Un espacio de explotación económica
La superficialidad con la que el presidente Mauricio Macri y su gabinete abordaron el tema Malvinas, con anuncios sobre la discusión de la soberanía y sus desmentidas posteriores, es una consecuencia de su matriz neoliberal: allí la soberanía es un tema menor, no prioritario, casi una molestia ante temas más relevantes como la “inserción en el mundo” y los estímulos a los grandes jugadores económicos locales y mundiales para que elijan a nuestro país como territorio para sus inversiones.
Ya en 1997 el actual Presidente lo decía sin eufemismos: “La verdad es que los temas de las soberanías con un país tan grande como el que tenemos nunca los entiendo mucho. Nosotros no tenemos un problema como los israelíes que tienen problemas de espacio... creo que las Islas Malvinas serían un fuerte déficit adicional para la Argentina”.
Gobernar es asegurarle a “los mercados”, es decir a los grandes jugadores económicos locales y mundiales, libertad de movimientos en un mundo sin límites geográficos. Siguiendo este punto de vista, ya lo hemos dicho, Macri propone un Estado que se comporta como un canchero: como el que prepara la cancha –crea todas las condiciones– para que los actores privados jueguen su juego de maximización de beneficios.
Desde esta perspectiva, la dirigencia neoliberal en el mundo –el macrismo entre ellas– tiende a expresar más los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales –a las que hay que seducir respondiendo exactamente a sus demandas– que a los intereses nacionales. Por eso, Macri no entiende los temas de soberanía, los trata con liviandad, se confunde de tal modo que nos produce vergüenza como argentinos. Porque la soberanía de las Islas es un tema que está obligado a abordar como Presidente, por el fuerte peso en la sensibilidad y la cultura de los argentinos, pero que no forma parte de su estrategia de gobierno. La soberanía de Malvinas no sólo no es parte de su rol de “canchero” sino que de algún modo lo interfiere. Su agenda es la que acordaron su canciller, Susana Malcorra, y el vicecanciller británico, Sir Alan Duncan: entre otras cosas, la revisión de la legislación argentina que limita la explotación económica británica en la plataforma continental argentina del Atlántico sur. Nada más y nada menos que la remoción de las disposiciones jurídicas o legislativas que defienden el interés nacional en la zona en litigio, para que los grandes jugadores económicos puedan jugar sus partidos libremente.
Sir Duncan fue concluyente: el diálogo no incluye la cuestión de la soberanía porque el Reino Unido continúa con su fuerte apoyo al derecho de los isleños a su autodeterminación y no habrá cambios en ese aspecto a no ser que los isleños así lo deseen. Entonces, ¿cuál es el núcleo de la agenda del diálogo? La revisión de las medidas que restringen la industria del gas, el petróleo, la pesca y el embarque en el área de las Islas.
De este modo, queda en evidencia el contenido que el macrismo le atribuye a la palabra diálogo: es el intercambio entre dos partes en torno al interés de una sola de ellas. Nada de soberanía. Y sí discusión sobre los temas que les interesan al Reino Unido y a los grandes jugadores económicos mundiales. En este contexto, por supuesto, la ampliación de los vuelos a las Islas no parece un tema trascendente.
El macrismo aplica la misma palabra, con el mismo contenido, a los trabajadores argentinos: los llama a dialogar con la agenda de una sola de las partes –la de los empresarios –la que conduce a la reducción de sus salarios reales. El diálogo así planteado, sobre la agenda y el interés de una sola de las partes, es la negación del diálogo o su imposibilidad. Es rendición incondicional: pura aceptación.
En ambos casos, el macrismo es el canchero que convoca a escenografías de diálogo para que en su interior sólo se imponga la agenda y el interés de un único y recurrente actor: los “inversores” nacionales e internacionales, el gran sujeto al que hay que seducir para que elija nuestro territorio en competencia con todos los restantes territorios del planeta.
En ese mundo global, donde los inversores deben ser seducidos con beneficios crecientes, no existen las historias nacionales ni las memorias sensibles de los pueblos. No hay soldados caídos ni familias que perdieron a sus hijos adolescentes. Tras ese manto de neblina no hay un pedazo desgajado de la Nación argentina. Apenas hay un espacio de explotación económica que hay que liberar a las fuerzas del mercado.
Por eso, Malvinas no es sólo una causa histórica. En nuestras Islas no sólo brilla la memoria de miles de jóvenes lanzados a una guerra absurda. Ni la persistencia injusta de una fuerza colonial. En ellas o a través de ellas explota como una fiebre incontrolable el síntoma del neoliberalismo macrista: su absoluta incapacidad de expresar los intereses nacionales. Y cuando, por cálculo político, por conveniencia, por sugerencia de asesores de imagen, deciden hacerlo, lo hacen muy mal, se les nota su superficialidad y su incapacidad, producen vergüenza.
Por eso, Malvinas es una causa del presente. Porque lo será hasta que se resuelva a favor de la Argentina la discusión sobre su soberanía. Porque así lo establece la Constitución Argentina al declarar el carácter imprescriptible del reclamo sobre ellas. Porque existen las culturas nacionales y, en la nuestra, Malvinas es un lugar de resistencia y de identidad.
Desde el Parlamento nacional haremos valer los intereses nacionales en la discusión por Malvinas ante un gobierno que no sabe, no puede y no quiere expresarlos.
Página/12 - 27 de septiembre de 2016