Carta desde Islamofobistán
El pasado sábado 17 octubre, la Canciller alemana Angela Merkel sorprendió al mundo al declarar, frente a los miembros jóvenes de su partido, la Unión Demócrata-Cristiana, que el multiculturalismo –o multikulti, como se le conoce en Alemania- había muerto.
Un día antes, me encontraba en una sala de Lufthansa del aeropuerto de Frankfurt, metido en un debate paralelo con un grupo de hombres de negocios alemanes, quienes prácticamente me habían dado la alerta de la noticia que Merkel iba pronto a hacer pública. No en vano el best-seller en todos los quioscos del aeropuerto era el panfleto publicado por un antiguo capitoste del Bundesbank, Thilo Sarrazin, que describe a los inmigrantes musulmanes, en el mejor de los casos, como perezosos, tramposos de la seguridad social y seres fornicadores de escasa inteligencia.
En aquel momento, después de tres semanas de itinerancia desde el norte de Italia al sur de Suecia vía Copenhague, ya no albergaba dudas; me encontraba en lo profundo de Islamofobistán, ese amplio arco europeo donde alegremente se utiliza la islamofobia como negocio electoral del miedo.
Lo que resulta más siniestro, de hecho, es que las palabras de Merkel son una respuesta-espejo a la extendida respuesta europea a la inmigración.
En Alemania parece haberse fundido una amalgama explosiva de Turquía e Islam, que incluye todo, desde el terror yihadista a la solicitud de Turquía de incorporarse a la Unión Europea (UE).
Todas las encuestas importantes coinciden en que una mayoría de alemanes no siente precisamente mucho cariño hacia los cuatro millones de residentes musulmanes (5% de la población total); el 35% creen que la nación está “anegada de extranjeros” y el 10% quiere que regrese un Führer con “mano de hierro”.
En Alemania hay decenas de grupos neo-nazis con un impacto público mínimo; sin embargo, el Partido Demócrata Nacional neo-Nazi (PDN) ha conseguido el 5% de los votos en Turingia.
Europa, como un todo, está ahora inmersa en un grave choque cultural –real o imaginario- dentro de las fronteras de la UE; no importa, la proclamada muerte de multikulti, más allá de los objetivos electorales de Merkel, va a tener inmensas repercusiones geoeconómicas y geopolíticas.
La Nueva Inquisición. El psiquiatra austro-estadounidense Wilhelm Reich, en su obra Psicología de masas del fascismo, hizo hincapié en que la teoría racial no es una creación del fascismo. Al contrario, el fascismo es una creación del odio racial y su expresión políticamente organizada.
La Nueva Inquisición (anti-Islam) no llegó a Europa inmediatamente después del 11/S; es sólo en la actualidad cuando ha alcanzado un punto crítico. El deporte políticamente popular en Europa no es hoy ver al Real Madrid y al AC Milán jugando en la Liga de Campeones de Fútbol; es ver a los populistas que invocan el Islam –descripto como una “ideología que está en contra de todo lo que nos importa”- para cristalizar toda clase de fobias y temores de los ciudadanos europeos.
Miedo a la islamización, miedo al burqa, cualquier distracción vale para que la gente olvide la grave e inacabable crisis económica que ha provocado tasas catastróficas de desempleo por toda Europa. Esto puede ser parte de una crisis profunda tanto cultural como psicológica dentro de Europa, sin atisbo alguno de alternativa política real; con pocas mentes progresistas en estado de alerta ante el hecho de que esta turbo-alimentación de racismo y xenofobia es también una consecuencia de la crisis global del neoliberalismo.
¿Fanatismo contra los extranjeros? ¿Fanatismo contra los políticos? Hum, eso es cosa del pasado siglo. La nueva corriente es el fanatismo contra el Islam. No importa que esa emigración hacia Europa lleve años disminuyendo; todavía ellos tienen que ser como nosotros. Una Europa envejecida, temerosa y reaccionaria se siente atemorizada de que El Otro, llegado de regiones del mundo más jóvenes o más dinámicas, le dé alcance.
Asia –no Europa- es el futuro. Un melancólico fin de semana en una Venecia infectada de basura y turistas, convertida en una réplica espejo de Las Vegas, me proporcionó la ilustración gráfica; me sentí como Dirk Bogarde en Muerte en Venecia, y así es cómo deben sentirse innumerables europeos.
¿Dónde está la izquierda? Por mucho que Suecia inventara la socialdemocracia moderna y la mejor realización del Estado del bienestar de la última parte del siglo XX, fue apenas sorprendente que la extrema derecha, la Sverigedemokraterna (DS, como en los demócratas suecos) entrara por primera vez en el Parlamento el pasado 19 de septiembre con el 5,7% de los votos.
La DS, considerada por muchos como “racista y neo-nazi” está dirigida por Jimmie Akesson, de 31 años, el nuevo niño mimado de la extrema derecha europea junto a su homólogo algo más mayor, el holandés Geert Wilders. Akesson subraya que la inmigración musulmana/islámica es la mayor amenaza que ha tenido Suecia desde Adolf Hitler. (El ex miembro de la CDU alemana Rene Stadkewitz, fundador de un nuevo partido, Die Freiheit [“Libertad”], llamado después Partido de la Libertad, como el de Wilders, invitó recientemente a este personaje a Berlín; y también fue recientemente invitado a Nueva York para hablar en contra del proyectado Centro Islámico en Manhattan, cerca de la Zona Cero.)
Para los observadores estadounidenses, asiáticos o del Oriente Medio esto puede sonar totalmente suicida. ¿Cómo han podido los suecos rechazar el Estado del bienestar de la vieja escuela que aseguraba para todos la Santa Trinidad de sanidad, educación y buenas pensiones?
Por tanto, si los tan civiles suecos no estaban rechazando su modelo, ¿qué es lo que sucedía? Quizá la respuesta esté en un libro que se publicó por vez primera en Italia en 2008, escrito por el lingüista y ensayista italiano Raffaele Simone, cuyo subtítulo se traduce literalmente ¿Por qué Occidente no se encamina hacia la izquierda?
En el libro, muy bien argumentado, Simone demuestra que la izquierda europea está intelectualmente muerta; sencillamente no ha entendido la deriva del capitalismo de núcleo duro (lo que define como “capitalismo arcaico”, o “la manifestación política y económica de la Nueva Derecha”); no ha entendido la primacía de la correlación establecida entre individualismo y consumismo; y ha rechazado discutir el fenómeno de la inmigración masiva.
Desde Francia a Dinamarca, desde Italia a Suecia, es fácil ver cómo populistas despliegan hábilmente esos valores europeos de libre expresión, feminismo y laicismo, simplificando de tal manera las cuestiones hasta el punto que parece lógico que se asimile su discurso: el ataque contra las mezquitas, los minaretes, los pañuelos en la cabeza y, por supuesto, eso de los “seres escasamente inteligentes”.
Disparen al minarete. Podríamos hablar de un verano del odio en Europa, desde los minaretes prohibidos en Suiza a los burqas prohibidos en Bélgica.
La extrema derecha populista lleva muchos años ya formando parte de coaliciones del gobierno en Italia y en Suiza. Y cuenta con representación en los parlamentos de Austria, Dinamarca, Noruega y Finlandia. El Frente Nacional en Francia obtuvo el 9% de los votos en las elecciones regionales francesas de la pasada primavera.
Pero ahora parece ser que todo el mundo va en un Lamborghini sin frenos. El Partido de la Libertad, de Geert Wilders de Holanda lleva una carga-turbo de islamofobia hasta el punto que casi ha paralizado la gobernanza holandesa. El elegante, elocuente y rubio oxigenado populista Wilders quiere prohibir el Corán –que ha comparado con el Mein Kampf de Hitler - e imponer un “impuesto al pañuelo de cabeza” (¿Cómo es que no se le ha ocurrido la idea a algún gobierno de Medio Oriente o Pakistán?).
El presidente francés Nicolas Sarkozy –que se enfrenta ahora en las calles a su propia y autoinducida nueva versión de Mayo del ’68 por su reforma de las pensiones- intentó seducir (otra vez más) al Frente Nacional expulsando por avión a los gitanos rumanos.
El incondicional de la extrema derecha austríaca Heinz-Christian Strache, que se presentó para alcalde de Viena hace menos de dos semanas, consiguió nada menos que el 27% de los votos. Y Barbara Rosenkranz, que insiste en que habría que abolir las leyes anti-nazis, consiguió llegar al segundo puesto en la carrera de las presidenciales austriacas.
La islamofóbica y anti-inmigrantes Liga del Norte de Humberto Bossi en Italia forma parte del gobierno en Roma y no por causalidad es el partido con mayor crecimiento del país, controlando ahora las muy ricas provincias del Veneto y Piamonte. Durante la última campaña electoral, los seguidores de la Liga entregaban pastillas de jabón para que se usaran “después de tocar a un inmigrante”.
En España, el movimiento Reconquista Preventiva va ganando terreno –una guerra preventiva, quizá inspirada en George W. Bush- contra un millón de inmigrantes musulmanes y sus supuestos “diabólicos” planes de recuperar España para el Islam. En Madrid, el pasado mes de abril, surgió un “conflicto sobre el uso del pañuelo”. Varios ayuntamientos han ido prohibiendo el burqa y el niqab, al estilo francés (aunque en el mes de julio, salió derrotado en el Congreso, por estrecho margen, un intento de prohibición a nivel nacional).
No es ninguna sorpresa que la extrema derecha va más lanzada que nunca en los resultados en ciudades europeas post-industriales que solían ser de centro-izquierda; ése es ciertamente el caso de Wilders en Rotterdam, Le Pen en Marsella, Strache en Viena y Akesson en Malmo. Ha quedado demostrado que la valoración de Simone era acertada.
Y lo que hace que esos populistas sean aún más peligrosos es su polinización cruzada. El Partido de la Libertad de Austria copió un juego del Partido Popular suizo en el cual los jugadores disparaban contra los minaretes con un paisaje al fondo estilo Sonrisas y Lágrimas (con el plus añadido austríaco de disparar también contra los muecines).
La DS aprendió mucho de Wilders, así como del Partido Popular danés y de su presidenta, Pia Kjaersgaard. Todos ellos están copiando la táctica-marca de Wilder de lanzar a los inmigrantes contra los viejos pensionistas: islamofobia mezclada con el extendido temor de que los extranjeros están saqueando el Estado del bienestar.
En Francia, el modernizado Frente Nacional –centrado en la islamofobia- puede ser incluso más peligroso, dirigido ahora como está por la no dogmática, intelectual, vestida de traje, Marine Le Pen, la hija de Jean Marie, el fundador del partido; Marine quiere conquistar el centro político, hasta un punto en el que Sarkozy no pueda, sencillamente, conseguir nada sin ella.
El miedo vende. Entonces, ¿qué podemos hacer? Estamos justo en el medio de la segunda globalización. La primera se produjo entre 1890 y 1914. Es una vuelta al futuro escenario mezclado con un retorno de los muertos vivientes; y entonces, como ahora, la aceleración de las transferencias de capital, las migraciones y el transporte están generando regresión, nacionalismo mal entendido, xenofobia, racismo y una nueva Inquisición.
En un reciente encuentro de escritores y periodistas organizado por la revista Internazionale en Ferrara, en Emilia –una de las provincias más ricas de Italia y de Europa-, sin duda el debate más importante se titulaba: Islam: un fantasma se cierne alrededor de Europa. Los principales oradores fueron Tariq Ramadan, profesor de Estudios Islámicos en Oxford y una verdadera estrella del rock académica en Europa, y Olivier Roy, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y una de las mayores autoridades en Europa sobre el Islam y la yihad. Justo es decir que ambos proporcionaron una hoja de ruta para que los ciudadanos sensatos puedan seguir adelante.
Al preguntársele por las razones del extendido temor hacia los inmigrantes musulmanes, Ramadan señaló que esa “percepción se remonta a la construcción del proyecto europeo”. Se suponía que esos inmigrantes habían venido a Europa sólo a trabajar. “Pero ahora tenemos inmigrantes de segunda, tercera y cuarta generación, han salido de su gueto, son más visibles, sienten la necesidad de expresarse y se escuchan sus voces.” Esto causa un conflicto tremendo en su percepción global.
Ramadan insiste en que “los musulmanes europeos tienen muy claro en sus mentes el concepto europeo de libertad de expresión”. Y se mostró categórico: “La integración es una cosa del pasado, estamos ya integrados”. (Pero, llegado el caso, intenten convencer de eso a Angela Merkel o a los ciudadanos de Malmo.)
Para Ramadan, el aspecto principal es que los europeos –y también los estadounidenses- deberían hacer “una clara distinción entre la instrumentalización de esos temores, derivados de la ignorancia y el mismo miedo, por parte de movimientos y partidos. Deberíamos ir más allá en el tema de la integración y hacer hincapié en los valores comunes. Hay un consenso ahora en Europa de que los inmigrantes de la segunda y tercera generación tienen mayor visibilidad en las esferas cultural, política y deportiva. Es la pasividad frente a la instrumentalización lo que podría convertirse en un riesgo tremendo para todos los ciudadanos europeos”.
Roy ataca el impasse desde una perspectiva diferente. Para él, “hay ahora una especie de falso consenso. Nuestro consenso sobre el Islam se refiere al hecho de que nosotros, europeos, no nos ponemos de acuerdo en lo que somos. Ahora en la mayoría de los parlamentos europeos, la izquierda y la derecha votan al unísono contra el burqa, la construcción de mezquitas… Izquierda y derecha parecen haberse puesto de acuerdo contra el Islam, aunque por diferentes motivos. Hay una desconexión entre un indicador religioso y la vida diaria. ¿Qué es religión? ¿Y qué es cultura? Deberíamos decir que religión es religión y ciudadanía es ciudadanía. Así es como funciona en Europa. La Ciudad del Hombre y la Ciudad de Dios. Los musulmanes en Europa han adoptado y están adoptando el modelo europeo de separación entre Iglesia y Estado”.
Roy define “dos aspectos acerca del miedo a la islamización: la inmigración y la islamización. Para la mayor parte de la opinión pública, son sinónimos, pero no es así. En Francia, en cuanto a la segunda y tercera generaciones, hay de todo. Musulmanes que rezan todo el tiempo, algunos que rezan en ocasiones, algunos que no practican pero dicen que son musulmanes, europeos que se convierten al Islam, musulmanes que se convierten al catolicismo… Todo depende de la cultura política del país. La libertad de religión en Europa no es consecuencia de los derechos humanos. Se define como un compromiso tras siglos de guerras de religión. Pero ese compromiso –en cada país europeo- está ahora en crisis. Por dos razones. Una, el Estado-nación está en crisis. Debido a la globalización, a la integración europea, los compromisos nacionales están plagados de leyes supranacionales. Y ahora la libertad de práctica religiosa es un derecho individual. Eso es algo completamente nuevo en la cultura política europea”.
No es seguro que eso sea suficiente para convencer a Wilders y Akesson. No están precisamente por la inclusión sino por la exclusión, y más que nunca saben que el negocio electoral del miedo vende. La Nueva Inquisición seguirá adelante no importa cómo (y se saldrá de madre si uno de esos fantasmagóricos al-Qaidas, de Iraq, del Magreb, del Cuerno de África, de donde sea, se estrella contra la Torre Eiffel). Con esa sombría posibilidad en mente, salí de Islamofobistán de la mejor manera que pude, a bordo de un vuelo hacia una parte del mundo que no odia, que no teme, realmente esperanzada, libre de guerras de religión e infinitamente dinámica: Sudamérica.
*Pepe Escobar (1954) periodista brasileño. Escribe para el Asia Times Online y The Real News Network.
Fuente:">http://sur.elargentino.com/]Fuente: Diario Miradas al Sur - 31.10.2010