El misterio de la felicidad

Marcelo Zlotogwiazda
Richard Layard no necesita ver El Misterio de la Felicidad, la película estrenada aquí el jueves pasado con dirección de Daniel Burman y actuación de Inés Estévez y Guillermo Francella. Layard conoce bien esos misterios porque viene estudiando y escribiendo sobre la felicidad hace muchos años. Para este Lord y economista de la London School of Economics (LSE) la desigualdad es un factor fundamental de infelicidad porque las personas tienden a comparar su ingreso y riqueza. Si bien el dinero hace a la felicidad, la felicidad también deriva de la cantidad relativa de dinero respecto de los otros. Las mediciones existentes sostienen firmemente la teoría. Según el Informe Mundial sobre la Felicidad que se presentó en setiembre pasado en el marco de la Asamblea Anual de Naciones Unidas, y del cual Lord Layard es uno de sus responsables, los diez países que encabezan el ranking son: Dinamarca, Noruega, Suiza, Holanda, Suecia, Canadá, Finlandia, Austria, Islandia y Australia. Como se ve, países con altísimo nivel de vida pero que, además, gozan de estructuras distributivas más igualitarias que, por ejemplo, Estados Unidos, Arabia Saudita o los Emiratos Árabes. El índice de felicidad se elabora tomando en cuenta el nivel de ingreso, la expectativa de vida, la percepción de corrupción, la libertad para elegir y la prevalencia de actitudes generosas. De los 156 países incluidos en el informe, la Argentina ocupa el puesto 29, superado en América Latina por Chile (28), Brasil (24) y Costa Rica (12). Tampoco es casualidad que América latina haya sido la región que más mejoró respecto de la medición de hace cinco años, ya que fue la de mayor crecimiento económico y donde se registró un marcado descenso en la desigualdad (entre 2002 y 2011 bajó en 14 de los 17 países para los cuales hay datos comparables), aunque sigue siendo la región más desigual del planeta. Paradójicamente, las mejoras sociales pueden llegar a ser contraproducentes para la felicidad. En una investigación realizada hace varios años y que abarcó varios países, Carol Graham y Stefano Pettinatto encontraron que los grupos de personas que habían ascendido socialmente y acababan de sumarse a la clase media no revelaban sentimientos de felicidad con su nueva situación, porque su nueva referencia de comparación era la clase alta y eso les generaba insatisfacción por lo inalcanzable. El estudio de esos economistas de la Brookings Institution se tituló Frustrated Achiever, que podría traducirse como triunfador frustrado. ¿Tendrá algo que ver ese mecanismo de frustración con el rechazo de algunos sectores de clase media al kirchnerismo? Mucho antes de que se pusiera de moda la “economía de la felicidad”, en 1981 el señero Albert Hirschman explicó con un magnífico ejemplo el efecto que la desigualdad, la expectativa de progreso y la sensación de justicia tienen sobre la felicidad (si bien él no usó el término felicidad sino bienestar) y sobre la tolerancia a la desigualdad. Describe un embotellamiento de tránsito dentro de un túnel que frena por completo el avance de los dos carriles de autos. Él está ubicado en el carril izquierdo, cuando tras un largo rato de inmovilidad advierte que el carril derecho comienza a avanzar. Su primera sensación es de alivio porque supone que el embotellamiento terminó y pronto comenzará a avanzar su carril. ¿Pero qué pasa si el tiempo transcurre y sólo avanza el carril derecho? En tal caso, dice Hirschman, sospechará que algo injusto sucede, se enfurecerá y probablemente decida hacer algo, que bien podría ser cruzar ilegalmente la doble línea que separa ambos carriles. La analogía muestra como el bienestar depende de la situación presente, pero también de las expectativas, y que la desigualdad se tolera mientras haya esperanza de mejora. El ejemplo del túnel es también una clara analogía de la relación entre desigualdad y sentimiento de injusticia con la transgresión a la ley. Volviendo a Lord Layard, en sus ensayos clásicos plantea que aún en una situación en la que todos mejoran su ingreso, puede haber algunos más infelices que antes, debido a que empeoró su ubicación en comparación con la de otros. Esas sensaciones, señala, activan un constante deseo de ascenso social que termina convirtiéndose en una carrera sin fin, como la de las ratas en el laboratorio que inspiró a Bob Marley. Contra eso, propone atacar, con impuestos u otras medidas, el consumo suntuario y los patrones consumistas en general. El objetivo de esas políticas es contrarrestar la desigualdad, pero también desincentivar lo que considera una desproporcionada preocupación por la adquisición de objetos materiales, que implica descuidar otros aspectos que contribuyen a la felicidad como la vida en familia y la interacción social con la comunidad y amigos. El último ensayo de Layard, junto con otros cuatro investigadores del Center for Economic Performance de la LSE, es de octubre pasado, lleva el muy ambicioso título ¿Qué Predice una Vida Exitosa?, y entre sus conclusiones señala: “Por lejos, el factor más importante para predecir la satisfacción de un adulto es la salud emocional, tanto en la niñez como posteriormente. El siguiente más importante es el comportamiento pro-social en la niñez”. La grieta de la desigualdad en el mundo es abismal y creciente. El lunes pasado Oxfam presentó un informe titulado “Gobernar para las Elites – Secuestro Democrático y Desigualdad Económica” que muestra lo siguiente: l Si se divide la riqueza mundial (241 billones de dólares) en dos partes iguales, el 1 por ciento más rico se queda con una mitad y el 99 por ciento restante con la otra. l Si se divide a la población mundial en dos partes iguales según el nivel de riqueza, la riqueza total de la mitad más pobre (3.600 millones de personas) equivale a la que poseen las 85 personas más ricas del mundo. Oxfam es una institución fundada en Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial para luchar contra el hambre (su nombre es el acrónimo de Oxford Committee for Famine Relief). El informe fue elaborado como advertencia y reclamo hacia los participantes en el Foro Económico Mundial de Davos, al que asisten varios presidentes, poderosos hombres de negocios e importantes políticos. En los años ’90 una nutrida delegación argentina peregrinaba cada enero hacia ese pueblo suizo. Este año estará presente Mauricio Macri y algún que otro empresario. Con cierta ingenuidad, Oxfam les reclama a los participantes del Foro de Davos que se comprometan a impulsar sistemas tributarios más progresivos, a no esconder su dinero en paraísos fiscales, a pagar dignamente a sus empleados y a abstenerse de usar su dinero para obtener favores políticos que minen la democracia. Davos es un lugar ideal para disfrutar del paisaje y de Kirchner. Allí vivió y murió el pintor Ernst Kirchner, y está el museo que lleva su nombre y que exhibe varias de sus extraordinarias obras.

Revista XXIII - 23 de enero de 2014

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