Cristina y el voto premio de un país fragmentado
Ya es Presidenta, la primera por elección que tuvo jamás la Argentina. Cristina Fernández de Kirchner entró en la historia. A partir de ahora tendrá que trabajar para ver cómo sale de ella.
Un presidente puede salir de la historia como salieron Carlos Menem o Fernando de la Rúa, como Juan Perón o Arturo Frondizi, como Arturo Illia o Raúl Alfonsín. Como el chileno Ricardo Lagos, admirado por la flamante presidenta electa, o el uruguayo Julio Sanguinetti. Como el peruano Alberto Fujimori, o el mexicano Carlos Salinas de Gortari, escapados de las peores acusaciones.
Salir bien de la historia depende de qué haga y cómo lo haga. De qué visión tenga sobre el país que debe gobernar y sobre el mundo. Sobre su misión histórica y sobre el papel que deben jugar sus amigos y sus adversarios en la construcción del destino común, en la etapa que el destino les puso por delante.
Cristina no es una revolucionaria, aunque el término la seduzca como seduce a casi todos los políticos. En el mejor de los casos es una reformista, dispuesta a jugar según las reglas de juego del capitalismo y a relacionarse desde allí con el mundo. Aunque también expresa la continuidad de un gobierno, el de su marido Presidente, que en ocasiones se inclinó ante la tentación de forzar esas reglas para reescribirlas en provecho propio.
Pero más allá del discurso y de la práctica, Cristina es Presidenta por un voto conservador: el voto de los que quieren conservar los avances y beneficios de los últimos cuatro años. Y agregar más si se puede, pero sin poner en riesgo lo conseguido hasta ahora. A pesar de esto, Cristina prometió en la campaña que "el cambio recién empieza", reflejo instintivo de todo candidato que trae la ambición fundacional en su carga genética.
Los que más innovaciones le reclaman son los que menos la votaron. El ciudadano que respaldó a Cristina sin dudas quiere cambios positivos, pero básicamente está satisfecho con lo hecho por Kirchner en sus cuatro años de gestión. Muchas veces se habló del voto castigo. Ahora puede decirse que hubo un voto premio, no tanto a las bondades de la candidata como a la recuperación del empleo y el consumo, al retroceso de la pobreza, a los aumentos a jubilados y docentes, a los juicios por violaciones de los derechos humanos.
La llegada de Cristina Kirchner contiene una promesa de mejora institucional, a todas luces muy necesaria. Por cierto, las promesas se hacen fácil y cumplirlas es moneda menos corriente. Pero agotar la lista de lo que debe repararse incluye, también, darles solidez a las condiciones de inversión y crecimiento, terminar con la manipulación de los índices de inflación, corregir desbordes en el gasto público, luchar cada día y cada hora contra la inseguridad, aumentar los esfuerzos para remover los núcleos duros de pobreza y marginalidad, mejorar los servicios de salud y educación.
Cristina Kirchner es presidenta de un país fragmentado. Un tercio de nosotros vive como se vive razonablemente en el llamado Primer Mundo. Otro tercio de nosotros malvive en la carencia y la desesperanza cotidianas. Esa fragmentación tuvo expresión palpable en el corte social del voto. La victoria de Cristina, rotunda y sin objeciones, se apoyó en el respaldo de los sectores más necesitados de protección. Ella tiene el mandato ineludible de gobernar para ellos. Pero también tiene que hacerlo para el medio país que no la votó.
Quizás la historia la acaricie si consigue, al dejar el Gobierno, que el país haya suturado en parte la fragmentación social que lo corroe y su gente esté menos desgastada por tanta promesa incumplida.
Fuente: [color=336600]Clarín[/color]