Georgia, antes y ahora / Rafael Poch*
Naturalmente, estos dos elementos no explican toda la crisis - aquí no se habla de casi veinte años de errática política moscovita en Transcaucasia, ni de los precedentes y consecuencias que el cínico derribo yugoslavo tuvo para Rusia - pero son muy importantes, son poco conocidos, y se hace necesario recordarlos.
1- A finales de los ochenta, las tres repúblicas soviéticas de Transcaucasia, Armenia,Georgia y Azerbaidjan, se encontraban sumidas en el caos del despertar nacional, pero fue en Georgia, donde el drama fue más enfebrecido. En ningún lugar como en Georgia la clase política oficial, las fuerzas alternativas, la intelectualidad y la juventud, resultaron estar menos preparadas para la convivencia interétnica y se mostró más incapacidad para formular programas viables. Georgia mostró la máxima unión entre todas las fuerzas en presencia a la hora de formular el nacionalismo más chovinista, agresivo e irracional, y el máximo caos y división al intentar aplicarlo. Al mismo tiempo, Georgia era la menos homogénea de las repúblicas de Transcaucasia, lo que convertía en particularmente peligroso aquel defecto.
Si en Armenia la minorías étnicas representaban menos del 10% de la población y en Azerbaidján menos del 20%, en Georgia superaban el 30% y disponían de tres autonomías instituidas, dos de ellas con estatus de república (Abjasia y Adzharia, ésta poblada por georgianos de tradición islámica) y una como "oblast" (la región autónoma de Osetia del Sur). Eso quería decir que era precisamente en Georgia donde más necesaria se hacía la predisposición y capacidad de diálogo, el realismo y la moderación política.
Georgia tenía rasgos parecidos a los de sus dos vecinos. Como Armenia , presentaba un nacionalismo étnico, pétreo y milenarista. Como Azerbaidján, su corazón latía impetuoso y su impulsiva conducta degeneraba fácilmente en caos. Pero Georgia no era ni una mujer de edad, traumatizada pero experta, como Armenia, ni un campesino adolescente como Azerbaidján. Pese a su nombre femenino, Georgia era varón; un viejo hidalgo quijotesco a quien la antiguedad de sus títulos transmitía más inseguridad y huidas de la realidad que sabiduría y sosiego. En la biografía del personaje se encuentran algunas explicaciones.
2- Quizá lo más característico de Georgia sea lo que su intelectual más notable de los años 80, Merab Mamardashvili, definió como una "extraordinaria disgregación feudal". Tan viejo como Armenia, con su propio alfabeto y su iglesia nacional (ortodoxa, pero no "hereje" a diferencia de los monofisistas armenios) el país de Georgia (Sakartvelo), tuvo su edad de oro en los siglos XII y XIII, y sufrió todo tipo de invasiones. Junto a un síndrome de invasión-ocupación, lo más relevante de cara a su experiencia histórica fue, seguramente, que entre los siglos XVI y XVIII, Georgia estuvo dividida en zonas de influencia, otomana en sus regiones occidentales y persa en las orientales. Dentro de esas zonas, todo un rosario de príncipes locales, sometidos a la autoridad externa, de la que eran administradores, y fuertemente divididos entre si, ofrecieron la base a esa extraordinaria fragmentación interna. La anexión rusa de Georgia, a partir de principios del XIX, fue configurando paulatinamente la unificación de los reinos de taifas georgianos en un nuevo marco unificado. Con el desmoronamiento del imperio ruso, los georgianos hicieron de un partido marxista y panruso su partido nacional. Como internacionalistas, los mencheviques georgianos no eran partidarios de la separación de Rusia, pero, en palabras de un historiador georgiano contemporáneo, "el caos en el antiguo imperio ruso les obligó a convertirse en patriotas" e incluso a afirmar como sus vecinos una república independiente entre 1918 y 1921. Con la URSS, Georgia obtuvo no sólo unas fronteras estables, sino que experimentó su, "consolidación más completa como nación".
3- Tanto ésta "biografía" como la relativa heterogeneidad étnica del país, hicieron que Georgia, pese a su antigüedad, viviera su despertar como una "experiencia infantil". En el lugar que en Armenia ocupaba una trágica pero afianzada confianza nacional, en Georgia apareció, como dato central de la mentalidad nacional, una extraordinaria inseguridad, un profundo miedo a la fragmentación. Desde ese miedo, el nacionalismo georgiano recibió el impacto del "miatsum", el movimiento nacional armenio que arrancó en 1988.
En verano de 1988, mientras en Armenia se sucedían los mítines multitudinarios en pro de la unión con la región de Karabaj, en Georgia la aparente tranquilidad encubría el cuadro de crisis nacional más complejo de toda Transcaucasia. En la capital georgiana, Tbilisi, la reivindicación armenia de Karabaj provocaba el recelo de que los armenios reivindicaran también la región georgiana de Ajalkalaki, en la que los armenios representaban más del 90% de la población y que los intelectuales nacionalistas de Yereván consideraban suya en multitud de estudios y monografías. Aunque la primavera armenia suscita un "general entusiasmo", señalaba una publicación disidente georgiana, "la mayoría del pueblo georgiano se mantiene ante ella neutral". "Eso obedece", continuaba, "a la falsificación de los hechos históricos practicada por algunos científicos armenios y a sus pretensiones sobre ancestrales territorios georgianos, obras literarias y monumentos arquitectónicos".
Karabaj provocaba también un "efecto dominó", pues si los armenios reivindicaban un trozo de Azerbaidján, también Georgia podía pedir que se le devolvieran los distritos de Saingilo y Zakatali, que hasta 1921 habían formado parte de Georgia. "Al igual que el Alto Karabaj, la parte más antigua de Georgia quedó dentro del territorio de Azerbaidján", recordaba un panfleto del "samizdat" de Tbilisi.
4- Pero el nacionalismo georgiano no era el único factor de crisis presente en Georgia. Karabaj había vuelto a poner de actualidad las viejas aspiraciones de Abjasia y Osetia del Sur. Si Karabaj quería irse de Azerbaidján, Abjasia quería irse de Georgia y constituirse como república socialista soviética (SSR), es decir una unidad republicana autónoma en el marco de la URSS. A diferencia de Karabaj, Abjasia había tenido ese rango superior en 1921 y lo había conservado hasta 1931, cuando Stalin la convirtió en república autónoma dentro de Georgia. Los abjasos, una ancestral nación caucásica de menos de cien mil almas en 1988, tenían buenos motivos para considerarse como una especie de tribu india en peligro de extinción. La llegada del imperio ruso a su tierra, el idílico litoral oriental del Mar Negro al sur de la cordillera caucásica en el que palmeras y mandarinas conviven con las nevadas cumbres en una franja de pocos kilómetros, había supuesto el éxodo de casi la mitad de su población hacia el imperio otomano. Miles de aquellos "circasianos" murieron de enfermedades o fueron vendidos como esclavos durante aquel éxodo. Los que se quedaron en Abjasia, que en 1897 representaban el 55% de la población del territorio, asistieron a una dinámica política de repoblación que el lugarteniente de Stalin, Lavrenti Beria, practicó con particular eficacia. Decenas de miles de georgianos fueron enviados a Abjasia desde las regiones contiguas, frecuentemente contra su voluntad.
Así, en 1926 los abjasos ya sólo representaban el 26% de la población y en 1979 el 17%, mientras los georgianos pasaban de representar el 24% (1897) al 44% (1979). Tanto la "degradación" del estatuto de su república -un cambio sin precedentes en la URSS, donde la tendencia habitual era más bien el "ascenso"- como la política de población, respondían a la misma concepción de dirigentes como Stalin y Beria, ambos georgianos, según la cual los abjasos debían ser "asimilados" por Georgia. En el vacío que siguió a la revolución de octubre de 1917, los mencheviques georgianos ya habían practicado en Abjasia esa política de asimilación, por lo que en la memoria de los abjasos, que entonces ya habían apoyado a los bolcheviques rusos frente a los mencheviques georgianos, el principal peligro a su supervivencia como nación no era visto en Moscú, sino en Tbilisi.
5- Todo eso se había expresado crónicamente durante la época soviética en toda una serie de protestas e intervenciones que habían tenido lugar en tres ocasiones desde la muerte de Stalin; en 1957, 1967 y 1978. Así que, en vísperas de la XIX conferencia del PCUS que inició la "perestroika", en junio de 1988, los abjasos volvieron a plantear su cuestión en una larga carta de 87 páginas firmada por sesenta personalidades que no tuvo el más mínimo eco. En marzo del año siguiente, los abjasos ya habían creado su propio "frente popular"("Aidgylara"- "Unidad") y redactaron un nuevo documento, más conciso pero con idéntico contenido y suscrito por las primeras autoridades de la república, que fue firmado por 37.000 personas en un mitin realizado en la localidad de Lyjny. Entre las adhesiones recibidas por este documento figuraba la de un intelectual osetino, Alán Chochiev, que impulsaba en Tsjinvali, la capital de la región autónoma de Osetia del sur un frente popular osetino llamado "Asamblea popular" ("Ademón Nyjas").
6- Los osetinos de Georgia tenían una experiencia similar a la de los abjasos. Al igual que aquellos se habían puesto al lado de los bolcheviques y contra los mencheviques georgianos en los años veinte, se quejaban de presiones asimilacionistas y querían que su región autónoma fuese "ascendida" al estatus de república autónoma. Al otro lado de la cordillera, en la vertiente septentrional del Cáucaso, los osetinos contaban con una república autónoma que formaba parte de la Federación Rusa (Rsfsr) y hacía frontera con la autonomía osetina en Georgia, así que lo que había tras la reivindicación de los osetinos del sur se parecía a un primer movimiento hacia su unificación con sus hermanos étnicos del norte.
7- En Tbilisi, la "carta abjasa" a la XIX conferencia del Pcus pasó desapercibida, pero el mitin de Lyjny reveló su existencia y expuso tanto el programa abjaso como la simpatía con que era visto por los osetinos del sur, expresada en la carta de Chochiev. La situación no hacía sino confirmar la vieja idea georgiana de que las autonomías existentes en su república habían sido creadas por Rusia para dividir Georgia. Pero ese sólo era la mitad del problema.
8- Detrás de las reivindicaciones abjasas y osetinas, el miedo de los georgianos a la fragmentación territorial de su país implicaba también a la propia unidad étnica de los georgianos, divididos entre sí en toda una serie de subgrupos étnicos, lingüísticos o religiosos dentro de la familia kartveliana (mengrelos, esvanos, tushinos, ingilianos, adzharos y mesjetinos) que reflejaban toda la memoria de aquella "extraordinaria disgregación feudal" de la nación georgiana citada por Mamardashvili.
Para un nacionalismo tan étnico y milenarista como el georgiano, ésta era una pesadilla tan inquietante y no menos legítima que el síndrome de "último mohicano" de los abjasos, el anhelo reunificador de los osetinos, o la atormentada memoria armenia del genocidio. Y todo eso ya estaba en el ambiente aquel verano de 1988, cuando visité Georgia por primera vez. En Tbilisi aun no se había celebrado ni una sola manifestación nacionalista, pero en medios disidentes ya se hablaba de organizar una campaña para boicotear el censo de población previsto para el año siguiente, en estos términos:
"En el pasado hubo intentos de disgregar en diversas etnias a las tribus georgianas y esa política continua en nuestros días; se declara no georgianos a mengrelos y esvanos, a ingilianos y adzharos, a los georgianos musulmanes de Mesjetia se les bautiza como turcos mesjetinos, la relación entre abjasos y georgianos es muy tensa, en Osetia del Norte tiene lugar un proceso de total rusificación mientras en Osetia del Sur se intenta crear un potente foco de cultura osetina de tendencia antigeorgiana (...), es evidente que estamos ante un ataque multilateral contra Georgia, la división de Georgia en tribus y la incitación a la hostilidad entre ellas sirve a la causa de la aniquilación espiritual de la nación georgiana, (...) ¿no intentarán utilizar el censo de 1989 para ésta campaña?, al pueblo georgiano sólo le queda una salida: boicotear el censo", señalaba un panfleto titulado "Protesta" editado por el grupo de Irakli Shengelaya.
9- El resultado se parecía a un círculo vicioso. La inseguridad del nacionalismo georgiano producía actitudes cada vez más intransigentes hacia las minorías. En reacción a eso y al creciente eclipse de la presencia del poder central moscovita, las minorías enfatizaban su autonomía. Eso confirmaba a su vez la inseguridad del nacionalismo georgiano y daba lugar a respuestas crispadas, lo que contribuía a su vez a la radicalización del autonomismo.
10- En Tbilisi, la bella capital georgiana, la inseguridad nacionalista convivía con una ambigua actitud hacia la figura de Stalin. Una importante avenida y el mayor parque público de la ciudad seguían llevando el nombre de Stalin y fuera de ella el fenómeno crecía. En Tianeti, un desangelado pueblo de Kajetia, la estatua de Stalin, pintada de color dorado, resplandecía a la entrada de la escuela. En Gori, ciudad natal del "padrecito de los pueblos" la estatua era imponente y presidía la principal avenida local, la "Avenida Stalin". La máquina del tren que me había traído a Gori adornaba su frontal con el perfil de Stalin. El retrato de Stalin estaba presente en hogares, oficinas, barberías, limpiabotas, y estaciones de autobuses. El edificio más suntuoso de la ciudad albergaba un museo dedicado a la glorificación del ilustre caudillo. En respuesta a algunas propuestas para cerrarlo, los vecinos habían organizado una manifestación de protesta. La única innovación que la liberalización moscovita había logrado introducir en la exposición consistía en algunas citas anodinas de Gorbachov contra el "culto a la personalidad", torpemente añadidas en los paneles y mezcladas entre el material glorificante. En Kvajvely, donde hay una acrópolis del siglo IV antes de Cristo, había un gran panel con las imágenes de Lénin y Stalin bajo la habitual consigna; "Cumplir las resoluciones del XXVII Congreso del Pcus".
De regreso a Tbilisi, le pregunté al disidente más conocido de Georgia, Zviad Gamsajurdia, si el nacionalismo georgiano reivindicaba a Stalin. "La popularidad de Stalin", me dijo, "se limita a los sectores no ilustrados". Sin embargo, ante una mesa bien surtida de vinos, Gamsajurdia añadió que, "en el fondo", lo malo no fue Stalin, sino el estalinismo, que, "hubo muchos Stalin y alguno de ellos continúan ocupando altos cargos en el Kremlin", y que, aunque la usara para mal, la "fuerza de carácter" del caudillo era "inequívocamente georgiana".
11- La visión del mundo de Gamsajurdia presentaba a una Georgia asediada por el "complot panturco", por el "panislámico" y por el KGB, un perverso comodín que apadrinaba todos los complots. "El Kremlin regula nuestra demografía", decía Gamsajurdia, según el cual esa era la explicación de que los azerbaidjanos, "se reproduzcan como conejos". En la mente de Gamsajurdia, Georgia era una "isla cristiana", una "Insula Barataria", rodeada de pérfido Islam. Georgia limita con varios territorios de tradición islámica; los montañeses del Cáucaso del Norte, el Dagestán, Azerbaidján. Además una parte considerable de la población de Georgia, incluidos los georgianos de Adzharia, la única república autónoma de la Urss creada por criterios confesionales, es islámica. "Todos ellos son jomeinistas secretos", afirmaba Gamsajurdia.
12- Las opiniones de Gamsajurdia no eran una rareza, sino norma. Salvo raras excepciones, la experiencia con los políticos alternativos e intelectuales de Tbilisi estaban cortadas por ese mismo patrón. El discurso georgiano de la época 1988-1991 venía a ser más o menos el siguiente; la política imperial del "centro" había fomentado la crisis interétnica para debilitar a Georgia, que en su día había sido conquistada con la ayuda de minorías filorusas (abjasos, osetinos) que recibieron la autonomía como premio. Una vez instalados en Georgia, los comunistas habían fomentado la repoblación de Georgia con armenios y azerbaidjanos para alterar su población. De todo ello se deducían dos líneas maestras; anular las autonomías y practicar una "política demográfica" nacional. En la prensa oficial se exigía la "regulación estatal de la natalidad de la población no georgiana" de la República, que el diario "Kommunisti" formulaba así: "para equilibrar la reproducción de determinadas naciones que viven en Georgia, habría que hacerles observar el límite de dos hijos y a quienes quieran una mayor reproducción se les debería ofrecer el derecho a asentarse fuera de la república". Por esa misma época, el órgano de la Unión de escritores de Georgia formulaba así el programa nacional:
"En Georgia no debe existir nada que no sea georgiano. El no georgiano es también georgiano en Georgia; debe saber hablar, escribir y leer en georgiano, debe educarse en la literatura georgiana, debe simpatizar con el espíritu georgiano y, finalmente, no puede considerarse ciudadano de Georgia si carece de todo eso".
13- Conforme pasaban los meses, esta "enfermedad georgiana" no se aplacó, sino que se agravó porque, a medida en que el imperio del partido se iba desmoronando, el nuevo discurso iba adquiriendo carácter de política oficial. Antes de perder el poder en las elecciones de octubre de 1990, el Partido Comunista Georgiano ya había intentado ponerse a tono publicando a finales de 1988 un proyecto de ley sobre la lengua georgiana que exigía aprobar un examen de georgiano como condición de acceso a la educación superior. Las minorías que en muchos casos hablaban mal el georgiano, o no lo hablaban en absoluto, vieron en el texto y en el talante de ese proyecto una barrera educacional. Otras medidas anunciaban la puesta en práctica del principio "Georgia para los georgianos". La promoción de la historia y los monumentos georgianos, la restricción de la emigración o la creación de unidades militares compuestas exclusivamente por georgianos, no anunciaba nada bueno para el 30% de no georgianos e incluso para aquellos georgianos que por razones confesionales podían no ser considerados "auténticos georgianos".
14- En junio de 1989 los turcos mesjetinos sufrieron un violento pogrom en el valle de Ferganá, en Uzbequistán. Los mesjetinos, también llamados "georgianos turquizados" o "georgianos musulmanes", poblaban la región georgiana de Mesjetia hasta que en 1944 Stalin los deportó en masa (un colectivo de 120.000 a 150.000 personas) a Asia Central. Tras las violencias de Ferganá, los mesjetinos querían regresar a su tierra, pero Georgia se opuso.
"Su regreso provocaría una tragedia mayor que la de 1944", pronosticaba el numero dos del partido comunista georgiano y secretario de ideología, Vazha Gurguenidze. Cuando le pregunté por qué, dijo; "pocos de ellos se consideran georgianos". En el área alternativa, el dirigente del Frente Popular de Georgia Nodar Notadze, proponía consentir únicamente el regreso de aquellos mesjetinos que fueran, "auténticamente georgianos".
Notadze opinaba que la masacre de mesjetinos que había tenido lugar en Uzbequistán se había "organizado", "para crear problemas a Georgia". En 1990, el Partido Comunista vivía sus últimas horas en Georgia y la gente como Notadze se aprestaba a tomar el relevo, al frente de la administración y de las instituciones, a funcionarios como Gurguenidze, que, aunque en el fondo pensasen igual, eran mucho más moderados, porque la escuela de la disciplina moscovita de la "amistad entre los pueblos" les obligaba a mantener una mentalidad de equilibrios nacionales. Notadze, por entonces diputado del parlamento, dividía a los habitantes de Georgia en "autóctonos" e "invitados", según estos llevaran viviendo en Georgia, dos, diez o veinte siglos. La situación era ilustrada con referencias a la cultura de la hospitalidad local; "imagínese que está usted en su casa, viene un invitado (las minorías) se instala en su piso y le coloca a usted en la cocina, ¿cómo reaccionaría ante un invitado así?".
15- Durante los debates sobre la ley de ciudadanía del verano de 1990, Gamsajurdia, inspirándose en ideas originadas por los nacionalistas de las repúblicas bálticas, propuso limitar la elegibilidad de los candidatos a aquellos ciudadanos cuyos ancestros ya vivían en Georgia antes de la anexión rusa a principios del siglo XIX, lo que dejaba fuera a los "invitados". Ese precepto no prosperó, pero en la ley electoral que posteriormente se aprobó, se impidió la presentación de fuerzas políticas de base regional, lo que llevó a los no georgianos a ignorar las elecciones de octubre, o a votar al Partido Comunista, garante de la protección de minorías tradicional del cuadro soviético. La categoría de "invitado" era cambiante, de acuerdo con los vaivenes de los conflictos con las minorías. Así, al principio, en Tbilisi predominaba la versión de que los osetinos se habían asentado en Georgia en el siglo XIII, pero conforme el conflicto subía de tono su llegada se hacía más y más reciente; se situaba en el XVII y hasta el XIX. Notadze, que no pertenecía al sector más radical del independentismo georgiano, me dijo que en Georgia los osetinos eran, "como los senegaleses en Londres" y que, una vez conseguida la independencia, las relaciones entre Georgia y Rusia serían, "igual que las de Polonia con Francia, o Argentina con Namibia".
Los abjasos siempre habían sido considerados "autóctonos" por el nacionalismo georgiano, pero después de que la universidad de Abjasia se escindiera en dos secciones en julio de 1989, en medio de violentos enfrentamientos que registraron 17 muertos y 448 heridos, ese título fue puesto en cuestión. El interés por preservar la temporada turística, de gran importancia económica en el litoral del Mar Negro, la falta de armas y la aparición de un nuevo foco de enfrentamientos armados en Osetia a partir de diciembre de 1989, dio un respiro de un año al conflicto de Abjasia, donde en agosto de 1990 el parlamento local aprobó una declaración de soberanía, que a su vez era respuesta a un voto anterior del parlamento georgiano declarando nulos todos los acuerdos firmados por Georgia después de su incorporación a la URSS en 1921, lo que descalificaba a todas las autonomías. La tensión se trasladó entonces a Osetia del sur, que en noviembre de ese mismo año se ascendió unilateralmente su estatuto al de "república autónoma".
La declaración osetina fue respondida por una marcha de 50.000 georgianos a Osetia del sur organizada por Gamsajurdia. Pero en Tbilisi la unanimidad de esa unión sagrada contra las minorías nacionales era lo único que parecía conjurar la gran disgregación interna existente. En medio año se habían creado más de 60 partidos políticos. Sus dirigentes dedicaban a los adversarios de otros partidos, con programas difícilmente distinguibles entre sí, todos los calificativos del estalinismo adecuados a la situación; "provocador", "enemigo de Georgia", "agente del KGB", "bandido", "oportunista" o "traidor". Durante la campaña electoral que les dio la victoria, los diferentes grupos de ese conglomerado alternativo intercambiaron no sólo insultos sino también tiroteos y asaltos a sus respectivas sedes. La única manera de solventar esas diferencias era apelar a la unión sagrada contra ese 30% de la población compuesto por minorías. "Todos contra todos, pero unidos contra Abjasia y Osetia del Sur", era la fórmula que mejor resumía el estado de cosas que prevalecía en Tbilisi.
16- Esa fiebre empeoró cuando Zviad Gamsajurdia fue elegido presidente, primero del parlamento y luego del país, y convirtió en oficial el discurso nacionalista alternativo. Ambos votos fueron unánimes; 232 votos a favor, incluidos 64 comunistas, y solo 5 en contra le llevaron a la presidencia del parlamento en noviembre de 1990, y un 87% de los votos emitidos a la presidencia del país, en mayo de 1991.
El nuevo régimen encumbró la inseguridad y agresividad del nacionalismo georgiano y contribuyó dramáticamente a que los violentos conflictos abiertos se transformaran en guerras considerables. Las diferencias internas acabaron degenerando en la pequeña guerra civil georgiana de finales de 1991 y principios de 1992, que destruyó el centro de Tbilisi y derrocó a Gamsajurdia de la presidencia. Sus sucesores, una junta llamada Consejo de Estado que fue crecientemente dominada por Eduard Shevardnadze, el ex ministro de exteriores de la URSS vuelto a Tbilisi por disolución de aquella, intentarían, de nuevo sin éxito, restablecer la unidad de Georgia por la vía militar, demostrando que el problema georgiano trascendía a las dramáticas huidas de la realidad de Gamsajurdia. Desde entonces, todos los presidentes georgianos postsoviéticos han sido desplazados del poder en golpes de estado.
17- Los intentos de Gamsajurdia y Shevardnadze por solucionar militarmente la compleja diversidad nacional de Georgia, resultaron en un éxodo de 300.000 georgianos desde Abjasia y Osetia del Sur. Todas las naciones de Georgia, y desde luego también los propios georgianos, han pagado un duro precio por la exaltada idiosincracia habitual entre los políticos de Tibilisi. La situación se ha repetido ahora con Saakashvili, apadrinado por la irresponsabilidad global de Washington.
18- La participación general de Estados Unidos en la creación y militarización de la Georgia de Saakashvili está fuera de toda duda. La forma de la participación concreta en el ataque georgiano a Osetia del Sur es casi lo de menos (véase una hipótesis relacionada con el cambio de presidente en Washington). Lo principal es lo que la mayoría de los expertos académicos "olvidan": la política de Estados Unidos en Europa tiene como uno de sus ejes centrales impedir que la Unión Europea llegue a formular una política exterior coherente y autónoma. Para ello es crucial fomentar los conflictos entre la UE y Rusia. El escudo antimisiles no es contra Irán, como se afirma sin miedo al ridículo, sino contra el entendimiento de la UE con Rusia. Washington utiliza con ese fin a toda una serie de países del antiguo bloque del Este, o ex pertenecientes a la URSS, que por claras y muy comprensibles razones históricas son muy antirusos. Esos países son una especie de vasallos de Estados Unidos. Estos países trabajan en Europa, contra Europa, y a favor de los intereses estratégicos americanos en Europa, para cualquier fin; desde el despliegue de misiles, hasta la localización de cárceles secretas de la CIA, enviar tropas a Irak o apoyar propuestas de Washington en diversos foros, desde la OTAN, hasta la ONU, o en el mismo seno de la Unión Europea, en aspectos estratégicos como las relaciones con China, con Rusia o el programa "Galileo". Ucrania y Georgia (con 2000 soldados, tercer país con tropas en Irak, tras Estados Unidos e Inglaterra) son piezas importantes de esta jugada, en la que también participan Polonia, Bulgaria, Rumanía, la República Checa y otros.
19- Fomentar la confrontación con Rusia y resucitar una guerra fría con Moscú es el escenario general al que venimos asistiendo. El martes, los presidentes de cinco de estos países (Letonia, Estonia, Lituania, Polonia y Ucrania) participaron en un mitin de apoyo al Presidente georgiano, Mijail Saakashvili, en Tbilisi. "Nosotros, dirigentes de cinco estados, estamos aquí para iniciar la lucha, por primera vez en la historia nuestro vecino del este ha enseñado su cara, una cara que nosotros conocemos desde hace siglos, ese país considera que los demás se le deben someter, ese país es Rusia", dijo el Presidente polaco, Lech Kaczynski.
El Presidente georgiano ha adoptado el mismo discurso. "Lo que está haciendo Rusia en Georgia es una agresión abierta y manifiesta y un desafío al mundo entero. Si el mundo no detiene a Rusia hoy, los tanques rusos podrán tomar pronto cualquier otra capital europea", ha dicho.
Condoleeza Rice asume la misma analogía por pasivo; "esto no es 1968 con la invasión de Checoslovaquia, cuando Rusia puede amenazar a un vecino, ocupar una capital y derribar a su gobierno".
La sugerencia es un regreso a la guerra fría y para ello hay que convertir a la Rusia actual en algo parecido a la URSS de los años setenta, y a Putin en una nueva edición de Stalin. Para quien se mueva en el terreno de la realidad, eso es un perfecto despropósito.
20- Lo que ha cambiado de verdad es el estado de Rusia. Tras 15 años de ignominia interna y externa, que incluye la catastrófica y bárbara guerra de Chechenia -mucho peor en sus consecuencias sobre la población que la aventura de Saakashvili-, Rusia está recuperando su dignidad nacional. No son "ambiciones imperiales", como se dice, sino elementales intereses vitales en zonas limítrofes, como oponerse a que se aniquile a sus ciudadanos, o a que se militaricen sus fronteras más inmediatas utilizando el caldo de cultivo de régimen vasallos de una potencia lejana, intervencionista y agresiva. En la actuación de Rusia, hay mucho de discutible, pero geopolíticamente sus razones están claras y, geográficamente, son mucho menos ilegítimas que las invasiones de Iraq, Kosovo, o cualquier otra aventura lejana de la metrópoli imperial.
21- Muchos medios globales han presentado el asunto como una "agresión rusa", lo que forma parte de la manipulación informativa habitual. La película y secuencia de los hechos es clara: el ataque lo comenzó Saakashvili, que por el momento es quien ha provocado el grueso de las víctimas civiles. La víspera, el presidente georgiano, había ofrecido un "alto el fuego y conversaciones" a los osetinos del sur, mientras ultimaba lo que creía iba a ser una corta campaña victoriosa aprovechando los juegos de Pekín, la presencia aquí de Putin y las vacaciones del Presidente ruso, Medvedev, de crucero por el Volga.
22- El resultado va a ser que Georgia se despide, definitivamente, de cualquier posibilidad futura de recuperar Abajazia y Osetia del Sur, que sus posibilidades de ingresar en la Otan se evaporan, y que Rusia avanza posiciones para afianzar la pertenencia, de hecho aunque no de derecho, de Abjazia y Osetia del Sur a la Federación Rusa, lo que es el sueño de las poblaciones de ambos territorios. Respecto a Saakashvili, lo más probable es que, después de este traspié no dure mucho en su puesto, lo que es bastante irrelevante. Lo importante es la lectura que de todo esto se haga en París, Berlín y Bruselas. La pregunta esencial es, ¿qué lecciones extraerá la matriz europea franco-alemana de esta chapucera provocación, directamente dirigida contra el proyecto europeo?
Rafael Poch es corresponsal del diario La Vanguardia, España
Fuente: La Vanguardia - 15.08.2008