Lecciones presidenciales de economía política
Correa, presentado por el director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Atilio Borón; y la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Alicia Bárcena, desgranó durante algo más de dos horas algunos conceptos fundamentales que figuran en esta tercera edición de su libro, un prolijo resumen que contrasta en términos sencillos y contundentes toda la artillería de eslóganes que sustentaron el modelo neoliberal desde los años 90 en América latina y que, en gran medida, continúan sirviendo de guía para las respuestas con que Europa enfrenta su propia crisis.
Justamente a esto apuntó Borón cuando se mostró sorprendido por la sencillez en la exposición y la falta de «ecuaciones matemáticas» de un libro que, sin embargo, tiene una solidez intelectual incontrastable. «No es lo usual entre economistas, pero tampoco fuera de este ámbito, que un libro sea profundo y además esté bien escrito», manifestó el politólogo argentino.
Luego vendría la pregunta que disparó la exposición doctoral de este mandatario formado en institutos salesianos de Ecuador, con un fuerte anclaje en la Teología de la Liberación y que se graduó en Bélgica y Estados Unidos para iniciar su carrera profesional como asesor en organismos multilaterales lo que –por eso de que no hay mal que por bien no venga– lo curtió en las formas y las actitudes de la burocracia del establishment económico internacional. ¿Por qué escribir un libro como este?
«Yo siempre sentí una necesidad vital de escribir sobre la realidad –comenzó Correa– y este libro contiene una colección de artículos que escribí a partir del año 1993. Muchos de ellos fueron publicados y otros no. Si uno llena sus artículos de ecuaciones, si no los plantea adecuadamente, si no los desmenuza, si no los llena de problemas, de poco pueden servir. Ese es uno de los grandes errores de la economía: pretender representar procesos tan complejos como los comportamientos de las sociedades humanas en un conjunto de ecuaciones. Porque la economía no es una ciencia positiva».
Algunas falacias
La «clase» de Correa fue, de hecho, un pormenorizado detalle de las grandes falacias que fueron, sin embargo, las bases para que el Consenso de Washington impusiera ese modelo que en los 90 destruyó gran parte del aparato productivo de América latina y llevó a la miseria a millones de personas en todo el continente. Falacias que se parecen mucho a aquellas «zonceras» de las que solía hablar Artruro Jauretche hace más de 50 años.
En efecto, el libro de Correa está dividido en cuatro partes. Y en una de ellas el autor trata de refrescar las concepciones en danza sobre la modernización. Y entre ellas, la falacia del libre comercio.
«Ahora que ellos están desarrollados proponen el libre comercio, claro, pero si Estados Unidos no tuviera competitividad no pregonaría el libre comercio. ¿Qué hacía Estados Unidos cuando tenía nuestro nivel de desarrollo? ¿Qué hacía Estados Unidos cuando era el imperio inglés el que quería conquistar su mercado? Ahí fue el campeón del proteccionismo. Es lo que hizo Alexander Hamilton, secretario del Tesoro de Estados Unidos y el creador del proteccionismo moderno. Y luego el presidente Ulyses Grant llega a tener una premonición cuando dice: “Después de 200 años para Estados Unidos será bueno el libre comercio, mientras tanto, vamos a protegernos de la industria del imperialismo ingles”».
«Casi todos los países del mundo –continúa el ex alumno de colegio San José-La Salle de Guayaquil– se desarrollaron de esta manera. Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Japón, recientemente los tigres asiáticos. El problema es que el proteccionismo aquí fue pésimamente implementado. Y como siempre sucede en estos casos, se desechó la canción por los malos cantantes y nos fuimos al otro extremo. Esto es, al neoliberalismo».
Luego de este introito por el mundillo de las ideas preconcebidas y, además, erróneas, en la segunda parte del texto –relató el economista, formado en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil– habla de «la larga y triste noche neoliberal».
«Ahí describo la total entrega del país, como sucedió en Argentina en la triste época de Carlos Menem, que vendieron hasta la camisa y se entregaron los recursos de todos los argentinos, destrozaron la economía, la sociedad y la democracia», agregó Correa, levantando el aplauso de la audiencia.
«Las barbaridades y las maniobras de esta burocracia internacional convertida en portavoz de los intereses del capital financiero internacional se presentaban como investigaciones» fue subiendo de tono el presidente. «Yo soy de Harvard. Yo estaba ahí. Disfrazaron como ciencia lo que era poco menos que una religión, una ideología. Sus investigaciones eran tan sólo una campaña multimillonaria de marketing ideológico; pero hay que centrar el tema. La culpa no sólo fue de esta burocracia internacional, sino también del entreguismo insoportable e insufrible de nuestras elites que hablan en español, pero que piensan en inglés… cuando piensan».
Testigo presencial
Para el mandatario ecuatoriano, que tiene un máster en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, este neoliberalismo a ultranza no hizo más que exacerbar la inequidad en el continente más inequitativo del mundo, cuando el sentido común decía que había que hacer lo contrario, «que todas las políticas públicas tenían que estar atravesadas por ese eje llamado equidad y justicia social».
La suerte de Correa, considera, lo llevó a ser testigo presencial de muchas iniquidades como funcionario. Porque por esas cosas de la vida, se acercó al vicepresidente, Alfredo Palacio, quien en 2005, a la caída de Lucio Gutiérrez, lo convocó como ministro de Economía, un cargo que le duró poco ya que a los cuatro meses se fue denunciando presiones de los organismos internacionales. Esta experiencia, sin embargo, le fue imprescindible para palpar en forma directa la manera en que en esos burócratas interpretan la realidad y los esquemas con que se manejan en el análisis de la problemática económica de los países.
Entre estos esquemas está la remanida autonomía del Banco Central. «¿Qué sentido tiene que el Banco Central sea autónomo?», se pregunta, y sin esperar respuesta, agrega: «Se nos dice que la política monetaria es técnica. Primero, están contradiciendo el propio concepto político. Con ese criterio, hagamos a los ministerios de Hacienda o de Finanzas también autónomos, porque la política fiscal también es técnica. No tiene ningún sentido».
«El Banco Central autónomo –prosigue– es la garantía de que quien quiera que gane las elecciones, tiene que hacer lo mismo, porque no tiene poder. Esto es, seguir a las mismas instituciones por propia inercia, haciendo lo que les mandan desde el tablero hacer. Por supuesto, esos bancos centrales eran autónomos de nuestro pueblo, pero bastante dependientes de las burocracias internacionales y del parlamento de Estados Unidos. A tal punto que convendría ver hacia dónde van a parar nuestros sacrificados presidentes del Banco Central. Todos terminan en el FMI o el Banco Mundial para jubilarse a los 55 años después de sus luchas por hacer un poco más civilizados a todos los latinoamericanos», ironizó.
«Como pueden notar, no quiero ocultar mi pasión por Latinoamérica», se justificó a esta altura. Ni falta hacía, porque ya los presentes disfrutaban con la misma pasión de esos «excesos» de euforia docente.
«Lo que se hizo en la larga y triste noche neoliberal en América Latina –agregó– no tiene nombre. Los abusos, las contradicciones… desmantelar los Estados nacionales porque la burocracia nacional es una vaga que no tiene incentivos para sacar adelante a sus países. Y yo me pregunto, ¿qué incentivo tiene la burocracia internacional? Es una inconsistencia que no resiste ni el más mínimo análisis».
Evangelio del mercado
La tercera parte del libro es más teórica, se explicó en el escenario de la Sala Solidaridad. Y en ella la intención es desnudar lo que Correa llamó «El evangelio del mercado». Esto es, la búsqueda del lucro como único fin «ya que el resto se hará por añadidura».
Según la teoría –Correa es PhD, el más alto grado académico, por la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, Estados Unidos, así que tiene fundamento para decirlo–, si en el mercado hay dos personas que aceptan un intercambio y los dos cuentan con la información adecuada, nadie debe interferir en ese intercambio voluntario, ya que los dos van a estar better off, mejor que antes. En consecuencia, ese intercambio es eficiente y justo porque ambos se ponen de acuerdo y ambos ganan. Siempre y cuando tengan la información completa. Sucede que incluso con toda esa información, la teoría es insostenible, de acuerdo a la explicación del presidente.
El ejemplo es brutal pero efectivo: «Supongamos que una chica se pierde en el desierto. Luego de tres días de vagar por ahí se encuentra con un tipo que le dice: “Yo te doy agua si te acuestas conmigo”. Para la chica, dejarse abusar es menos malo que morir. O sea, va a estar better off en el intercambio. El hombre, por su parte, también va a salir beneficiado por el intercambio. Ahí tenemos: intercambio voluntario, información perfecta y ambos están better off. De acuerdo al simplismo del mercado, esto es eficiente y, al mismo tiempo, ético. Pero para cualquier sociedad civilizada eso es repugnante, al punto de sancionarlo. ¿Cuál es el sustento de esa tontería?».
El problema es la simetría de poder y lo hay que condenar son las posiciones de fuerza, sintetiza el mandatario. «Eso legitima la acción del Estado como la representación institucionalizada de la sociedad por medio de la cual realiza su acción colectiva. Pero de esos simplismos nos llenaron a los latinoamericanos y al mundo entero».
En la exposición sobre Ecuador: de Banana Republic a la No República, el presidente ecuatoriano habla del enfoque más propositivo de la última parte. «Si bien doy algunas ideas, no es algo exhaustivo. Por ejemplo, la necesidad de una arquitectura financiera regional para liberarnos del absurdo que comete América latina. Por un lado, mandamos centenas de miles de millones de dólares al primer mundo en forma de reservas para que estén seguras allá porque aquí no lo están. Hay que mandarlas allá para que ganen el 1% o el 2%. Por otro lado, tenemos que ponernos de rodillas para que FMI o el Banco Mundial nos preste algo al 8%. Además de estar financiando al primer mundo, perdemos millones de dólares por esta diferencia de intereses. Entonces, ¿qué sentido tiene todo eso? Si es por coordinación, eso lo podemos solucionar. Crear una arquitectura financiera regional, como el Banco del Sur. Que el dinero, que el ahorro sudamericano, quede en Latinoamérica para nuestro propio desarrollo. Esta es sólo una cuestión de coordinación», sintetiza.
Ecología preventiva
Otra medida que propone Correa es compensar las emisiones netas evitadas. Para esto, el presidente recuerda el plan aplicado para la reserva de Yasuní ITT, en la Amazonía ecuatoriana, donde el país pide compensación por no explotar yacimientos petroleros que podrían contaminar el medio ambiente. «En vez de poner parches, el concepto globalizador es que se debe compensar esas emisiones evitadas. Aquello que reduzca emisiones. Dejar de ensuciar, en términos netos, equivale a limpiar. Y se debe compensar la acción a la que uno tenía derecho y renuncia para no ensuciar, por ejemplo, exportar petróleo. O la acción a la que uno no tenía obligación, pero que la realiza para reducir emisiones, como construir una hidroeléctrica para reemplazar una termoeléctrica. Ese es el concepto globalizador».
¿Tendrá posibilidades de prosperar esta iniciativa, que dicho sea de paso, la Unasur defiende en la Cumbre de Cancún? Para Correa no será tan fácil. «Si dicen algo los gringos, eso es catecismo. En cambio, si decimos algo los latinoamericanos, habrá que esperar algunos años para que se acepte el concepto».
Más allá de la chanza, el presidente no desconoce que «detrás de todo esto están las relaciones de poder. Si los latinoamericanos fuéramos los contaminadores y el primer mundo fuera el generador de bienes ambientales hace rato que en nombre de la seguridad jurídica, con doctrinas cosmopolitas o hasta incluso con invasiones, nos habrían obligado a pagar ese aire puro. Pero como nosotros somos los generadores del medio ambiente, se trata de una relación de poder. Lamentablemente, todavía la justicia es la conveniencia del más fuerte».
Medidas como ésta son inscriptas por el autor del libro como parte de un proceso de construcción política a la que se denomina Socialismo del Siglo XXI o Socialismo del Buen Vivir, un término que viene de la tradición indígena de los Andes.
La secretaria Ejecutiva de la Cepal aprovechó para explicar el rol que pretende ocupar en este momento de la América latina lo que llamó como «Nueva Cepal», que dejó de lado también prejuicios neoliberales para sostener las teorías desarrollistas que alguna vez defendieron el brasileño Celso Furtado y el argentino Raúl Prebisch. «El segundo Prebisch», se apuró a aclarar Alicia Bárcena, quien luego preguntó al mandatario por su propuesta para salir de la dolarización, «una infamia que le quita al Ecuador el instrumento central para manejar el desarrollo: la tasa de cambio».
Pero Correa no quiso dejar de lado la mención a otra infamia con la que tuvo que luchar, como en Argentina lo hizo en el primer tramo de su gobierno el presidente Néstor Kirchner, la deuda externa. Por eso hizo un prolijo detalle del modo en que nació ese verdadero cáncer desde 1976, con el dinero acumulado en los bancos por el boom petrolero ofrecido en forma compulsiva a gobiernos del subcontinente, en su mayoría dictatoriales. Hasta la llegada al poder de Ronald Reagan en Estados Unidos y una suba de las tasas que llevó a la bancarrota en cadena a todos los países, comenzando en 1982 por México.
«Parece que las crisis de nuestros países radica solamente en no poder pagar la deuda. Cuando no se tiene para salud o para educación, no hay crisis; pero cuando no se puede pagar la deuda se dice que hay que hacer las cosas con seriedad. Fíjense ustedes, ser serios es atender las necesidades del capital financiero para no pasar vergüenza».
Por eso en circunstancias como éstas, comienza a tallar el recordado concepto de riesgo país. «¿Qué es el riesgo país? –se pregunta Correa– pues la voluntad y capacidad de pagar deuda. Eso es todo. Y quieren que eso sea la medida de la calidad política económica. O sea, que el mejor economista va a ser el dictador sanguinario y vitalicio que esclavice a una población haciéndole trabajar doce horas al día los siete días a la semana para pagar la deuda. La democracia es un peligro para el riesgo país. Cada vez que hay elecciones, por incertidumbre, sube el riesgo país. Así que, será una gran política económica eliminar la democracia, las elecciones. Estas son tonterías que nos meten como si fuera la última Coca Cola del desierto, el último avance de la genialidad humana, cuando en realidad son tonterías que no resisten el menor análisis. Pareciera ser que para esta gente sólo existen los compromisos internacionales y no el compromiso nacional».
Otra cuestión que viene de la mano es la del ahorro y la prudencia fiscal. «Se nos puso la condición de ahorrar y ahorrar, cuando la prudencia es saber invertir. Nunca olviden esto, más si entre la concurrencia hay estudiantes de economía. Eso que llamaban prudencia no era más que destinar cualquier excedente al pago de la deuda externa, pero la prudencia fiscal era, en realidad, la mayor imprudencia, la mayor irresponsabilidad y la mayor insensatez».
Otra insensatez fue la dolarización, que Ecuador adoptó hace diez años luego de una crisis económica muy similar a la que en Argentina tiró por tierra la convertibilidad. «La dolarización comenzó en Argentina con el gobierno de Menem –recordó Correa– que quería dolarizar a toda América latina».
«Nos lo presentaron como el último avance de la humanidad, cuando en realidad retrocedimos como 50 años. Con todos esos patrones fijos se pierde la política monetaria. Entonces, si ustedes tienen una crisis en el sector externo, el costo se transfiere al sector real: hay desempleo. Esto, en términos sociales es más costoso».
«Nos metieron en esa barbaridad técnica que es la dolarización, totalmente inadecuada para un país como Ecuador. El análisis fue absolutamente equivocado. Y eso también lo demuestro en el libro», señala el presidente. El problema es que entrar en ese brete es relativamente fácil, pero salirse de él extremadamente complicado. «Estamos tratando denodadamente de contrarrestar los efectos negativos con medidas inteligentes. Por ejemplo, la protección de importaciones. La única solución a esto es imposible por las repercusiones sociales y económicas. Voluntaria y estratégicamente, ahora es imposible salir de la dolarización. La única solución, en el mediano plazo, es ir hacia monedas regionales. Cosa que, de todos modos, necesita América latina para enfrentar la globalización».
Como siempre, políticas coordinadas, colectivas, integradoras. Y, como dijo en una respuesta al público asistente a su cátedra: «No darle la más mínima bola al FMI y al Banco Mundial».
Realizado por Alberto López Girondo
Fuente:">http://www.acciondigital.com.ar/]Fuente: Acción Digital Nº 1064 - 2º Quincena Diciembre 2010
**Ver en archivo adjunto un fragmento de Ecuador: de Banana Republic a la No república - Fuente: Diario Miradas al Sur Año 3. Edición número 134. Domingo 12 de diciembre de 2010