Los "ypfianos"
De tan pegadas por la geografía y de tan unidas por el destino común, es difícil saber dónde empieza Cutral-Có y dónde termina Plaza Huincul, y viceversa. López y Montt reciben a Página/12 en la trinchera que abrieron en el “mundo YPF”, un sinfín de manzanas donde quedan todavía vestigios del Barrio Uno, de las viviendas de jefes y operarios, de la cancha de fútbol con césped y tribunas donde alguna vez jugó la primera de Boca Juniors, del hospital construido en 1921 que lo sigue siendo en otras manos, de la destilería que quedó en pie como testimonio de un pasado luminoso, del monumento que recuerda el primer pozo perforado en la cuenca neuquina, el 29 de octubre de 1918. Los trabajos de esa primera perforación habían comenzado el 27 de noviembre de 1915 con el montaje de los equipos técnicos y tuvieron el éxito fundacional el 30 de septiembre de 1918, cuando aparecieron en la superficie los primeros rastros de petróleo.
Humberto López tenía 23 años cuando comenzó a trabajar en YPF, en el año 1973, cuando el país retornaba, por poco tiempo, a la senda de la democracia, de la mano de Héctor J. Cámpora. El recordado slogan de la época era “Cámpora al gobierno, Perón al poder”; pero fallecido el líder histórico del justicialismo, los militares aparecieron una vez más para usurpar el poder. Para López, ser operario y después jefe de perforaciones fue “una alegría enorme”, porque YPF era entonces “la vaca lechera”. En esta región “todo el progreso dependía de YPF”. Por eso los golpeó tanto la privatización de los años ‘90. “De cada empleado de YPF dependían muchas familias, porque los comerciales vivían de YPF, la gallina de los huevos de oro, y también el albañil, que construía viviendas para los barrios de la empresa o hacía refacciones en las plantas de la empresa”, coinciden López y Montt.
Miguel Montt también empezó a trabajar en YPF en 1973, a los 24 años. Mientras Miguel tuvo seis hijos en un matrimonio que lleva 42 años de existencia, Humberto tuvo cinco descendientes. Los dos señalan que entre 1991 y 1995, cuando se produjeron los despidos provocados por la privatización, hubo “muchas familias que se disolvieron, que atravesaron crisis muy profundas porque la falta de trabajo tuvo secuelas graves en la educación de los hijos, en el futuro de todos y eso, a veces, provoca rupturas que, tal vez, en circunstancias más favorables no hubiesen ocurrido”. López se tuvo que jubilar en forma anticipada porque tuvo un accidente que le impedía realizar algunas tareas. Los “ypfianos” realizaban una vida nómade. El régimen de trabajo era rotativo: “Nosotros trabajábamos 12 días por dos de descanso, diez días por cuatro o nueve por tres”. A eso se sumaban las rotaciones, que se hacían cada cuatro meses, en el caso de ellos, a los pozos de Cutral-Có y Plaza Huincul, pero también de Rincón de los Sauces, Río Neuquén, Catriel y tantos otros destinos dentro de la provincia.
Al principio viajaban en colectivos, después en aviones, lo que disminuyó las horas de viaje, aunque también apareció en escena la tragedia: el 14 de abril de 1976 cayó un avión Avro Bravo de YPF que llevaba a bordo a 37 trabajadores que venían a Cutral-Có desde Catriel y Rincón de los Sauces. Se dijo que hubo fallas en una de las alas. Miguel y Humberto recuerdan lo ocurrido como “un golpe muy duro” para todos, aunque destacan que “YPF asistió a todos los deudos, viudas, padres, tíos, abuelos”. Los grupos de trabajadores se consolidaban “todavía más” ante la adversidad. Afirman que la empresa estatal era “una escuela para todos nosotros”, que iban ascendiendo en la escala jerárquica: operario en la boca de pozo, enganchador, maquinista, jefe de turno, etcétera. “Por eso nos pusimos la camiseta de YPF y salimos a la calle cuando la privatizaron. Tal vez fuimos un poco culpables porque teníamos que haber salido antes, pero no teníamos conciencia de lo que estaba en juego y algunos hasta pensaron que con la plata de las indemnizaciones podíamos tener un buen futuro.”
Algunos tuvieron “la suerte” de encontrar trabajo, pero “fue un golpe duro porque, en algunos casos, la tradición de YPF venía de los abuelos, de los padres y todos queríamos que siguiera en las generaciones futuras”. Miguel se fue a trabajar a Salta, a una empresa petrolera privada, pero al poco tiempo “se declaró en quiebra y no nos pagó un peso”. Ahora analizan que con la privatización “lo que se quiso hacer fue convertir a Cutral-Có y a Plaza Huincul en pueblos fantasmas. En la oficina que montaron cerca del Barrio Uno, sobre la calle Pedro Rotter, ellos forman parte de la Agrupación Ex YPF 13 de Diciembre, que reúne a unos 4500 ex agentes que viven en esta zona del país. A nivel nacional están nucleados en la Federación de Ex YPF, con cerca de 22 mil adherentes en todo el país que están reclamando una indemnización millonaria a Repsol porque nunca les pagaron los réditos correspondientes al 10 por ciento de las acciones de la empresa que por ley corresponden a los ex empleados (ver nota aparte). En la fachada de la oficina hay una leyenda significativa: “Mañana tal vez tenga que sentarme frente a mis hijos y decirles que fuimos derrotados, pero no podría mirarlos a los ojos y decirles que hoy ellos viven así porque yo no me animé a luchar”. Otra vez la culpa.
“Cuando salimos a la calle, la privatización ya estaba terminada”, insiste Humberto, en alusión a las puebladas de 1996 y 1997. “Con nuestro gremio, el SUPE (Sindicato Unico Petroleros del Estado), hicimos campañas por los negocios, las calles, desde 1991, pero no teníamos experiencia de lucha, ni acá ni en todo el país, porque tuvo que haber sido una lucha nacional.” Los que retuvieron el trabajo en YPF, una vez que apareció Repsol, tuvieron que trabajar en condiciones muy desfavorables respecto de las petroleras privadas subsidiarias que se multiplicaron en todo el país. “Nosotros teníamos equipos y herramientas obsoletos porque antes de la privatización se trabajó para que la capacidad de la empresa cayera y así justificar la privatización”, afirma Humberto. “Nosotros lo atábamos con alambre, si lo comparábamos con la maquinaria que incorporaron las empresas que vinieron de afuera.”
De todas maneras, Miguel y Humberto reivindican lo hecho por los 36 mil operarios de la empresa estatal en todo el país. “Los técnicos que salían de la universidad salían con la teoría, pero los profesores de campo éramos nosotros. Yo era jefe, pero si había que arremangarse, me arremangaba por amor a los fierros. Hacer andar un equipo, o hacer producir un pozo, eso lo hacíamos nosotros, la maestranza. A los ingenieros los mandaban a trabajar con nosotros, porque éramos gente con experiencia.” A tal punto llegaba esa experiencia adquirida trepándose a las torres de YPF, que ellos eran los que les daban charlas “a los chicos que estaban estudiando” en las escuelas técnicas. Humberto recuerda que, cuando la privatizaron, “uno de los argumentos era que YPF daba pérdida”. Por eso vuelve a la carga con los datos que hablan de desidia y vaciamiento nacidos en años anteriores a la ofensiva privatizadora.
“Vinieron las empresas privadas y sacaron petróleo de los mismos lugares que habíamos dejado abiertos nosotros. En Sierra Barrosa, en Puesto Hernández, había 33 pozos que en realidad eran de la empresa Esso, que se había ido en los años ’60. Estuvieron muchísimos años cerrados porque supuestamente se habían agotado, pero siguieron dando petróleo, sólo había que seguir trabajando allí, pero no se hizo en su momento, antes de la privatización”, sostiene López. “Hay pozos de 600 metros que hicimos nosotros y que estuvieron cerrados, de los que volvieron a sacar petróleo. ¿Qué hubiera pasado si llegábamos a los 1000 o 1200 metros?” El pozo más profundo de los que trabajó Miguel llegaba a los 5800 metros de profundidad. Estuvieron trabajando un año y medio, durante los cuales guardan anécdotas maravillosas (ver aparte). Todo eso, ahora, es “historia antigua” porque, dice, “por suerte la presidenta Cristina Fernández se acordó de Cutral-Có y de Plaza Huincul, se acordó de YPF y la volvió a poner bajo el control del Estado. Era algo que nosotros soñábamos, pero pensábamos que no íbamos a poder verlo. Por suerte se dio y eso nos hace felices porque es un bien para el país, para nuestros hijos y para nuestros nietos. YPF sirvió para construir el país y ahora lo tenemos que reconstruir entre todos, porque los tiempos han cambiado para bien”.
Los “ypfianos” siguen hablando de la empresa como si fuera de ellos, porque en buena medida es de ellos. En el monumento que recuerda el primer pozo abierto en la cuenca neuquina se menciona en primer término al director de Minas al frente del grupo, Enrique Hermite, pero también están los nombres de los jefes, auxiliares, del foguista, de todos los operarios y también figura el del cocinero, José Arroyo, tan necesario para cumplir con la tarea como cualquiera de los trabajadores de la YPF estatal.
Pagina/12 - 14 de mayo deñ 2012