Centrales nucleares en perspectiva

Carla Notari

Dado el incremento en el uso de electricidad en la última década, que duplica el incremento de demanda de energía en el mismo período y la imperiosa necesidad de producirla con fuentes de bajo impacto en emisiones, se abre un panorama positivo en el mundo para el aumento de la generación nuclear en el corto y mediano plazo.  

Sin abundar en las características de la generación nucleoeléctrica, se trata de señalar que se trata de generación de base, que puede producir energía en forma ininterrumpida con factores de carga próximos al 90%. Es la segunda fuente a nivel mundial en producir energía con bajas emisiones (detrás de la hidráulica) y aún con el bienvenido crecimiento exponencial de las energías renovables, produce 20% más electricidad que la eólica y 70% más que la solar fotovoltaica.

En la actualidad, más de 400 reactores operan en el mundo para producir algo menos que el 10% de la energía eléctrica. Esta fracción se ha reducido prácticamente a la mitad desde los años 90, debido a una suma de factores entre los cuales han predominado los efectos en la opinión pública de los accidentes nucleares: Three Mile Island, Chernobyl y Fukushima.   

Se ha continuado la instalación de centrales nucleares, aunque un número de países han dejado de considerar a la nuclear como una opción en sus matrices energéticas. Lo cierto es que en la actualidad se están construyendo más de 60 centrales nucleares en varios países. La característica de estos últimos tiempos, es que el eje del desarrollo nuclear ha pasado de los países avanzados (EEUU, Europa, Japón) a países en desarrollo y economías emergentes donde predominan reactores de diseño chino y ruso. Además, la actual flota de reactores en operación es muy vieja en los países avanzados y sensiblemente más nueva en economías en desarrollo con China a la cabeza.  

En este estado de cosas, hay dos cuestiones que tienen un efecto dominante en el desarrollo de las políticas nacionales: el cambio climático y la seguridad energética en escenarios de incertidumbre.

La preocupación por el cambio climático y los efectos cada vez más evidentes de este cambio en la economía mundial se reflejan en políticas concretas y compromisos nacionales para la limitación de las emisiones contaminantes. La electrificación creciente es una consecuencia de esta realidad que prevé un reemplazo acelerado del uso de combustibles fósiles principalmente en acondicionamiento de aire y transporte. Estos factores serán determinantes en el crecimiento de la demanda eléctrica en el corto y mediano plazo. La demanda de los centros de datos, asociados a la aparición cuasi-disruptiva de la inteligencia artificial (IA) en la vida cotidiana, es solo marginal (menos del 1% de la demanda eléctrica mundial) y su crecimiento, si bien importante, tendrá impactos mayormente localizados en el mediano plazo. De hecho, ya hay países como Irlanda y algunos estados de EEUU en los cuales la demanda de estos centros supera el 20% de su consumo eléctrico.

Al respecto, es interesante destacar que los centros de datos tienen una demanda muy alta de energía firme y limpia y esto coincide con el desempeño de una central nuclear, razón por la cual varias empresas importantes, asociadas con las aplicaciones de IA, han anunciado acuerdos de distinto tipo para asegurarse un suministro de tipo nuclear, particularmente con reactores pequeños (ver más adelante).

La seguridad energética es otro factor cada vez más determinante en la planificación de las matrices energéticas nacionales y esto contribuye a poner en valor la opción nuclear, cuya operación depende de un insumo, el uranio, que no sólo está muy distribuido en la corteza terrestre (a diferencia de gas y petróleo) sino que genera energía sin combustión, es decir sin emitir CO2. Por esta razón, a pesar de la pequeña participación en el parque eléctrico mundial, es la segunda fuente de generación limpia después de la hidráulica.

En resumen, se dan condiciones que favorecen la instalación de centrales nucleares porque contribuyen a resolver el problema de largo plazo que representa el cambio climático y que requerirá una acción mundial conjunta y coordinada de las naciones y al mismo tiempo representan un reaseguro de provisión energética en medio de una situación mundial altamente volátil con múltiples focos de conflicto en regiones sensibles para la economía mundial.

La generación nucleoeléctrica es una actividad comercial establecida, que se ha consolidado con diseños conceptuales de sofisticación creciente dando lugar a las diferentes “generaciones” que han ido incorporando conceptos cada vez más estrictos de seguridad y confiabilidad y que como toda industria, con particular analogía con la aeronáutica por los niveles de calidad exigidos, se ha nutrido de la extensa experiencia operativa y muy particularmente de las lecciones aprendidas de los graves accidentes mencionados al principio. El resultado de este proceso es que los reactores de generación eléctrica que se han instalado en los últimos años pertenecen a la llamada generación III+ (GIII+) que incluyen algunas mejoras y optimizaciones respecto del promedio del parque nucleoeléctrico operativo mundial. Éstos son los que previsiblemente se instalarán al principio del proceso de transición energética, acompañando una componente creciente de energía renovable variable (eólica y solar) en las redes eléctricas

Paralelamente, se está dando un proceso sumamente interesante de extensión de vida de las centrales nucleares en operación, que llegan al final de su vida útil de diseño (30-40 años). En la mayoría de los casos, se considera que el estado de la instalación es tal que permite, con modificaciones importantes, pero muy menores respecto de la construcción de una nueva planta, prolongar su vida por otros 20-30 años. Se trata del reemplazo de generadores de vapor y otras unidades o componentes significativos cuyo desgaste lo amerita. Este proceso es compatible con el concepto de optimización en el uso de recursos disponibles y significa un abaratamiento del proyecto global que, además, significa una reducción de la tarifa si en la evaluación de costos se incluye la extensión de vida.

Con respecto a la evolución de los diseños actuales, pueden mencionarse dos líneas tendientes a dar respuesta a diferentes requerimientos de la generación eléctrica.  

Los reactores llamados de generación IV (GIV) son nuevos reactores de gran porte (superior a 300MW) destinados a reemplazar a los de la generación actual (GIII), a través de nuevos diseños y ciclos de combustible que apuntan a optimizar diversos aspectos de la generación nuclear: mejorar la utilización del combustible, disminuir los residuos, disminuir los costos de generación, mejorar la seguridad, etc. Se trata de una gran variedad de diseños, pero ninguno de ellos tiene experiencia de operación. China y Rusia han construido algunos prototipos, aunque la producción en serie y el estadio comercial están aún lejos.

Los reactores pequeños y medianos (potencia inferior a 300MW), denominados SMR por su sigla en inglés, constituyen otra familia en desarrollo que ha cobrado mayor relevancia en los últimos años, por el interés que presenta para inversores privados, un proyecto nuclear que una vez alcanzada la producción en serie, presenta tanto costos de construcción “overnight”, como plazos de construcción e intereses acumulados durante la misma, mucho menores. El origen de esta línea de reactores es bastante antiguo y el concepto se formuló para aplicaciones especiales como propulsión naval, abastecimiento de locaciones aisladas, etc., y su mérito especial era la seguridad intrínseca que presentaba la posibilidad de refrigeración del núcleo sin recurrir a fuerza motriz. Recientemente, se revalorizó la reducción en el costo de capital del proyecto (asociado a la menor potencia y la fabricación modular), para facilitar la participación privada en el financiamiento. También, en este caso la experiencia operativa es escasa y concentrada en Rusia y China.

El panorama descripto, que le devuelve a la tecnología nuclear un lugar de peso en la producción de electricidad, se encuentra con varios obstáculos que deben abordarse adecuadamente:

La construcción, operación y desmantelamiento de las centrales nucleares, así como la responsabilidad por los residuos nucleares ha recaído principalmente en cabeza de los estados nacionales. Esto ha sido así en los países desarrollados y lo es actualmente en un escenario de predominio de países de economías en desarrollo. Las experiencias de intentos de privatización en algunos países occidentales han sido fallidas salvo en aspectos parciales (y claramente rentables) del ciclo de combustible.

Las razones son varias. En primer lugar, se trata de una tecnología muy compleja que requiere una infraestructura de apoyo y regulación importantes, con connotaciones estratégicas que exceden la generación de electricidad. Es impensable que inversores privados tomen en cuenta estas cuestiones al evaluar el costo de oportunidad de un proyecto nuclear. Esto solo es posible en un proceso de planificación a nivel nacional. Además, en general los nucleares son proyectos con altos costos de capital y largos tiempos de recuperación del mismo (20 a 30 años) lo cual, a ojos de inversores privados, resulta menos atractivo.  

Esto hace que los proyectos SMR sean más aceptables para la participación de privados. Un factor adicional es que una planta de este tipo se plantea en la mayoría de los diseños como la suma de varias unidades menores, lo cual permitiría empezar a generar electricidad antes de finalizar el proyecto completo y por ende iniciar anticipadamente la recuperación del capital.

No obstante, es importante reiterar que no existe experiencia operativa de este tipo de reactores y que este es un requisito indispensable para alcanzar la madurez del diseño y la etapa comercial. Por ende, más allá de anuncios de diferentes tipos de acuerdos entre empresas que desarrollan SMRs y compañías privadas (principalmente para abastecer centros de datos), lo más probable es que en las próximas décadas predomine la instalación de centrales nucleares de la actual generación con mejoras en su diseño (GIII+).

Por otro lado, no es previsible que los estados nacionales se retiren de su rol de liderazgo, aunque se favorezca con diversas iniciativas la participación privada. Más aún, su presencia significa una garantía y un incentivo para alentar esa participación.

Una central nuclear tiene un alto costo de capital y muy bajo costo de operación y mantenimiento a diferencia de las centrales fósiles convencionales. En todos los casos, es importante asegurar el funcionamiento adecuado de la cadena de suministros. Las centrales nucleares son instalaciones de muy larga vida operativa (30-40 años) y los desarrollos recientes demuestran que la vida útil puede prolongarse (20-30 años adicionales), con costos muy inferiores a una nueva unidad, lo cual hace al proyecto global mucho más rentable. Asegurar el suministro de combustible y de todos los componentes necesarios para las reparaciones y recambios durante la vida de la planta es un desafío considerable.

La edad promedio de los reactores es muy alta en los países avanzados y en general en occidente. La fuerza de trabajo está envejecida y hay muchos trabajadores próximos al retiro. La ausencia de nuevos proyectos ha pausado la formación en temas nucleares en muchos países y se requiere un nuevo impulso en la educación en todos los temas involucrados para generar los técnicos y profesionales que requiere la industria nuclear.

Frente a este panorama, ¿Cuál es la situación de Argentina?, ¿Hay opciones y oportunidades en el terreno nuclear?

El desarrollo de la generación nuclear de Argentina atravesó un período crítico de pérdida de capacidades, desde la decisión de parar la obra de Atucha II en 1994 hasta el reinicio de la misma 12 años después. La concreción de la obra fue un complejísimo proceso que tuvo que superar, además de los obstáculos asociados a la deserción del campo nuclear del diseñador original, la ardua tarea de reconstrucción de capacidades ingenieriles básicas indispensables para la obra en las fases de construcción y montaje, el desarrollo de proveedores locales de variados insumos de calidad nuclear, etc. Este proceso, culminado exitosamente en 2014 con una central hoy en funcionamiento, es un claro ejemplo de lo que implica la discontinuidad en este tipo de proyectos. 

La coyuntura actual argentina incluye un prototipo SMR en construcción, el CAREM, y un proyecto sin definición de una o varias nuevas centrales nucleares. Con respecto a este último, la alternativa que se ha desplegado es un acuerdo con China (único financiador disponible), que implica la compra de una central de tipo uranio enriquecido de diseño chino, seguida de la construcción de una central de tipo Candú, similar a la de Embalse Río III, nuestra segunda central nuclear en funcionamiento.

Un acuerdo con China, con claras ventajas respecto del financiamiento y la experiencia china en el cumplimiento de los plazos de construcción, determinantes en los costos finales del proyecto, presenta variados interrogantes. Uno importante es la dificultad de asociar un acuerdo de transferencia de tecnología para el cierre del ciclo de combustible (básicamente fabricar el combustible localmente). Esto ha sido hasta el presente una política irrenunciable del país y aparece como muy relevante en las condiciones del mundo actual.

Está claro que tanto el CAREM como una planta de gran porte son proyectos necesarios y complementarios porque ambos encajan, desfasados en el tiempo, en el largo proceso de transición energética liderado por la producción de electricidad.   

Cobra entonces nuevo sentido la posibilidad de hacer uso de la licencia que Argentina posee para construir en el país una central tipo Embalse Río III con sus propias capacidades, ampliamente demostradas con las experiencias recientes de finalización de una obra como Atucha II y la extensión de vida de Embalse Río III por 30 años adicionales. Para ello, es necesario explorar otras alternativas de financiamiento. El país posee muchos recursos a su favor. Entre ellos, una planta de agua pesada que puede abastecer de este insumo muy escaso a las centrales de tipo Candu existentes y que seguirán instalándose en versiones mejoradas. Además, posee una tradición de formación de recursos humanos en el área que es poco común en países con economías en desarrollo. Por último, el país está dotado de recursos naturales que son indispensables y muy codiciados para la transición energética. Éstos deberían ser intercambiados por tecnología y localización de producción de vanguardia para la generación de empleo calificado y para no relegar cada vez más a nuestro país como proveedor de recursos primarios.

El objetivo de mantener y acrecentar una relativa independencia tecnológica no debería ser resignado, porque como está ampliamente demostrado esto no nos garantiza ninguna ventaja ulterior, todo lo contrario. La diversificación de actores es primordial para no quedar atrapados en la lógica de la confrontación EEUU-China. El interés creciente de países desarrollados en recuperar protagonismo en el terreno nuclear, de cara al cambio climático, hace de Argentina un aliado muy interesante.

 

Fuente: Foro del sur / 26-03-2025

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