultores estarían en una situación mucho peor; pero en un mundo de comercio (más) libre, los subsidios agrícolas norteamericanos se traducen en precios agrícolas globales más bajos y, por lo tanto, en precios más bajos para los agricultores chinos. Al extender su dadivosidad a las granjas corporativas ricas, la intención de Estados Unidos tal vez no haya sido perjudicar a los pobres del mundo, pero ése es el resultado previsible.
Esto plantea un dilema para los forjadores de las políticas públicas chinas. Subsidiar a sus propios agricultores desviaría dinero de la educación, la salud y los tan necesitados proyectos de desarrollo. China también puede intentar mantener un tipo de cambio que sea levemente inferior de lo que sería de otra manera. Si el FMI ha de ser imparcial, ¿debería criticar las políticas agrícolas de Estados Unidos o las políticas de tipo de cambio de China?
Siendo el déficit comercial de Estados Unidos el principal desequilibrio global, la atención debería centrarse en cómo aumentar sus ahorros nacionales -una cuestión con la que los gobiernos norteamericanos vienen luchando desde hace décadas y que frecuentemente fue objeto de debate cuando yo era presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton. Si bien es cierto que las preferencias impositivas podrían derivar en ahorros privados levemente superiores, la pérdida de ingresos fiscales compensaría en exceso las ganancias. Esto, en realidad, no haría más que reducir los ahorros nacionales. La solución es reducir el déficit fiscal.
En resumen, Estados Unidos es responsable tanto de los desequilibrios comerciales como de las políticas que se puedan adoptar rápidamente para corregirlos. Por lo tanto, la respuesta del FMI a su nueva misión de evaluar los desequilibrios globales pondrá a prueba su legitimidad política deteriorada.
Si el análisis que haga el FMI de los desequilibrios globales no es equilibrado, si no identifica a Estados Unidos como el principal acusado y si no dirige su atención a la necesidad de que Estados Unidos reduzca sus déficit fiscales, la relevancia del Fondo en el siglo XXI inevitablemente decaerá.