La fuga
La promesa de campaña del macrismo de que la sola llegada al poder de un gobierno de derecha desataría un shock de confianza hasta el momento no se concretó.
Por el contrario, con el desmantelamiento de las regulaciones para la compra de dólares –el mal etiquetado cepo– se agudizó la sangría de divisas del Banco Central. La información todavía no ha sido blanqueada a la opinión pública por la autoridad monetaria, que repite el comportamiento del Indec de ocultar datos que contrasten con el relato oficial de la revolución de la alegría. En enero y febrero, sin embargo, salieron en promedio 1750 millones de dólares por mes de las arcas del BCRA, contra el máximo de 723 millones mencionado anteriormente para 2015. Eso explica en buena medida la retracción de las reservas –de 2600 millones de dólares en lo que va del año, pese a que la liquidación de exportaciones de cereales y oleaginosas creció en 2500 millones de dólares en el mismo período–, y la necesidad de compensar ese drenaje con deuda.
El hecho de que la tasa de interés de referencia que fija el Banco Central a través de la licitación de Lebacs se mantenga en 38 por ciento demuestra que el gobierno no logró domar al dólar. Es decir, no consiguió generar la confianza que proclama. Cuando bajó esa tasa a 30 puntos se topó con un aumento de la cotización del billete hasta 16,10 pesos, invitando a una nueva ola de remarcaciones de precios. La respuesta defensiva del equipo de Federico Sturzenegger fue volver sobre sus pasos y poner la tasa nuevamente por las nubes. El problema de esa medida es que lesiona la actividad económica, por el aumento de los costos financieros para la producción y el consumo. Asegurar que la salida del “cepo” fue exitosa con este panorama es un ejercicio de ilusión colectiva.
El Banco Central ya tomó un pase por 5000 millones de dólares con la banca extranjera, del cual se consumieron 3500 millones en ochenta días. La aceleración de la fuga es lo que obliga al gobierno a apurar el endeudamiento. Por eso de Macri para abajo dicen que no hay plan B. Es el endeudamiento o el caos. No conciben otra solución, y para eso hay que arreglar con los fondos buitre. Desde la mirada de un empresario, que analiza si invertir o no en la Argentina, que el gobierno le diga que el futuro del país depende del humor de sus prestamistas no parece la mejor propaganda. Al mismo tiempo, esta estrategia conlleva una pérdida de soberanía económica frente a los mercados, que podrán imponer condiciones aprovechando esta debilidad. La “negociación” con los buitres lo demuestra. El oficialismo y la oposición que lo acompaña coinciden en que el acuerdo es de malo a malísimo, de caro a carísimo, pero “inevitable”. ¿Por qué? Porque de otro modo no habrá acceso barato a los mercados, y sin deuda no hay futuro. Como se planteó en esta columna hace dos semanas, asumir como propios los argumentos de la contraparte no puede llevar nunca a buen puerto.
Por otra parte, es discutible que el solo hecho de cerrar un arreglo con Singer, Griesa y demás buitres vaya a provocar una baja sustancial de las tasas de interés para emisiones de deuda. Seguramente tras ello será necesario tener un programa con el FMI, y luego ejecutar el recetario neoliberal completo.
El equipo económico podrá argumentar que la fuga de divisas no es falta de confianza hacia las políticas en marcha, sino que había una demanda reprimida que se está sincerando. Eso choca contra el pronóstico previo, en la campaña electoral, de que el triunfo de un gobierno como el de Macri haría llover dólares. Terminar con la administración de divisas y jugarse al plan deuda fue una decisión del oficialismo, cuyas graves consecuencias en materia de precios, pérdida de poder adquisitivo del salario, retracción del consumo, caída de la producción y aumento del desempleo están a la vista y habían sido alertadas. Atribuirlo a la herencia forma parte del entramado de ficción que despliega la prensa dominante.
El problema de fondo que debe afrontar Cambiemos es el mismo que desafiaba al kirchnerismo: la restricción externa. Pero mientras antes se buscaba resolver con un modelo de desarrollo productivo, basado en el mercado interno y la inclusión social, el actual gobierno postula el modelo de la valorización financiera. Este esquema se resigna a las reglas del mercado, que exige ajuste y reformas sociales regresivas, y a cambio ofrece cubrir el déficit de divisas con endeudamiento.
Si los créditos no se utilizan para atacar las causas estructurales de la insuficiencia de dólares que presenta la economía argentina, solo se estará pateando el problema hacia adelante, hasta que el canal del endeudamiento se interrumpa y sobrevenga otra crisis como las que se dieron en los ‘90 o el 2001. Mercedes Marcó del Pont, ex presidenta del Banco Central, advirtió en la semana sobre este punto. Medidas como la vuelta al endeudamiento, la desregulación financiera y la apertura comercial agravan el panorama, ya que a futuro crecerá la salida de divisas por la creciente carga de intereses de la deuda; se expondrá a la economía a los shocks que provoca la huida de capitales golondrina frente a cualquier evento nacional o internacional, y se dañará a la industria nacional con las importaciones, aumentando el déficit comercial.
“El Gobierno hizo un mal diagnóstico. Desmantelando todos los mecanismos de regulación cambiaria pensó que iban a entrar dólares, pero por la cuenta capital se observa una mayor fuga. Esta tendencia de dolarización de carteras se va a acentuar por la liberalización de importaciones, en especial en el segundo semestre, que es cuando supuestamente debería empezar la recuperación que promete el gobierno”, señaló la economista de FIDE. “Se visualiza una sustitución negativa de importaciones que agravará la restricción externa”, agregó, y a la vez esa trayectoria del comercio exterior empezará a configurar una reprimarización de las exportaciones. “Es un escenario peligroso. El aumento de las tasas de interés es el reflejo de que las expectativas de devaluación no se despejaron. En un escenario internacional complejo, con Brasil en una grave crisis y una enorme volatilidad financiera, lo recomendable son más políticas macroprudenciales, no menos”, completó, en referencia a la eliminación de regulaciones por parte de la autoridad monetaria para la entrada y salida de moneda extranjera. La libertad a las multinacionales para repatriar utilidades a sus casas matrices forma parte del mismo cuadro preocupante que describió la ex funcionaria.
Esta semana, mientras el Gobierno ponga toda su energía en cerrar el trámite legislativo para pagarle a los fondos buitre, la Unión Industrial Argentina y el estudio de Orlando Ferreres darán a conocer sus mediciones sobre la actividad fabril en febrero. Ambos relevamientos mostrarán caídas importantes en la gran mayoría de los sectores manufactureros, en línea con lo que había ocurrido en enero, y como también sucede en la construcción y en el comercio. Pero, como se ve, las prioridades para el equipo de la JP Morgan no pasan por ahí.
Página/12 - 19 de marzo de 2016