Agronegocios: claves y consecuencias, Entrevista a Silvia Ribeiro*
Durante las últimas semanas en Argentina, el sector de los agronegocios realizó una variada serie de encuentros donde confluyó el interés de empresas multinacionales y locales, académicos, terratenientes, el sector financiero y el Estado. El campo, a nivel mundial, atraviesa una nueva etapa marcada por la transnacionalización del capital, la utilización de nuevas tecnologías y un impacto social y ambiental silenciado, tendencia potenciada por el auge de los “agrocombustibles”. Para reconstruir algunas claves y antecedentes de este proceso publicamos la siguiente entrevista a Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC, quien parte de “analizar la concentración de las empresas” y develar su objetivo permanente que es “conseguir el control corporativo”.
El dato no es de color, y la seguidilla de cónclaves no es casual: se afianza un verdadero modelo productivo. Tampoco es casual la persistencia de algunos nombres. BASF, Monsanto, Bayer o Syngenta con presencia fortísima, y otros como Nidera, Cargill, Bunge, que acompañan también con sus estandartes. Pero no se trata de “simple” marketing.
[i]Un repaso de las últimas semanas arroja la dinámica y la inquietud que hay en torno al sector agronegocios:
- 29-30/5 en el Hilton de Bs.As. se hizo el “4to Congreso Argentino de Girasol”, con BASF como actor destacadísimo, junto a las ponencias de guerra preventiva sobre las “plagas”.
- 28/6 en el Hermitage de Mar del Plata, se realizó el seminario “Biocombustibles en el sector agropecuario de la provincia de Buenos Aires”, que organizó el gobierno provincial.
- El mismo 28/6, pero en la Ciudad de Buenos Aires, la empresa Agropharma organizó el encuentro "Cambio climático agropecuario. Implicancias económicas para el sector agropecuario argentino”.
- La frutilla del postre es Mundo Agro [1], tal vez más importante que las anteriores, que convocó también en el lujoso Hilton de Bs.As los días 26 y 27 de junio bajo la alentadora consigna “Intensificación de los sistemas de producción y el manejo del riesgo en Agricultura”. Por cierto siempre están los daños colaterales, es decir, los riesgos. Esta vez Monsanto disputó por encabezar el cartel.[/i]
Cabría preguntarse sobre el carácter de estas empresas que relucen tanto en el centro de una escena algo disimulada. Al respecto Silvia Ribeiro explica: “Nosotros partimos de analizar la concentración de las empresas, cuando se compran unas a otras para que haya menos competencia, y allí empieza a aparecer la clave de un comportamiento que es central dentro del capitalismo. Esa clave reside en cómo 'conseguir el control'. Si una empresa consigue obligarte a consumir lo que ellos producen, tiene un mercado asegurado. Todo eso que dicen sobre el libre mercado, nada; en realidad lo que tratan de ver es 'cómo obligar' a la gente a consumir lo que ellos producen. En ese sentido, por ejemplo, 'las empresas químicas' pensaron que si se compraban las empresas que producían semillas en el mundo iban a lograr crear lazos de dependencia mucho más fuertes con los agricultores, entregándoles un paquete en el que le decían 'para que te vaya bien con esta semilla vas a tener que usar este químico, que es el que también hacemos nosotros'. Se perfilan entonces las principales empresas que producen semillas hoy, en un proceso que empieza hace unos veinte años; son Monsanto, Bayer, Dow, BASF, Syngenta, DuPont, compañías químicas [2] que antes compraron empresas semilleras”.
En marzo de 2004 biodiversidadla.org publicaba el artículo “Los números de la republiqueta sojera" [3], donde se analizaba el problema de la “ampliación de la frontera agropecuaria” a partir del implacable avance sobre montes nativos (principalmente en Chaco, Santiago del Estero y Salta). Y también se mencionaba la transformación y sustitución de lo producido a partir de la “irrupción de la soja transgénica”, una sustitución “a expensas de otros cultivos, pero también sobre otras actividades agropecuarias, como los tambos y la ganadería”.
Esta transformación económico-geográfico-social es la que los movimientos campesinos vienen denunciando y a la que se oponen desde una posición que reivindica la soberanía alimentaria [4].
[i]Los siguientes números sobre la producción de SOJA ilustran ese camino de pérdida de soberanía en Argentina:[/i]
- En 1996/97, hubo una producción de 11 millones de toneladas.
- En 2001/02, la producción fue de 30 millones de toneladas.
Para eso la superficie cultivada tuvo que pasar de 6,6 millones de hectáreas (en 1996/97) a casi el doble en 2001/02, es decir la friolera de 11,6 millones de hectáreas. Y esos son los últimos datos disponibles sobre superficies (lo que sucede con el INDEC merece un artículo aparte). El mapa cobra otro color cuando nos enteramos que “según el ministerio de la agricultura, en 2003, 98 % de la soja cultivada es resistente al Roundup de Monsanto” [5]. Y un poco de eso se trata el problema de la “concentración de las corporaciones” que analiza Silvia Ribeiro, del Grupo ETC.
Resulta interesante la perspectiva de hacer confluir lo económico, social y ambiental desde una tarea de investigación y activismo, como forma de intervención frente a los agronegocios. Silvia Ribeiro explica el origen de ese trabajo que realiza y algunas claves para entender mejor las implicancias del avance de este sector de la economía transnacional:
“A partir de la revista Biodiversidad me empecé a acercar al tema de las semillas, a lo que implica la privatización de los seres vivos, del acceso a lo que se denomina “recursos genéticos”, que es un nombre muy pobre. Y ahí me vinculé con RAFI, que es como se llamaba antes el Grupo ETC. RAFI es una de las primeras organizaciones en el mundo que busca hablar de estos temas, de las semillas y las patentes, a partir de su director que es Pat Roy Mooney. RAFI trataba sobre la “inversión para el progreso rural”, y luego cambió para llamarse en el 2001 “Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración”, que son los temas que nos tienen ocupados. La “E” de “erosión” está dirigida a lo que es la erosión ambiental y genética, pero también se dirige a lo social, a la erosión de los derechos de los agricultores y campesinos. La “T” es por las nuevas tecnologías y el impacto que tienen en las sociedades. Y la “C” es por la concentración corporativa, donde las tres cosas están muy relacionadas: cada vez menos empresas y más grandes, mediante tecnologías nuevas y poderosas, son responsables de la erosión-devastación a nivel planetario”.
- ¿Cuáles son las tareas que ustedes realizan desde ETC?
- Realizamos investigaciones y las difundimos. Somos un grupo pequeño especializado en estos temas. Producimos información y se la hacemos llegar a la gente que trabaja en movimientos sociales o comunidades, y que pensamos que les va a ser útil. También, en algunos temas concretos nos piden una determinada información o formas de defensa ante alguna agresión. Eso nos ha pasado con el problema de la “biopiratería”, un término que inventa RAFI, que implica la apropiación por medio de las “patentes” de los recursos como semillas y plantas medicinales. Siempre tratamos de articular con organizaciones locales que, en los diferentes países, apoyen a las comunidades, en parte porque somos un grupo pequeño y también porque no queremos ser una organización grande que esté en todo, sino más bien concentrarnos en la parte de investigación y difusión de la información. Por otro lado también trabajamos directamente en presión sobre algunas instancias de Naciones Unidas como el Convenio de Diversidad Biológica [6] y la FAO (Organización de las N. U. para la Agricultura y la Alimentación) [7].
- ¿Y el origen de este proceso?
- Esto comienza junto lo que se conoce como la revolución verde, hace unos cincuenta años. La Fundación Rockefeller y la Fundación Ford empiezan a promover, mediante la investigación de laboratorio, plantas para una mayor producción, que producen más por hectárea. Pero para cumplir con esa meta se necesita una agricultura tecnificada, es decir, maquinaria, riego y un tipo de semillas híbridas, que implica una manipulación genética pero que no es “transgenia”; se trata de “híbridos”. La aplicación de este modelo provoca una gran uniformidad en el campo, porque todas las plantas son iguales, y así saca toda la diversidad que hay alrededor, por eso se necesitan muchos químicos tanto para las plagas como fertilizantes para que crezcan más rápido. Las empresas químicas ven que esto es un negocio y comienzan a vender los químicos para esas producciones. Al principio empiezan las semilleras por un lado y las químicas por otro. Pero luego las químicas, que son mucho más grandes, compran a las semilleras con el objetivo de obligar al productor a comprar lo que la química le dicte. El corolario final de este proceso son los “transgénicos”, porque las empresas químicas ven que les sale más caro desarrollar un químico que no mate a la planta, que desarrollar una semilla que sea resistente al químico. Es más barato cambiar la semilla que cambiar el químico. Entonces estas empresas que nombré antes hacen las semillas transgénicas y son las responsables de su producción en el mundo.
- ¿Qué implicancias tiene el uso de este tipo de semillas?
- Además de producir lo que sabemos en términos de agotamiento del suelo y resistencias a las plagas, (como sucede en el ser humano con la resistencia a los antibióticos), obliga al agricultor a comprar semillas todos los años, que es un fenómeno nuevo. Antes existía el acopio, la gente volvía a usar sus semillas. Los agricultores pequeños y medianos, además, tenían un tipo de siembra un poco más variada. Frente a la uniformidad se da una mayor resistencia a las plagas.
Una excusa frecuente es cuando dicen que este tipo uniforme de siembra da más por hectárea, pero eso es porque, en la forma anterior, en esa misma hectárea había además otro conjunto de cosas, incluso animales (que también son fuente alimentaria) y que controlan las plagas y hacen que no necesites el agroquímico. Entonces la agricultura industrial lo que introduce es la “uniformidad total dependiente”, plantas adictas de los químicos, tanto de los fertilizantes como de los herbicidas. Un ejemplo de esto es la soja de Monsanto con el glifosato que producen ellos, el Roundup. Los transgénicos son plantas modificadas para resistir al propio químico de la compañía, y crean así la dependencia.
Pero hay otro tipo de transgénicos. Las 3/4 partes de los transgénicos que están en el campo son resistentes a algún químico. Pero la otra parte son “cultivos insecticidas”, al que le ponen una toxina, el BT (Bacillus thuringiensis) que es una bacteria, que mata insectos. Cuando la tienen que aprobar para su uso en EE.UU. no lo hacen en la dirección de plantas, lo hacen en la dirección de agrotóxicos.
Apuntalan así su objetivo principal, que es el control corporativo. Sólo un grupo reducido de empresas producen transgénicos y Monsanto es la que tiene el mayor porcentaje de lo sembrado en el mundo. Nunca existió una concentración así en la historia, una empresa que domine de tal manera un mercado tan importante como el rubro alimentario. Monsanto viene directo de la petroquímica, está relacionada con los intereses petroleros más fuertes de los EE.UU.
- ¿Estos cultivos insecticidas impactan de modo negativo en la salud humana?
- No se han hecho en realidad estudios sobre los efectos en la salud, y no se han hecho porque las empresas no quieren que se hagan. Lo que todo el mundo sabe es que pueden producir alergias, pero pueden haber cosas peores. Lo que sí se sabe es que como se utilizan muchos más agroquímicos, al comer estos cultivos se ingiere más pesticidas. Por eso para poder aprobar los cultivos de soja con glifosato u otras resistentes a herbicidas tuvieron que cambiar las normas que había en relación a la cantidad de residuos químicos permitidos en la planta, eso en la legislación de cada país. Tienen residuos mucho más altos, como 200 veces más. Entonces cuando te comés un transgénico estás comiendo más químico.
En el caso de los cultivos insecticidas también. Dicen que usan menos, pero en realidad como la planta genera resistencia porque es un insecticida permanente, los insectos se hacen resistentes y tienen que utilizar más químicos. Además como cambiaste la estructura de la planta empiezan a aparecer otras plagas, nuevas. Sobre los seres humanos lo peor lo estamos por ver, ya que la gran maniobra de la industria biotecnológica fue que la gente tuviera que demostrar el perjuicio en una planta que es artificial, con material genético de otras especies, sobre la que no hay ningún estudio sobre la salud. No hay control ni seguimiento sobre los efectos porque hay un control corporativo, empresas que tienen muchísimo poder sobre los gobiernos, entonces no se puede saber, y van a haber problemas de salud pública porque inhiben el estudio.
- ¿Cómo nace esta idea del copyright aplicado a la naturaleza?
- Nace con los transgénicos. Una patente es un invento en donde vos podés ir a una oficina y decir “yo inventé esto y quiero la exclusividad, que nadie lo pueda hacer sin pagarme”. Para eso tenías que demostrar que era nuevo, es decir que antes no existía, que era una invención. De por sí esta idea ya me parece aberrante porque el conocimiento siempre es colectivo, ya que si se te ocurre algo es por las relaciones que tenés con los demás. El argumento de las patentes también es que los inventores tienen que tener una retribución por lo que hicieron, pero por lo general los inventores reciben una parte mínima y quienes se quedan con el ingreso son quienes lo producen y comercializan. La idea de hacer exclusivo algo que se basa en el conocimiento de todos los demás es aberrante. Pero peor es con los seres vivos, porque no podés decir que vos lo inventaste.
En general era una cosa que no se aceptaba, las patentes sobre los seres vivos, más allá de algunos casos de plantas ornamentales en los EE.UU. En 1980 hacen una bacteria transgénica para comer petróleo, en relación a los accidentes que había; no funcionó pero igual la registran en la oficina nacional de patentes de los EE.UU. Es la primera vez que se patenta un ser vivo.
Cada patente cuesta mucho dinero, deben registrar, mantener, comprobar, y defenderse de las otras empresas que quieren patentar lo mismo. La Universidad de Stanford estima en un estudio que el registro de una patente biotecnológica cuesta 4 millones de dólares, incluyendo los procesos legales contra las otras empresas. No patentan todo, sólo lo que ven que tiene un interés comercial.
- Ahora aparece toda una serie de ideas sobre copyleft. ¿Sirve para algo en estos casos?
- Es un planteo peligroso en el caso de los transgénicos, porque de por sí los transgénicos no son algo deseable. Entonces el asunto no es que cualquiera pueda acceder a ellos, sino que como tipo de manipulación de la naturaleza tiene una cantidad de impactos que aunque no tuvieran patentes igual no estarían bien. No se resuelve el problema con que no haya patentes transgénicas. No se resuelve con un esquema como el del copyleft donde “si todos tuvieran acceso a” estaría bien, como nos dicen algunos del movimiento copyleft. Hay una organización en Australia que promueve eso. Y de todos modos no se podría porque hasta están patentados los procesos. Por ejemplo, si el INTA, como organismo público, produce soja igual le tendría que pagar a Monsanto.
[i]*Silvia Ribeiro es investigadora y responsable de programas del Grupo ETC en la oficina de México. Ha sido periodista y organizadora de campañas en el tema ambiental en Uruguay, Brasil y Suecia. Silvia también ha escrito gran número de artículos sobre estos temas que se han publicado en revistas y libros en América Latina, Europa y Norteamérica. Es columnista del diario La Jornada en México y miembro del comité editorial de la revista latinoamericana “Biodiversidad, sustento y culturas”, publicada por GRAIN y REDES-AT, la revista española Ecología Política y otras.[/i]
Fuente: Agencia de Noticias Biodiversidadla / 11.07.2007