Como el Día de la Marmota
El año próximo convendría pasar las fiestas del 2 de febrero al 7, día en que se volverá a vencer el acuerdo sobre el techo del endeudamiento habilitado al Tesoro estadounidense. Gracias a un acuerdo arduo, que votaron 81 senadores (con 18 en contra) y 285 representantes (87 de ellos republicanos, como el total de los 144 que lo rechazaron) el gobierno estadounidense reabrió hasta el 15 de enero próximo, y los fondos alcanzarán unos días más, hasta el 7 de febrero. Por entonces, como en El Día de la Marmota, se repetirá la discusión por el cierre del gobierno y acaso el riesgo de default porque, aunque el presidente Barack Obama dijo que nadie ganó y que es hora de comenzar a negociar, el líder de la Cámara de Representantes, John Boehner, demostró que es difícil encontrar con quién, ya que no hay pegamento para ligar las fracciones del Partido Republicano.
Si la votación se realizó el miércoles y no el martes fue porque Boehner pidió un día más para presentar una ley propia que consiguiera el apoyo de los conservadores. Pero no sucedió porque en lugar de conservadores se encontró con extremistas del Tea Party y representantes del dinero más que de los ciudadanos: cuando el grupo de influencia Heritage Action dijo que quitaría su apoyo financiero a las candidaturas de aquellos republicanos que votasen un acuerdo, muchos decidieron seguir adelante con su negativa, que costó al país, en 16 días, 24.000 millones de dólares.
Rápidamente, los empleados federales regresaron a sus trabajos y la agenda de los medios pasó a la falla de la página de internet donde inscribirse para tener seguro médico desde 2014 (que se congestionó no por el éxito de la Ley de Salud Accesible, como se dijo, sino por problemas de sistema), la reaparición de Edward Snowden luego de dos meses, las hipotecas tóxicas de J. P. Morgan, los inmigrantes sin papeles y hasta el estreno de The Fifth Estate (El quinto poder), la película sobre Julian Assange. No faltaron los chistes sobre esta crisis de octubre, a medio siglo y un octubre de la Crisis de los Misiles: una negociación en la que ambas partes tenían mucho que perder si no actuaban con un mínimo de racionalidad y con los ojos en el futuro, algo que no sucedió esta vez.
“Estas últimas semanas han infligido un daño completamente innecesario a nuestra economía”, dijo Obama. “Trabajemos juntos para que el gobierno funcione mejor en vez de tratarlo como un enemigo o intentar que funcione peor a propósito. Comencemos las negociaciones.” Los temas centrales son la reforma migratoria, aprobada por los senadores y que descansa en paz entre los representantes (el 64% del Tea Party cree que los inmigrantes son “una carga” para el país), y el presupuesto, el gran tema, ya que la deuda federal creció en 5 billones durante los ocho años de gobierno de George W. Bush y, en aras de surfear la crisis más grande desde la de 1929, Obama se apoyó en el gasto deficitario. Que no termina con el actual agujero de más de 17 billones de dólares: “Los problemas actuales de endeudamiento son de largo plazo”, dijo Obama.
Acaso resulte más grave que los problemas políticos también sean de largo plazo, y que amenacen con explotar de nuevo en el corto plazo. El Tea Party se ha mostrado impermeable a las críticas del presidente, de los inversionistas, de las encuestas, del ex candidato presidencial de su propio partido John McCain. En su fundamentalismo también ha ignorado sus victorias: desde las elecciones legislativas de 2010, cuando los republicanos tomaron el control de la Cámara baja, se aprobaron una serie de leyes que redujeron el presupuesto (en áreas que no son el deforme gasto militar de 716 mil millones de dólares, equivalente a la suma de los 15 más altos que le siguen en el ranking mundial), una merma en la cantidad de empleados federales y una reducción comparativa del déficit. Lástima que esos recortes sucedieron en medio de la crisis y deprimieron la economía, elevando la tasa de desempleo. Eso no le importa al Tea Party, como tampoco le importa que, según Standard and Poor’s, el daño económico del cierre se llevó el 0,6 por ciento del PBI.
La ceguera del Tea Pary evoca la fractura en el Partido Demócrata que sucedió en 1948: los Dixiecrats, que protestaron contra la plataforma del presidente Harry Truman, que incluía los derechos civiles y, disimulando su racismo bajo la defensa del modo de vida sureño, formaron un grupo cuyo candidato, Strom Thurmond, se retiró de la convención demócrata, formó el Partido Demócrata de los Derechos de los Estados, se presentó con un ideario segregacionista y consiguió 39 votos electorales de cuatro estados. Y ya. Debut y despedida. Muchos Dixiecrats volvieron al seno demócrata; otros votaron demócrata en el plano local y republicano en el presidencial; otros se pasaron al Partido Republicano. Pero a la derecha del Tea Party no hay nada.
El sentido común hace que la mayoría de los estadounidenses condene la tozudez con que una fracción del Viejo Gran Partido causó tanto daño y no cree que estén tan locos como para volver a hacerlo. Sin embargo, apenas votado el acuerdo, buscó urgido un micrófono el senador Ted Cruz, quien se sueña candidato en el 2016, para advertir: “Esto será una batalla política extendida y por etapas”. También los representantes Michele Bachmann y John Fleming advirtieron que la pelea no ha terminado: “Voté en contra, y eso nos lleva al segundo round. Vamos a comenzar todo de nuevo”, advirtió el político de Luisiana. Y el senador Mike Lee advirtió: “No nos iremos, como no se irán los muchos millones de estadounidenses que han hecho oír sus voces en Washington. Vamos a ayudarlos a parar esta ley –dijo, sobre la de Salud Accesible–, vamos a parar su implementación y su puesta en marcha. No vamos a darle fondos. Es lo que dijimos antes y es lo que todavía deberíamos hacer”.
Gracias a ellos, que hubieran saltado al precipicio del default, el próximo febrero puede traer una remake de El Día de la Marmota combinada con Thelma y Louise.
Miradas al Sur - 20 de octubre de 2013