Por el chori, por la coca y por ella

Rocío Cereijo
Banderas de todos colores: grandes, medianas y chicas; carteles improvisados en cartones, choripanes, hamburguesas, panes rellenos, cerveza, gaseosas, muñecos de papel maché, bombos, merchandising nacional y popular, pequeños zeppelines y todo lo que hace a la mística de las movilizaciones peronistas - kirchneristas.

La marea popular comienza a llegar a la Plaza de los Dos Congresos desde temprano; algunos, incluso, están desde la tarde anterior. Militantes políticos y sindicales de los distintos puntos del país se acercan a escuchar el último discurso de apertura de las sesiones legislativas de la Presidenta Cristina Fernández y luchan internamente para que la nostalgia no venza el objetivo de su presencia: demostrar, una vez más, que las calles son del pueblo.

Desde la avenida 9 de Julio, es difícil encolumnarse para ingresar a la plaza. El vallado dispuesto para el paso de la presidenta en automóvil recorre la Avenida de Mayo y se interna en calle Rodríguez Peña. Rápidamente se llena de personas que intentan ver su paso.

—Dale Romina, que nos vamos a perder.

La piba no tiene ni veinte años, entrelaza sus pies en la valla para lograr un poco más de altura y a los gritos dice que no le importa, que quiere verla pasar y saludarla. Su organización sigue camino al Congreso y ella promete alcanzarla más tarde.

Es mediodía y la plaza está casi llena; el operativo de seguridad comienza a inquietarse. Ahí viene, saludando con los dedos en ve, radiante, dejando de lado atrás el color del luto. Sonríe y no deja de agitar su brazo, mientras los granaderos a caballo acompañan el andar de los autos.

—Te juro que en los malos momentos, los pibes siempre vamos a estar.

Dentro y fuera del Congreso se escuchan al unísono los mismos cánticos. Cuando la locutora oficial anuncia las formalidades y su presencia, el público estalla. Cuando se canta el himno, también. Militantes jóvenes y viejos, eufóricos, alzan sus manos haciendo la ve y entonan uno de los símbolos patrios que más se resignificó durante estos últimos años.

Es tanta la gente que ni los oídos ni los parlantes dan abasto. Sólo en el medio de la plaza es posible escuchar y ver el discurso con claridad. Una plaza que ahora está llena; incluso dentro de los espacios verdes enrejados, donde algunos viejos aprovechan a sentarse para estar atentos durante las próximas horas. En las calles laterales no se logra oírla y algunos aprovechan para bailar murga al ritmo de los bombos o para comerse un chori; otros, estáticos, se concentran en escucharlo a través de sus auriculares.

Y ella chicanea, no le tiene miedo a nadie. Cada vez que pronuncia una de sus frases picantes, el público estalla; también cuando anuncia las conquistas populares de los últimos doce años. Pero, sobre todo, cuando habla de lo que está por venir; de las nuevas medidas que impulsará este gobierno. Y ahí viene, como de costumbre, sorprende con un nuevo proyecto: los ferrocarriles tendrán administración estatal.

Y los viejos se emocionan, porque la vivieron. Y los jóvenes, también; porque no hace falta vivirla para entender lo que esto significa. Pero, tranquilos, se viene una nueva frase que los hace reír:

—Perón estatizó los ferrocarriles. Un candidato dijo que compartía los principios del peronismo. Me imagino que la bancada del PRO va a apoyar ahora la estatización de los ferrocarriles.

Una vez más las risas y los aplausos. No importan ni la lluvia ni las casi cuatro horas de discurso. De eso se ocupan las grandes corporaciones mediáticas, que harán énfasis en la duración y no en la calidad de un discurso; en la mentira de los concurrentes que llegaron hasta la plaza “por el chori y por la coca”; en maquillar los números de concurrencia y en malinterpretar un mensaje presidencial que apunta, entre otras cosas, a combatir la corrupción judicial. No importa, no hace falta ser kirchnerista para saber cuáles son sus intereses; sólo es necesario no querer ver la realidad frente a sus ojos.

Ella termina su discurso en el Congreso y afuera llueve, aunque son pocos los paraguas que intentan impedir que los militantes se mojen. Llueve, pero nadie se fue. Sale y, rápidamente, emprende el retorno. Esta vez, saca la mitad de su cuerpo de la camioneta para saludar, mientras los empleados de seguridad se desesperan. Está aún más radiante que cuando entró, más combativa, porque sabe que, una vez más, defendió los intereses del pueblo. Y ese pueblo la seguirá acompañando.

Las organizaciones comienzan a retirarse de la plaza del mismo modo que entraron: cantando y agitando sus banderas. Hasta la noche las pizzerías cercanas al congreso se llenan y basta con que desde una mesa se comience a cantar la marcha peronista o los cánticos kirchneristas, para que el resto las sigan. Y a los que no les guste, al menos hasta el 10 de diciembre, deberán bancarse este país de ovarios.

Agencia Paco Urondo - 2 de marzo de 2015

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