Irak, otra derrota político-militar de EE.UU.
Tres cortas acciones de fuerza en América latina tuvieron desenlaces distintos. La invasión a Playa Girón, Cuba, en 1960, fue un fracaso; la invasión a Granada (isla de 344 km2 cuyo producto de exportación más importante es la nuez moscada), en 1983, culminó con éxito para Washington, y la invasión (con 26.000 hombres) a Panamá en 1989 -que derivó en la captura y el enjuiciamiento del general Manuel Antonio Noriega- también resultó exitosa.
La primera guerra a Irak (1991), en la que Estados Unidos lideró una amplia coalición de 540.000 soldados (en gran medida financiada por Arabia Saudita y Japón), que se desplegó con abrumador bombardeo aéreo primero, y mediante un ataque terrestre después, tuvo un resultado mixto: en términos militares fue un triunfo categórico; en términos políticos fue una victoria ambigua, pues Saddam Hussein preservó su gobierno.
La segunda guerra a Irak (2003-2011), en la que Estados Unidos encabezó otra coalición de voluntarios y gastó aproximadamente 797.000 millones de dólares, fue un fiasco. Según http://www.iraqbodycount.org , el total de muertes de iraquíes en más de ocho años de ocupación fue de 16.623 militares y de 104.122 a 113.770 civiles; de acuerdo con una investigación de la revista médica inglesa The Lancet , el total de muertes entre 2003-2006 había llegado a 654.965 personas; y según una encuesta de 2007 del británico Opinion Research Business las muertes violentas en Irak eran 1.033.000, al tiempo que las Naciones Unidas calcula un total de 4,7 millones de desplazados internos y refugiados en el exterior, en medio de múltiples y violentas luchas intestinas.
El fracaso de Estados Unidos en Irak fue elocuente y muestra, una vez más, que el enorme poderío bélico no siempre se traduce en el logro de objetivos políticos y militares. Más allá de que Washington repita que se fue de Irak por voluntad propia, en realidad el descalabro interno iraquí generado por la invasión y la profunda crisis económico-financiera en Estados Unidos fueron los que sacaron a Washington de Bagdad. Cabe destacar que, a diferencia de la guerra en Vietnam, es muy inquietante observar el relativamente bajo nivel de debate público en Estados Unidos sobre el desarrollo y desenlace de la segunda guerra iraquí.
Hay, a su vez, otra derrota en ciernes: Afganistán. Lo que no ha impedido que Estados Unidos lance un nuevo tipo de guerra mediante la cual se llevan a cabo ataques selectivos con misiles desde vehículos aéreos no tripulados ( unmanned aerial vehicles , UEV). Paquistán, Libia, Somalia y Yemen ya han conocido esta modalidad de combate de dudosa legalidad internacional. Irán también ha sido objeto de los UEV; en este caso, para una suerte de guerra encubierta de baja intensidad.
A pesar de lo anterior, son pocas las lecciones que han extraído las fuerzas armadas y la dirigencia política estadounidense. En Washington, las voces de los guerreros, dentro y fuera de la administración Obama, siguen resonando con insistencia. Las primarias del partido Republicano muestran una competencia en que la mayoría de los candidatos reivindica el uso de la fuerza en el exterior como una cuestión indispensable. El Pentágono sólo parece interesado en extraer más experiencias -distintas a las reiteradamente fallidas- sobre contrainsurgencia para eventuales próximas contingencias y en perfeccionar modos bélicos como las llamadas drone wars , esto es, operaciones de alta precisión desde UEV cada vez más sofisticados, sin la necesidad de tropas en el terreno, con escasa atención de la opinión pública y baja rendición de cuentas ante el legislativo.
De lo primero -evaluar cómo mejorar las tareas de contrainsurgencia- sólo puede derivarse la idea de guerras perpetuas; de lo segundo seguramente se puede esperar el resentimiento de los afectados y la búsqueda de métodos de respuesta en el marco de mayores conflictos asimétricos.
Es muy factible que Estados Unidos siga creyendo que su récord de seis décadas de confrontación militar después de la Segunda Guerra Mundial es imponente, cuando de hecho lo que muestra es su impotencia.
La Nación - 28 de diciembre de 2011