Incertidumbre y angustia, los males de la burbuja financiera en Argentina / Martín Hourest*
El capitalismo es un régimen social complejo que oscila entre prosperidades y crisis, en el marco de un cálculo sistemático de la crueldad y una tendencia a ampliar al infinito sus fronteras profundizando las relaciones mercantiles que establece. Producir cosas y destruir sujetos que creen que se producen a sí mismos cuando consumen es lo mejor que el capitalismo sabe hacer y lo que lo mantiene vivo. En esta circunstancia internacional donde coexisten fenómenos diversos como el incremento de la productividad de los EE.UU., la ocupación del globo en el marco de relaciones capitalistas, la creciente hipertrofia del sector financiero y la discusión a la baja de los umbrales civilizatorios surgidos de las luchas del siglo XX, la hipótesis de la crisis siempre está presente. Obviamente la existencia de una economía mundial del endeudamiento, que especula sobre valores aún no producidos, el importante proceso de endeudamiento de los EE.UU. con compromisos públicos, empresariales y personales que triplican el PBI de aquella potencia y más que superan el producto mundial, donde la capacidad de tracción de la economía china está asociada al mantenimiento del endeudamiento norteamericano (que define su poder de compra) puede permitir pensar que, más cerca de un temblor o de un ocaso, los mejores tiempos de la economía mundial están pasando aceleradamente ante nuestros ojos.
Esto no significa que ya resulten anulados todos los marcos de regulación macroeconómica internacional, que estemos en los umbrales de devaluaciones competitivas entre bloques económicos y que la recesión globalizada sea el único punto certero en nuestro provenir. Tampoco puede pensarse alegremente que la destrucción de capitales ficticios (desde Nueva York hasta Villa Ortúzar, pasando por Madrid, Manchester o San Pablo) no implique tensiones en las relaciones sociales que el propio capitalismo construye y no sólo en la periferia. El hecho de que se discuta qué puede suceder con los precios de los productos primarios y con los volúmenes de sus transacciones a la par que se piensa en fondos de reconversión “para los años de vacas flacas” no es un dato menor. En nuestro país, mientras tanto, sea resfrío o colapso, algunas cosas parecen claras:
- La coalición de ganadores (empresas transnacionales, bancos, productores de bienes exportables o protegidos) no tiene en este contexto motivos para utilizar el escenario internacional como catalizador de una crisis económica doméstica. El riesgo de implosión del bloque dominante que explicó crisis recientes no está a la vista.
- La naturalización de la desproporción entre ganancias e ingresos populares está firme y no existe un actor social y político de relevancia que haga de la impugnación a este proceso el eje de sus intervenciones. El sentido común de época hace pasar por el crecimiento y el consumo y no por la igualdad los objetivos de lo bueno y verdadero del orden social.
La coalición social dominante ya tiene patrimoniada una relación privilegiada con este formato del sistema político (su partido del orden) que le ha permitido beneficiarse con la licuación de pasivos de la pesificación, de la transferencia de los trabajadores al capital desde y a posteriori de la crisis, el financiamiento de déficit sectoriales por la vía del uso del tipo de cambio y los subsidios sectoriales a las empresas que superan los pagos de la deuda.
La cúpula transnacionalizada viene de girar utilidades y dividendos equivalentes a 2,5 por ciento del PBI o, lo que es lo mismo, más del 10 por ciento de lo que toda la industria en su conjunto aporta a la conformación del producto. El sistema financiero que tiene más del doble de depósitos que los créditos que otorgó al sector privado y que cuenta con un stock de títulos públicos que representan más del 70 por ciento del crédito a privados y de la base monetaria no tiene intereses objetivos en propiciar una crisis. Seriamente, en un capitalismo que promociona (con tipo de cambio y subsidios) sin contrapartidas en materia de diversificación productiva ni en socialización del progreso técnico y que protege sin condiciones a los que capturan recursos públicos, sería absurdo pensar una crisis por implosión de los sectores dominantes. Una sociedad que convive con un 27 por ciento de la población en la pobreza, con más del 40 de los trabajadores en la ilegalidad y donde el salario mínimo es sólo un tercio de la canasta familiar, podrá ser aborrecible pero no está demostrado que resulte inviable. ¡Buenas noticias! Con esta distribución del ingreso que produce este superávit comercial y este superávit fiscal, sin reforma fiscal, sin universalización de las prestaciones sociales, subsidiando al capital y reproduciendo las condiciones de heterogeneidad estructural y crueldad del mercado de trabajo, la crisis puede estar lejos. Pero más lejos aún están la ciudadanía y la democracia.
*Martín Hourest. Investigador, economista de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y legislador en Capital Federal por Buenos Aires para Todos.
Autor: [color=336600]Página 12 – 29.07.2007[/color]