Balance a 100 años de la Revolución Rusa
Jorge Molinero * (Especial para sitio IADE-RE) | Pasado un siglo de la Revolución en Rusia, el siguiente trabajo invita a la polémica sobre su desarrollo e interpretación histórica.
En 1815, a escasos 26 años de la Revolución Francesa, sus ideales y trascendencia para la humanidad parecían estar derrotados. Libertad, igualdad y fraternidad parecían palabras vacías frente a la restauración conservadora de los regímenes monárquicos. Se caracterizaba a esa revolución como la irracional irrupción de las masas que condujeron al caos del jacobinismo y la “locura” de un Napoleón llevando a insensatas guerras de conquista hasta que el orden fue restaurado.
A cien años de la Revolución Rusa de Octubre sus ideales también parecen haber quedado en el olvido. La abolición de la explotación de los trabajadores parece una quimera que se desvaneció con la dura realidad del país que la vio nacer. Socialismo pasó de ideal a ilusión y comunismo un sinónimo de los años duros del stalinismo.
Pero si la primera etapa revolucionaria francesa duró menos de medio siglo, la Revolución Rusa y el sistema económico socialista sin propiedad privada de los medios de producción duró 74 años. Hoy, a un cuarto de siglo de la implosión de la Unión Soviética y del campo socialista, se puede hacer un balance de esta primera etapa, de los ideales que tomaron forma teórica con el pensamiento de Marx y Engels en el siglo XIX, y de los movimientos políticos que en el siglo XX trataron de llevarlos a la práctica.
Trataremos, en el pequeño espacio de un artículo periodístico, de hacer un resumen y balance de un proceso histórico que por su trascendencia debe ser analizado mucho más detalladamente (1).
Triunfo de la Revolución
El ascenso del movimiento socialista en la Europa de la segunda mitad del Siglo XIX estuvo influido por la dura realidad del capitalismo en su primera etapa de acumulación originaria, caracterizado por la más cruel explotación de los trabajadores, y el pensamiento socialista de Marx como guía para organización de la lucha contra el capital.
Esas ideas se plasmaron en partidos socialistas que fueron ganando el corazón y la voluntad de acción de amplias capas del nuevo proletariado industrial en el continente europeo, ya que el marxismo no fue influyente en las clases obreras de Gran Bretaña o el emergente Estados Unidos.
Las características del primer capitalismo fueron analizadas detalladamente por Marx, quien previó que llevaría -por la dinámica de las fuerzas desatadas y su lógica interna- a la concentración y al monopolio. No llegó a ver esa etapa y muere en 1883, cuando recién se estaba desplegando la etapa del imperialismo y el dominio del capital financiero aún no se había consolidado. La rapiña de territorios coloniales con el objetivo de garantizar las materias primas para el desarrollo del capitalismo metropolitano llevó en el siglo XX a las guerras inter imperialistas de 1914-1918 y más adelante a la de 1939-1945.
Las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial sobre la atrasada Rusia hacen crecer las perspectivas revolucionarias. La ceguera de los zares y la ineptitud de sus generales llevó al desastre a sus tropas, formadas básicamente por su amplia población campesina, mientras el hambre campeaba en las ciudades. Los terribles sufrimientos del pueblo provocaron, en febrero de 1917, el estallido de la insurrección que terminó con el gobierno de los zares pero fue comandada por partidos burgueses o socialistas sin una clara idea de los pasos a seguir. Esa revolución toma por sorpresa a los partidos más radicales, en especial a los bolcheviques de Lenin y a fracciones de otros movimientos, notoriamente a Trotsky, quienes vuelven a Rusia de sus obligados exilios en el exterior. Cuando en 1916 Lenin escribe “El Imperialismo fase superior del capitalismo”- caracterizando la nueva etapa como la hegemonía del capital financiero - ni imaginaba que un año más adelante sería el conductor del país más extenso del mundo.
Por las características de desarrollo desigual de Rusia (un mar de atraso agrario con enclaves de industrias avanzadas) Lenin abogó por combinar la etapa democrático burguesa con la socialista, y esa fue una polémica tanto dentro del partido bolchevique como con los demás partidos de los soviets. Los meses que separan febrero de octubre son los del ascenso del bolchevismo en los soviets de Moscú y San Petersburgo, que concluye con la toma del poder, en alianza con el Socialismo Revolucionario de Izquierda, partido con alto predicamento entre los soldados-campesinos.
Desarrollo, problemas, crisis
Si bien aquí apenas esbozaremos la evolución de la Unión Soviética, el hecho que todos los países socialistas hayan adoptado patrones similares en lo económico (estatización de los medios de producción) y en lo político (partido único con centralismo no democrático) hace pensar que hubo una necesidad de esos pasos, que no estuvieron determinados por las personalidades políticas de sus líderes, tan distintos como Stalin o Fidel Castro.
Nos centraremos muy esquemáticamente en aquellos factores (causas, crisis o cambios) que fueron llevando al final conocido. Sólo para ordenar las ideas los dividiremos en originarios, intermedios y finales para una mejor comprensión, aunque están todos imbricados entre si.
Los originarios están ligados a las diferencias entre las previsiones de Marx y Engels sobre la evolución del capitalismo (salario de subsistencia, naturaleza revolucionaria de la clase obrera europea) y los acontecimientos reales.
Los intermedios ligados a las consecuencias del aislamiento, hostigamiento y atraso que enfrentó la Unión Soviética primero, y todo el campo socialista más tarde. Las consecuencias políticas de esta etapa fueron devastadoras para el proyecto socialista.
Los finales están ligadas a dos vertientes diferentes y convergentes: la extraordinaria presión militar de Estados Unidos sobre la Unión Soviética, y la ausencia de los mecanismos de precios como orientadores de la actividad económica más sofisticada.
Hay en el análisis de Marx y Engels varias predicciones que no se cumplieron, entre ellas que el socialismo se daría en los países más avanzados y que el salario se mantendría en el nivel de subsistencia. Este último tema fue retomado por Rosa Luxemburgo (2).
La explotación del trabajador es explicada por Marx como la diferencia entre el valor, creado por el trabajo, y la remuneración a la fuerza del trabajo, el salario. Esa plusvalía es la base de la acumulación originaria del capitalismo. No está en la esfera de la distribución sino en la producción, en la diferencia entre el valor generado y el valor pagado. El valor de la fuerza de trabajo se definía como los elementos de subsistencia del trabajador y su prole. Las antiguas clases se disolverían en un inmenso proletariado y una pequeña ciudadela de capitalistas, cada vez más concentrados. En algún momento el desarrollo de las fuerzas productivas se encontraría con la imposibilidad de realizar su producción pues los trabajadores no demandaban más que lo que su salario de subsistencia permitía (3). Esa interpretación posterior de la “demanda insuficiente” se desplaza hacia un futuro indefinido cuando los salarios reales comienzan a crecer a fines del siglo XIX por el efecto combinado del incremento de la productividad industrial, los frutos de la rapiña imperialista de colonias y semicolonias, y la combatividad sindical de los obreros organizados.
Una de las características que Marx no pudo visualizar en la etapa del capitalismo que le tocó vivir es su extraordinaria capacidad de adaptación y cambio. Una muy importante fue permitir el aumento de los salarios reales sin pérdida en la tasa de ganancias, por los aumentos acelerados de la productividad industrial. Ello influyó políticamente sobre las clases trabajadoras, tanto de la primera potencia imperialista de la época, los obreros británicos, como de los nuevos países capitalistas europeos. En especial sobre los obreros alemanes donde el partido socialista que los agrupaba era sólo reverencialmente marxista y confiaba en el mejoramiento bajo el capitalismo con la práctica sindical y de reformas políticas. Ello contribuyó al aislamiento de la revolución en Rusia. La solidaridad internacional de clase se disolvió en los hechos y la Segunda Internacional agrupó a los partidos socialistas reformistas, acompañados por la mayoría de sus clases obreras. Los partidos comunistas europeos crecieron fuertemente tras la segunda posguerra, reconocimiento al esfuerzo antifascista de la URSS, para decaer y prácticamente disolverse antes del fin del siglo.
La etapa de construcción del socialismo aislados de un movimiento revolucionario europeo que no fue, llevó a crecientes discrepancias entre los ideales socialistas imaginados por Marx y la dura realidad. Terminada la etapa del comunismo de guerra, al derrotar el novel Ejército Rojo a los ejércitos invasores, la opción era seguir solos a cualquier costo o morir en el intento. La revolución europea había fracasado en sus pocos conatos, como la abortada revolución de los espartaquistas en Alemania o el breve período de soviets en Hungría. Marx, en su extensa obra, dedicó apenas párrafos aislados a imaginar cómo sería la etapa socialista, menos aún tratar de llevarla a la práctica en un país abrumadoramente campesino. La guerra civil, la huida de los administradores burgueses y la pequeñez numérica de la clase obrera rusa, diezmada además por las mismas luchas de supervivencia, fueron llevando a una separación entre la dirección política y los trabajadores. La tesis de Stalin de crear el socialismo en un solo país contradecía lo que todos los marxistas suponían, incluidos Lenin y Trotsky. Pero se transformó la necesidad en virtud, en una bandera, un objetivo, un motivo para continuar la lucha de un pueblo que tenía que soportar indecibles penurias. El partido, formado por intelectuales y obreros industriales, cambió su composición con la muerte de miles de sus cuadros más valiosos en la guerra civil, y fueron reemplazados por campesinos reclutados aceleradamente. En vez de ser una dictadura del proletariado, se pasó a la dictadura del partido que los representaba, cuando el proletariado estaba en constante cambio, en el magma de las luchas civiles. Por la necesidad de la lucha se pasó de la democracia política dentro de la clase obrera a la democracia dentro del partido, de éste a la democracia dentro del comité central y a la prohibición de fracciones disidentes, luego sólo dentro del pequeño círculo del politburó y, finalmente concentrado en su secretario general, Stalin.
La característica política de todos los gobiernos socialistas fue el mismo: partido único, sindicatos controlados, ausencia de democracia dentro del partido, concentración del poder en la cúpula. Es cierto que en otras latitudes las revoluciones socialistas ahorraron los momentos más aberrantes del stalinismo, pero en todos los casos hubo sustitucionismo, suplantación de la clase obrera y sus organizaciones independientes por la voluntad política del Secretario General o del Comité Ejecutivo del partido, y en esto no hubo diferencia entre Cuba, Unión Soviética, China o cualquiera de los países que se considere. Ello es lo que nos mueve a pensar, en un ejercicio contrafactual, que esos rasgos de sustitucionismo en la Unión Soviética se hubiesen dado igual si Lenin no hubiese muerto a los 57 años, o que a su muerte lo hubiese seguido Trotsky y no Stalin. De seguro nos habrían ahorrado las acciones más truculentas de Stalin, pero no el rasgo común de todo país socialista, la concentración política y la ausencia de democracia obrera o popular. El costo político de ello fue inmenso.
El último de los factores que esbozaremos es el efecto combinado de la presión norteamericana sobre el presupuesto de defensa de la Unión Soviética, cerca de un 17 % del PBI ruso (4), y la ausencia de un mecanismo económico que supere al capitalismo en las decisiones del día a día de las actividades productivas. La Unión Soviética a posteriori de las Segunda Guerra Mundial crecía a mayor velocidad que Estados Unidos. Kruschev preveía que en pocos años superaría a su rival en el campo económico. Pero a finales de los años sesenta se nota una desaceleración que pocos años después se transformaría en estancamiento. Esta deriva está muy bien descripta por Gorbachov (5), cuando era el Secretario General del PCUS y máximo dirigente soviético.
Es innecesario insistir en lo condicionante que es para la capacidad de crecimiento de un país tener un presupuesto de defensa de la magnitud indicada. A esa durísima limitación se agrega la ausencia de un sistema de precios. Hasta fines de los sesenta el sistema económico funcionaba - a pesar de estas limitaciones y despilfarros de esfuerzos y materias primas como bien describe Gorbachov - ya que los objetivos planteaban metas cuantitativas y no cualitativas, (tantos millones de toneladas de granos, o cemento o hierro, tantas unidades de tractores, o casas o zapatos). Ante la ausencia de todo, la calidad y las diferenciaciones de producto quedaban de lado, las preferencias de los consumidores también. Muy distinto es cuando un país entra en la etapa de la sofisticación tecnológica, y la revolución científico técnica de posguerra le plantea otros paradigmas. La planificación no podía ser guía detallada para la inventiva, los cambios combinados entre nuevas y cambiantes necesidades y nuevas formas de producir bienes y sobre todo servicios. Sin sistema de precios ello era cada vez más complicado y paralizante. No había incentivos en los administradores de bienes finales para incorporar los avances tecnológicos de la esfera militar, por ejemplo, en los pocos casos en que estas tecnologías les eran abiertas. Tampoco en los trabajadores (no había incentivos, ni en esta etapa castigos). La calidad del producto final no era un objetivo, ni el ahorro de materiales o de mano de obra en su elaboración, ni la tasa de ganancia. No había una guía que marcase el camino hacia una sofisticación cada vez más difícil de ser pensada e implementada por el Gosplan.
Hubo intentos desde los sesenta (Yevséi Liberman) de incorporar incentivos materiales y un principio de un sistema de precios. Si esos intentos no prosperaron fue por un simple motivo político: era volver a introducir los mecanismos de mercado y con ello el capitalismo por la ventana, una vez que se lo había expulsado por la puerta principal. Controlado o no, ese mecanismo de precios se probaría eficiente y lograría en su ampliación el éxito económico que obtuvo posteriormente China, pero en el medio tuvo que abjurar del socialismo.
Consideraciones finales
El estallido revolucionario en Rusia estuvo condenado al aislamiento, y su atraso y sufrimientos se intensificaron porque en vez de lograr el apoyo del proletariado europeo sufre la agresión externa de todas las potencias capitalistas. A pesar de ese aislamiento y de las terribles condiciones que afrontó tuvo espectaculares avances. Un país agrario que se transformó en industrial, con logros extraordinarios en todos los campos, desde la educación a los avances de la ciencia y la técnica (como el primer satélite, el primer vuelo orbital tripulado, etc.) o en el campo de la defensa nacional, luego de haber repelido la invasión nazi, al costo de más de 20 millones de personas. Tras superar estos períodos muy duros los aumentos de la productividad acortaron diferencias con Occidente y el nivel de vida mejoró ostensiblemente. Hasta que se produce el proceso de frenado y estancamiento desde fines de los sesenta. Gorbachov quiere resolver esa parálisis pero su perestroika y su glasnost no funcionaron. Fueron improvisaciones políticas desde arriba, sin un anclaje organizado en las mayorías, y un salto al vacío más absoluto en la esfera económica. La figura de Gorbachov pasará a la historia como trágica, alguien que quiso hacer un cambio importante para resolver un problema muy serio, pero que desembocó en la disolución de lo antiguo sin una ruta para alcanzar lo nuevo. Su apartamiento del poder por Yeltsin en 1991 trajo el desmembramiento y disolución de la Unión Soviética y el reemplazo sin anestesia por un capitalismo salvaje y de rapiña, en donde los ex burócratas se adueñaron por monedas de las empresas estatales. Fue una implosión desde dentro del PCUS y la dirección del Estado, y esos mismos ex comunistas formaron los partidos procapitalistas que continuaron en Rusia y en las dispersas repúblicas antes unidas.
¿Hablan estas conclusiones sobre la eternidad del capitalismo? No, en absoluto. Los esfuerzos revolucionarios increíbles que se desplegaron en el siglo XX pueden haber logrado portentos, pero la negativa a participar de la revolución socialista del proletariado de los países centrales, el corazón del sistema, dejó sin chances, setenta años después, a la primera experiencia socialista del mundo, y a todo el campo socialista. El gran drama comenzó a desplegarse cuando esa chispa revolucionaria no pudo encender una pradera en el centro capitalista que parecía seca y pronta a arder, pero que no lo estaba.
Este primer gran round del Siglo XX lo ha terminado ganando el capitalismo, y hoy en su fase de dominio del capital financiero está avanzando sobre las áreas del planeta donde aún no se habían desarrollado las relaciones capitalistas, ya sea porque se están desmantelando relaciones socialistas, o disolviendo relaciones precapitalistas. En su desarrollo actual, sin la oposición de un campo socialista, las relaciones económicas de dominación se desnudan rápidamente de sus elementos cosméticos, imponiéndose sin anestesia.
Esa falta de límites ha dado su primer gran aviso con la crisis que estalló en 2008 que se ha prolongado en el lento crecimiento posterior y una fragilidad financiera apenas sostenible. No es una crisis terminal, ninguna lo es si no existe un sujeto social que la concluya, y como tal se resolverá sobre el sufrimiento de millones. Pero no es el objetivo del trabajo analizar los futuros escenarios del capitalismo o su viabilidad. Comprender su funcionamiento no es igual a conocer el sendero que lleve a superarlo.
Un mundo de libertad, igualdad y fraternidad, tanto como uno sin explotadores ni explotados, seguirán siendo ideales de la humanidad y bandera de lucha, al margen de los avances, retrocesos y lacerantes contradicciones de los cambios que comenzaron en Francia en 1789 y en Rusia en 1917. Ese es el legado de las grandes revoluciones.
(1) Esta es una versión reducida de otra más amplia y detallada, que esperamos concluir.
(2) Jorge Molinero. “El centenario de La Acumulación del Capital de R. Luxemburgo”. 2012
https://www.dropbox.com/s/8hq5m23o79sso83/2012-09-24-%20Luxemburgo.pdf?dl=0
(3) Este tema lo desarrollamos en “A cien años del Imperialismo”, Realidad Económica 301, Julio/Agosto 2016.
(4) Josep Fontana. “Por el bien del Imperio”, Capítulo 13. Pasado y Presente. Barcelona. 2011
(5) Mijaíl Gorvachov. “Perestroika”. Ediciones B Grupo Z. Barcelona. 1987.
* Licenciado en Sociología y en Economía Política (UBA).