El mito del eterno retorno
No se puede comparar el fin del ciclo del gobierno de Isabel Martínez de Perón o el de Raúl Alfonsín, cuando los sectores dominantes proponían un cambio profundo de reconversión de la producción con una brutal transferencia de ingresos de lo público a lo privado y de los asalariados al capital. En ambos casos, además, era a favor del capital privado más concentrado, solo para su exclusivo beneficio, sabiendo (o deberían saberlo) que dejaban un país destruido, con una amplía población desempleada y en la indigencia.
Ahora la situación es distinta, el capital más concentrado ha ganado y gana mucha plata, y quisiera ganar más, pero es consciente (y ahora que tienen futuro lo saben fehacientemente) de que existen límites que deben respetar para asegurar que el proceso continúe, que no pueden matar “la gallina de los huevos de oro” que son las relaciones de producción y distribución con altas tasas de ganancia, como las que obtienen en nuestro país.
Eso no impide que se preparen y que, a su vez, sepan del desembarco de nuevos capitales atraídos por las ventajosas condiciones del mercado argentino, como lo demuestran los fondos de inversión internacionales y su creciente participación en el país, y por consiguiente la suba del precio de las acciones de las empresas que operan en la Argentina y que cotizan en bolsas de valores internacionales.
Lo que estamos diciendo es que, con todas las limitaciones que tiene un país con los severos problemas de infraestructura (transporte, energía, puertos, aeropuertos, etcétera) que tenemos, las relaciones técnicas y sociales son óptimas para generar tasas de ganancia que se sostienen en el tiempo.
Por supuesto que se puede ampliar el mercado y extender así las ecuaciones de costo-beneficio y de inversión-productividad, basándose en la disciplina laboral, en la capacidad real y potencial de nuestra mano de obra, de incorporar tecnología, más generosos recursos naturales (agua, la tierra más fértil del mundo, petróleo y gas en Vaca Muerta, etcétera), condiciones que tornan factibles las correcciones macro en el tiempo, como son la necesidad de que converjan el tipo de cambio, los precios internos, la tasa de interés, el gasto público. Ninguna variable es para dramatizar, sabiendo que la economía argentina crece siempre que las exportaciones lo hagan en forma suficiente para pagar las importaciones, como dice la tesis de Anthony Thirlwall. Por ende, mientras el crecimiento de las exportaciones estén, como lo están, garantizadas por la sostenida demanda de China y otros países asiáticos y emergentes de fuerte industrialización, transformando población rural a urbana –que en el caso del primer país implica que suma por año diez millones de personas al mercado laboral (un país con una población económicamente activa de más de 400 millones de almas)– a quienes se debe alimentar y vestir, que demandan muebles, artículos eléctricos y electrónicos, bienes de madera, cuero, aluminio, acero, bronce, energía de todo tipo, nuestro país debe tener la inteligencia y la capacidad de integrarse vendiéndole cada vez más valor agregado. Ese es el verdadero desafío.
Es en ese marco global y sostenible en el tiempo, que la coyuntura permite que los agoreros de siempre sobredimensionen la capacidad de daño que pueden tener lo que la Presidenta denominó “buitres desplumados”, o la presión de los exportadores de que se les suba el tipo de cambio, cuando están consiguiendo de nuestro país un negocio sin plazos y sumamente rentable como es, por ejemplo, el de satisfacer la creciente demanda de los países que crecen y se industrializan. No es que Louis Dreyfus Groups, Bunge Cerval, Cargill o Nidera –que aceptan para fin del año 2014 el dólar de la soja a $ 5,60 (el valor oficial menos el 35% de las retenciones), cuando al “blue” lo hacen valer el doble (de hecho no podemos ignorar que la interrelación e interacción existe y un reflejo son las cuentas no declaradas a la AFIP)– no lo sepan, al contrario, pero priorizan satisfacer la demanda mundial que es su negocio de mediano y largo plazo.
El problema y la solución residen en que tenemos que apuntalar la industria que nos permita sustituir importaciones, para una vez desarrollada incluso poder exportar bienes industriales y, de esa manera, generar un círculo virtuoso de acumulación y distribución que nos contemple a todos.
Pero racionalizar ese problema y buscar esa solución debe ser tarea exclusiva del Estado, no se le puede dejar al mercado –como se hacen llamar las grandes corporaciones que actúan y son decisivos en ellos–, porque la ganancia en lugar de distribuirse se la apropian y la fugan, como hicieron siempre que se los dejó.
John Maynard Keynes afirmaba en su Teoría General que el deber de ordenar el volumen de la inversión no debía dejarse en manos de los particulares. Y en una apología y propuesta de la intervención pública directa en materia de gasto, manifestaba su defensa de poner en manos de las autoridades públicas “…quienes sí tienen medios y posibilidades de realizar un cálculo más racional y ajustado de la eficiencia marginal del capital, las decisiones de inversión de la economía”.
Las corporaciones mediáticas difunden un panorama tendiente a lo que esperan sectores concentrados: un cambio de gobierno a partir del 10 de diciembre de 2015 que modifique el marco regulatorio e institucional para favorecer al capital. Es la misma vieja idea que planteó José Martínez de Hoz en su triste discurso del 2 de abril de 1976 en que dijo que había que liberar las fuerzas productivas. Las mismas palabras fueron expresadas el 28 de noviembre de 2014, en el Foro de Convergencia Empresaria, donde están las empresas agrupadas en la Asociación de Productores de Siembra Directa, la Asociación de Bancos de la Argentina, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, la Asociación de Empresarios de la Argentina, la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina, la Cámara Argentina de Empresarios Mineros, las Confederaciones Rurales Argentinas, la Sociedad Rural Argentina y la Unión Industrial Argentina, y que fue expresado por Luis Betnaza, un alto funcionario del Grupo Techint: “El mercado le va a ganar al Estado, el debate es cómo liberar las fuerzas productivas”.
La respuesta del Gobierno, por boca de su ministro de Planificación, no se hizo esperar: “Cuáles serían los resultados para Techint –y no es difícil imaginar el destino de sus trabajadores– si el Estado le quitara todas las prerrogativas, subsidios y beneficios antidumping que detentan? ¿A quién le vendería la compañía con domicilio en Luxemburgo sus caños sin costura si el Estado no avanzara con el Gasoducto del Noreste? ¿Qué sería de Techint sin la demanda persistente para la obra pública del Estado nacional, de las provincias y de los municipios?”.
Lo mismo podemos decir ahora de las expendedoras de combustible que se pasaron pregonando la internacionalización del precio cuando el barril de petróleo superaba los 100 dólares y ahora, que bajó a 55 dólares, piden la intervención estatal. O sea, el Estado es bueno cuando le sostiene los precios por fuera del mercado, pero es malo si pretende regularlos.
Por eso, 2015 va a ser un año difícil, no porque no se puedan conseguir los dólares para pagar las importaciones, los servicios de la deuda y todas las obligaciones en divisas (incluido si se acuerda o no con los fondos buitre), sobre lo que dicen temer los escribas a sueldo de las corporaciones (esas que son la base de las agrupaciones empresariales nombradas) y hacen proyecciones de distintas alternativas sin que ninguna se cumpla. Es importante este año que empezó porque es un verdadero año bisagra en el cual, o retornamos a lo mejor del kirchnerismo y de todo gobierno nacional y popular que se precie de tal, defendiendo nuestro trabajo, nuestra producción y nuestro futuro, y armando una estrategia para tal fin (con claras leyes de cómo se distribuyen los ingresos, a quiénes le vendemos y cómo nos financiamos), o se cede a la liberación de las fuerzas productivas que proponen Martínez de Hoz y Betnaza, y ese camino de enriquecimiento de ellos y pobreza nuestra ya lo vivimos y ya lo conocemos (o deberíamos conocerlo).
No podemos dejar por defensa propia que las corporaciones nos digan a quién votar, quién nos va a gobernar y quiénes van a ser nuestros representantes, no podemos hacer como los troyanos que aceptaron, y de buen modo, el caballo de madera, debemos elegir a los que defienden nuestro trabajo y nuestro esfuerzo, que nos dicen claramente cuál es el trabajo y cuáles son los frutos.
De otro modo, como bien escribió Mariano Moreno en su prólogo de la traducción que hizo del Contrato Social de Rousseau: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía”. Entonces los del eterno retorno tendrían razón.
Miradas al Sur - 4 de enero de 2015