10 años de crisis
El estancamiento y posterior recesión que surgen de una crisis financiera no necesariamente son endémicas. Es posible recuperarse articulando “colchones de seguridad”, explica Eugenia Correa, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México y directora de la revista Ola Financiera. Indica que el mundo ha ido hacia una concentración de la banca, posibilitada en parte por la tendencia hacia la autorregulación del sector. Su contracara es la destrucción de sectores productivos clave para el crecimiento económico y una creciente fragilidad laboral. En su visita a Buenos Aires invitada por el IADE para la IV Jornada de Desarrollo, la economista mexicana dialogó con Cash sobre los mecanismos de especulación traducidos en una muy fuerte alza de los precios de las tierras agrícolas y en el redireccionamiento de la inversión extranjera directa.
A diez años del estallido de la crisis financiera, ¿qué análisis hace de la situación actual a partir de la evolución que se observan en las dimensiones socioeconómicas?
–Estamos transitando un momento donde la inversión, la producción y el crecimiento están muy estancados. Hay polos de crecimiento muy importantes, tanto sectoriales como territoriales. China sigue creciendo, por ejemplo, pero en general, las recuperaciones han sido pequeñas y de muy corto plazo. En el largo plazo tenemos estancamiento económico. Ya se esperaba este resultado.
¿Por qué?
–En una crisis financiera, hay recesión y luego estancamiento. Si se implementan malas políticas, la recesión se prolonga por muchos años. Con políticas no tan malas, se va al estancamiento durante al menos diez años, y con políticas buenas es posible evadir los efectos de la crisis en dos o tres años. Pero para ello es necesario construir “colchones de seguridad”: mantener las condiciones laborales, como el nivel de empleo y el salario, para evitar que el consumo de la población baje mucho. No hay que destruir capas de sectores productivos importantes, evitar que caigan en pirámide y generen un efecto dominó, sobre todo los pequeños y medianos. Ese colchón permite que la salida sea más rápida.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que el empleo vulnerable a nivel mundial representa el 46 por ciento del total del empleo.
–Se deterioraron las condiciones de contratación y cayó mucho el nivel del salario real. En general, hay una alza de los alimentos, después de la crisis, que hizo caer en la pobreza –incluso en la pobreza extrema– a sectores importantes de la población. La especulación en alimentos también favoreció a los especuladores de Chicago, ni siquiera a los grandes productores agrícolas sino, directamente, a los especuladores. La contracara es el deterioro de las condiciones de trabajo y el desempleo. La fragilidad laboral implica menos empleo, menos horas de trabajo, recortes en las jornadas, jornales por hora, subasta de empleos, todo eso hizo que se deteriorara el poder adquisitivo de la población extendiendo aún más la crisis.
¿Qué opina del hecho de que el alza del precio de las tierras agrícolas haya sido mayor que el de otros productos?
–El alza de los precios de las tierras agrícolas y la concentración económica la habíamos vivido en la década de 1990; ahora retomaron esa área para la especulación: compran tierras que tengan alguna capacidad futura de producción y venden instrumentos de deuda para financiar esas compras. Esos instrumentos de deuda son colocados en el mercado financiero internacional, a la espera de que esas tierras generen mayor rentabilidad. Eventualmente son tierras mineras o tierras agrícolas. En México, más de una tercera parte del territorio está concedido a empresas mineras que ni siquiera las están explotando. No están sacando el oro o la plata, simplemente las mantienen por las expectativas de que en algún momento haya oro y plata en ellas. Simplemente se compran las tierras, se venden a los productores financieros y se pagan las comisiones a todos aquellos que hicieron el marketing de esos productos. Entonces, el negocio es cobrar esas comisiones y luego colocar esos bonos como parte de las colocaciones de los grandes fondos de inversión.
¿Esta descripción se relaciona con lo que usted llama “re-direccionamiento de la Inversión Extranjera Directa”?
–Es parte de eso. Los fondos de inversión están manejando millones de dólares de las grandes corporaciones que colocan allí. Esos fondos compiten para tener elevadas rentabilidades, para eso componen sus carteras con diferentes tipos de valores, de instrumentos derivados, que tienen alto rendimiento aunque alto riesgo también. Mientras tanto, ofrecen rendimientos a los accionistas y así elevar el precio global de las inversiones financieras.
Existe cierto consenso en que la crisis financiera ha consolidado la concentración de la banca a nivel mundial. ¿Cuáles son los principales rasgos de ese tipo de concentración?
–En 1999 estuvo a punto de estallar una crisis financiera como la de 2007. Una forma de detenerla fue la fusión de los grandes bancos. Las estadísticas muestran una ola de fusiones bancarias en ese año, coincidente con el año en que se aprobó la llamada “Ley Citi” (por el Citibank). Esa ley permitió a los bancos operar en los mercados como bancos integrados, es decir banco comercial y banco de inversión. Fue allí que el Citi se fusionó con el Travelers Group.
¿Qué consecuencias trajo esa norma en el mercado bancario?
–Por varios motivos no se previó en Estados Unidos fue cómo enfrentar eventualmente una quiebra de entidades financieras no bancarias. En primer lugar, no era políticamente correcto hablar de esos temas. En segundo, implicaba a muchísimos fondos. Y por último, porque siendo sólo intermediarios a nivel financiero podían acumular algún tipo de riesgo. Entonces, que la ley permita reunir las actividades bancarias con las financieras lleva a que las entidades financieras también puedan hacer negocios de base comercial, tengan exposición y, por lo tanto, necesiten ser rescatadas. Y eso fue lo que sucedió en 2007 con Lehman Brothers, con Goldman Sachs, con Merrill Lynch.
Se observa una tendencia institucional a la autorregulación de la banca. ¿Qué rol cumple el sector para lograr la instalación de esos mecanismos?
–Fue un proceso bien paulatino, desde que surge Basilea I en la década de 1980, los gobiernos empezaron a requerir cuantiosos recursos para poder regular a las entidades financieras: ir a los bancos, revisar sus balances, ejecutar medidas de seguridad dentro de los balances. Cada vez era más complicado llevar a cabo esas tareas y, por supuesto, más costoso para la entidad supervisora. Cuando la entidad reguladora decidió cobrar por los gastos que suponía supervisar a los bancos, los banqueros se negaron. Rápidamente, las entidades reguladoras advirtieron: “si no pagas, no te puedo regular, y no podrás operar”. Y los bancos respondieron: “no quiero pagar, no me regules, nosotros podemos autoregularnos”. Fue así que se resolvió la autoregulación desde 2007, aunque se fue forjando desde la década de 1980 con Basilea I, Basilea II, luego Basilea III y así.
¿Por qué son importantes las regulaciones?
–Lo interesante es que hacen partícipes a las agencias de riesgo, que califican las carteras de activos de los bancos y les dan determinados niveles de riesgos (A, doble AA, A-, etcétera). Los bancos pueden colocar más o menos reserva según la calificación que reciben de sus valores. Las calificadoras de riesgo, que ya eran importantes para la operatoria del mercado en su calidad de “orientadoras de los inversores” acerca de qué tipo de adquisición estaban haciendo y el riesgo que estaban adquiriendo, se convirtieron en parte interna del proceso de regulación bancaria. La regulación que llevan a cabo las calificadoras se percibe como una regulación acordada en Basilea por una entidad supranacional y aparentemente técnica, aunque en realidad no es ni tan técnica ni tan supranacional.
¿Cómo se logra instalar que, con estos mecanismos, los bancos centrales sean prestamistas en última instancia?
–Muy tempranamente se crea el Banco de Inglaterra y, luego, los demás bancos centrales hacia fines del siglo XIX aunque casi todos en el siglo XX, La Reserva Federal de Estados Unidos es del siglo XX. Es relativamente reciente la existencia de un emisor único; antes había diferentes bancos emisores que emitían diferentes tipos de pagarés que circulaban como billetes y que tenían más o menos respaldo sobre la credibilidad o confiabilidad con que se generaban esas operaciones. Los bancos centrales comienzan a aparecer para dirimir las competencias y conflictos que tienen los bancos comerciales, porque hay evidentemente mucha desigualdad entre los diferentes participantes en el mercado cuando hay distintos emisores que tienen capacidad de crear dinero. Entonces surgen los bancos centrales como árbitros, pero son árbitros como partícipes del mismo sistema financiero y además con una enorme participación en los mismos bancos privados. Los bancos centrales siempre han estado dirimiendo los conflictos que, eventualmente, puedan tener los bancos con otros grandes conglomerados que no crean dinero pero que tienen un enorme poder en el mercado para el establecimiento de precios.
Suplemento CASH de Página/12 - 20 de agosto de 2017