Los ’90 globales
Sandra Russo
Hace dos semanas, me esforzaba en este mismo espacio para intentar desencriptar, aunque sea un poco, algunos ítem de los distintos tratados de libre comercio que Estados Unidos negocia en diferentes regiones del mundo, todos ellos con una zona opaca a la que los pueblos no tienen acceso. Digo “me esforzaba” porque a todos nos gusta entretenernos, incluso a los que escribimos, pero estamos en una instancia en la que hay que considerar la pulsión de esta época al entretenimiento como una de las piezas clave que permiten moverse con tranquilidad a los factores del poder real. Mientras esa pulsión, que antes estaba reservada a un género periodístico o televisivo, ha revestido la torta global como un glasé y cada vez menos gente soporta leer de corrido notas ásperas y complejas, el mundo se vuelve a cada instante más áspero y complejo.
En aquel caso, el tema era el TTIP y su cláusula madre, la ISDS, que plantea que en los futuros litigios entre las grandes corporaciones y los respectivos Estados, no intervendrá la Justicia del Estado en cuestión sino un equipo de árbitros privados. Eso equivale al desmantelamiento de los andamiajes jurídicos europeos y el asomo de una Justicia privatizada y al servicio del mercado. Se sugiere repasar la última oración. Si logran darle cuerpo a esa Justicia privatizada –o logran imponer, como en el caso escandaloso de la FIFA, la Justicia extraterritorial de Estados Unidos no ya porque el dinero haya pasado por su territorio, sino porque un correo electrónico que pasó por un servidor norteamericano también puede ser usado como prueba y habilitar la actuación de la Justicia de ese país–, estaríamos en presencia de la maniobra más brutal del neocolonialismo, que ya no pasa por la extensión territorial sino por la ampliación de su jurisdicción para dictar reglas de juego.
La escala de la maniobra es global. Esta semana, muy lejos de Estrasburgo, en Panamá, nuevas filtraciones de Wikileaks permitieron saber algo de cómo se están desarrollando las frenéticas negociaciones secretas del TISA (Trade in Services Agreement). Según un informe del periodista Marco Gandásegui, cincuenta países llevan adelante esas negociaciones, asesorados por funcionarios de Estados Unidos y la Unión Europea. Como el TTIP, el TISA plantea un cambio radical en el orden mundial: se trata en todos los casos de alianzas neoliberales de dimensión planetaria, y ponen sobre la mesa el nuevo y verdadero objeto de lucha, que es el geopoder. Para asegurárselo, Estados Unidos apura esos tratados, antes de que China y Rusia, por un lado, tienten a los diferentes países miembros con negocios más convenientes, y por otro antes de que el secreto trascienda y en los distintos países se construya masa crítica para rechazarlos.
El TISA abarca telecomunicaciones, servicios financieros, seguros y transporte, comercio electrónico, entre otros rubros cuyas condiciones de intercambio se pretende dejar regulada ya con la firma del tratado. Lo urgente que hay que entender es que esas regulaciones que vienen en combo con los tratados vulneran en casi todos los casos las respectivas leyes nacionales, autonómicas o municipales. Es decir: mientras a la luz del día distintos foros internacionales profundizan la necesidad de regular los mercados financieros y sobre todo a su carroña, que no es una excepción sino un subproducto inherente a esta etapa del capitalismo, desde el poder central de Occidente se intenta firmar bajo cuerda tratados que no tienen por objeto comerciar libremente, sino ganar la pelea de la hora, que como hemos visto los argentinos con el bizarro caso del juez Griesa, es la pelea por la jurisdicción. Las corporaciones, como los buitres, que las inspiran, quieren asegurarse una jurisdicción propia, que las ponga a salvo de cualquier regulación futura, sobre todo cuando en Europa del sur se insinúa la inspiración de un cambio.
De acuerdo con el informe de Gandásegui, están negociando el TISA y de hecho aceptando los cinco años iniciales de secreto que supone el tratado, todos los países latinoamericanos que integran la Alianza del Pacífico, a los que se suman muchos países asiáticos. La exigencia mayor es que se eliminen todos los controles de los mercados financieros, incluso sus residuos derivados de la crisis de Wall Street de 2007. Va de suyo que los países que lo firmen quedarán a expensas de los buitres, aunque finalmente muchos de esos países firmen como fachada nueva legislación global al respecto.
En paralelo a estos esfuerzos secretos cuya opacidad sólo se explica por su propia naturaleza predadora, hay otras señales que indican que, en efecto, si hay un círculo rojo, no es autóctono ni mucho menos está integrado por periodistas de una señal local opositora. Lo más parecido a un círculo rojo que se conoce se reúne una vez por año en Holanda o en Austria –donde nació el neoliberalismo en los ’50–, y se llama Grupo de Bilderberg. Lo que más se sabe del Grupo de Bilderberg es que no se sabe nada. Año tras año se reúnen, como a principios de este mes, en una localidad del Tirol austríaco, sin que ninguna cobertura periodística de un gran medio se esfuerce en dar cuenta de lo que allí sucede. Es más: este año hubo periodistas de grandes medios invitados, pero a condición de que no revelen qué escucharon. Vaya si no hay que repensar a qué se le llama periodismo.
El secreto, sin embargo, se fragmenta un poco cada año. Esta vez el Grupo inauguró una página web con consideraciones tan generales que parecían pronunciadas por Sandra Bullock en Miss Simpatía. Trascendieron algunos nombres de los cien invitados anuales, aunque se presume que ni siquiera ellos son los dueños de la torta y su glasé, sino sus CEOS, sus altos ejecutivos, sus delegados. Estuvieron, como el año pasado, representantes de Google y Yahoo!, presidentes de empresas como Airbus, Lockheed Martin, Chevron, Exxon Mobil, BP, AT&T, Bell-South, además de los dueños de algunos grandes bancos como el Santander, más los primeros ministros de Austria y Bélgica, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, o el ex presidente de la Comisión Europea José Manuel Durao Barroso. La invitación que más impresión causó fue la de Pedro Sánchez, actual secretario general del PSOE español, ya que no hubo invitación para nadie del PP. El Grupo de Bildenberg, al parecer, pone en el PSOE sus esperanzas en las elecciones generales españolas de este año.
Algunas ideas que trascendieron de la reunión, según el periodista Carlos Santamaría de RT, son la necesidad de cohesión de la elite global frente al desafío de nuevas grietas en su proyecto de gobernanza del mundo. El surgimiento de la multipolaridad es básicamente frente a lo que se pertrechan. Analizaron casos puntuales que consideran amenazantes, como la reciente ley de impuesto a la herencia ecuatoriana. Quieren evitar réplicas. Discutieron también la necesidad de concentrar poderes político-militares, y dónde creen prioritario actuar. América latina es uno de esos lugares. El otro frente donde evaluaron que hace falta más acción es la ex Europa del Este y los países bálticos, destinados ya a la movilización de tropas de la OTAN con el pretexto de “la amenaza rusa”, no tanto por sus misiles, sino por sus gasoductos. También sembrarán más violencia en Siria y en Irak, combatiendo al terrorismo que ellos mismos formaron y reclutaron para sacarse de encima a tiranos que no les regalaban el petróleo. Uno de los análisis críticos que circuló después de la reunión y con la información que se obtuvo, es que ese círculo rojo concentra hoy la capacidad de “la organización del desorden controlado” en todo el mundo. Parece un cuento de Orwell, porque Orwell era un visionario.
Página/12 - 27 de junio de 2015
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