Adiós, chau
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Ayer, domingo, las urnas lapidaron a unos cuantos actores de la vieja elite política uruguaya. Y las razones no fueron precisamente las biológicas, esas que naturalmente determinan la caducidad de los hombres. No lo fueron porque tanto el presidente electo como el vice y quienes ayer desaparecieron son contemporáneos. Las diferencias de edad entre José Mujica, Danilo Astori, Luis Alberto Lacalle, Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle son escasas. Por consiguiente deben buscarse las causas en otro lado.
Sanguinetti y Batlle tuvieron sus desafortunados minutos protagónicos cuando intentaron reeditar viejos fantasmas, y acusaron al FA (especialmente a dirigentes del MPP y al propio Mujica) de estar vinculado al caso Feldman (Batlle) o volvieron una y otra vez sobre el pasado guerrrillero del electo presidente, poniendo en duda sus convicciones democráticas. Nunca comprendieron que esa cualidad de haber sido guerrillero es parte, como dicen los griegos, de su areté, y que justamente ese pasado dio legitimidad a su personalidad.
Esa lógica de identificar a la izquierda con la violencia o con la idea de que desaparecerían los valores más caros a la sociedad uruguaya, dio resultado en un lejano 1971. Desde entonces a la fecha, ese tipo de campaña perdió fuerza hasta volverse, como en el presente, un bumerán contra sus promotores.
Mujica, con su“torpe aliño indumentario”, como le gusta decir citando a Antonio Machado, no sólo inauguró un nuevo estilo de presidente sino que sepultó con su triunfo a los más conservadores de una elite que supo gobernar el país.
Ayer murió el viejo discurso anticomunista, la postura aristócrata y patricia de un Lacalle que propuso un “baño para los pichis”, que tildó de asesinos y secuestradores a los miembros del sector mayoritario del FA, que propuso en nombre del mercado pasar la motosierra por el gasto estatal o terminar con la asistencia que brindó el PANES a “80 mil atorrantes”.
En definitiva se cerró un ciclo histórico, como señala en su columna Rafael Sanseviero. De ahora adelante, la derecha deberá buscar otra forma de hacer política. Esa quizá sea la razón que mantuvo a Pedro Bordaberry alejado de la campaña de Lacalle, o lo que motivó su silencio cuando Batlle y Sanguinetti volvieron a blandir argumentos que el tiempo oxidó.
Los ejes a manejar por los partidos tradicionales ya no podrán ser caos u orden, libre mercado o participación del Estado en la vida económica. Y en el caso de hacerlo no será en base a la reiteración de viejos discursos. La confrontación de modelo seguirá vigente, pero la oposición deberá buscar nuevos argumentos discursivos para defender el suyo.
En el horizonte asoman nuevos consensos sociales, nuevas formas de concebir las relaciones entre los distintos sectores que conforman la sociedad uruguaya. Las reformas impulsadas por el gobierno de Tabaré Vázquez empiezan a matrizarse como rasgos identitarios del país. Véase, por ejemplo, el escaso predicamento que tuvo la fórmula rosada cuando lanzó la idea de derogar el buque insignia de la reforma triutaria: el IRPF.
Los sectores más rancios de la derecha sufrieron una fuerte derrota ideológica porque, más que en 2004, cuando la gente dio una oportunidad al FA, ahora, después de cinco años de administración frenteamplista, el electorado ratificó el nuevo rumbo del país.
La muerte política de los Lacalle, Sanguinetti y Batlle es la expresión más clara de la apertura de un nuevo período en la historia uruguaya.
Al Frente le esperan nuevos pasos, entre ellos la reforma del Estado, la profundización del cambio en el sistema sanitario, orientar hacia mayor equidad la nueva política tributaria, crear un nuevo escenario educativo y encontrar salidas generalizadas a los planes de asistencia social, para que no sean de contención y permitan avanzar en la inclusión social.
Mujica ha dicho que esas tareas se harán con la participación de los actores que las comprenden. Eso lleva necesariamente a fortalecer las alianzas sociales de la izquierda, a recrear el bloque de los cambios. También a un protagonismo del que careció la fuerza política en este período.
La intención de los vencedores, y si se toman como ciertas las declaraciones de sus competidores, es ir hacia políticas de Estado en temas básicos para el Uruguay del futuro (energía, seguridad, ambiente y educación).
Éstas no surgirán del prorrateo de las posturas de los distintos actores sociales y políticos, deben estar matrizadas –así lo demandan los diferentes dirigentes frenteamplistas que en estos días conversaron con Brecha– por las líneas fundamentales del proceso iniciado en 2005.
Le corresponde al FA delinear el Uruguay del futuro. En ese proceso debe esperarse una postura distinta de los partidos tradicionales, que hasta ahora jugaron desde las posiciones más conservadoras. Tal vez la desaparición de los promotores del oscurantismo obligue a la dirigencia blanca y colorada a aceptar que junto con ellos murió el país conservador.
*Periodista
[color=336600]Fuente: Brecha - 30.11.2009[/color]