40º aniversario del "Cordobazo": el "Gringo" Tosco y sus circunstancias
Otra vez más la Etica triunfa en la Historia. He estado en Córdoba para llevar al público joven mis recuerdos del Cordobazo. Cuarenta años después. Quedó en claro en todos los actos el desprecio profundo hacia los dictadores de turno de aquella época y de sus obedientes uniformados. Y por supuesto de sus civiles que llegaron a cualquier traición a los principios éticos con tal de alcanzar poder.
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Y límpidos, así, límpidos, con la fuerza de esa palabra, los herederos del pueblo. Los que pusieron el rostro en la primera fila de la gente en la calle. La voz, el coro, la protesta como única arma, pero la razón de esa protesta contra los represores, los defensores de los intereses sucios del egoísmo. Ese Onganía, ese general estreñido, el monumento al egoísmo y de la orden del grito y el cuerpo a tierra.
Los trabajadores y los estudiantes, qué conjunción. El basta a la dictadura militar, el sí al derecho a la libertad, el sí a la vida digna, el no al mandoneo, a las rejas, a la humillación diaria. Y en todos los actos, en todos los seminarios surgió una figura. Agustín Tosco, el Gringo. Allí, con su traje de trabajo en el medio de la primera fila haciendo frente a los lanzagases y a los siniestros bastonazos de aquella policía.
Después de regresar de Córdoba, al día siguiente fui a visitar la cárcel de Ezeiza, de mujeres. Presas “comunes”. Les hablé a ellas de los ideales de mayo y de aquella increíble asamblea del año trece que prohibió “para siempre” el uso de tormentos en la averiguación de delitos. 1813. Ciento veinte años después el militar Uriburu oficializaba de facto el uso del invento argentino: la picana eléctrica del comisario Lugones. Y 160 años después, Videla, Massera y Agosti la utilizaron como utensilio diario en los lugares de detención. Y ya en nuestros días el occidental y cristiano, Bush oficializaba la tortura en Guantánamo. Cuando me oyen, las presas de Ezeiza despuntan una sonrisa burlona como diciendo “todo sigue igual”. Tres de ellas muy jóvenes me hablan para decirme que no se les permite estar con sus pequeños hijos porque ellas son menores de edad. Una de ellas es ya madre de tres niños. Se quejan porque los organismos de derechos humanos nunca las visitan. Tienen urgencia de confiarles sus sufrimientos. “Por aquí, nunca vienen”, me dicen y me miran con ojos muy tristes, sin esperanzas.
Hace mucho frío. He tenido que darles la clase en un salón sin calefacción, pese a la temperatura. Tengo luego que caminar por los playones de la cárcel más de un kilómetro hasta la salida porque no hay servicio de transportes. El diablo debe estar gozando, me digo. Y pienso en las largas prisiones que sufrió el gringo Tosco en estas tierras de las espigas de oro.
*Osvaldo Bayer nació en Santa Fé en 1927. Estudió Historia en la Universidad de Hamburgo de 1952 a 1956. De vuelta en la Argentina se dedicó al periodismo, a la investigación histórica y a guiones cinematográficos. Trabajó en los diarios Noticias Gráficas, en el patagónico Esquel y en Clarín, del cual fue secretario de redacción, y en diversas revistas. Fue secretario general del Sindicato de Prensa de 1959 a 1962. Por el libro La Patagonia Rebelde y el film del mismo nombre fue perseguido y tuvo que abandonar el país en 1975. Vivió en el exilio, en Berlín, hasta su regreso a Buenos Aires, en 1983. Actualmente colabora en Página/12.
[color=336600] Fuente: Página/12 - 06.06.2009[/color]